Santos Moreno, Juanita. Ríos San Francisco y San Agustín: ejes de memoria e historia de la ciudad de Bogotá,
Colombia. Págs 92-118.
DOI: http://dx.doi.org/10.5377/koot.v0i6.2295
URI: http://hdl.handle.net/11298/306
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Ríos San Francisco y San Agustín:
ejes de memoria e historia de la ciudad de
Bogotá, Colombia
Resumen
Juanita Santos Moreno
Restauradora y conservadora de Bienes Muebles
Magíster en Patrimonio Cultural y Territorio juanita.
santos@gmail.com
El presente artículo pretende dar una mirada patrimonial hacia los ríos San
Francisco y San Agustín, trascendiendo de su significado como “recursos
naturales” propios de un territorio en este caso la ciudad de Bogo
(Colombia), la cual es atravesada por sus cauces de oriente a occidente, para
ser interpretados como elementos de comprensión histórica de la evolución de
una región y como ejes de evocación de la memoria capitalina. Por lo anterior, la
investigación se aborda, en primer lugar, con el desarrollo de un marco teórico-
conceptual a partir de las nociones de patrimonio cultural y patrimonio natural y
sus indivisibles relaciones conforme a la trayectoria histórica de los ríos. En
segundo lugar, pretende contextualizar al lector sobre el territorio de estudio
mediante una caracterización de los ríos y su entorno inmediato, y, así mismo,
mostrar las transformaciones de los ríos San Francisco y San Agustín en los
diferentes periodos para finalizar con una caracterización y especialización
aproximada de las zonas en las que hoy en día se inscriben los cuerpos de agua.
Palabras claves: patrimonio cultural, patrimonio natural, territorio, memoria,
apropiación, recursos culturales, ríos, significación cultural.
Abstract
The article attempts to cast a historical look at the San Francisco and San Agustín
Rivers, transcending their significance as natural resources associated with a
particular place in this case, the city of Bogatá, Colombia which the rivers
cross from east to west, and interpreting them instead as elements of historical
comprehension in the evolution of the region and as sources which evoke the
collective memory of the capital. First, the investigation addresses how the
development of theoretical-conceptual frameworks about notions of cultural
patrimony and natural patrimony and their indivisible relations define the
historical trajectory of the rivers. Second, the article hopes to provide context for
the reader about the scope of the study by creating a portrait of the rivers and
their immediate surroundings. In this way, the study attempts to show the
transformations of the San Francisco and San Agustín rivers in different
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Colombia. Págs 92-118.
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historical periods. It will end with a depiction of the zones which are today
surrounded by the bodies of water.
Key words: cultural patrimony, natural patrimony, territory, memory,
appropriation, natural resources, rivers, cultural significance
Introducción
El interés de desarrollar esta investigación surgió de la necesidad de entender
cómo los ríos, además de ser recursos naturales fundamentales para el
abastecimiento hídrico de los territorios, se convierten también en ejes
socioculturales en torno a los cuales se construyen y consolidan dinámicas y
manifestaciones de carácter material e inmaterial, que incentivan el desarrollo de
los grupos sociales. Es de resaltar, además, que la construcción de las trazas
urbanas se determinó en muchos casos por la ubicación de los cuerpos de agua,
estableciendo el criterio de fundación de ciudades “entre ríos” para beneficiar así
a la población.
Para el caso de la ciudad de Bogotá (Colombia), fueron San Francisco y San
Agustín los ríos que determinaron efectivamente su ubicación; y de ahí su
importancia como ejes históricos, sociales y culturales al ser los referentes para
el desarrollo de toda la infraestructura urbana. En ese sentido, el presente estudio
pretende hacer visible el significado de los ríos bajo una mirada patrimonial, a
partir de la relación que han establecido las comunidades con dichos ríos y su
entorno desde épocas prehispánicas hasta la actualidad.
La investigación toma como punto de partida las nociones de patrimonio cultural
y patrimonio natural y su indivisible relación conforme a la trayectoria histórica
de los ríos San Francisco y San Agustín, al igual que los conceptos de territorio
y memoria que han sido ampliamente definidos en diversos estudios y que, para
este caso, se relacionan con el uso y diferente carácter que han adquirido dichos
cuerpos de agua a lo largo del tiempo, asociando a ellos dinámicas y
manifestaciones culturales que, si bien es cierto ya no existen, si permiten
visibilizar la existencia de los ríos y, por tanto, vislumbrar su significado cultural.
Aquí se pretende contextualizar al lector sobre el territorio de estudio mediante
una caracterización de los os y su entorno inmediato, desde sus coordenadas
espaciales y naturales. Es por esto que se presenta una cartografía básica que
muestra el curso de los ríos y su relación entre y con el crecimiento de la traza
urbana, teniendo en cuenta que especialmente el San Francisco es un río que
atraviesa la ciudad desde su punto más alto en el cerro de la Peña al costado
oriental hasta su desembocadura en el río Fucha al occidente la ciudad.
