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REVISTA DE MUSEOLOGÍA KÓ OT , 2023 AÑO 13, n.º 14, ISSN 2078-0664, E-ISSN 2307-3942, ISNI 0000 0001 2113 0101
Cubero-Barrantes, Guillermo. Homogenizar el mundo.
Reexiones acerca del discurso occidental e identidad global en el siglo XIX. p. 9-35
Homogenizar el mundo.
Reexiones acerca del discurso occidental
e identidad global en el siglo XIX
Homogenizing the world.
Reections on western discourse and global identity
in the XIX century
Dr. Guillermo Cubero-Barrantes
Museólogo
guillermo.cubero.barrantes@una.cr
Universidad Nacional de Costa Rica
Fecha de recibido: 25 de noviembre 2020
Fecha de aceptación: 30 de marzo de 2021
DOI: https://doi.org/10.5377/koot.v1i14.15873
URI: http://hdl.handle.net/11298/1279
Resumen
El objetivo de este artículo es situar al lector en el contexto decimonónico de
las Grandes Exposiciones Universales. Primero, como antecedente histórico se
explican los orígenes racionalistas del museo en Europa y el primer museo en
la Guatemala del siglo XVIII. En segundo lugar, se hace referencia al contexto
de las grandes metrópolis occidentales de nales del siglo XIX donde tuvieron
lugar las exposiciones universales, especialmente Estados Unidos. En tercera
instancia, se analiza la situación Centroamericana, y la materialización política
y sociocultural del simbolismo neocolonizante propio de la época.
Palabras clave: Identidad cultural. Etnicidad. Nacionalismo y cultura.
Neocolonialismo. Desarrollo cultural América Central – Historia – siglo XIX.
Colonialismo América Central. Civilización Occidental Historia. Museos
de arte – Guatemala. Museos de arte – Europa. Actividades de los museos
Abstrac
The aim of this article is to place the reader in a nineteenth-century context of
the Great Universal Exhibitions. First, as a historical background, the autor
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Cubero-Barrantes, Guillermo. Homogenizar el mundo.
Reexiones acerca del discurso occidental e identidad global en el siglo XIX. p. 9-35
explain the rationalist origins of the museum in Europe and the rst museum
in Guatemala in the eighteenth century. Also studies the context of the great
western metropolises of the late nineteenth century where world exhibitions
took place, especially in the United States. In the third instance, the autor
analyzed the Central American situation, as well as the political and sociocultural
materialization of the neocolonizing symbolism typical of these time
Key words: Cultural identity. Ethnicity. Culture and nationalism.
Neocolonialism. Cultural development Central America History XIX
century. Colonialism Central America. Western Civilization History. Art
museums. Guatemala. Art museums – Europe. Museum activities
Introducción
En adelante se pretende analizar el siglo XIX como un periodo de transición, de
cambio a nivel cultural en lo que actualmente conocemos como el hemisferio
occidental. Dada la vasta cantidad de particularidades que se podrían analizar,
el autor se enfoca en tópicos generales que sirvieron como el telón de fondo
en los grandes procesos socioculturales, políticos, económicos y culturales
decimonónicos. Dicho análisis a su vez centra especial atención en la
particularidad hegemónica del discurso neocolonialista eurocéntrico, el cual,
encontró vectores de reproducción en las élites de las nacientes repúblicas de
aquel “otro” mundo recién independizado, Centroamérica. También se analiza,
como se verá en seguida, el legado que como institución deja el museo en el
establecimiento de idearios hegemónicos en Centroamérica, al mismo tiempo
en que se consolidó como precedente de la dinámica centralizadora del discurso
propia de las grandes exposiciones universales, desde las cuales se emanaron
gran cantidad de criterios determinantes en cuanto a nuevas formas de entender
el mundo, basadas estas en principios racionalistas cartesianas.
Puede asegurarse que el museo como institución es europeo de nacimiento,
pasó de ser un simple depósito de tesoros o trofeos de guerra en la Antigüedad
persa, egipcia o la greco-romana, a convertirse en los tesoros eclesiales en la
Edad Media europea, hasta ser lo que los estudiosos de la museología llaman
protomuseos, como lo fueron los gabinetes de curiosidades que proliferaron en
toda Europa desde el Renacimiento (Alonso, 1999, p. 24). La visión de mundo
prevaleciente entonces, limitada en todo caso por su propio tiempo, entorno a
estos primeros museos y sus exhibiciones la explica Mijail Bajtín (1980, p. 39):
“La falta de un punto de vista histórico y sistemático determina que la elección de los
materiales queda libre al azar. El autor comprende muy supercialmente el sentido
de los fenómenos que analiza, en realidad, se limita a reunirlos como curiosidades”.
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No fue hasta en los siglos XVII y XVIII en que el desarrollo y consolidación del
pensamiento clasicatorio racionalista, con su obsesión por ordenar y explicar
de manera mecanicista, compartimentada y jerarquizada los fenómenos de la
naturaleza, hiciera que el museo adquiriera su conguración moderna como
“templo de las ciencias y el arte.” (Alonso, 1999, p. 27-38).
Como apunta Bajtín La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento,
con la llegada de la Ilustración en el siglo XVII se propagó todo un nuevo
paradigma que preconizó la sustitución de una explicación del mundo
esencialmente religiosa de la Edad Media, por una forma de pensamiento que se
propone la explicación del mundo y sus fenómenos amparada en la razón. Este
proceso afectó profundamente la ideología de occidente, pues se produjo un
acentuamiento de los procedimientos de generalización, abstracción empírica
y tipicación (Bajtin, 1980). Nació así, un nuevo culto: la ciencia; un nuevo
sacerdote: el cientíco; y un nuevo templo: el museo.
Es preciso aclarar que en el contexto del colonialismo español en Centroamérica,
los territorios ocupados, fueron el escenario en el que se dieron lugar las
mismas disputas presentes en la metrópoli imperial europea, así, el declive del
pensamiento escolástico frente al ilustrado tuvo sus claras consecuencias en el
devenir histórico de las colonias, pues inuyó en los procesos de emancipación
e independencia; una independencia, sin embargo, con efectos desde el punto
de vista administrativo pero no ideológico, pues el retiro de las autoridades
coloniales solamente signicó la consolidación de las ideas eurocéntricas de
la Ilustración y del liberalismo, su expresión político-económica. En el plano
de las ideas, la Ilustración sustituyó el modelo escolástico, basado en la fe
católica como explicación de todos los fenómenos, y dirigió su interés hacia
el ser humano y las leyes naturales en medio de las cuales éste se encuentra
inmerso (Meléndez, 1970, pp. 14-19). El liberalismo se identicaba con los
ideales de progreso y libertad, y llamaba a la transformación de la sociedad
completa. En otras palabras, la concepción de la razón humana, que desplazó
la idea escolástica de Dios como fuente divina de conocimiento, tuvo como
heredero al pensamiento político liberal que, a su vez, inuenció decisivamente
el ideario intelectual antes y durante la Revolución Francesa en 1789. El
pensamiento ilustrado, subsumido por el liberalismo, constituyó el proceso
sociopolítico que desembocó en las revoluciones industriales durante los siglos
XVIII y XIX, y sus adeptos se fundamentaron en el liberalismo económico.
Todos estos procesos, acontecidos en las potencias europeas y en los Estados
Unidos, terminaron por consolidar los procesos de colonización-dominación
en América surgido desde el siglo XVI y, que tuvo como consecuencia la
imposición de roles para los países colonizados-dominados, tanto en plano
económico como en el cultural.
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Sin embargo, los ideales de la Ilustración tenían como fondo un componente
pragmático, por lo menos en las incursiones de la monarquía ilustrada en
Centroamérica, pues tenía como propósito el utilizar el conocimiento para
sacar provecho de los recursos disponibles en los dominios del reino, lo cual
se constituiría en la base fundamental del incipiente capitalismo, presente en
los intereses del Estado Absolutista de los Borbones (Taracena y Piel, 1995, p.
7). Los criollos ilustrados nunca fueron considerados para regir los destinos del
Estado, sino como un instrumento para el logro de los intereses peninsulares.
Por otro lado, esta revolución del intelecto que estaba destinada a liberar al
pueblo del yugo de su ignorancia y a conducirlo a su liberación a través del
progreso, no pretendió ser conducida hacia todos los estratos de la sociedad,
sino que fue un privilegio de las mentalidades cultas allegadas a los recintos
universitarios y letrados.
