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REVISTA DE MUSEOLOGÍA KÓ OT , 2023 AÑO 13, n.º 15, ISSN 2078-0664, ISSNE 2307-3942, ISNI 0000 0001 2113 0101
Rivas, Reynaldo Antonio. La ritualidad católica ante la muerte en el contexto de la pandemia por Covid-19.
p. 9-29
Reynaldo Antonio Rivas
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Catedrático de Ética y Filosofía
Universidad Tecnológica de El Salvador
rivasreynaldo@gmail.com
ORCID: https://orcid.org/0009-0001-6685-0871
Fecha de recibido: 25 de junio 2023
Fecha de aceptación: 30 de agosto de 2023
La ritualidad católica ante la muerte en el
contexto de la pandemia por Covid-19
Catholic rituality in the face of death in the context of the
Covid-19 pandemic
URI: http://hdl.handle.net/11298/1291
DOI: http://doi.org/10.5377/koot.v1i15.16873
1 MBA y MAE. Licenciado en Filosofía por la Universidad Ponticia Regina Apostolorum,
Roma, Italia. Docente de Filosofía, Ética y Realidad Nacional en la Universidad Tecnológica
de El Salvador.
Resumen
El ser humano de todos los tiempos se ha relacionado ritualmente con la muerte.
La evidencia histórica reere ceremoniales antiguos que se hacían en torno a
la muerte de las personas, caracterizados por un elaborado código simbólico
sobre la base del cual se construye la realidad social, dotando de sentido la
experiencia trascendente y mistérica que, humanamente, parece para algunos
solo como el nal de un ciclo y, para otros, como abrirse a la trascendencia.
En la teología y tradición católica, la enfermedad y la muerte se acompañan de
una variedad de rituales encaminados a restituir la salud del enfermo, como el
caso de la Unción, imposición de manos y viático; o también, dar esperanza,
conforto y resignación ante la muerte, como en el caso del Responso, la vigilia
de oración por el difunto, la Santa Misa de cuerpo presente, la bendición de la
tumba y la última recomendación del alma en el cementerio.
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Todos estos rituales en los que la comunidad cristiana acompaña, tanto en el
caso de enfermedad como en la muerte, no pudieron realizarse a todos aquellos
eles cristianos que murieron durante la pandemia y fueron sepultados bajo el
protocolo COVID.
Este ensayo es un estudio descriptivo en el que se analiza la ritualidad católica
respecto a la muerte en el contexto de la pandemia por COVID-19. Parte de la
fenomenología de lo ritual y el sentido de la muerte cristiana, toma en cuenta
lo establecido en los Rituales de la Iglesia Católica al respecto, la experiencia
de las familias que perdieron a sus seres queridos y, también, la experiencia de
algunos sacerdotes que acompañaron casos de enfermos y muertos por COVID.
Palabras claves: Muerte - Aspectos religiosos. Muerte - Aspectos sociales.
Ritos y ceremonias. Usos y costumbres. Liturgia. Fenomenología. Infecciones
por coronavirus. COVID-19 - Aspectos sociales. Enfermedades endémicas -
Aspectos sociales.
Abstrac
The human being of all times has been ritually related to death. The historical
evidence refers to ancient ceremonials that were performed around the death of
people, characterized by an elaborate symbolic code on the foundation of which
the social reality is developed, giving meaning to the transcendent and mystical
experience that, humanly speaking, seems to some only as the end of a cycle
and, for others, as an opening to transcendence.
In Catholic theology and tradition, illness and death are accompanied by a variety
of rituals aimed at restoring the sick person to health, as in the case of the Anointing
of the Sick, the laying on of hands and viaticum; or also, to give hope, comfort
and comfort and resignation in the face of death, as in the case of the Responsory
of the Death, the prayer vigil for the deceased, the Requiem Mass for the blessing
of the tomb and the last commendation of the soul in the cemetery.
These rituals in which the Christian community accompanies, in times of illness
and death, could not be performed for all those faithful Christians who died
during the pandemic and were buried under the COVID protocol.
This essay is a descriptive study analyzing Catholic rituality regarding death in
the context of the COVID-19 pandemic. Part of the phenomenology in the case
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of rituality and the meaning of Christian death, considers what is established in
the Rituals of the Catholic Church in this regard, the experience of families who
lost their loved ones and also the experience of some priests who accompanied
cases of sick and dead by COVID.
Keywords: Death - Religious aspects. Death - Social aspects. Rites and
ceremonies. Customs and habits. Liturgy. Phenomenology. Coronavirus
infections. COVID-19 - Social aspects. Endemic diseases - Social aspects.
Introducción
El ser humano de todos los tiempos se ha relacionado ritualmente con la muerte.
La evidencia histórica reere ceremoniales antiguos que se hacían en torno a la
muerte de las personas, caracterizados por un elaborado código simbólico sobre
la base del cual se construye la realidad social, dotando de sentido la experiencia
trascendente y mistérica que, humanamente parece para algunos sólo como el
nal de un ciclo y, para otros, como abrirse a la trascendencia (Torres, 2006).
Con distintas variantes, en todas las latitudes y en todos los momentos de la
historia humana, se encuentra evidencia de esta relación ritual: desde el hombre
en las cavernas a las formas de vida tribal, desde las comunidades nómadas
hasta las grandes tribus sedentarias. Y esta ritualidad ha pasado de generación
en generación hasta el hombre contemporáneo que, aferrado más a la existencia,
prolonga el recuerdo de los vivos con manifestaciones rituales que expresan
el deseo de una vida que nunca se acabe. En todas, lo que es común, sostiene
Torres (2006), es la búsqueda de la vida eterna y la atenuación del dolor que la
muerte trae consigo.
Esto es lo que ocurre en la ritualidad católica respecto a la muerte. En efecto,
para la teología católica de profundas raíces judías, la muerte no signica el n
de la existencia, sino la puerta necesaria que abre paso a la trascendencia de
una vida que nunca se acaba. Ya los judíos, impregnados de toda la tradición de
las religiones telúricas de la región mesopotámica, se vieron inuenciados por
la ritualidad que ve en la muerte una trasposición locativa de la persona a un
mundo mejor.