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Colombia. Págs 92-118.
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Así mismo, se muestran las transformaciones de los ríos San Francisco y San
Agustín en los diferentes periodos de tiempo, pasando de los ríos simbólicos en
el precolombino a los ríos limítrofes al momento de la fundación de Santafé, para
después virar su carácter hacia lo doméstico durante la Colonia y posteriormente
hacia lo utilitario en la República, como cloacas para la canalización de aguas
negras. Finalmente se llega a su invisibilización (el San Agustín) y, por qué no
decirlo, estetización (para el caso del San Francisco) en la época moderna.
En síntesis, se pretende mostrar al lector el significado cultural de estos cuerpos
de agua mediante un recorrido de comprensión histórica y de transformación que
aviva la memoria de ocupación y apropiación del territorio en el que estos se
inscriben.
La identificación de todas estas transformaciones que sufrieron ambos ríos a lo
largo de la historia permite entender cómo las características físiconaturales de
entre ríos, propias del territorio donde se estableció Bogotá, las alteraciones
efectuadas en el paisaje y las manifestaciones culturales producto de las
dinámicas de uso de las diferentes épocas han sido determinantes para la
conformación del patrimonio cultural de la ciudad a lo largo estos cuerpos de
agua.
Si bien actualmente los ríos están canalizados, las huellas que dejaron a su paso
son de vital importancia para hacer visible su significado cultural.
Los ríos como ejes naturales y culturales determinantes en la conformación
y apropiación del territorio
Como recurso natural primordial en el desarrollo y subsistencia de cualquier
grupo humano, los cuerpos de agua han sido fundamentales en la conformación
y ordenamiento territorial a lo largo y ancho de toda la nación colombiana,
destacando así la importancia de ríos como el Magdalena, referente que en gran
medida estructuró, determinó y consolidó la diversidad cultural, étnica y regional
de nuestro territorio. Al respecto se destaca la investigación titulada “Río
Magdalena, navegando por una nación” del Museo Nacional de Colombia, como
principal antecedente que muestra el río desde su dimensión histórica, la
diversidad de sus paisajes, la consolidación de la cultura rivereña, las prácticas
de navegación, entre otros aspectos, que en últimas instancias siempre están
apuntando a vislumbrar la estrecha relación entre el patrimonio cultural y el
patrimonio natural.
Esta dependencia o correlación entre estos dos conceptos se presenta como algo
determinante para el desarrollo de esta investigación, lo cual ya ha sido retomado
desde diversos estudios del ámbito patrimonial. Según menciona la Política para
la Gestión, Protección y Salvaguardia del Patrimonio Cultural.
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el patrimonio cultural ha evolucionado de una noción estrictamente
monumental, orientada fundamentalmente al patrimonio mueble e
inmueble, a una aproximación que vincula y valoriza, de igual forma, el
patrimonio cultural inmaterial. Esto significa que se ha pasado de una
visión que apuntaba a valorar el patrimonio a partir de las obras
construidas por el hombre, a una noción que también involucra las
expresiones vivas de la cultura, posibles de entender como patrimonio en la
medida en que generan procesos de identidad en las comunidades
(Ministerio de Cultura, 2010, p. 232).
Por su parte, según la Convención sobre la protección del patrimonio mundial,
cultural y natural de la Unesco, por patrimonio natural se reconocen las
“formaciones físicas, biológicas y geológicas excepcionales, hábitat de especies
animales y vegetales amenazadas y zonas que tengan un valor científico, de
conservación o estético” (Unesco, 1972, artículo 2). Sin embargo, el campo del
patrimonio no se ha limitado a la rigidez de esta definición, sino que, por el
contrario, ha buscado entender cómo la interrelación del hombre con la
naturaleza genera adaptación y expresiones autóctonas que afectan la forma
como se va conformando el paisaje, estableciendo una estrecha relación entre el
territorio y los elementos culturales y naturales, y vinculando, así mismo,
elementos del patrimonio cultural material e inmaterial (Ministerio de Cultura,
2010, p. 232). A partir de lo anterior, surge el concepto de patrimonio natural,
que trasciende nuevamente el espacio físico para integrarse a una realidad de
habitación, percepción y reconocimiento de un territorio por parte de un grupo
social específico.
Es así como la investigación pretende retomar la indisoluble relación entre lo
cultural y lo natural, que se sustenta en la materialidad del río San Francisco
como emblema histórico del centro de la ciudad, y así mismo, en la no
materialidad del río San Agustín, como eje de desarrollo de la traza urbana de la
ciudad que en nuestros días se ha invisibilizado física y simbólicamente.
Ligado a lo anterior, se hace especial énfasis en la importancia que tienen estos
ríos como generadores de dinámicas culturales en sus entornos rural y urbano,
desde que la ciudad era habitada por grupos indígenas y para el establecimiento
de los límites de Bogotá durante la fundación hispánica. Se destacan todas
aquellas prácticas relacionadas con el aprovechamiento o uso de los recursos
naturales, especialmente en el agua como líquido vital en torno al cual se generan
un sinfín de prácticas culturales que la población instauró en su cotidianidad: la
preparación de alimentos o bebidas como la chicha, el lavado de ropas, la
repartición de agua por parte de la “aguadoras”, entre otras actividades, que se
constituyen como parte de la memoria cultural existente en torno a los cuerpos
de agua.