A nales del siglo XVIII, el Reino de Guatemala —hoy Centroamérica—, se
encontraba bajo el dominio de España, cuya sociedad presentaba un rezago
en su inserción a la modernidad, en relación a sus vecinos europeos, situación
que pretendía corregir el nuevo régimen ilustrado español (Paredes, 1990). En
Madrid, para la nueva mentalidad gobernante ilustrada, la presencia temprana
de algunos protomuseos llamados gabinetes, en Nápoles desde 1599, en
Inglaterra en 1655, en Leipzig desde 1727, por citar algunos, y la ausencia del
mismo a nales del siglo XVIII en España, hizo advertir dicho rezago, pues se
lanzaron a la tarea de crear sus propios museos (Alonso, 1999, pp. 17-27). En
los últimos tiempos de la Colonia en América, España, inmersa en el contexto
intelectual del Despotismo Ilustrado, se encargó de difundir dichos ideales
en sus dominios, lo cual coadyuvó al debate y desarrollo intelectuales en las
colonias. La aventura emprendida por la Corona Española de crear un museo en
Madrid, requirió de la búsqueda de “curiosidades” y “tesoros” en sus dominios
de ultramar, lo cual terminó cristalizándose en la creación de un Gabinete de
Historia Natural en Guatemala en 1796, a manos, principalmente, de criollos
ilustrados y principales protagonistas de los procesos de independencia que
tuvieron lugar en años subsiguientes.
Por otro lado, la doctrina político económica del liberalismo, heredada del
pensamiento ilustrado, llegó a inuir en casi todas las corrientes políticas del siglo
XIX en Centroamérica. Llama la atención, que fuera durante la administración
de los gobiernos liberales centroamericanos, cuando se crearan los museos
nacionales y tuviera lugar la participación de los países centroamericanos en las
grandes exposiciones internacionales de nales de siglo XIX. De tal manera, se
advierte una relación clara entre Ilustración, liberalismo y creación de museos
en el Istmo.
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Reexiones acerca del discurso occidental e identidad global en el siglo XIX. p. 9-35
Imagen 1.
Decreto que crea el Gabinete de
Historia Natural de Guatemala publicado en 1797.
Fuente: Archivo General de Indias.
Impreso en la Ocina de la Viuda de D. Sebastian de Arevalo, 1797.
John Carter Libray, disponible en: https://archive.org/stream/
noticiadelestabl00unkn#page/n3/mode/2up
El surgimiento del pensamiento ilustrado en el Reino de Guatemala no
aconteció de manera espontánea, su origen se encuentra en el desarrollo de las
ideas ilustradas a lo largo del siglo XVIII, el cual se vio precedido por una
etapa preilustrada, ubicada entre la declinación de la doctrina escolástica y
el pleno apogeo de la Ilustración (Meléndez, 1970, p. 20). Tampoco culminó
abruptamente, ya que logró perpetuarse a través del liberalismo, su expresión
política, hasta el siglo XX y no solo fue fructífera en Nueva Guatemala, sino
también en Comayagua, en León y en la alejada diputación de Cartago. La fase
“auténticamente ilustrada” (Meléndez, 1970, p. 22), que abarcó desde la primera
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mitad del siglo XVIII, hasta nales de este mismo siglo, fue la época en la que
se realizaron las Reales Expediciones Cientícas a los dominios españoles en
América, e inició con la primera expedición al Ecuador en 1735. En el Reino
de Guatemala se realizó una importante expedición a todos sus connes por
órdenes de Carlos V y la culminación de este proceso dio origen a la creación del
primer Gabinete de Historia Natural en Nueva Guatemala. Junto a este primer
museo, surgió la Sociedad de Amigos del País, esta institución intelectual,
con homólogas en otros puntos geográcos de los dominios españoles, en las
segunda mitad del siglo XVIII, son asociaciones de intelectuales ilustrados de
buena voluntad, dedicados tanto a la actividad cientíca como a la discusión
política, que, en el caso de Nueva Guatemala, se les encuentra vinculados
tanto con la creación del primer Gabinete de Historia Natural, y su curiosa y
breve historia de sucesivas aperturas y cierres, como con los movimientos de
emancipación de la Corona española.
Dicho museo funcionó hasta 1801, dos años después de que se ordenara por real
decreto el cese de la Sociedad Económica —reabierta por orden de Fernando
VII en 1810— (Luján Muñoz, 1971, p. 4). Tal vez, la manifestación corporativa
más relevante del proceso ilustrado en el Reino de Guatemala, lo constituya
la mencionada Sociedad de Amigos del País o Sociedad de Amantes de la
Patria. Los datos referidos a la misma son poco ables y las fechas inexactas
y se le asocia, directamente, con la actividad del movimiento ilustrado tanto de
criollos como de peninsulares, e intelectuales de la Universidad de San Carlos
de Guatemala (Meléndez, 1970, pp. 88-89). Esta sociedad funcionó, aunque
con grandes altibajos, sobre todo por las sospechas que generó para el gobierno
colonial en el contexto del preámbulo a la independencia. A la Sociedad se le
vinculó con la creación del museo y su cierre coincidió con el cierre del citado
museo del Reino de Guatemala, en 1801 (Luján Muñoz, 1971, p. 5), asimismo,
aunque sobrevivió a la independencia, fue nalmente suprimida por Justo
Runo Barrios, en 1881 (Meléndez, 1970, p. 190). Con el cierre denitivo de la
Sociedad, se sepultó una de las instituciones más emblemáticas de la Ilustración
en Guatemala, pero se inauguró el paso para la creación del primer museo
auténticamente guatemalteco en 1897. En esta fecha, José María Reyna Barrios
organizó la Exposición Centroamericana, que dio paso al surgimiento del Museo
de Historia Natural de la Facultad de Medicina de la Universidad de San Carlos.
Fue en medio de todo este complicado proceso de pugnas en relación al
primer museo en Guatemala y a la Sociedad de Amigos del País que tienen
lugar los procesos de Independencia en Centroamérica, cuyo protagonista
central fue el criollo ilustrado. Este sujeto criollo, empezó por autodenirse
como “americano”, luego como “americano culto” para, nalmente, decantarse
más especícamente como “unos pocos varones ilustrados” (Meléndez, 1970).
Esto pone en maniesto el carácter segregacionista del proceso emancipatorio
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de Independencia, pues desconoció el protagonismo de otros sujetos como
indígenas, mujeres, negros, criollos iletrados, entre muchos otros actores
sociales del complejo sistema cultural involucrado en los citados procesos. La
ilustración y el liberalismo, como formas eurocéntricas y dominantes, entre
tanto, no perdieron su prestigio intelectual, la fe en el progreso, a la manera
europea, se mantuvo incólume y se convirtió en la bandera de los liberales en
ascenso (Meléndez, 1970). Ahora bien, sobre la existencia del mítico primer
museo en el antiguo Reino de Guatemala, surgieron dudas:
“…igual decepción me esperaba con el Gabinete de Historia Natural y con la
Academia de Bellas Artes, instituciones que no han existido jamás sino en la
imaginación de los habitantes y en ciertos tratados de geografía. Texto de Morellet.
Memoria sobre la Sociedad Económica presentado el 28 de diciembre de 1865 […]
las artes aquí en Guatemala no tienen templo, ni sacerdotes, ni creyentes, todo lo
absorbió el dogma. Martí: carta a Manuel Mercado”. (Toledo Palomo, 1977, p. 99)
Cuadro 1
Cronología de la actividad museológica en Centroamérica. Siglos XVIII y XIX.
Año Acontecimiento
1735 Primera expedición al Ecuador.
1787 Primera Expedición a Nueva España.
1795 Expedición al Reino de Guatemala por órdenes de Carlos IV.
1796 Se crea el Gabinete de Historia Natural.
1799 Se cierra la Sociedad de Amigos del País.
1801 Se cierra el Gabinete de Historia Natural.
1810 Se reabre la Sociedad de Amigos del País.
1821 Independencia de Centroamérica.
1829 La Asamblea Legislativa del Estado de Guatemala ordena la reinstalación
de la Sociedad Económica de Amigos del País.