En efecto, en la tradición judía, que es la base de la tradición cristiana, la muerte
de las personas está rodeada de elementos rituales de profundo signicado
(Tapia-Adler, 2008). En efecto, en el momento de la enfermedad, la comunidad
está llamada al Bikur Jolim, (la visita a los enfermos) para aliviar parte del dolor
de esa persona. Una vez la persona fallece, la Jevra Kadisha o sociedad sagrada,
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compuesta por miembros piadosos de la comunidad, se encarga de realizar
la puricación del cuerpo para, luego, cubrirlo con los tajrijim (mortajas)
de color blanco y, posteriormente, acompañan al muerto (Halvaiat hamet),
recitando Salmos hasta el momento en que se procede a llevarlo al lugar donde
se realizarán los rezos correspondientes. Para la ceremonia fúnebre (hésped)
lloran rasgando sus vestiduras y, luego, proceden al cortejo fúnebre (levaiá)
acompañados de amigos y familiares hasta darle sepultura (kevurá), siempre en
un ambiente ritual.
Esta síntesis de la ritualidad judía en torno a la muerte, desarrollada más
ampliamente por Tapia-Adler (2008), reere ya los elementos que, en la
teología católica consagran la ritualidad con relación a los enfermos, la muerte
misma y todo cuanto concierne a los actos fúnebres. Y sobre esto volveremos
más adelante.
Fenomenología de lo ritual.
Pensar en la ritualidad que acompaña la muerte de las personas, nos obliga
primero a denir tanto el rito como la ritualidad y sus implicaciones
características. Marta Allué (1998) en su artículo La ritualización de la pérdida,
dene el rito, en su sentido amplio, como “una unidad simbólica de expresión,
denida culturalmente por los miembros de una sociedad dada, que designa
actos o sucesión de actos no instintivos que no pueden explicarse racionalmente
como medios para la consecución de un n. Posturas y actitudes, intercambios
verbales constituyen una fórmula de comunicación pautada culturalmente por
la tradición que se desencadena en un espacio y tiempo limitados” (p. 69). Por
su parte, el lósofo surcoreano Byung-Chul Han, en su obra La desaparición
de los rituales (2020, pp. 11-17) los describe como “acciones simbólicas” que
transmiten y representan aquellos valores y órdenes que mantienen cohesionada
una comunidad, ordenan el tiempo, dan estabilidad a la vida gracias a su
mismidad, a su repetición; engendran una alianza, una totalidad, una comunidad.
La constante es que, los ritos y, por tanto, la ritualidad, revisten acciones
simbólicas que tienen sentido al interno de una comunidad. En efecto, todas
las culturas tienen rituales que les identican. Torres (2006) sostiene que los
integrantes de cada cultura construyen el sentido de la vida por medio de
imágenes y símbolos que rodean las múltiples actividades sociales que cobran
vida según las necesidades de cada pueblo. Surgen entonces los rituales como
“prácticas sociales simbólicas que tienen por objeto recrear a la comunidad,
reuniéndola en la celebración de un acontecimiento. El rito revive la cohesión
del grupo y, por lo tanto, también contribuye a la construcción de su identidad”
(Álvares, 2005, p. 226).
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La carga simbólica y el elemento cohesionador comunitario que revisten los
ritos, han hecho que, el acontecimiento de la muerte se convierta en uno de los
fenómenos más ritualizados en todos los tiempos y culturas, manifestado en la
ejecución de ceremonias mortuorias. En estas ceremonias, sostiene Durkheim
(1992), los ritos funerarios contribuyen a mantener los lazos sociales, es decir,
restablecen el equilibro perdido que produce la muerte de un miembro del
grupo. De este modo se subraya la estabilización y el mantenimiento de la
cohesión social.
Pero no se trata solo del simbolismo y cohesión social. Hay autores, dice
Torres (2006) que, desde una visión funcionalista sobre el rito, destacan su
papel catártico, lo que promueve a su vez la integración social. Se trata de una
“ecacia simbólica” al decir de Lévi-Strauss (1977). Visto desde esta perspectiva
catártica, el ritual es algo que “cura” a través de la sugestión y la inducción.
Pero, también, otros autores han señalado que, además de la vocación simbólica,
cohesionadora, estabilizadora y catártica del ritual, existe también un espacio
para lo inédito, lo conictivo y lo paradojal en el rito (Clavandier, 2009).
Por ello, a juicio de Allué (1998, p. 69), la antropología social y cultural entiende
hoy la muerte como un proceso que sufre un individuo (proceso biológico) y
una sociedad (proceso social) que lo pierde. Esa sociedad construye, según
su sistema de valores y creencias, una interpretación cultural del fenómeno,
reejándolo en la actividad ritual. Es por este motivo que todas las sociedades
organizan ceremonias para conmemorar, celebrar o despedir personas y
situaciones. La vida y la muerte, así como todo lo que concierne al cuerpo, son,
por tanto, en la universalidad de las sociedades humanas, objetos de ceremonia.
El sentido cristiano de la muerte
La teología católica comprende al ser humano como una totalidad unicada, un
ser compuesto al menos de dos coprincipios
2
: alma y cuerpo, un ser corporal y
espiritual. En términos metafísicos, el alma constituye la essentia de la persona,
la medida de su ser. De hecho, el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC, n. 363)
establece que,
el término alma designa en la Sagrada Escritura la vida humana
(cf. Mt 16,25-26; Jn 15,13) o toda la persona humana (cf. Hch 2,41).