Es importante aclarar que son muchos los estudios que permiten comprender y
descifrar el importante papel del recurso hídrico para el desarrollo social y urbano
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de la ciudad capital. Sin embargo, muchos de ellos no responden a la necesidad
de entender cómo los ríos operan como ejes patrimoniales de Bogotá,
estableciendo un fuerte vínculo entre territorio, memoria y comunidad. Como se
menciona en la publicación titulada Paisajes de Agua en Chapinero resulta
importante demostrar la función que tiene el recurso hídrico en la relación de
grupos sociales o comunidades que comparten elementos identitarios, ya que un
paisaje es conservado si se comprende su función social y ambiental” (Cano
Jaramillo, 2011, p. 83).
Lo anterior se presenta como aspecto fundamental para esta investigación, al
vincular los recursos naturales (ríos San Francisco y San Agustín) de un territorio
específico (el centro histórico de la ciudad de Bogotá) con las dinámicas y
manifestaciones culturales propias de los procesos de construcción de memoria
en los diferentes períodos de tiempo, sustentado así el carácter patrimonial de los
cuerpos de agua objetos de estudio.
Identificación y caracterización de los os San Francisco y San Agustín
Los ríos San Francisco y San Agustín pertenecen a la red hidrográfica que nace
en los Cerros Orientales y que actualmente hace parte del sistema drico que
abastece a la ciudad de Bogotá. Los predios en los que se encuentran los
nacimientos de estos ríos y de los
demás cuerpos de agua que nacen
allí se encuentran bajo tutela de la
Empresa de Acueducto,
Alcantarillado y Aseo de Bogotá
(EAB) y su manejo está a cargo de
la dirección de abastecimiento de
esta entidad. Sin embargo, los
Cerros Orientales hacen parte de la
Reserva Protectora Bosque
Oriental de Bogotá, cuya
administración depende de la
Corporación Autónoma Regional
de Cundinamarca (CAR).
Mapa 1. Ríos San Francisco. y San Agustín.
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Plano 1. Recorrido actual de los ríos San Francisco. y San Agustín en la ciudad de Bogotá
(Colombia).
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El río San Francisco nace en el páramo de
Choachí en las estribaciones del cerro de
Monserrate. Durante el primer tramo de su
cauce, antes de llegar a la actual avenida
Circunvalar, recibe el caudal de las
quebradas de San Bruno y Guadalupe, y
aproximadamente a la altura de la Casa
Museo Quinta de Bolívar, inicia su
canalización.
Fotografía 1. Inicio de canalización
del río San Francisco, vistas en el
recorrido realizado con la fundación
Alma y la alcaldía local de la
Candelaria.
Fotografía 2. Cuerpo de agua detrás
de la plaza de mercado Rumichaca,
posible río San Agustín.
1
Si bien es imposible determinar el
curso exacto que lleva el río por
debajo de la tierra, las fuentes
consultadas hablan de una desviación
mínima en su curso. Por lo tanto, se
Después de su canalización, el río San
Francisco sigue el curso de la actual Avenida
Jiménez hasta la Carrera Décima,
1
lugar en el
que se desvía hacia el suroccidente y
aproximadamente a la altura del actual
parque Tercer Milenio (Cra. 13 con calle 6),
se encuentra con el río San Agustín.
El río San Agustín, referenciado siempre
como uno más pequeño, de menor caudal e
importancia, tiene su nacimiento entre los
cerros de Guadalupe y La Peña. Durante la
primera parte de su recorrido en los cerros
orientales se abastece del caudal de las
quebradas Manzanares y El Chuscal. Durante
el proceso de investigación se encontró que,
detrás de la plaza de mercado Rumichaca
(Av. Circunvalar con calle 7), existe un
cuerpo de agua que baja de los cerros
orientales; y justo donde empieza la
construcción de la plaza de mercado, su curso
es canalizado bajo tierra.
Por la ubicación de este cuerpo de agua y
contrastando imágenes aéreas actuales con
toma como referencia el recorrido que se encuentra en
los planos históricos de Bogotá. Un punto importante
para entender la desviación del cauce natural del río es
la presencia del puente de Boyacá (Av. 19 con Cra. 4),
Bogotá.
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referencias históricas, se
plantea la hipótesis que este sea
el río San Agustín y ese punto, el inicio de su
canalización. Una vez inicia
su canalización, el río San Agustín sigue el curso de la actual calle 7 (antigua calle
6) hasta llegar a la carrera 13, aproximadamente, donde desemboca en el río San
Francisco. Este recorrido se puede establecer, ya que los documentos que hacen
referencia a la canalización del río mencionan la construcción de la calle 6 por
encima del curso del río canalizado.
