54
REVISTA DE MUSEOLOGÍA KÓ OT , 2022 AÑO 12, n.º 13, ISSN 2078-0664, ISSNE 2378-0664, ISNI 0000 0001 2113 0101
Funez, Rubén. Descartes y la fundamentación del conocimiento cientíco p. 45-65
cosas con las que hacemos la vida.
10
Claro, evidentemente, esto plantea una
gran dicultad porque, si me enfrentó con las cosas, con la realidad, como un
ser que ha estado habituado a enfrentarse con las cosas a partir de los sentidos,
es verosímil que, por ejemplo, en todo aquello que vea, que toque, que escuche,
es decir, todo lo que sea producto de mi relación con los sentidos, exista la
posibilidad de que se presenten como indudables, mientras que muchas de las
cosas que pensamos, que se nos antojan abstractas, que no son tan accesibles
a nuestros sentidos y que, por lo tanto, implique que las pensemos, que las
meditemos, que reexionemos detenidamente, esas cosas se presentan más
dudosas.
11
Entonces —arma Descartes—, aquello que voy a comenzar a
rechazar es lo que ofrece la menor duda, voy a resolver —recalca— ngir que
todas las cosas que habían entrado en mi espíritu no eran más verdaderas que
las ilusiones de mis sueños, Descartes está indicando que es tan dudoso, por
ejemplo, creer que hay alguien que está escuchando como haber soñado con que
había alguien que estaba escuchando; no hay una distinción clara entre el sueño
y la vigilia. Lo que hace tan indudable los datos que proceden de la vigilia es el
haberlos visto; pero es exactamente lo mismo lo que hace indudable el dato del
sueño, estriba en haberlo sentido. Desde esta perspectiva no podemos decidir con
claridad si estamos despiertos dormidos. Está claro que en este nivel Descartes
no ha encontrado todavía ningún criterio para decidir cómo estar seguro de la
certeza de una proposición. Por esa razón, va a dudar absolutamente de todo.
“Pero si nos ponemos a pensar despacio sobre estas cosas y no nos preguntamos
tanto por el contenido de estas dudas, en si son verdaderas o falsas, sino en
que dudamos y ponemos como criterio esta duda global —dice Descartes—, va
como perlándose algo que es indudable, y no solo indudable, sino que resulta
evidentísimo: que alguien tiene que estar dudando es inconmovible”. Puedo
dudar de las cosas externas, de los pensamientos, absolutamente de todo, pero
hay algo de lo que se está dudando; y esto a Descartes le pareció evidente.
Entonces dice: “Esto que me parece indudable, es justamente lo que voy a erigir
como el primer ladrillo en mi edicio losóco; porque es indudable, podré
dudar de las Matemáticas, podré dudar de la Física, del Derecho, de la Medicina,
de la Lógica, del Álgebra pero no puedo dudar de que estoy dudando”. Eso es
clarísimo, eso es indiscutible, ni el más brillante de los escépticos es capaz de
desmentir esta verdad básica de que hay algo que duda.
10 Una gran duda es fácil rechazarla, y generalmente no nos causa mayores problemas; los
problemas son suscitados por las pequeñas dudas, porque no sabemos a qué atenernos; son
esas que muchas veces nos permiten decir “Hay que dar el benecio de la duda”; esas son
archi-mega peligrosas en el proceso de acceder a la verdad.
11 Es posible hacer el siguiente experimento: hay que preguntar a los estudiantes cuáles notas
pertenecen a los objetos y cuáles no. Y resulta que por el olor, el color, el sabor, etc., es in-
dudable que pertenecen a dichos objetos. Difícilmente se puede poner en duda el dato de los
sentidos, en cambio, resulta menos evidente lo que pensamos acerca de ellos.