Pero designa también lo que hay de más íntimo en el hombre
2 Los relatos veterotestamentarios hablan únicamente de alma-cuerpo. En el pensamiento
losóco, Platón introdujo la idea del dualismo que, más tarde, fue retomado por San Agustín
de Hipona; por su parte, Aristóteles inauguró la tradición que ve en la persona a un ser
hilemórco, compuesto, en armonía. Esta tradición hilemórca, más tarde será retomada por
Santo Tomás de Aquino. Tanto San Agustín, como Santo Tomás, son referentes de dos grandes
tradiciones en la Teología Católica.
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(cf. Mt 26,38; Jn 12,27) y de más valor en él (cf. Mt 10,28; 2M 6,30),
aquello por lo que es particularmente imagen de Dios: «alma»
signica el principio espiritual en el hombre”. Y, respecto al cuerpo,
dice que “es cuerpo humano precisamente porque está animado por
el alma espiritual, y es toda la persona humana la que está destinada
a ser, en el Cuerpo de Cristo, el templo del Espíritu (cf. 1 Co 6,19-20;
15,44-45).
Más tarde, la tradición paulina (1Ts 5, 26), introduce la comprensión del ser
humano como un ser dotado de tres dimensiones: alma, espíritu y cuerpo
3
. La
Iglesia enseña (CIC, 367) que esta distinción no introduce una dualidad en el
alma. “Espíritu” signica que el hombre está ordenado desde su creación a su
n sobrenatural, y que su alma es capaz de ser sobre elevada gratuitamente a la
comunión con Dios.
En el acto creador, Dios hace del ser humano un ser viviente (nefesh), creado
“a imagen y semejanza Suya” (Gn 1, 27; 2, 7)
4
, formado a partir del polvo,
Dios le insua su aliento y le da vida, de modo que, si Dios le retira su aliento,
el hombre retorna al polvo (Sal 104, 29). Y, por haber sido hecho a imagen de
Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino
alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en
comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su
Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar
en su lugar (CIC, n. 357).
Resulta claro que, desde la perspectiva de la teología católica, el ser humano
es creado por Dios, a imagen y semejanza suya, como un ser dotado de alma y
cuerpo y que, el alma, vivica al cuerpo. Esta aseveración nos permite, desde
ya, denir lo que para la tradición judeocristiana es la muerte. Clásicamente, se
dene la muerte como “separación del alma del cuerpo” (Burgos, 2005; Lucas-
Lucas, 2010) a razón de lo que el salmista dice: si les quitas el aliento, expiran
y vuelven al polvo (Sal 104, 29).
La Iglesia nunca ha considerado la muerte como algo bueno en sí mismo. De
hecho, de los textos de la Escritura se deriva que la muerte no es otra cosa que
“la paga” por el pecado (Rm 6,23) derivada de la desobediencia: el pecado
original. Tomás de Aquino, ha armado que la muerte es “la más grande de las
3 Esta distinción aparece sólo una vez en el Nuevo Testamento.
4 Estos conceptos son ampliamente desarrollados por Sayés, J.A. (2002) Teología de la Creación.
Palabra; desde la perspectiva moral, este tema es desarrollado por Colom, E.&Rodríguez-
Luño, A. (2008) Scelti in Cristo per essere santi. EDUSC. Desde la antropología losóca, el
tema es desarrollado en las siguientes obras (entre otras): Burgos, J.M. (2005) Antropología:
una guía para la existencia. Palabra; Lucas-Lucas, R. (2010) Horizonte vertical. Sentido y
signicado de la persona humana. BAC.
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desgracias humanas” como también el colmo de todos los males, pues en ella
“la vida es robada
5
”. La muerte, dice Lavatori (2007)
6
determina la pobreza
total, la separación forzada de las personas amadas, signo de extrema soledad.
En este sentido, la teología católica la ha comprendido como consecuencia del
pecado: por el pecado, entró la muerte en el mundo. Por tanto, la muerte es
contraria al designio original de Dios, quien había destino al hombre para la
inmortalidad (Sab 1,13-15; 2, 23-25).
Entonces, ¿Cuál es el sentido cristiano de la muerte?
Comprender la muerte, para el cristiano, sólo es posible a través de la comprensión
del misterio del pecado del ser humano y la gratuidad de la redención de Cristo,
llevada a cabo por Su pasión, muerte y resurrección. La historia misma del
hombre, su situación en el mundo sólo es correctamente comprendida y denida
a través del misterio del Verbo Encarnado (Wojtyla, 2005, p. 206): “En realidad,
el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado…
Cristo, que es el nuevo Adán, revelando el misterio del Padre y de su amor,
maniesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre su altísima
vocación”
7
. Jesús es el hombre igual al hombre, excepto en el pecado: Él no
podía identicarse con el pecado, pero toma sobre todas las consecuencias
del pecado, entre las cuales la más grave es la muerte. Sólo de este modo, el
Inocente sin culpa alguna, sometiéndose a la muerte, causada por el pecado, la
desintegra desde dentro, porque Él no estaba destinado ni sometido a la muerte
(Lavatori, 2007, p. 191). Cristo transforma desde dentro la muerte en vida.
De este modo, el paso necesario para la vida es la muerte. Y en Cristo esto
se realiza por medio de la Cruz. En la Cruz, dice Ratzinger (2011) “se había
vericado lo que en vano se había intentado con los sacricios de animales:
el mundo había obtenido la expiación. El «Cordero de Dios» había cargado
sobre sí el pecado del mundo y lo había quitado de allí. La relación de Dios
con el mundo, perturbada por la culpa de los hombres, había sido renovada.
La reconciliación se había cumplido” (p. 268). Esta victoria alcanza la plena
manifestación y total gloricación con la resurrección. De este modo, Cristo,
vence la muerte con Su muerte y da la vida con Su resurrección.
La resurrección es el fundamento de la fe cristiana (1 Cor 15, 14). Ratzinger
(2007, p.251) agrega: Confesar la resurrección de Jesucristo es para los
cristianos decir con seguridad que lo que sólo parecía un bonito sueño es una
auténtica realidad, que el amor es más fuerte que la muerte (Cant 8,6). Jesús
5 Tomás de Aquino, Compendio Theologiae 227, 475; cf. De Veritate q. 26, a.6, ad.8
6 Su obra originalmente ha sido escrita en italiano. Las referencias en este trabajo son traducción
personal de la obra original en italiano.