2
En el punto de convergencia de los dos cuerpos de agua, el río San Francisco
(alimentado con el caudal del San Agustín) sigue su recorrido por la calle 6, por lo
que hoy en día se conoce como “canal de los comuneros”, hasta llegar a la
intersección de la avenida Américas con la calle 50 (sector de Puente Aranda),
3
en
donde desvía su curso, de nuevo bajo tierra, hacia el noroccidente, hasta
desembocar en el canal del San Francisco (proveniente del río Arzobispo y
afluentes), unos metros al oriente del actual predio de la Fiscalía General de la
Nación (calle 22 A con carrera 55, aprox.). Este canal sigue su curso hacia el
oriente de la ciudad hasta desembocar en el canal Boyacá, el cual vuelve a retomar
el camino hacia el sur de la ciudad, bordeando el actual predio de la ciudadela la
Felicidad, en donde termina su recorrido al desembocar en el río Fucha en la calle
16c con carrera 81 bis. Finalmente, el río Fucha, alimentado de todos los
afluentes anteriormente mencionados, desemboca en el río Bogotá, dando fin al
curso vital de los ríos San Francisco y San Agustín.
Durante todo su recorrido de aproximadamente 14 kilómetros, ambos os
atraviesan la ciudad de oriente a occidente, en diferentes formas (cauce natural,
canalizaciones subterráneas y canales visibles), marcando hitos de manera
silenciosa y pasando desapercibidos ante una ciudad que camina sobre sus
recorridos sin saber de su existencia.
2
Durante el trabajo de campo que se
hizo en este sector, nadie reconoció
este cuerpo de agua como el río San
Agustín. Los habitantes del sector lo
conocen como quebrada El Chuscal o
Manzanares, incluso algunos
trabajadores de la plaza de mercado le
llaman quebrada Rumichaca. Es
importante mencionar que ninguno de
los entrevistados reconocía o
recordaba la existencia del río San
Agustín. Durante el trabajo de campo
que se hizo en este sector, nadie
reconoció este cuerpo de agua como el
río San Agustín. Los habitantes del
sector lo conocen como quebrada El Chuscal o
Manzanares, incluso algunos trabajadores de la plaza
de mercado le llaman quebrada Rumichaca. Es
importante mencionar que ninguno de los
entrevistados reconocía o recordaba la existencia del
río San Agustín.
3
Respecto al recorrido del río en este punto, existe la
posibilidad de que parte de su cauce se haya desviado
hacia el río Fucha cuando el canal de los Comuneros
alcanza la transversal 37.ª. A partir de este punto se
hace referencia a un cuerpo de agua que recorre la calle
3 hasta desembocar en el Fucha en la transversal 68
bis. En la cartografía se hace referencia a los dos
recorridos.
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Los ríos San Francisco y San Agustín como ejes
ordenadores en la conformación de la ciudad de
Bogotá
El carácter simbólico de los ríos en la época
prehispánica
Desde épocas muy tempranas el lugar que hoy en día
ocupa la ciudad de Bogotá estaba habitada por los
indios muiscas, una comunidad que se asentó en todo
el altiplano cundiboyacense, espacio geográfico
comprendido por las tierras altas y bajas de la
cordillera oriental de los Andes colombianos en los
departamentos de Boyacá y Cundinamarca. Se
trataba de un lugar que se caracterizó por una
inmensa riqueza natural, en donde los cerros tutelares
y los cuerpos de agua como ríos, lagunas, quebradas
y riachuelos determinaron el asentamiento de las
comunidades en esta región, así como el de otros grupos aborígenes en el resto del
país.
El agua lo era todo. La vida diaria en todo momento estaba íntimamente
relacionada con los ríos y las lagunas. “Así como la luz, el sol y la luna integran el
aspecto astral de la mitología chibcha, el agua es el motivo de culto y fuente de
leyendas religiosas” (Rodríguez Gómez, 2003, p. 38.) El agua fue llevada a la
posición de deidad rindiendo culto a Sie mediante los más espléndidos tributos.
En los ríos nacían sus hijos y a partir de este
primer rito fundamental todos los demás
tenían alguna relación con aquel (EAB,
1968, pp. 2526). Para el momento del parto,
la mujer se iba sola a la orilla del río y
posterior al nacimiento de su bebé, se bañaba
con él. En este mismo evento se rendía a la
diosa Sie la primera ofrenda, que consistía en
arrojar el cabello del recién nacido a las
aguas, como lo relata el historiador Miguel
Triana en su libro La civilización chibcha:
“Los convidados a la fiesta de nacimiento le
cortaban el pelo al infante, y provisto cada
cual, de un mechón, después de darle al
recién nacido el primer baño, como sagrada
unción, botaban al agua sus cabellos
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El agua era el elemento
primordial en todos los
eventos de la vida
muisca; el nacimiento
de un bebé, la pubertad
de una joven,
consagración de
la
un
jeque, las festividades o
celebraciones como el
rito de correr la tierra y
la muerte. Se podría
decir que para estas
comunidades el agua
siempre fue fuente de
cultura.