1831 Se crea el museo de la Sociedad Económica de Amigos del País.
1865 Se crea el museo de la Sociedad Económica de Amigos del país.
1881 Es suprimida por decreto gubernativo la Sociedad Económica y con ella el
museo.
1897 José María Reyna Barrios organiza la exposición centroamericana, y con
esta se reabre el museo como Museo de Historia Natural de la Facultad de
Medicina de la Universidad de San Carlos.
Elaboración a partir de: Meléndez, La Ilustración en el Antiguo Reino,
Arturo Taracena Arriola. “La expedición cientíca al Reino de Guatemala
(1795-1802)” (Tesis de Licenciatura en Historia, Guatemala, 1978).
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Reexiones acerca del discurso occidental e identidad global en el siglo XIX. p. 9-35
A pesar de que se nota todo un claro precedente de actividad museológica desde
la creación del primer museo, no es sino hasta nales del siglo XIX que se
puede hablar de la consolidación de la institución museo en Centroamérica. Fue,
entonces, cuando el criollo americano libre, revestido del aura legitimadora del
pensamiento ilustrado, se permitió articular toda una discursividad trasmitida
en las exhibiciones de sus museos. Toda esta habilidad discursiva tiene obvios
antecedentes en el desarrollo museístico europeo, que había alcanzado su
apogeo con la dirección de la gran burguesía y de los aristócratas “cultos” de
la Ilustración, quienes tenían el privilegio dela posesión de los conocimientos
y de la cultura. Estos “protomuseos”, comúnmente no estaban abiertos al
público, sino que habían sido concebidos para el deleite y formación intelectual
de un grupo selecto o una clase social dominante. Esta situación comenzó a
cambiar a partir de la Revolución Francesa, cuando se democratizó su acceso
y evolucionaron como centros de educación, recreación y difusión cultural al
servicio de la sociedad, tal y como se los concibe hoy (Alonso, 1999, p. 150).
En el caso de Centroamérica, llama la atención el hecho de que los museos
se formaron y consolidaron en momentos históricos bien denidos, con una
diferencia casi exacta de un siglo, acompañados en cada caso por grupos
subalternos en ascenso que disputaban el poder a la clase dominante: a) criollos
protonacionalistas ilustrados, contra peninsulares a nales del siglo XVIII en el
Reino de Guatemala del preámbulo de la Independencia; b) liberales positivistas
contra conservadores a nales del siglo XIX, en el contexto de la invención de
los Estados nacionales centroamericanos.
Así pues, hasta aquí es preciso aclarar que el último cuarto del siglo XIX fue
testigo del proceso de ascenso del modelo liberal. Este se constituyó en un
contexto ideológico en medio del cual la institución “museo nacional”, en
su versión tradicional, mostró su mayor auge debido a la identicación de
esta con los ideales liberales de orden y progreso. Estos grupos intelectuales
de tendencia anticlerical lograron sustituir el “aura sacramental” presente
en la doctrina católica, por el “dogma racionalista” con el que la ideología
liberal se propuso “liberar de la ignorancia al pueblo” (Solano Chavez,
2005, p. 34 ), a la vez que ejercieron el control simbólico sobre el extenso
escenario del sistema cultural.
En Centroamérica, como se ha señalado, la consolidación del modelo liberal
transcurrió por la creación de un complejo sistema de instituciones, entre las que
destacan los museos nacionales y, en el caso de Costa Rica, por la contratación
de cientícos europeos, muchos de los cuales destacaron como los pioneros de
su Museo Nacional.
Es esta época ilustrada, la época dorada de las llamadas
exposiciones universales, en las que el afán de las nuevas naciones capitalistas
se dividió entre la voracidad por las materias primas de todo el mundo y la
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búsqueda de nuevos mercados para una producción que ya había saturado los
mercados locales.
El siglo XIX de las grandes metrópolis occidentales
La característica fundamental de las tres últimas décadas del siglo XIX,
fueron sus vertiginosas transformaciones en los ámbitos de la vida cotidiana
y las nuevas formas de conocimiento, punto de maduración de muchos
cambios gestados y anunciados en el pasado, pero que llegaron a su total
consolidación hasta ese momento. Dos aspectos fundamentales en el contexto
sociohistórico europeo, que tuvieron marcada incidencia en las exposiciones
universales, fueron: la Segunda Revolución Industrial y la expansión del
Imperialismo centroeuropeo.
A pesar de la evolución experimentada por las exposiciones universales,
partiendo de las primeras a mediados del siglo XIX, hasta las últimas en los
albores del siglo XX, estas se presentaron cada vez más como un fenómeno
ambivalente, cuya agenda “cultural” escondía una segunda, pero mucho más
importante, agenda comercial, en la que la búsqueda de nuevos mercados
para la colocación de los productos industriales, así como de la materia
prima para fabricarlos, constituyó el interés primordial de los organizadores
de estos magnos eventos. Por esta razón, el propósito de este apartado
consiste en describir, de manera general, estos fenómenos, para contribuir a
un entendimiento claro del contexto sociohistórico del tema de estudio: las
exposiciones universales y su discurso.
La Segunda Revolución Industrial
La denominada Segunda Revolución Industrial, comúnmente situada entre 1880
y 1914, es uno de los rasgos económicos y culturales más signicativos en el
contexto de las grandes exposiciones del siglo XIX europeo. Este auge industrial,
se distingue de la primera revolución industrial –surgida durante la primera
mitad del siglo XVIII−, en que no sólo Gran Bretaña logró industrializarse en
profundidad, sino que el proceso abarcó a otros países de Europa Occidental
tanto como en Estados Unidos y Japón, lo que también inuyó en la cultura, el
empleo de mano de obra y el modo de vida en general.
En esta segunda fase de industrialización se desarrollaron nuevas formas
de producción de energía, como el gas y la electricidad. Debido a esto, se
produjeron cambios profundos en las esferas de la industria y la comunicación,
mientras que en el proceso de búsqueda de nuevos mercados y materias
primas, la cultura centroeuropea se interrelacionó con otras culturas a lo largo
y ancho del planeta. Para H. E. Friedlander y J. Oser (1953, p. 233), las nuevas
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invenciones caracterizaron este período, tales como el ferrocarril eléctrico, el
teléfono y el telégrafo. Las “industrias viejas” se vieron desplazadas por las
“nuevas industrias” como es el caso del carbón, que pierde competitividad
en relación con el gas y la electricidad. Por otro lado, las “nuevas industrias”
tendieron a descentralizarse, pues ya no estaban obligadas a ubicarse cerca de
las minas de carbón, ya que la electricidad permitió que el espacio geográco
y la industrialización no fueran necesariamente dependientes el uno de la
otra, lo cual facilitó la formación de monopolios que estaban a cargo de la
administración de los nuevos recursos combustibles (Friendlander, 1953, p.
235). Una tercera característica de esta Segunda Revolución Industrial, fue la
concentración industrial y empresarial, es decir, el aumento del tamaño de las
empresas y el control que los bancos ejercían sobre las mismas.
Por otro lado, para el antropólogo mexicano Robert D. Aguirre (2004, pp. x-xx),
la expansión imperialista típica del siglo XIX europeo, es ante todo un sistema
de relaciones basadas en intereses comerciales y económicos, sustentado
sobre una base de discursos de orden cultural que promovían una relación de
asimetría entre la cultura centroeuropea y el resto del mundo “no europeo”.
Esta perspectiva, que enlaza las dimensiones comerciales y económicas
con “los discursos de orden cultural”, permite entender la importancia de la
lógica imperialista y su relación con el desarrollo de las grandes exposiciones
universales del XIX.
Por otra parte, las potencias capitalistas europeas como Inglaterra, Países
Bajos y Francia necesitaban dar salida a su excedente de capital y lo hacen
invirtiéndolo en países de otros continentes estableciendo préstamos,
implantando ferrocarriles, muelles, puertos y caminos. Asimismo, estos países
necesitaban buscar materias primas para sus industrias ya que, empezaron a
escasear en Europa, como la plata, petróleo, caucho, oro, cobre, entre otros. De
esta manera, las potencias mundiales se vieron obligadas a buscar territorios
nuevos donde pudieran invertir el exceso de capitales acumulados.
