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REVISTA DE MUSEOLOGÍA KÓOT, 2018 AÑO 8, n.º 9, ISSN 2078-0664, ISSNE 2378-0664
López Nuila, Jaime Alberto. Los restos de Cristobal Colón en Santo Domingo. Págs. 70-78.
Otro interesante relato es el que Tejera deja señalado: Que la lápida de Colón,
si la hubo, debió quitarse el año 1655, fecha en la que, un día 23 de abril, la
Escuadra Inglesa comandada por William Peen, atraca en la rada del Puerto de
Santo Domingo. Ocurre que el Arzobispo de Santo Domingo Don Francisco
Pio de Guadalupe, temiendo que el invasor inglés pudiese profanar la tumba,
dispuso que la sepultura de Cristóbal Colón fuese cubierta, para que no se diese
ninguna profanación ni desacato de aquel lugar.
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La vida y la muerte del Almirante, descubridor del nuevo mundo, siempre
agitadas, tiene un nuevo episodio marcado ahora por la política entre potencias
coloniales. El Tratado de Basilea cede a Francia la posesión de Santo Domingo,
razón por la que, apresuradamente, se procede en 1795 a exhumar los restos de
Colón en el Presbiterio Mayor de la Catedral Metropolitana de Santo Domingo.
Don Gabriel Aristizabal, jefe local de la Armada Española, por orgullo y
amor patrio, no piensa abandonar al enemigo francés, los restos mortales
del Almirante y se toma el tiempo para exhumar y trasladar los restos hasta la
Habana, todavía en poder de España. Colón estaba enterrado en planchas de
plomo, pero sin lápida ni inscripción, y por ello, los españoles al proceder a
exhumar y extraer los restos, actúan conforme la tradición oral de autoridades
eclesiásticas y empleados de la Catedral, o bien de los vecinos de aquella ciudad
próxima al templo, y siendo que la tradición decía, que los restos de Colón
estaban depositados en el Presbiterio de la Catedral, del lado del Evangelio en
el lugar donde solía colocarse el Dosel Arzobispal, así procede el encargado de
aquel solemne acto.
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El Acta de Exhumación de los restos de Colón, suscrita por Don José F. Hidalgo,
Escribano de la Cámara de la Real Audiencia de Santo Domingo, del día 20
de diciembre de 1795, dice, “que se abrió una bóveda que estaba sobre el
Presbiterio, al lado del Evangelio, pared principal y peana del altar mayor,
y en ella se encontraron unas planchas de plomo, indicante de haber habido
caja de dicho metal y pedazos de huesos de canillas, y otras varias partes
de algún difunto, que se recogieron en una salvilla y toda la tierra que con
ella había, que por los fragmentos con que estaba mezclada se conocía ser
despojos de aquel cadáver”. No se dice, reexión de Don Emiliano Tejera, que
hubiese lápida sobre esa bóveda; no se dice, que hubiese inscripción alguna; ni
en lo exterior ni en las planchas encontradas en lo interior. Cómo pues, podía
saberse que aquellos eran los huesos de Colón? Quién podría armarlo si muda
estaba la piedra, mudo el metal y mudos
también aquellos huesos encontrados y
extraídos? En aquél día, dice don Emiliano, no se sabía que a algunas pulgadas
de distancia, una de otra, había dos bóvedas, cada una de las cuales encerraba
restos preciosos de dos seres estrechamente unidos en la vida y también en la
muerte, Don Cristóbal Colón y don Diego Colón., su hijo.
11 Ibid.
12
Ibid.