Siendo la toponimia la
disciplina que estudia los
nombres propios de un lugar,
resulta interesante anotar que
el río Vicachá (el San
Francisco) en lengua chibcha
significa “resplandor de la
noche”. Por su parte,
Chiguachí (el San
Agustín) corresponde a “nuestro
monte luna”, atribuido al lugar
donde se estableció el actual
pueblo de Choachí. Esta era otra
de las formas en la que los indios
muiscas valoraban el agua.
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en señal de tributo a la diosa” (Triana, 1922, p. 36).
El rito de correr la tierra era otra de las festividades más importantes que los
muiscas celebraban en torno al agua, evento que duraba de 15 a 20 días y que
consistía en recorrer el territorio de cinco lagunas sagradas. La consagración de un
jeque o cacique también se realizaba mediante un baño solemne “para estar
purificado en una vida de penitencia” (Triana, 1922, p. 41), al igual que su ritual
fúnebre, que consistía en arrojar los cuerpos y riquezas a las lagunas como símbolo
de ofrenda y en algunas ocasiones en desviar el cauce de los ríos para hacer allí la
sepultura y luego permitir que las aguas pasaran sobre el cuerpo “bajo cuyo amparo
habían de dormir el sueño eterno” (Triana, 1922, p. 42).
Pero además del carácter mítico y religioso, los ríos mantenían un significado
utilitario para el desarrollo de prácticas como la agricultura. Al descender al valle,
otorgaban una enorme fertilidad a la tierra, lo que hacía que esta fuera una
actividad completamente próspera y, en ese sentido, se presentaba como el
principal oficio, que no solo permitía satisfacer necesidades básicas y afianzar los
lazos de hermandad mediante el saber productivo, sino que, por medio del trueque
de productos, aseguraba el sostenimiento y la consolidación de la estructura social
de las diferentes comunidades. De la acción del agua dependían las cosechas y por
tanto el bienestar de toda la población.
El río San Francisco, denominado por los indios muiscas Vicachá, era uno de los
cuerpos de agua más caudalosos que proveía las aguas más dulces y puras a lo
largo de su fuerte cauce y bañaba todo el valle en el que se cultivaban productos
como el maíz. San Agustín, por su parte, conocido como Chiguachi
4
por los grupos
aborígenes, era un río más pequeño y más pobre en caudal que el San Francisco.
A estos, al igual que al río Arzobispo (cuyo nombre en la época prehispánica se
desconoce), les imploraban su poder sobrenatural para que evitara las enormes
inundaciones que ocurrían en época de invierno, y así mismo invocaban su
memoria cuando recogían el maíz cultivado y en su honor preparaban la chicha
(EAB, 1968). Aquí, una vez más, se presenta el simbolismo del agua en todos los
aspectos de la cotidianidad de estas comunidades.
Este aprovechamiento del territorio, que respondía entre otras cosas a la
concepción particular de ver el mundo y al entendimiento sobre los diferentes
4
“Pueblo del corregimiento de Ubaqué en el Nuevo Reyno de Granada, situado detrás de los montes
de Guadalupe y Monserrat de la ciudad de Santa Fe de donde dista 5 leguas al oriente: es de
temperamento agradable y delicioso, abundante en trigo, maíz, cebada, papas, cañas de azúcar y
plátanos: tiene de vecindario más de 200 familias de Españoles, y muy pocos indios”. Fuente:
Diccionario geográfico-histórico de las Indias occidentales. Tomo I. Madrid. 1776.
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recursos naturales y materiales por parte de los grupos indígenas, hizo que fuera
un lugar ampliamente explotado a la llegada de los españoles.
Los ríos como ejes limítrofes en la fundación y desarrollo de la ciudad de
Santafé de Bogo
Con la llegada de los españoles se disolvieron todos los cacicazgos existentes,
dando paso a la fundación de ciudades y poblados a lo largo y ancho de todo el
territorio colombiano, encontrando que uno de los criterios de asentamiento de los
nuevos pobladores en la sabana de Bogotá fue precisamente la abundancia de
recursos hídricos, como factor determinante para la fundación del caserío de
Teusaquillo, antiguo nombre de Santafé de Bogotá.
Todos los linderos asignados a Santafé fueron naturales; al norte, el río Vicachá
(San Francisco); al sur, el río Chiguanchi o Manzanares (San Agustín); al oriente,
la zona de ladera de los cerros de Monserrate y Guadalupe; y al occidente, la
intersección entre los ríos San Francisco y San Agustín. De esta manera, la ciudad
fue fundada por Gonzalo
Plano 2. Trazado de la ciudad en 1539. Fuente: Secretaría de
Hacienda Distrital.
Jiménez de Quesada en 1538, en las estribaciones de los cerros orientales sobre las
faldas del cerro de Guadalupe; y al quedar localizada entre ríos, fue alrededor del
agua que se generó todo el desarrollo de la urbe.