Los procesos económicos generados por las formas de producción de esta
segunda etapa, promovieron nuevos tipos de relaciones comerciales, que como
ya se mencionó, se basaban en estrategias de extracción de materias primas
para sus industrias a cambio de la importación de los productos excedentes
de la manufactura. Para que estas relaciones comerciales adquirieran la forma
de aquello que se reconoce como división internacional del trabajo, fueron
necesarias tres condiciones: el crecimiento económico sostenido y prolongado,
generado por la producción de bienes y servicios; la ya mencionada dinamización
y crecimiento demográco en Europa y nalmente, “la formación y rápida
expansión de un fondo de conocimientos técnicos transmisibles” (Cardoso,
1974, p. 47), los cuales fueron vendidos a los países no industrializados a través
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de la exportación de capital, y la venta de equipo para el transporte, dominada
por Inglaterra.
Así, al no ser suciente los recursos naturales extraídos de las colonias
europeas en África y Asia, con los procesos de independencia de las excolonias
españolas, los europeos encontraron el camino abierto para entablar relaciones
diplomáticas y mercantiles con los Estados en surgimiento, fuera de las formas
tradicionales de dominación colonial, estimulando el proceso imperialista y
dirigiendo las dinámicas del mercado mundial. Esta organización legitimó las
asimetrías económicas y sociales entre los países noratlánticos y el sur global,
caracterizados en el siglo XIX por la preminencia de la producción agrícola y
un avance tecnológico muy lento, convirtiéndose en economías exportadoras de
materias primas, divididas en tres grupos: 1) países exportadores de productos
agrícolas de clima templado —Uruguay, Argentina—; 2) países exportadores de
productos agrícolas tropicales —Centroamérica, Colombia— y 3) exportadores
de productos minerales —México, Bolivia—. (Cardoso, 1974, p. 50.51)
Consecuencias culturales de la Segunda Revolución Industrial
Una de las transformaciones en el ámbito social más signicativas de nales
del siglo en cuestión, fue la revolución cultural expresada en el desarrollo
urbanístico y la expansión de la cultura burguesa. El crecimiento demográco
y la concentración de grandes masas de población dieron inicio al nacimiento
de macro-ciudades, “el símbolo externo más llamativo del mundo industrial,
después del ferrocarril”. (Hobsbawn, 2003. p. 219)
El paisaje rural y urbano se transformó radicalmente, planteándose la necesidad
por primera vez de construir rápidamente nuevas viviendas en gran escala y con
un precio reducido. La conformación de los nuevos conglomerados urbanos
se fue deniendo segregacionista, ya que se produjo una separación entre
los barrios burgueses, amplios y limpios, y los barrios obreros, miserables y
hacinados. Las ciudades a nales del siglo XIX fueron, por tanto, una expresión
el de la estructura social de este período.
El tercer cuarto del siglo XIX fue, para la burguesía, el período que propició el
cambio de costumbres y la aparición de nuevos valores que fueron modélicos
para el conjunto de la sociedad. Las tertulias de los cafés, la lectura del periódico,
los hábitos saludables de vida, el deporte, la privacidad de la vida familiar,
la sensibilidad especíca de la mujer, la diferenciación de la infancia, fueron
algunos de los nuevos valores que terminaron por imponerse. La gran burguesía
controló el poder e inuyó en las decisiones de planicación y reforma urbana
del momento. Durante esta etapa, París vivió el proyecto de transformación
y ampliación urbana al que posteriormente seguirán otras capitales europeas,
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cuyo modelo urbano se convirtió rápidamente en un ejemplo y se irradió hacia
diferentes partes del mundo, como el paradigma de la nueva forma en vida en
las ciudades modernas. Paris empezó a dar el tono para la moda y lo que se
suponía era el “buen gusto”.
Con el triunfo de la ciudad moderna y de la industria, se desarrolló una división,
cada vez más acentuada, entre los sectores urbanizados, alfabetizados y los que
aceptaban el contenido de la cultura hegemónica –la de la sociedad burguesa−
y los sectores pobres, incultos e incivilizados –la de la sociedad obrera−. Las
llamadas exposiciones universales fue el escenario idóneo para exhibir y
demostrar los logros de la civilización occidental.
La otra historia de Estados Unidos
El proceso de colonización de Estados Unidos inició con el arribo de inmigrantes
ingleses a la costa Atlántica norteamericana en 1607. En ese momento Inglaterra
ya era un país con una economía avanzada en relación con otros países europeos
y en pleno camino hacia la industrialización. El desarrollo de la agricultura del
tabaco, el algodón y el arroz, impulsada por el modelo esclavista pronto logró
implantarse de manera exitosa en el Nuevo Mundo. Los intereses comerciales
entre Inglaterra y los colonos norteamericanos entraron en conicto, lo cual dio
lugar a un ánimo de independencia, la cual tuvo lugar en 1776.
A partir de su independencia, la consigna de la nueva nación fue la de crecer a
costa de sus competidores, fue así que se avocó a la compra de los territorios
anexos que en ese entonces estaban en manos de Francia y Rusia de quienes
adquirió Alaska y La Luisiana respectivamente. Con la mirada puesta en
el oeste, decidió entrar en negociaciones con México para la compra de sus
amplios territorios, pero debido a su negativa entró en una guerra que ganó en
1848, anexándose la mitad de su territorio —Texas, Alta California y Nuevo
México—. En 1898 estalla la guerra hispano-cubano-norteamericana, con la
cual termina arrebatando a España sus últimas posesiones en ultramar: Cuba,
Puerto Rico, Filipinas y Guam, mientras declara como propias las Islas Hawaii.
Dada la diferencia de criterios políticos y modelos de desarrollo económico
—industrial abolicionista en el norte y agraria esclavista en el sur—, estalló
una guerra civil en 1861. Finalizada en 1865 con la rendición de los Estados
confederados del Sur, se consiguió unir a todos los Estados en una unión
indivisible, dando posibilidad a los del norte de imponer su modelo de desarrollo
basado en la industrialización (Zinn, 2011).
A pesar de los acontecimientos registrados por la historiografía americana
con respecto a su desarrollo como joven nación, poco o nada se escribe sobre
una guerra que se libraba de manera paralela y silenciosa, contra los nativos
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“americanos”. Según Ward Churchill (2001), autor nativo “americano” y
activista político, para 1890 los censos revelan una “catástrofe demográca”,
según la cual los grupos originarios en el contexto de la colonización de los
Estados Unidos, se vieron reducidos en un histórico 98% de su medida original.
La fecha y el dato asociado tienen una gran importancia como contexto de la
Feria Mundial de Chicago de 1893, en donde los organizadores se esforzaron por
presentar una “Norteamérica” desarrollada, exitosa y blanca. Ward no ahonda en
las causas de este drástico descenso demográco, sin embargo, utiliza de manera
insistente la noción de holocausto, para sugerir que alguna práctica de genocidio
tuvo lugar sin que la historia ocial haya mostrado interés de registrarla.
La relación de Estados Unidos con América Latina en general es conictiva, ya
que evidencia el choque de dos desarrollos culturales muy distintos: Estados
Unidos perfectamente situado en una modernidad basada en el desarrollo
industrial capitalista, mientras que las grandes urbes latinoamericanas como
México y Perú, por citar dos ejemplos, venían desarrollándose a partir de
antiquísimas tradiciones prehispánicas mezcladas con la herencia colonial
española. Es decir, mientras los Estados Unidos entraron de lleno a la modernidad
partiendo de una “tabula rasa” caracterizada por el exterminio de la herencia
local, el pragmatismo en las relaciones, el poderío militar y la importación de los
modelos más avanzados de la industrialización capitalista europea, la realidad
latinoamericana estaba inmersa en un arduo proceso de lentas transformaciones
y adaptaciones de antiguos cánones y visiones de mundo ancladas en el pasado,
tanto precolombino como español.
En relación con Centroamérica, la participación de Estados Unidos no será
indiferente. Sus intereses en el paso de un océano a otro y su deseo de inuencia
en la región, estará en adelante marcado por injerencias políticas en los Estados
independientes y su intromisión mediante enclaves bananeros, lo cual, de manera
similar al resto de la región latinoamericana, le permitirá un claro control de la
región a lo largo de todo el siglo XX.
