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REVISTA DE MUSEOLOGÍA KÓ OT , 2022 AÑO 12, n.º 13, ISSN 2078-0664, ISSNE 2378-0664, ISNI 0000 0001 2113 0101
Molina-Tamacas, Carmen. Mi viaje como una salviyorker p. 81-86
Progresé y me quedé atascada varias veces. Sufrí con las traducciones. Escribí
varias páginas y borré muchas más. Me frustré. Pensé que mi sueño era inútil.
Me preguntaba quién compraría y disfrutaría de un libro como este. Luego,
a principios de 2019, conocí a un empresario salvadoreño que escribió y
autopublicó seis libros, y también estaba produciendo películas. Quiero enfatizar
que él se considera un hombre analfabeto. Sin embargo, decidió escribir sobre
su viaje desde el campo, en el nordeste de El Salvador, hasta su vida como
inmigrante en Long Island, Nueva York. Ahora es un exitoso propietario de
negocios, autor y productor de cine. Me miré en el espejo y me di cuenta de que
la única que impedía que mi propio sueño se hiciera realidad era yo.
Firmé el contrato con K ediciones en el verano de 2019 y comencé a trabajar
con mi editor, el escritor cubano-dominicano José Fernández Pequeño. Seis
meses de un intercambio sin precedentes de ideas, correcciones y ediciones
ocurrieron. Mientras tanto, iba y venía de Brooklyn a Manhattan a mi trabajo de
tiempo completo en la ocina de weather.com. Una de las cosas que más echo
de menos son sus consejos llenos de correcciones e información.
SalviYorkers fue mi embarazo más largo, mi tercer hijo. Me tomé ocho años para
completarlo, y los últimos tres meses fueron agotadores. Mientras estábamos
trabajando en la portada del libro, la señora Jerónima Campos, cuya fotografía fue
elegida para ilustrarla representando a los salvadoreños en Nueva York, murió a la
edad de 100 años. Junto con Fernández Pequeño, estábamos haciendo malabares
con el antiguo título (Salvadoreños por nacimiento, neoyorquinos por adopción)
y tuvimos la idea de simplicarlo usando el hashtag que ya había acuñado para
Instagram. Salviyorkers es un acrónimo —ahora un término común para el salvis,
aquí, en Nueva York—, y especialmente para las nuevas generaciones, cuyos
padres los trajeron a los Estados Unidos siendo bebés y no les contaron sobre sus
razones o las luchas por la migración, sus antepasados o su cultura en general.
Algunos de esos padres estaban tan traumatizados por la crueldad de la guerra, el
éxodo y la paranoia de vivir en las sombras; sintieron una urgencia por asimilarse
a los Estados Unidos que llegó a impedir que sus hijos hablaran español. Los
hijos de inmigrantes salvadoreños, en Nueva York, Nueva Jersey, Virginia, Texas
o California, ahora están interesados en aprender su historia. Y estoy orgullosa de
decir que han encontrado algo de eso en mi libro.
También quiero destacar que detrás de este proceso siempre había mujeres fuertes
que me apoyaron: la escritora y académica Tania Pleitez Vela, ayudándome
en la estructura de los capítulos, y Amparo Marroquín Parducci, una el
compañera que escalaba esta montaña conmigo. Amparo fue extremadamente
amable al escribir el prólogo. Otros periodistas y amigos resolvieron dudas e
inseguridades, y se lo agradezco.