7 Es la aseveración que hace el Concilio Vaticano II, en la Gaudium et Spe, n. 22
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vive la ofrenda de la cruz como acto de amor al Padre y a los hombres, de modo
que la muerte, aceptada gratuitamente, ya no tiene más poder sobre el hombre y
Jesús demuestra que el amor une lo que la muerte separaba.
Tras la derrota de la muerte obrada por Cristo, la muerte del cristiano se convierte
en “muerte en el Señor”, que es el único remedio y superación del miedo y
la angustia. La muerte no es más fuente de desánimo o de miedo vinculada
al castigo o a la pena, sino que se transforma en un motivo de esperanza y
cumplimiento. Así pues, si la muerte de Cristo ha sido el lugar y el signo de
la revelación de su amor y de su delidad hacia el Padre y hacia las creaturas
humanas, para el creyente la muerte no presenta solamente aspectos negativos,
sino que se transforma en un momento o una acción de sumisión y ofrenda en
unión con Cristo; es más, la muerte ofrece al creyente la oportunidad única de
unirse con su Señor. Como dice el Catecismo (n.1011): En la muerte, Dios llama
al hombre hacia sí. Por eso, el cristiano puede experimentar hacia la muerte un
deseo semejante al de san Pablo: “Deseo partir y estar con Cristo” (Flp 1, 23);
y puede transformar su propia muerte en un acto de obediencia y de amor hacia
el Padre, a ejemplo de Cristo (cf. Lc 23, 46).
A la luz del misterio pascual de Cristo, la muerte es aniquilada y sale
verdaderamente transgurada, asumiendo un valor totalmente nuevo, inesperado
e inaudito: se convierte en camino e instrumento para la vida, dice Lavatori
(2007, p. 193). Y el Catecismo (n. 1013) concluye diciendo:
La muerte es el n de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo
de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida
terrena según el designio divino y para decidir su último destino.
Cuando ha tenido n “el único curso de nuestra vida terrena” (LG 48),
ya no volveremos a otras vidas terrenas. «Está establecido que los
hombres mueran una sola vez» (Hb 9, 27). No hay «reencarnación»
después de la muerte.
La ritualidad católica ante la muerte
La Iglesia Católica, partiendo de una comprensión del dolor y de la muerte desde
la perspectiva cristiana, es decir, desde la óptica de la redención
8
, ha establecido
a lo largo de su bimilenaria Tradición, una serie de rituales que acompañan tanto
el momento de la enfermedad como la muerte.
8 Véase, por ejemplo, la Carta Apostólica Salvici Doloris del Sumo Pontíce Juan Pablo II
(1984) donde expone ampliamente la visión católica sobre el sentido cristiano del sufrimiento,
el dolor y la muerte.
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El Ritual de la Unción y de la Pastoral de enfermos (2002) establece los
siguientes ritos en relación con los enfermos
9
:
a. Visita y comunión de los enfermos.
b. Unción del enfermo.
c. El Viático.
d. La entrega de los moribundos a Dios.
Y, respecto a los difuntos, el Ritual de Exequias (2013) establece tres formas
10
de celebrar las exequias con los siguientes ritos:
a. Estación en casa del difunto (vigilia por el difunto).
b. Procesión hacia la Iglesia.
c. Estación en la Iglesia (Misa de cuerpo presente).
d. Procesión hacia el cementerio.
e. Estación en el cementerio.
f. Bendición de la tumba.
El sentido de estas celebraciones está establecido en los Praenotanda de los
libros litúrgicos de cada Ritual. Respecto a los ritos establecidos para acompañar
a los enfermos, centraremos nuestra atención en el Sacramento de la Unción de
los Enfermos, que es el último de los Sacramentos que se administra a los eles
católicos. El Ritual de la Unción y de la Pastoral de enfermos (2002), cuando
introduce el sentido de la Unción de los enfermos, dice:
Este sacramento otorga al enfermo la gracia del Espíritu Santo, con
lo cual el hombre entero es ayudado en su salud, confortado por la
conanza en Dios y robustecido contra las tentaciones del enemigo
y la angustia de la muerte, de tal modo que pueda no sólo soportar
sus males con fortaleza, sino también luchar contra ellos e, incluso,
conseguir la salud si conviene para su salvación espiritual, asimismo,
le concede, si es necesario, el perdón de los pecados y la plenitud de la
penitencia cristiana. (Praenotanda, n. 5)
Y, respecto al ritual que se debe cumplir, establece lo siguiente:
9 Excluimos en esta lista aquellos ritos extraordinarios que se hacen en peligro de muerte. Por
ejemplo, el sacramento de la conrmación en peligro de muerte o el matrimonio.
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La primera forma prevé tres «estaciones»: en la casa del difunto, en la iglesia y en el
cementerio; la segunda forma considera sólo dos «estaciones»: en la capilla del cementerio y
junto al sepulcro; la tercera forma tiene una sola «estación»: en la casa del difunto.
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La celebración del sacramento consiste primordialmente en lo
siguiente: previa la imposición de manos por los presbíteros de la
Iglesia, se proclama la oración de la fe y se unge a los enfermos con el
óleo santicado por la bendición de Dios, ungiendo al enfermo en la
frente y en las manos. (Praenotanda, nn. 4 y 23)
Una vez administrada la Unción, se le conere el Viático (la Sagrada Comunión),
que es la garantía de protección para el el en el tránsito de esta vida. De este
modo, el el, robustecido con el viático del Cuerpo y Sangre de Cristo, se ve
protegido por la garantía de la resurrección, según palabras del Señor: “El que
come mi carne y bebe ni sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último
día”. (Jn 6, 54; Praenotanda, n. 26). Finalmente, si el el cristiano se encuentra
en paso de muerte, se hace el rito de recomendación del alma que tiene por
nalidad que el moribundo, si todavía tiene conocimiento, imitando a Cristo
dolorido y moribundo que, al morir, destruyó nuestra muerte, supere con su
poder la innata ansiedad de la muerte y la acepte con la esperanza de la vida
celestial y de la resurrección. Y, para los familiares y amigos presentes, estas
plegarias constituyen una fuente de consuelo al descubrir el sentido pascual de
la muerte cristiana.