Estas estrategias dirigidas al expansionismo norteamericano han tenido como
fundamento ideológico, entre otras ideas, el “Destino maniesto”. Esta doctrina
surgió a mediados del siglo XIX y sirvió como justicación de la guerra contra
México, en 1846-1848. Defendía la política expansionista estadounidense,
asimilándola con el deber moral que decían tener como país “avanzado” frente a
los pueblos “atrasados” del mundo, a los que debían ayudar encaminándolos en
la senda del progreso y civilización, necesariamente bajo su tutela y dirección.
El destino maniesto estadounidense se relacionó en primera instancia con la
“Doctrina Monroe”, la cual disfrazaba la intervención política y la expansión
territorial de los Estados Unidos en los países del continente americano, con el
propósito de defenderlos de tentativas de reconquista de las potencias europeas.
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Estados Unidos atravesó fases de emulación de los europeos, tuvo momentos
episódicos en los que parecía que la expansión geográca era económicamente
esencial y había dejado muy claro, en las distintas formulaciones de la
doctrina Monroe, que las Américas debían quedarse libres del control europeo,
y por tanto, de facto, dentro de su propia esfera de dominio. Este tipo
de pensamiento es evidente en los resultados obtenidos de la guerra hispano
estadounidense, por la cual los territorios de Guam, Filipinas y Puerto Rico
fueron arrebatados a España, y con lo cual Cuba obtuvo su independencia, bajo
el requisito de que una vez otorgada la misma por los españoles, sería ocupada
por los estadounidenses. La denición de estos acuerdos quedó plasmada en el
Tratado de París de 1898. Con esta guerra, el antiguo Imperio español perdió
denitivamente sus posesiones en el continente americano, y se aanzó el
poderío militar y la hegemonía del país norteamericano.
Ha de tenerse en cuenta la importancia que en el siglo XIX tuvieron las
Exposiciones Universales como mecanismos de transferencia tecnológica, algo
que el pragmatismo norteamericano supo aprovechar al máximo, atrayendo
todo el conocimiento desarrollado por Europa y en particular por Inglaterra
inmersa en plena revolución industrial –, país con el que no sólo compartía
una lógica anidad cultural, sino que además fue la que más tempranamente se
inició en estos eventos mundiales. Estados Unidos no se conformó únicamente
con la participación activa en las exposiciones europeas sino que realizó, sólo
en el siglo XIX, al menos 20 de estos eventos en ciudades tan importantes como
Chicago, Nueva York y San Francisco, en donde, siguiendo una dinámica similar
a sus homólogas europeas, exhibía sus propios adelantos en la industria textil, la
maquinaria agrícola y sus avances en la arquitectura, la medicina y demás ramas
del desarrollo tecnológico, mientras invitaba a los países del mundo a exhibir
lo mejor de sus adelantos para adaptarlos a sus necesidades. En los casos de los
países menos avanzados, como los centroamericanos, invitados a mostrar sus
recursos para favorecer un intercambio, que en el mejor de los casos se daría en
condiciones de clara ventaja para los del norte.
Contexto sociohistórico centroamericano. El capital extranjero: Inglaterra
y Estados Unidos
El impulso económico alcanzado por los europeos, sobre todo por los ingleses
desde el siglo XIX, se convirtió en el eje propulsor de las formas de dominación
a través de las cuales fueron organizadas las relaciones comerciales y políticas
a nivel mundial. La organización bancaria y la expansión del capitalismo
colocaron a Europa en una posición muy privilegiada, promovida en parte,
por la instalación de las vías de comunicación de hierro y vapor, conriéndole
claras ventajas en los ámbitos de la economía y la tecnología.
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Países como Inglaterra, Alemania, Francia y los Estados Unidos, establecieron
relaciones comerciales con jóvenes naciones con economías agrícolas, bajo
los principios de la división internacional del trabajo, en donde Centroamérica
se integró como una región productora de bienes agrícolas tropicales
principalmente de café y banano y proveedora de otros bienes de extracción
como la madera y los minerales.
La entrada efectiva de la región centroamericana al mercado mundial estuvo
marcada por cambios en las formas de dominación. El punto fuerte de sus
estrategias estuvo marcado por los principios ideológicos y la nueva forma de
división del mercado, caracterizadas por el dominio coercitivo y por la estricta
dependencia económica a los vaivenes de la demanda. A su vez, las relaciones
comerciales estuvieron enmarcadas en el contexto de la lucha entre hegemonías
imperialistas, principalmente por la incidencia de los capitales de Inglaterra y
de los Estados Unidos, país con una mayor presencia en el istmo a partir de
1880. Es en este tipo de relaciones, en donde se hace evidente la ejecución de
los principios de un imperialismo informal igualmente violento.
Si se hace referencia al caso especíco de Inglaterra, las formas de intervención
de esta potencia en el istmo estuvieron caracterizadas por su naturaleza
geopolítica, nanciera y comercial. En relación con el primer rubro, es
necesario mencionar la constante lucha por el dominio de la comunicación y el
comercio interoceánico, así como su presencia militar en el mar Caribe, el cual
fue evidente desde la época colonial. Como una manera de declarar su poderío
sobre la región, los ingleses tomaron posesión de Belice en 1825, que era
entonces una provincia guatemalteca, para nalmente declararla una colonia en
1859 a través de un tratado rmado con Guatemala; también tomaron posesión
de forma temporal, de las islas de Bahía y Roatán en Honduras, así como de
la costa caribeña de Nicaragua, en una medida estratégica por el dominio del
eventual paso interoceánico (Torres Rivas, 1981, pp. 44-46).
En el ámbito nanciero, Inglaterra fungió como el principal prestamista de los
Estados centroamericanos, además de inversionista en ferrocarriles y servicios.
Esta relación inició con un empréstito realizado a la Federación Centroamericana.
Una vez disuelta, cada uno de los cinco países que la conformaron cargó con
una parte de la deuda, lo que sirvió para mantener presión diplomática sobre los
gobiernos. Cancelado el préstamo, cada país centroamericano volvió a recurrir
al capital nanciero inglés para emprender los proyectos de construcción
de ferrocarriles. Por ejemplo, en 1885, El Salvador dio en concesión a una
compañía británica la construcción de un ferrocarril del centro del país a
Acajutla; Nicaragua en 1886, hizo un préstamo por 285.000 libras y Costa Rica
en 1870, realizó otro para la construcción del ferrocarril del Atlántico (Torres
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Rivas, 1981), proyecto que fue nalizado y puesto en marcha con capital del
empresario estadounidense Minor Keith.
Las relaciones comerciales de exportación obtuvieron en Inglaterra a su mejor
aliado, principalmente desde el fortalecimiento de las economías de monocultivo,
en donde el producto predilecto fue el café. En este campo, los ingleses no
se proyectaron necesariamente como inversionistas directos en el cultivo del
café, sin embargo, de cierta manera tenían el dominio de su producción, pues
casas comerciales en Liverpool y Londres extendían préstamos a los grandes
exportadores locales, manteniendo como garantía la venta de la cosecha futura
(Cardoso, C. y Pérez Brignoli, H, 1977, p. 236), sistema de uso habitual en
Costa Rica.
En cuanto al rol asumido por el mercado de importaciones, la deciente
infraestructura tecnológica de los países centroamericanos, sumada a las políticas
librecambistas ejecutadas por los gobiernos liberales, promovieron la entrada
masiva de productos extranjeros, principalmente textiles y bienes de capital,
como herramientas metálicas y maquinaria agrícola. La importación de este tipo
de productos trajo como consecuencia el debilitamiento del sector artesanal, así
como un freno al crecimiento de la industria de la región, “reforzando el énfasis
primario exportador de las economías centroamericanas” (Samper, 1993, p.
33). Contrario a lo que ocurría en el mercado de la exportación, los vínculos más
fuertes del istmo fueron establecidos con Estados Unidos durante el periodo
1870-1914, país del que provenían la mayor cantidad de bienes industriales y
con quienes se vieron fortalecidas las relaciones comerciales a partir de 1880
con la producción bananera.
Una más de las manifestaciones de las asimetrías de las economías liberales
imperialistas en Centroamérica, tomó forma a través de los enclaves bananeros.