Siendo los ríos los límites físicos que determinaron la ubicación y consolidación
de la ciudad, para el momento de su fundación, es interesante anotar cómo este
parámetro se empezó a emplear como una constante durante el crecimiento urbano.
Así, por ejemplo, la división e implantación de las diferentes parroquias se
determinó según la ubicación de los ríos; al igual que la localización de las plazas
con pilas de agua, que se estipuló por la cercanía a estos. La toponimia de las calles
La plaza mayor (actual
plaza de Bolívar) debe su
ubicación a los ríos San
Francisco y San Agustín,
siendo el lugar equidistante
y céntrico con respecto a
estos dos ejes. “El agua fue
determinante en la elección
del lugar” (Rodríguez
Gómez, 2003:62).
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A. Parroquia de San Victorino - Plaza de
San Victorino. Se identifica que en esta
plaza hubo una pila de agua abastecida
por el río San Francisco. B. Iglesia de San
Agustín y claustro. Pese a que no cuenta
con una plaza definida, se ubica sobre el
entonces camino real y al borde del río
que lleva su mismo nombre, lo que le da
una jerarquía en la ciudad.
C. Convento del Carmen. Al borde del río
San Agustín. D. Plaza Mayor.
E. Nuestra Señora de Guadalupe. Sitio de
peregrinación que hace parte de un
circuito de lugares sagrados que se
encuentran entre los ríos de estudio.
F. Nuestra Señora de la Peña. Punto de
convergencia del circuito sagrado de
entre ríos, cuyo camino es paralelo al río
San Agustín.
G. Nuestra Señora de Egipto. Punto de
convergencia del circuito sagrado de entre
ríos, cuyo camino es paralelo al río San
Agustín.
H. Nuestra Señora de la Cruz de
Monserrat. Sitio de peregrinación que
hace parte de un circuito de lugares
sagrados que se encuentran entre los ríos
de estudio.
se estableció respecto a las rondas de estos cuerpos de agua y a las parroquias, a
como la aparición de molinos de trigo, la construcción de puentes de paso en
función de los caminos de entrada y salida de la ciudad, lo que ocurrió
igualmente con otra serie de aspectos que se fueron desarrollando y estableciendo
en torno a estos ejes naturales culturales, como lo muestra este plano que data de
1791.
Plano 3. Principales iglesias y parroquias de la ciudad
en la rivera de los ríos San Francisco y San Agustín.
Base Cartográfica: Esquiaqui Domingo. Plano
geométrico de la ciudad de Santa Fe de Bogotá. 1791.
Colección particular. Elaboración propia.
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En la publicación Calles de Santafé de Bogotá, de Moisés de la Rosa, se afirma
que en la antigua ciudad de Santafé existieron 25 puentes sobre los ríos objeto de
estudio, 18 sobre el San Francisco y
7 sobre el San Agustín, más otros
tantos que se construyeron sobre
algunas quebradas como las San
Juanito, Guadalupe y Egipto.
Puentes hoy todos enterrados a causa
de las obras de canalización de estos
afluentes. Así mismo, 37 fuentes
públicas de las cuales hoy no existe
ninguna.
Plano 4. Puentes existentes sobre los ríos San
Francisco y San Agustín y principales
instituciones de poder civil. Base
cartográfica: Paz Manuel María. Plano de
Bogotá. Museo de la Independencia. 1890.
Elaboración propia.
Plano 5. Principales caminos que conducen a la ciudad y confluyen en los
ríos San Francisco y San Agustín. Base cartográfica: Carlos Francisco
Cabrier. Croquis de la ciudad de Santafé de Bogotá y sus inmediaciones.
1797. Servicio Geográfico del Ejército. Elaboración propia.
Se destaca, también, la importancia del camino de Honda, que daba entrada a la
ciudad por el occidente, permitiendo la conexión con el puerto del mismo nombre
y, por tanto, con el río Magdalena, principal corredor comercial, económico y
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cultural del país. Este camino, paralelo al curso del río San Francisco, es un camino
real que existió desde la época prehispánica y que con la colonización se consolidó
como puerta de entrada a la urbe.
Continuando con las dinámicas productivas, la agricultura en Santafé fue una
actividad que igualmente se vio beneficiada por el abundante cauce de los ríos San
Francisco y San Agustín.
Para 1849, como lo evidencia el plano de Agustín Codazzi, se destaca la existencia
de parcelas en las laderas de estos cuerpos de agua. Así mismo, se observa una
preponderancia del uso rural del suelo, que se desarrolla hacia los costados oriental
y occidental de la traza urbana de la ciudad y se destaca por la amplia extensión de
tierras cultivables, especialmente en el área de convergencia de los dos ríos, donde
se evidencia la aparición de fincas y haciendas.