Una vez fallece el enfermo, tiene lugar el Ritual de las Exequias. La nalidad
de los ritos exequiales está establecida en el Ritual con las siguientes palabras:
La Iglesia, en las exequias de sus hijos, celebra el misterio pascual,
para que quienes por el bautismo fueron incorporados a Cristo, muerto
y resucitado, pasen también con él a la vida eterna, primero en el
alma, que tendrá que puricarse para entrar en el cielo con los santos y
elegidos, después en el cuerpo, que deberá aguardar la bienaventurada
esperanza del advenimiento de Cristo y la resurrección de los muertos.
Por tanto, la Iglesia ofrece por los difuntos el sacricio eucarístico de
la Pascua de Cristo, y reza y celebra sufragios por ellos, de modo que,
comunicándose entre sí todos los miembros de Cristo, estos impetran
para los difuntos el auxilio espiritual y, para los demás, el consuelo de
la esperanza. (Ritual de Exequias, Praenotanda n.1)
Los ritos exequiales revisten tres posibles formas de celebración, como ya
hemos anotado. Aquí describimos la Primera Forma que prevé tres «estaciones»
y dos procesiones: las estaciones en la casa del difunto, en la iglesia y en el
cementerio; y las procesiones de la casa hacia la Iglesia y de la Iglesia hacia
el cementerio.
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La estación o vigilia en casa del difunto se realiza durante las horas en que se
permanece velando el cuerpo del difunto, en presencia de toda la comunidad
que acompaña. Consta de momentos de oración, canto, escucha de la Palabra
de Dios, meditación y salmos. Tiene como nalidad alimentar y expresar la fe
en la victoria de Cristo sobre la muerte, avivar la esperanza en la resurrección,
consolar y reconfortar el ánimo y unir en la caridad mutua de los presentes y
con los que ya partieron.
El segundo momento que prevé el rito es la procesión hacia la Iglesia, durante
la cual, el pueblo ora por el difunto, o se entona algún canto popular apropiado.
Llegados a la Iglesia, donde se tendrá la segunda estación o también conocida
como Misa de Cuerpo Presente, se tienen rituales pertinentes: hay un rito
de acogida donde se recibe el cuerpo y a la comunidad que le acompaña, se
rocía el féretro con agua bendita; entre cantos se lleva el féretro hasta el lugar
frente al altar donde se coloca el cuerpo en la posición “que le fue común en
la asamblea litúrgica, es decir, los ministros ordenados mirando al pueblo, los
laicos mirando hacia el altar” (Cæremoniale Episcoporum, n. 823); sobre el
féretro se puede colocar el libro de los Evangelios o la Biblia, se enciende
el cirio pascual junto al féretro y se celebra la Santa Misa propia por los
difuntos. Al concluir la Santa Misa, se procede a la segunda procesión: hacia
el cementerio.
Llegada la procesión al cementerio, se tiene la tercera estación: el cuerpo se
coloca, a ser posible, cerca de la tumba, y se procede al rito del último adiós. Se
recitan salmos y oraciones; si el sepulcro no está bendecido, se rocía con agua
bendita y se inciensa. El sacerdote procede al rito de la última recomendación
y despedida, haciendo una oración y rociando el féretro con agua bendita e
incensándolo con el turíbulo. Después, entre oraciones, se coloca el cuerpo en
el sepulcro y se concluye con el rito de bendición sobre los presentes.
La muerte en el contexto de la pandemia
La pandemia de la COVID-19 (sigla inglesa de Coronavirus Disease) fue
declarada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) el 11 de marzo
de 2020. Ese mismo día fueron anunciadas algunas medidas a tomar por el
Gobierno Salvadoreño. El 18 de marzo, el presidente de la República, informó
a la nación, a través de una cadena nacional de radio, televisión e internet, que
se había conrmado el primer caso de COVID-19 en El Salvador: se trataba
de un salvadoreño que pasó de Guatemala al país por un “punto ciego” en el
municipio de Metapán, Santa Ana. Tres días más tarde, el 21 de marzo, entraba
en vigor la cuarentena estricta.
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Rivas, Reynaldo Antonio. La ritualidad católica ante la muerte en el contexto de la pandemia por Covid-19.
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A partir del primer contagio detectado, inició una intensa actividad por parte de
las autoridades para identicar nexos de contagio y nuevos contagiados. Unos
eran trasladados a los Centros de Contención para la cuarentena obligatoria y,
los enfermos, eran llevados a los centros asistenciales. En ambos casos, tanto los
nexos como los contagiados fueron aislados completamente de sus familiares
y comunidad. Más tarde, cuando el número de contagiados fue más elevado, el
Ministerio de Salud publicó los Lineamientos técnicos para la atención integral
de personas con COVID-19, a nivel domiciliar (2020), donde establecía las
Medidas generales para el paciente en aislamiento. Estas eran (entre otras):
- No salir de la habitación en ninguna circunstancia, con excepción
del uso del baño o una condición de urgencia (deterioro de la salud
o compromiso de la vida).
- La persona enferma, no debe recibir visitas durante el periodo de
aislamiento, excepto para eventuales controles de salud.
- La presencia de otras personas en el domicilio debe limitarse a lo
estrictamente necesario, no recibir visita.
El 31 de marzo, el presidente anunció en su red social Twitter, la primera
muerte por COVID-19; se trataba de una mujer mayor de 60 años, que llegó
al país procedente de Estados Unidos. Ese mismo día se publicaron los
Lineamientos, técnicos para el manejo y disposición nal de cadáveres de
casos COVID-19 en los que se establecía que se debía “evitar realizar velación”.