Estos, creados a partir de capital exclusivamente norteamericano, ocuparon
territorios de la costa caribeña de los cuatro países del istmo, siendo Honduras
el principal productor. La importancia de este producto no radicaba únicamente
en su incidencia en los rubros de exportación, sino también en la capacidad
totalizadora y monopólica de las compañías estadounidenses, además, sus centros
de decisión operaban fuera de la región centroamericana y las plantaciones se
establecieron estratégicamente lejos de las capitales nacionales (Torres Rivas,
1981, p. 91); esto hace que varios especialistas mencionen los enclaves como
“Estados dentro del Estado”. Este tipo de producción, y principalmente, las
condiciones económicas y políticas de los inversionistas estadounidenses,
hicieron que los enclaves se proyectaran como verdaderas invasiones a las
dinámicas sociales y estatales de los países, pues tuvieron un amplio margen de
acción, que transitó desde los empréstitos, al monopolio de servicios.
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En el caso centroamericano, es necesario mencionar la intrínseca relación entre
la construcción de ferrocarriles y la entrada de la inversión estadounidense.
Los Estados del Istmo realizaron contratos de concesión con compañías o
empresarios en las que se cedían grandes extensiones de tierras que fueron
cultivadas con banano a cambio de la realización de proyectos ferroviarios,
principalmente hacia el Atlántico. La consecuencia inmediata fue el traslado
focalizado hacia esta zona de grandes cantidades de capital y tecnología, que
permanecían en estricto dominio de las compañías bananeras, es decir, el
desarrollo en infraestructura creado por estas empresas, de ninguna manera
procuró avance o bienestar para las economías nacionales, sino que monopolizó
su uso para benecio del negocio.
Un ejemplo de estas formas de relación, la constituye el empresario Minor
Keith y el gobierno de Costa Rica. La concesión otorgada por el gobierno
costarricense, constituye el prototipo de estas formas de negociación: a
través del tratado Soto-Keith, rmado en 1884, el Estado concedía a Keith la
nalización de la vía férrea, y a cambio se le otorgó el derecho de construir y
explotar líneas adicionales, además de 800.000 acres de tierras vírgenes libres
de impuestos, y la formación de una compañía que administrara el ferrocarril:
la Costa Rica Railway Company, registrada en 1886 (Quesada Monge, 2013,
p. 274-275).
Dr. Guillermo Cubero-Barrantes
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Por tanto, a nales del siglo XIX e inicios del XX, la incidencia del capital
estadounidense estuvo vinculado con la producción del banano, plasmado en
relaciones comerciales netamente extractivas y asimétricas —por ejemplo,
con las concesiones de tierras, se eximían los bienes producidos de impuestos,
quedando las ganancias para las compañías exportadoras—. Es válido armar
que los empresarios y el gobierno norteamericano se aprovecharon del retraso
económico y tecnológico de los países centroamericanos, para entablar acuerdos
desiguales, en donde los Estados cedían mucho más de lo que iban a recibir,
bajo la promesa del progreso, y por lo cual tuvieron que pagar con constantes
intromisiones a la política y la soberanía nacionales, conictos constantes una
vez entrado el siglo XX, cuando las formas de explotación a los recursos y la
mano de obra alcanzaron puntos cumbre.
Unionismo centroamericano y vía del tránsito
Uno de los proyectos anhelados por Honduras, El Salvador y de Guatemala desde
el siglo XIX fue disponer de un “canal seco”, como medio de comunicación y
transporte; retomando las ideas de Walker y la usurpación inglesa en San Juan
del Norte en 1840. Con esto, los Estados Unidos se convirtieron en los “aliados”
frente a los posibles enemigos del Istmo
como en el caso nicaragüense cuando, en
1870, se organizó una misión cientíca para identicar el sitio más conveniente
para la apertura de un canal interoceánico entre los istmos de Tehuantepec y
el Darién (Kinloch, 2002). Muchos años antes, Alexander Von Humbolt había
señalado nueve posibles rutas para tan anhelado canal interoceánico. De esta
forma, en San Juan del Norte la Interoceanic Canal Commision presentó la
propuesta y se fortaleció la conanza y empatía con la elite estadounidense,
reservándose el ejercicio de la jurisdicción civil sobre la faja canalera en
“tiempos de paz”, por lo que se precisó su territorio y da inicio a los problemas
fronterizos con Costa Rica por el río San Juan (Kinloch, 2002).
En suma, estos dos temas –el unionismo centroamericano y la ruta del tránsito–
están tan intrincados, que es difícil tratarlos por separado. En los catálogos
tanto de las metrópolis como los del Istmo, ambos tópicos aparecen de una
manera u otra, ya sea de forma velada o maniesta. La postura francesa por el
unionismo se deja entrever de manera bastante clara a favor, al punto de que
en el catálogo de 1900 de París, Guatemala se presenta como único país de la
región centroamericana y lo hace con el nombre de La Grande Republique de
Centroamérique (Lapauze, et al., 1900). A su vez, Francia aparece como el país
que toma en sus manos la construcción del canal de Panamá, proceso que quedará
en manos de Estados Unidos para su culminación y quien tendrá el control de este
paso a lo largo de todo el siglo XX. La posición de Estados Unidos no es clara,
ni existe suciente literatura que se reera al respecto, sin embargo, las fuentes
primarias consultadas, especialmente el catálogo de Chicago, reeren el enorme
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interés por el control del territorio de la actual Panamá, que en ese entonces
se le conocía como Veraguas. Asimismo, como preámbulo del comienzo de
la Primera Guerra Mundial, deben destacarse los movimientos geopolíticos
y geoeconómicos que los Estados Unidos emprendieron para hacerse con el
control del istmo, a nales del siglo XIX.
En el ámbito político, a principios de la década de 1880, el Istmo se vio envuelto
en una gran discusión para alcanzar la pretendida unión centroamericana; un
sueño que mantuvo sus raíces desde la creación de la Capitanía General de
Guatemala. La idea, fue restablecer a las Provincias Unidas de Centroamérica
o a la República Mayor de Centroamérica, con Guatemala a la cabeza y con el
apoyo del gobierno de Honduras y El Salvador. Este último, abandonó la idea
inuenciado por México y Estados Unidos, que temían una posible competencia
y superación guatemalteca; y Nicaragua se amparó en Estados Unidos,
estipulando una posición conjunta en relación al futuro canal interoceánico.
Costa Rica, por otra parte, lo rechazó de inmediato. Así: “Las aspiraciones de
autonomía de Quezaltenango, Tegucigalpa y Costa Rica se cruzaron con los
tradicionales celos de los ‘provincianos’ frente a Guatemala, mientras que los
salvadoreños no ocultaban un republicanismo franco y abierto”. (Pérez Brignoli,
1998, p. 79)
En materia territorial, quedaron niquitados los límites con la frontera mexicana.
Guatemala perdió gran cantidad del espacio por una precipitada acción del
mandatario Justo Runo Barrios, especialmente en la región del Petén, con
la esperanza de garantizar una posición neutral mexicana frente a la campaña
militar para reunicar a Centroamérica. Su idea era unicar la región bajo la
hegemonía guatemalteca, pero pronto advirtió que no se reconocería ninguna
negociación o tratado internacional para la unicación del Istmo. Por esto,
Nicaragua lanzó un maniesto y un alistamiento voluntario de tropas, ante lo que
Barrios declaró: “divididos y aislados no somos nada, unidos podremos serlo,
y lo seremos todo. Meses después cae Barrios, y también las relaciones entre
los países del Istmo” (Pérez Brignoli, 1998, p. 98). En Costa Rica, el presidente
Guardia, y dado el contexto, fortaleció al ejército y amplió el aparato militar
del Estado; el gobierno de Guardia debió defender la frontera con Nicaragua y
reprimir los conictos internos de oposición, que sólo entre 1870 y 1872 fueron
diez (Salazar Mora, 2002, p. 29).
A partir de la década de 1880, las potencias capitalistas incrementaron su interés
por la viabilidad de un canal interoceánico en el istmo. Precisamente, dicho
interés no solamente caracterizó a las políticas liberales emprendidas por Justo
Runo Barrios en Guatemala y José Santos Zelaya en Nicaragua, respecto a la
necesidad de unir políticamente a Centroamérica, sino también a la potencia
británica, cuando no necesariamente a los EE. UU.