La existencia de este plano, que muestra las características del terreno y
especialmente la distribución de tierras para actividades agropecuarias, permite
establecer una posible relación con el propósito de la Comisión Corográfica, que
desde mediados de siglo XIX tuvo la intención de “retratar” los paisajes del
territorio nacional. Aquí se puede observar una vez más la importancia de los ríos,
claramente plasmados en función de un paisaje rural que para esa época se
constituía como la principal fuente de sustento económico y comercial por medio
de la labranza de la tierra y de la actividad pecuaria.
Plano 6. Tierras productivas en las riberas de los ríos San
Francisco y San Agustín. Base cartográfica: Codazzi Agustín.
Plano Topográfico de Bogotá y sus alrededores (1849). Museo
del Chico. 1849. Elaboración: propia.
El carácter doméstico de los ríos durante la Colonia
La Colonia fue la época en la cual el agua empezó a adquirir un carácter distinto,
orientado a las necesidades que los pobladores tenían respecto a la limpieza, el
lavado de la ropa, la alimentación y la higiene personal, entre otras dinámicas que
generaron un nuevo significado para los ríos, los cuales pasaron, de tener una
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connotación sagrada y religiosa de tiempos ancestrales, a una connotación utilitaria
y doméstica propia de las nuevas formas de vida que se impusieron a la población
con la colonización española, y que se establecieron con la construcción de una
urbe en las inmediaciones de sus riberas.
Para esta época, el río se convirtió en lugar de encuentro, de intercambio de
información, de entretenimiento e incluso de ocio, en el cual se llevaban a cabo
prácticas cotidianas como lavado de ropas, baños y recolección del agua,
actividades que los habitantes realizaban para satisfacer sus necesidades. Lo
anterior llevó a que con el paso del tiempo las aguas de los ríos fueran perdiendo
su pureza, a lo cual se sumó la mala costumbre de arrojar desechos a los cauces o
a las calles de la ciudad.
Fue entonces que a finales del siglo XVI el cabildo de la ciudad decidió tomar
control de la situación, conduciendo el agua sin contaminación proveniente desde
los nacimientos hasta la Plaza Mayor y estableciendo que desde ese momento el
líquido se tomaría de una fuente de piedra, conocida como el “Mono de la Pila”.
Esta acción estuvo encabezada por el procurador Juan de Almanza, quien en 1583
elevó un memorial a la Real Audiencia para reclamar en nombre de la salud y la
utilidad pública, la construcción de una fuente.
De esta manera, la gente empezó a dirigirse al “Mono de la Pila” para abastecerse
de líquido, lo que ocasionó que esta, y el resto de fuentes construidas años después,
se convirtieran, al igual que los ríos, en lugares de referencia y cohesión social de
la población.
A pesar de que la población tuvo que cambiar sus hábitos de aseo por el problema
de contaminación que estaba afectando de manera contundente las aguas, los ejes
fluviales seguían siendo referentes de ciudad, puntos de encuentro y paso obligado
para los habitantes, quienes debían transitar necesariamente por los puentes que
los atravesaban para llegar a la Plaza Mayor, el lugar más representativo del poder
colonial y, por tanto, con unas dinámicas sociales y culturales fuertemente
establecidas.
Los viernes, por ejemplo, allí tenía lugar el mercado; y también el tránsito diario
debía darse por la necesidad de recoger agua del “Mono de la Pila” para ser
transportada hasta las casas, supliendo así la falta de tuberías que condujeran el
agua a domicilio. Es por esto que surge quizá uno de los trabajos más significativos
de la época: el de las aguateras o aguadoras, llamadas así por ser mujeres que
concurrían a las pilas a recoger en múcuras de barro el agua para llevarla a las casas
y venderla. En su cotidianidad, ellas se relacionaban con las pilas, chorros de agua
y ríos, lugares a los que acudían para recolectar el preciado líquido y en torno a los
cuales generaban puntos de encuentro y reunión.
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Ilustración 1. Dibujo a lápiz de Ramón Torres Méndez, para su álbum de
costumbres neogranadinas. Colección Biblioteca Luisa Ángel Arango.
Fuente: Puyo Vasco. 1988:37.
Casi hasta mediados del siglo XIX, estas mujeres fueron una figura familiar muy
solicitada en la ciudad. Su labor recolectora consistía en el llenado, a través de
cañas huecas, que permitían conducir el agua hacia los recipientes. Así lo relata el
escritor y político argentino Miguel Cané, quién visitó Bogotá en 1882:
La primera impresión que recibí de la ciudad fue más curiosa que desagradable.
En la plazuela de San Victorino encontré un cuadro que no se me borrará
nunca. En el centro, una fuente tosca, arrojando el agua por numerosos
conductos colocados circularmente. Sobre una grada, un gran número de
mujeres del pueblo, armadas de una caña hueca, en cuya punta había un trozo de
cuerno que ajustaba al pico del agua que corría por el caño así formado, siendo
recogida en un ánfora tosca de tierra cocida (Puyo Vasco, 1988, p. 36).