La segunda edición de estos Lineamientos que salió el mismo día 31, fue más
especíca y establecía que “A n de minimizar los riesgos a la salud pública,
se prohíben las siguientes actividades: 1. Rituales fúnebres. 2. Velaciones. 3.
Actos religiosos 4. Abrir el ataúd”. Además, “Todos los cadáveres deberán ser
trasladados desde la morgue hospitalaria hasta el cementerio designado por los
familiares”. La tercera edición del 8 de junio de 2020 mantiene las mismas
prohibiciones y normas al respecto. Fue la cuarta edición de los Lineamientos,
emitida el 13 de enero de 2022, la que estableció que “Posterior al adecuado
manejo del cadáver, este ya no representa un riesgo para la transmisión de
la enfermedad, por lo que, para garantizar los derechos de familiares de
personas fallecidas, están permitidas las siguientes actividades: Ritos funerales,
Velaciones, Inhumación o cremación”. Ya con estos lineamientos, se permitían
algunas actividades, pero no de modo libre, sino bajo algunas condiciones para
que se dieran los Ritos funerales y velaciones: El féretro debería estar sellado, la
cantidad de las personas asistentes debía ser acorde al espacio donde se tuviera
la velación, garantizando el distanciamiento y en todo caso se priorizará el
núcleo familiar y allegados más cercanos, etc.
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Finalmente, la quinta edición de los Lineamientos técnicos para el manejo
y disposición nal de cadáveres de casos COVID-19 publicados el 23 de
septiembre del 2022, establecía que “Posterior al adecuado manejo del cadáver,
este ya no representa un riesgo para la transmisión de la enfermedad, por lo
que el manejo de fallecidos por COVID-19 deberá ser realizado de manera
convencional, garantizando los derechos de los familiares de personas fallecidas
y que estos puedan realizar sin restricción alguna”.
Desde el registro de la primera muerte el 31 de marzo de 2020 y la publicación
de los Lineamientos técnicos para el manejo y disposición nal de cadáveres
de casos COVID-19 que prohibían todo rito fúnebre, hasta el 13 de enero de
2022, en que la cuarta edición de tales Lineamientos permitía, bajo condiciones,
los ritos funerales y velaciones, fallecieron más de cuatro mil personas. La
última actualización del sitio ocial del gobierno salvadoreño donde reeja las
estadísticas respecto a los casos COVID, tiene fecha del 18 de octubre de 2022
y reere un total de fallecidos de 4,230 personas.
Los entierros bajo protocolo COVID fueron realizados en todo el país con la
máxima celeridad posible: el traslado por carretera era una auténtica caravana
entre patrulla policial, ambulancia, carro funerario y familiares que pretendían
seguirles el paso. Directamente, desde la morgue del hospital hasta el cementerio
donde sería la inhumación. Estrictamente, podían acompañar algunas personas
del círculo familiar, con las debidas medidas tanto de protección como de
distanciamiento respecto al féretro que contenía el cadáver, mismo que les era
entregado sellado con la única certeza que un documento decía que, en ese
ataúd, estaba su familiar.
Todas las medidas adoptadas en la práctica de los entierros bajo protocolo
COVID debían ser cumplidas con estricta observancia. En entrevista
con el director general de Funerales y Capillas “Ismael Guzmán”, relata
cuanto sigue:
Los miembros de la funeraria que retiraban los cuerpos de la morgue
del hospital se vestían con el traje de protección nivel 3. Se hacía
la para retirar los cuerpos, en orden de llegada de cada funeraria.
Vestidos con el traje especial, ingresaban a la morgue, donde
tomaban el cuerpo que estaba embolsado, con su nombre y viñeta
en su bolsa. Y eso era lo que muchas veces dicultaba, pues la gente
tenía el miedo que no era su familiar. Se tomaba la bolsa con el
respectivo nombre, se colocaba en la caja, se rociaba el cuerpo con
hipoclorito de sodio, se sellaba con pegamento, se rociaba la caja
con hipoclorito, se embalaba completamente con plástico y se volvía
a rociar con hipoclorito de sodio.
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Después se colocaba en el carro funerario y salían. Se corría a lo
máximo porque se creía que el cuerpo contaminaba. Se llegaba
al cementerio y de una vez a la tumba. No había espacio para que
la familia se despidiera. Al cementerio sólo ingresaban dos o tres
personas familiares, debidamente vestidos con trajes de protección
nivel 2. La gente no tenía acceso a despedirse; todo era rápido. (I. G.
Comunicación personal, 28 de octubre de 2022)
La ritualidad católica en los casos de enfermedad y muerte por COVID
El 19 de marzo de 2020, la Conferencia Episcopal de El Salvador, reunida
en Asamblea Extraordinaria con motivo de la pandemia del coronavirus, dio
a conocer las medidas de carácter pastoral que se aplicarían en la provincia
eclesiástica del El Salvador.
La Instrucción de la CEDES por COVID-19 en el primer inciso dice:
[…] Atendiendo la recomendación de “permanecer en casa”, según
las autoridades internacionales de la salud: OMS, OPS; y las
autoridades sanitarias de nuestro país. Movidos por nuestra
responsabilidad de pastores y por el bien de todos los salvadoreños,
nos vemos en la grave necesidad de tomar las siguientes medidas:
1. Todas las celebraciones religiosas y actividades pastorales con
presencia de eles quedan suspendidas, incluidas las de Semana
Santa.
2. Las celebraciones religiosas serán en privado y se transmitirán
todos los días, a través de los medios de comunicación social (radio,
televisión y redes sociales).
3. Estas disposiciones son temporales, entran en vigencia a partir de
hoy, hasta nuevo aviso.