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Por lo tanto, el contexto sobre el unionismo durante las tres últimas décadas
del siglo XIX se caracterizó por, al menos, tres situaciones: a) el ascenso de
gobiernos liberales que, a ante todo, buscaban la integración política del Istmo
con el n de asegurar una inserción económica más exitosa en la nueva división
internacional del trabajo; b) potencias europeas que, como Gran Bretaña,
fomentaban el unionismo de Centroamérica como condición política necesaria
en el desarrollo de un posible canal interoceánico; c) la creciente presencia de
los EE.UU, que como potencia en ascenso, aunque no buscaba en mismo la
unión de las repúblicas centroamericanas, mostró interés sobre el control de
la región y de hecho se encargó de la nalización de la construcción del canal
interoceánico en Panamá, a comienzos del siglo XX.
Desde el siglo XIX, la presencia militar de los Estados Unidos en Centroamérica
es importante, son bien conocidas las incursiones de William Walker en 1856-
1857 en Nicaragua y el catálogo de Guatemala de 1897 destaca la presencia
de sus fuerzas armadas en un momento en que Guatemala pugnaba por liderar
nuevamente un proceso unionista en Centroamérica, sin embargo, no se dispone
de fuentes documentales que ofrezcan información suciente sobre cuál fue
su postura política, en relación a los procesos unionistas centroamericanos, a
excepción de Hobsbawm quien señala la debilidad política de la región como un
elemento a favor de los intereses expansionistas norteamericanos (Hobsbawn,
2005, p. 67).
En cuanto a los países centroamericanos, las posiciones al respecto fueron
disímiles. Es bien conocida la resistencia de Costa Rica hacia el unionismo, a
pesar de la retórica algunas veces centroamericanistas; mientras que Guatemala
siempre acarició el sueño de volver a ser la capital de una gran república
centroamericana, con el principal interés de recuperar el control sobre el paso
entre los océanos, fuera cual fuera su posible ubicación: en Nicaragua, el estrecho
de Tehuantepec en Guatemala, en la frontera con Costa Rica o en Panamá. El
resto de los países centroamericanos, como El Salvador, Honduras o la misma
Nicaragua, mantuvieron posiciones ambiguas en relación al unionismo, en
algunos casos debido a intervenciones imperialistas de Inglaterra, que luchó
por tener presencia importante en el Caribe centroamericano. En resumen,
podríamos armar que el tema “la ruta del tránsito” por Centroamérica, fue
uno de los mayores puntos de interés de las grandes potencias imperialistas
en el siglo XIX, y todas procuraron su participación para lograr algún tipo de
control sobre esta ruta. Finalmente, se conoce que el mayor control lo logró
el imperialismo informal de los Estados Unidos, y su emergente hegemonía
mundial, lo cual explica la presencia coercitiva y muchas veces sangrienta en el
istmo centroamericano.
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Cultura hegemónica y cultura local. Un proceso de disputa
En el ámbito cultural, las élites dominantes en Centroamérica se caracterizaron
por la adopción del estilo de vida eurocéntrico y un etnocentrismo clasista. La
intelectualidad de la época promovió la creación de museos, teatros, escuelas,
bibliotecas y publicaciones orientadas hacia lo europeo, enlazándolas con la
estructura política, reforzando y abrazando la modernización, concluyendo
en reformas educativas y campañas de alfabetización popular, incluso con
literatura de tipo artesano-obrera. Con tres frentes importantes para la época,
como la creciente circulación de material con ideas radicales, el inujo
modernista del nicaragüense Rubén Darío y el agrupamiento de diversos
profesionales liberales, aumentó el volumen de las publicaciones y el enfoque
en cuanto a los conocimientos y las sensibilidades, además de los espectáculos
en lugares públicos.
A su vez, se promovió la creación de infraestructura y otras prácticas urbanas
arquitectónicas al estilo europeo; tal fue el caso de Costa Rica y Guatemala,
con los diseños de las iglesias, los edicios nacionales y el ensanche de las
calles con bulevares, todo de inspiración francesa. Esto denió una marcada
segregación social del espacio, siempre bajo los ideales del orden, el progreso
y la higiene. El diseño de bulevares y plazas con jardines públicos se exaltó
en diferentes exposiciones, sobre todo en “la Exposición Centroamericana” de
1897 tal como se había venido haciendo en Estados Unidos y Europa (Sanou,
2000). Así, se desarrolló un tipo de centralidad cosmopolita urbana, adaptando
a la sociedad a los patrones de lo occidental europeo: “La civilización exigió
convertir a campesinos y artesanos en ciudadanos saludables, higiénicos,
instruidos, patriotas, respetuosos de la ley y eles a la ideología liberal, traídos
por las ideas de distintos círculos intelectuales y la circulación de material
impreso, incluido el secular y profano”. (Molina Jiménez, 1995, p. 30)
El nacionalismo que se difundió a partir de 1885 exaltó la esfera cultural, lo
nacional europeizado, incluidas las artes, sobre todo la pintura y la literatura,
con personalidades como Tomás Povedano, Aquileo Echeverría y Manuel
González, en Costa Rica. Lo local fue invisibilizado, entre otras razones, por no
corresponder con la visión de modernidad propia del pensamiento eurocentrista,
que supo imponerse con variantes en los distintos países centroamericanos
estudiados, variantes que responden a la realidad sociohistórica particular y a los
conceptos de etnia y raza prevalecientes en cada país. La departamentalización
o regionalización al estilo cosmopolita, ocultó y profundizó la división de los
territorios delimitados por las diferencias étnicas de origen prehispánico y
desestructuró antiguos modos de vida locales, aumentando la ladinización de la
población indígena, quienes cambiaban su forma de vida tradicional, buscando
la integración a las dinámicas urbanas civilizatorias.
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Cubero-Barrantes, Guillermo. Homogenizar el mundo.
Reexiones acerca del discurso occidental e identidad global en el siglo XIX. p. 9-35
El problema del Indio. Estado-Nación y política indígena.
Retomando el argumento sobre el condicionamiento de los modelos eurocéntricos
acerca de la construcción de las identidades nacionales de las nacientes
repúblicas, debe enfatizarse que los Estados centroamericanos ejecutaron una
serie de políticas culturales tendientes a “solucionar” el supuesto “problema”
que implicaban la presencia de la población indígena para la consecución del
proyecto moderno y, en última instancia, la aceptación e inserción exitosa en
la división internacional de trabajo. Desde el inicio mismo de la conquista de
América en siglo XV, las poblaciones originarias fueron consideradas de diversas
formas, atendiendo las necesidades que el colono europeo encontraba en su
descubrimiento del “Nuevo Mundo”. Uno de los indicadores del problemático
contacto con estos grupos, fue la invención del calicativo de “indios”, lo cual
deja claro no sólo su “orientalización”, sino también la intención de describir
con un sintagma conocido, algo que se desconoce. Debido a los prejuicios
raciales, a este grupo se le asignaron roles relacionados con la mano de obra
barata, útil para el progreso de los grupos dominantes; a la violencia y a la
sangrienta; y más recientemente utilizados como “objetos de estudio” por parte
de estudiosos positivistas, entre otros tantos tratamientos inferiorizadores.
En el caso concreto de Centroamérica, el proyecto liberal concebido por las
élites a partir de 1870, encontró que el “progreso” económico sólo podía llevarse
a cabo dentro de la “civilidad”. Por supuesto, la civilización fue entendida como
un epíteto propio de las sociedades “avanzadas” eurocéntricas, por cuanto sus
habitantes se caracterizaban por las “virtudes innatas de la blanquitud”. Por tanto,
desde esta lógica, ¿cómo podían progresar las sociedades centroamericanas, si en
este territorio abundaban los indios, ladinos y mestizos? ¿Cómo era concebible
una “genuina nacionalidad” que calzara con el rígido modelo hegemónico
europeo a seguir? El indio —sujeto casi desprovisto de voz y voto durante el
destino que desde entonces le deparó la colonización— fue asumido por las
oligarquías ístmicas como un “obstáculo” (Guatemala 1897) para el “progreso
nacional”, por una parte, o bien, fue manipulado como “elemento decorativo”
de una identidad nacional caracterizada por las relaciones asimétricas basadas
en la racialización y la hegemonía de una minoría eurocéntrica, que se
autodenominaba blanca.
En el caso salvadoreño, durante las tres últimas décadas del siglo XIX, los
indígenas, pese a su condición de etnias subalternas, jugaron algún papel en
la consolidación del proyecto socioeconómico liberal. A su vez, las élites de
entonces, adversarias de las fuerzas conservadoras, entendieron que los indios
bien podían colaborar activamente en el ámbito militar tanto que se ha señalado
la participación de estos sectores populares como no enteramente subordinada a
las agendas de la élite liberal. Es sabido, además, que durante el derrocamiento
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de Rafael Zaldívar, con la conspiración del presidente guatemalteco Justo Runo
Barrios, muchas de las milicias que participaron en las batallas provenían de
localidades indígenas (Lauria Santiago, 1995, p. 245). Puede notarse, por lo
tanto, una “utilidad” de los indígenas en determinadas coyunturas en que se
hace necesario su apoyo.
De todos modos, con el impulso de las reformas liberales, muchos pueblos
indígenas se vieron obligados o fueron forzadas a abandonar sus estructuras
sociales comunales. Así pues, en consonancia con los impulsos privatizadores,
los ejidales y tierras comunales fueron dedicadas a la aceleración de la
producción cafetalera. En un contexto en el que aún perduraban relaciones
de producción netamente coloniales, como el colonato, los mandamientos o
el peonaje deudor, para la oligarquía, todos los terrenos debían aprovecharse
con el n de impulsar con éxito el modelo agroexportador. Este fue el caso de
la localidad de Cojutepeque, en donde los cambios de la estructura agraria no
solamente ocasionaron desajustes económicos para los indígenas; también, en
no pocos casos, el inicio de un proceso de ladinización.
En este contexto, para el indígena la realidad se presenta como una encrucijada
ante la cual no puede mantenerse “neutral”: o se resiste a las coerciones
extraeconómicas por parte de la institucionalidad del Estado y las oligarquías
liberales, o niega sus orígenes para simular civilidad al convertirse en ladino
o intentar ser como estos. Al igual que sus pares en El Salvador, los indígenas
y ladinos en Guatemala jugaron una participación relevante como milicianos
que, a nales del siglo XIX, facilitaron el ascenso al poder al General Justo
Runo Barrios. No obstante, cuando este y los siguientes gobiernos liberales
tomaron el control del Estado, el verdadero interés por los indios salió a ote.
Pronto se crearon instancias departamentales como el Quiché, en donde más
allá de “promover hasta el poder regional y sus clientelas de partidarios locales
que lo apoyaron en su conquista del poder central” (Piel, 1995, p. 187), se
reveló la voluntad centralista de scalizar a la localidad para encaminarla a la
participación del modelo agroexportador y, en otra instancia, para conseguir
erradicar los últimos indicios de soberanías y resistencias indígenas con el n
de “integrarlos” al conjunto nacional.
Conclusiones
Claro está, la forma con que la élite liberal “integró” a los indios de esta y
otras comunidades hacia el ansiado progreso, fue opuesta al reconocimiento
de las etnias aborígenes como ciudadanos nacionales. Así pues, fue común que
en donde coexistieron ladinos e indígenas, estos últimos fueron excluidos de
los cargos municipales a causa la monopolización ejercida por los primeros.
Asimismo, frente a los privilegios de los ladinos, solamente los indígenas
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pagaban impuestos signicativos, prestaban trabajos forzosos y gratuitos, se
sometieron a la aparcería y, en n, se despojaron de sus tierras comunales en
el contexto privatizador (Taracena, 1995, p. 189). El papel del ladino fue el de
intermediario y subalterno entre el poder central y los departamentos apartados
de la “metrópoli”.
Ahora bien, las élites centroamericanas, especialmente, la guatemalteca,
tampoco podría obviar la presencia numerosa del indígena. Por esta razón,
y sin contradecir el doctrinario positivista y la naciente antropología social,
desarrollaron un discurso de tintes integracionistas o “civilizadores” que
“reconocía” la valentía del indio que murió defendiendo su territorio durante la
conquista, pero no al indígena “sumiso” contemporáneo. De este modo, a nales
del siglo XIX y, sobre todo, ya entrado el siglo XX, los Estados nacionales
desarrollaron políticas orientadas a la ladinización —en el caso guatemalteco
y salvadoreño—, la hibridez o el mestizaje —en el caso nicaragüense— y la
casi total negación de la presencia indígena como sujeto digno de ser incluido
en la ciudadanía nacional —como es el caso costarricense, en donde el mito
de la blanquitud cobró especial importancia—. Respecto a las políticas de
ladinización e hibridez y en la formación de naciones mestizas, vale decir
que se desarrollaron, porque fueron asumidas como la salida posible, dentro
del eurocentrismo liberal, pero las oligarquías y élites intelectuales nunca
pretendieron que se reconociera la etnicidad del indígena como ciudadano
nacional. Paradójicamente, para que el indio fuese “integrado” a la nación, este
debía dejar de ser tal o, eufemísticamente, ser “modernizado”.
El período de nales del siglo XIX en Centroamérica, tuvo lugar en el contexto
de auge del positivismo como ideología ocial asumida por los gobiernos
liberales. Las políticas culturales emprendidas por la intelectualidad y los
Estados, tendió a abordar el “problema del indio” desde la perspectiva racista de
Herbert Spencer y Gustave Le Bon. Precisamente, el pensador liberal Antonio
Batres Jáuregui, entre cuyas más sobresaliente obras de encuentra, Los indios,
su historia y su civilización ˗1893˗, fue un impulsor del abordaje positivista de
la situación indígena en el contexto de la invención de la identidad nacional.
Asimismo, como parte del modelo de dominación y conquista mantenido desde
el siglo XVI, el control cognitivo se constituye en la piedra angular para “la
educación de para las masas ignorantes” por parte de la población “blanca”
ubicada siempre en los estratos más altos de la escala social. Estas clases
dominantes a su vez, tenían acceso a una “educación” o “formación” en las
metrópolis europeas o americanas, con lo cual quedaba asegurado el control
económico y político por parte de las metrópolis dominantes.
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Muchos eventos de importancia se encuentran en el contexto aquí presentado,
pero pocos tan importantes como la estrategia persuasora en función de las
necesidades elitistas surgidas en Europa por la crisis económica de 1873,
las consecuencias de la segunda revolución industrial y la expansión del
imperialismo. A través de las exposiciones universales, y del discurso emanado
de estas, se creó una estrategia comercial y económica bajo la forma retórica
de espectáculo cultural, que promovía las relaciones asimétricas entre Europa
y el “resto del mundo”, que buscaban satisfacer su necesidad de materias
primas, a la vez que buscaba nuevos mercados para colocar los excedentes de
la industrialización.
Crisis económica, revolución industrial y expansionismo, eran un monstruo de
tres caras, que llevó a Europa a romper las barreras geográcas para ocupar
enormes regiones del mundo que antes estaban fuera de su dominio. Esto le
permitió encontrar mercados para colocar su producción industrial, y en algunos
casos, dar salida a su excedente de capital, prestando dinero en condiciones
de gran ventaja para los países prestamistas, llevando “progreso” al mundo no
civilizado mediante la construcción de ferrocarriles, muelles puertos y caminos.
La conquista de nuevos territorios fue también una manera de aliviar la gran
explosión demográca europea, mientras que permitió conseguir mano de obra
barata. Finalmente, este sistema de relaciones buscaba conocer e inventariar los
recursos naturales a nivel mundial para satisfacer la voraz necesidad de materias
primas para el proceso industrial.
El siglo decimonónico presenció el declive el pensamiento escolástico,
sustituido por la Ilustración, tanto en Europa como en el Reino de Guatemala;
así como el liberalismo económico como doctrina político-económica heredera
del pensamiento ilustrado. El racionalismo cartesiano, la ciencia instrumental,
el positivismo y el “orden y progreso”, como perspectivas ideológicas de los
gobiernos liberales que lideraron los procesos políticos en la Centroamérica del
siglo XIX.
Junto a estos ideales, los países centroamericanos vieron nacer a su
institucionalidad nacional en gobiernos liberales de nales del siglo XIX,
enmarcadas ideológicamente en la conformación de los nuevos imaginarios
en las nacientes repúblicas: racismo, elitismo, ladinización, explotación, temas
recurrentes, junto a los sujetos sociales involucrados en todos estos procesos:
el criollo ilustrado frente al peninsular español, el indio, el mestizo, el negro, el
ladino y el dominio de “la raza blanca”.
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