Estas directrices emanadas por la CEDES comenzaron a aplicarse en las distintas
parroquias de cada diócesis del territorio nacional. Los Obispos responsables
de su territorio diocesano, dieron orientaciones más especícas para aplicarse
en cada territorio: Templo cerrado a los eles, Misas sin asistencia de eles,
transmitidas únicamente por redes sociales y medios de comunicación,
suspensión de reuniones, prohibición de visita a enfermos y prohibición de
celebrar misas de exequias.
En un mensaje del 21 de marzo de 2020, el arzobispo de San Salvador
manifestaba:
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Como pastores debemos hacer todo lo posible porque nuestros eles
permanezcan en casa, no podemos exponerles; esa es la razón por la
que los obispos hemos suspendido todas las actividades religiosas
y pastorales con presencia de eles, por favor no desobedezcan la
indicación, es esta, hoy, nuestra responsabilidad pastoral, evitar toda
reunión de eles, por eso los templos deben permanecer cerrados,
durante esta emergencia. Tampoco se puede visitar los hogares,
ni siquiera visitar a los enfermos, porque ponemos en peligro a
las personas al visitarles, podemos ser transmisores del virus. Les
pido que seamos sumamente responsables, protegiendo la vida de
nuestros hermanos. (Escobar Alas, J.L. Mensaje del arzobispo de
San Salvador ante emergencia por Covid-19. 21 de marzo, 2020).
Bajo este criterio, los sacerdotes no podían visitar a los enfermos, en general, de
ninguna patología; mucho menos a los enfermos afectados por el COVID-19.
Durante esta investigación, se entrevistó a algunos sacerdotes para conocer las
distintas experiencias. Bien pronto se alcanzó el punto de saturación, pues las
respuestas coincidían en decir que no habían visitado enfermos en los primeros
meses, ya que estaba prohibido bajo el criterio pastoral de evitar la propagación
del virus. Sin embargo, algunos sacerdotes sí lo hicieron, y al preguntarles
¿Cuál fue su experiencia atendiendo estos casos? Su respuesta fue:
Muy positiva. Me acercó al epicentro de la pandemia y me enseñó
lo poco humana que es nuestra pastoral. Como era algo prohibido,
tuvo consecuencias mediáticas: llamadas de atención en público y
calicar la experiencia como un acto de desobediencia y rebeldía.
(Pbro. A., V.J. Comunicación personal, 20 de octubre de 2022)
Otro sacerdote entrevistado, ante la misma pregunta, respondió:
“Daba temor humano. Pero visité un par de personas” (Pbro. C., J.V.
Comunicación personal, 28 de octubre de 2022)
Otro más, agregó: Se aconsejó que los sacerdotes nos abstuviéramos
de administrar los sacramentos de la Unción y Confesión a personas
infectadas por el coronavirus y qué solo se encomendara en oraciones.
Sin embargo, acompañarles fue una experiencia peligrosa, pero
muy noble en cuanto que mucha gente falleció y se pudo atender
espiritualmente sin contaminarme. (Pbro. E., R.C. Comunicación
personal, 29 de octubre de 2022)
Por otra parte, hubo sacerdotes que, ante la imposibilidad de dar acompañamiento
físico y al no poder administrar el sacramento de la unción a los enfermos por
COVID, recurrieron al uso de los medios de comunicación para acompañar
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con la oración tanto al enfermo como a su familia. Uno de los sacerdotes
entrevistados relata que,
[…] Cada sacerdote procedió como pudo y según las circunstancias
hizo lo que estaba a su alcance. Directamente, no se pudo realizar
los ritos. Me reero: no pudimos escucharles en confesión, no
pudimos administrarles la unción de los enfermos y mucho menos,
hacer los ritos exequiales. Sin embargo, desde mi situación y
desde la necesidad que fui descubriendo, una manera de hacerme
presente a las personas fue lo siguiente: primero, les pedí tener agua
bendita en sus casas; segundo, vía teléfono, yo generaba la llamada,
ponían en alta voz el teléfono y orábamos junto con la familia para
poder acompañarles en esas situaciones. Porque debo decir que,
algunos no tenemos certeza de que hayan muerto por COVID,
pero era en las circunstancias de (la pandemia). Por lo tanto, no
podíamos acercarnos. De esa manera pude estar cerca en cierto
sentido, en cuanto que podía escucharles, ellos podían escuchar mi
voz, pudimos orar juntos en un acto real y personalizado. Así, las
familias y la persona enferma se sentían confortados. Luego, les
pedí el nombre de los familiares que habían fallecido y ofrecí en
las misas diarias que yo celebrara el novenario por ellos. (Pbro. M.,
S.R. Comunicación personal, 28 de octubre de 2022)
Más tarde, después de 5 meses de pandemia, se comenzó con la reapertura de los
templos, el 30 de agosto de 202011. Esta reapertura sería gradual en tres fases
con ciertas condiciones respecto a la atención a los enfermos. En el Protocolo
de acciones sanitarias (2020) publicado por la CEDES se establece que, en
cuanto a la Unción de los enfermos, debe hacerse el rito breve; para evitar el
contacto físico, en la administración de los óleos puede utilizarse algodón o
hisopo. Además, establecía que, “los sacerdotes de avanzada edad o enfermos
no deberían administrar este sacramento a personas que están infectadas por
COVID-19. Si la persona a la que se le administrará este sacramento es paciente
o sospechoso de COVID-19, el sacerdote deberá estar con todo el equipo de
protección personal para evitar el contagio y mantener todas las indicaciones
dadas por las autoridades sanitarias correspondientes”. El equipo que debían
usar los sacerdotes que visitaran personas pacientes o sospechosas de COVID
incluía: mascarilla KN95, guantes, lentes, protección para el calzado, traje de
bioseguridad y careta.
Acompañar a los eles católicos, con los sacramentos y demás ritos en el
momento de la enfermedad y la muerte en los casos de sospecha por COVID-19
11 Para esta reapertura, la CEDES publicó un Comunicado de reapertura de los templos, y un
Protocolo de acciones sanitarias con las medidas a seguir durante la reapertura.
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Reynaldo Antonio Rivas
se volvió una tarea difícil. Tanto para los enfermos como para los familiares,
la presencia o ausencia del sacerdote junto con la administración de los
sacramentos signicó mucho. En efecto, para esta investigación, se consultó
a algunos eles católicos que perdieron a sus familiares por el coronavirus.
Y ante la pregunta ¿Qué signicó para ustedes la presencia o, si no pudieron
tener el acompañamiento, ¿qué signicó la ausencia del sacerdote? Algunas
respuestas fueron:
Más que presencia, sentimos compañía. Poder contar con un sacerdote,
en ese preciso momento, fue un privilegio y un regalo de Dios. Me llené
de consuelo y me invadió un sentimiento mezclado entre esperanza y
resignación: no sabía si mi papá iba a superar la enfermedad o no,
pero, estuve segura de que sentir la gracia y misericordia de Dios a
través del perdón de sus pecados, le daría paz a su corazón, lo llenaría
de fortaleza para soportar su enfermedad y para enfrentar el miedo
natural a la muerte. (Valladares, B. Comunicación personal, 31 de
octubre de 2022)
Signico mucho, ya que pensamos que no iban a permitir hacerle
nada, para nosotros los católicos es muy importante que se cumplan
los ritos. (Flores Gutiérrez, K.A. Comunicación personal, 31 de
octubre de 2022)
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Gracias a Dios un sacerdote pudo darle la unción de los enfermos y
eso dio cierto consuelo a la familia. Él estaba en gracia de Dios. Para
nosotros fue de mucha fortaleza que el sacerdote le acompañara y que
se orara por él. Los sacramentos nos acompañan desde el nacimiento
hasta la muerte y son para nosotros fuente de fortaleza y de conanza
de alcanzar la vida eterna. (Alvarado, E.A. Comunicación personal,
01 de noviembre de 2022)
En los casos en que el sacerdote pudo acompañar, las respuestas coinciden
alcanzado el punto de saturación. Pero, hubo casos en que no fue posible contar
con el sacerdote. Así lo maniestan:
Mi papá murió de COVID en la casa. Él quería confesarse, pero
el padre nos dijo que no podía venir a visitarlo porque lo tenían
prohibido porque no podían exponerse y llevar el virus y contagiar a
otras personas. Realmente nos dolió mucho porque siento que mi papá
no pudo morir en paz. Por un tiempo nos sentimos molestos y quizá
con un poco de resentimiento porque mi papá no fue asistido por el
sacerdote. Pero ahora creo que entendemos que la situación estaba
difícil también para ellos. (Henríquez Martínez, M. Comunicación
personal, 31 de octubre de 2022)
Lamentablemente, no pudimos llamar al Sacerdote, ya que tuvo
complicaciones porque fue en lo mejor del brote de COVID-19, y
por protocolo del hospital no podía realizarse y además ella no quiso
exponer a nadie, ya que ella pertenecía al Sector de Salud y había
vivido de primera mano esta situación. Fue difícil, pues para nosotros,
hablar con el sacerdote y transmitirle nuestro pensar, alivia nuestras
cargas y uno puede descansar sin penar, mientras que en la enfermedad
nos ayuda a tener más fe, pues, en esos momentos de prueba, son los
que menos debemos desmayar nuestra fe por Dios nuestro Señor. Pero
fue difícil que el padre no pudiera estar. (Guillén, B. Comunicación
personal, 02 de noviembre de 2022)
Resulta evidente lo mucho que signica la ritualidad católica para los
eles creyentes. En los ritos, encuentran sentido a la dura experiencia de la
enfermedad y la muerte. Por ello, al no poder tener la celebración ritual, los
eles entrevistados maniestan que es más duro aceptar la pérdida de sus
seres queridos. Más aún, el hecho mismo de no poder hacer un funeral con
los ritos que acostumbra la Iglesia, y no ser acompañados por la comunidad
de amigos y conocidos, la muerte de sus seres queridos por Covid-19 se
volvió un gélido momento que, en muchos casos, todavía hoy les persigue
con mucho dolor e incertidumbre.
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Conclusiones
La fenomenología de lo ritual evidencia que los ritos son símbolos y signos
cohesionadores, estabilizadores, catárticos, constructores de identidad, espacio
para lo inédito, lo conictivo y lo paradojal. Frente a la enfermedad y la muerte,
permiten dar sentido y llenan de signicado lo humanamente indescriptible. Estas
funciones de los ritos fueron imposibles durante la pandemia. En consecuencia,
las personas que sufrieron la pérdida de sus seres queridos experimentan un no-
lugar, insatisfechos por lo que no se hizo, por lo que no fue.
Por su parte, los ritos religiosos son concebidos no como una mera repetición
de actos, gestos y palabras; no son una mímesis. Ellos envuelven un contenido
profundo que contienen lo que signican y dan sentido a lo indescifrable; en ellos
se hace anamnesis del misterio y se pregura aquello en lo que los cristianos
creen y esperan. El resquebrajamiento de esta ritualidad por las condiciones
circunstanciales de la pandemia implica también un resquebrajamiento de la
experiencia de la fe para muchos casos.
La pandemia ha supuesto una serie de retos y desafíos en la experiencia de fe
para muchos católicos. Los sacerdotes tuvieron que repensar su praxis pastoral
e inventar modos para dar acompañamiento a los eles de sus parroquias. Por
su parte, los eles laicos experimentaron la falta de la ritualidad echándola de
menos. Hasta la fecha, la Iglesia institucional no ha establecido mecanismos
de acompañamiento para las familias que perdieron a sus seres queridos en
el contexto de la pandemia. Algunas acciones aisladas se han realizado. Por
ejemplo, al cumplirse un año de la pandemia o en el contexto de las Fiestas
parroquiales, se han realizado algunos homenajes. Pasado ese tiempo, las
familias afrontan sus pérdidas con sus tradicionales novenarios y aniversarios
respectivamente.
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