Es interesante visualizar cómo la labor de las mujeres en el siglo XIX fue
fundamental para mitigar la necesidad de abastecimiento de agua que no se tenía
por falta de sistemas de acueductos propicios, y cómo se crea en torno a esto una
dinámica colectiva, principalmente femenina, que estuvo directamente
relacionada con los ríos San Agustín y San Francisco como abastecedores de las
principales pilas de la ciudad. Además del “Mono de la Pila”, la actividad de
recolección de agua se realizaba en otras tres pilas: Nieves, San Francisco y San
Victorino, las cuales se encontraban ubicadas en lugares estratégicos,
abasteciendo a la ciudad entre las actuales carreras 6 y Caracas, entre calles 10 y
22. Pero la ciudad también contaba con una serie de chorros y/o manantiales
cercanos a los ríos, destacando el Chorro de Padilla, los cuales se convirtieron
para aquel momento en importantes puntos de recolección y suministro de agua,
conformando un sistema en conjunto con las fuentes públicas:
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Plano 7. Ubicación de pilas, chorros y manantiales. Fuente: Parga Polania,
Julio. Plano de Bogotá. Escuela Topográfica Salesiana. 1905.
Por su localización en la parte
alta del río San Francisco, en
medio de los cerros de
Guadalupe y Monserrate y sobre
el camino que antiguamente
conducía a Choachí, se conoce
que en el lugar donde se ubica el
Chorro de Padilla existieron los
primeros baños de la ciudad.
Su nombre se atribuye al
descubrimiento hecho por
Cenón Padilla en 1864.
Fotografía 3. Chorro de Padilla. Fuente: Puyo
Vasco, Fabio.
Historia de Bogotá siglo XX. 1988. Pág. 52.
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Ahora bien, otra de las principales actividades que hacían parte de las labores
domésticas, también realizadas por mujeres, era el lavado de ropas, lo cual para
finales del siglo XIX se presentaba como el principal factor de contaminación para
los afluentes hídricos de la ciudad. La figura de la mujer lavandera surge con la
necesidad del aseo de las ropas; y qué mejor lugar que el río, donde se podía lavar
al aire libre, con suficiente agua y en compañía de vecinas y amigas con quienes
se compartían espacios de chisme y tertulia.
Fotografía 4. “El Lavadero”. Fuente: periódico El
Gráfico. Bogotá, 19 de mayo de 1923. Vol. 13 núm.
Es por esto que vale la pena ahondar en el trabajo de estas mujeres y en el significado
de su práctica de cobro para las dinámicas socioculturales de la ciudad. José Antonio
Gutiérrez Ferreira describe algunos aspectos que alimentaban la labor cotidiana de
estas mujeres, como sus voces, gritos y carcajadas que conformaban un repertorio
sonoro y un medio de expresión popular; sus manos, principal herramienta de trabajo,
que soportaban la rutina diaria, y su atuendo, ligero y sencillo que destacaba su
feminidad. Pero también resulta interesante hacer alusión a la relación que estas
mujeres establecían con el entorno, con la forma de habitar el río y su relación con el:
“Hasta 10 mujeres nos reuníamos, cada una tenía su piedrita donde lavaba, uno mismo
buscaba su planchoncito bien bonito para lavar” (Sánchez Gómez, 2010, p. 180). El
río se convertía para cada una de las lavanderas en su lugar de trabajo, de rutina, de
reunión, de diálogo, de creencias y de mitos.
Estos oficios y saberes, aunque prosperaron hasta casi mediados del siglo XIX,
surgieron en la Colonia como una forma de apropiación de los ríos y su entorno
inmediato por parte de la comunidad y especialmente por las mujeres, quienes
establecieron un fuerte vínculo cultural, social y económico con los cauces de agua de
la ciudad. Según afirma Antonio Gómez Sánchez, “las lavadoras eran ejecutoras del
arriba y abajo, de la verticalidad bogotana” (Sánchez Gómez, 2010: 139).
64, p.704.
Cuenta Ana Cecilia Rincón que “en un
aljibe cercano al puente Manzanares
(San Agustín) su hermana fue
perseguida por una culebra que le
engullía la ropa y el jabón. Por este
motivo las lavanderas del sector no
debían permitir que la jornada se
extendiera hasta más de las cinco de la
tarde, porque muy puntual, la víbora,
cobraba su cuota de tela y bolas de
sebillo a las laboriosas damas”
(Sánchez Gómez, 2010:177).
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Hoy en día, además de estar arraigadas a la historia de “aguas” de la ciudad, hacen
parte del patrimonio inmaterial como práctica de cohesión social
privilegiadamente femenina y siempre integrada a una clase social altamente
vulnerable. Las lavanderas mantienen una carga simbólica importante para la
memoria colectiva, siendo parte de la consolidación de un proyecto urbano que,
según su evolución, fue reestructurando su equipamiento material para responder
a unas necesidades relacionados con una añoranza de modernidad. Afirma Sánchez
que fueron “mujeres que tomaron bajo su poder a una ciudad como mecanismo de
supervivencia, de información, como soporte de expresiones y acciones visibles,
colectivas y privilegiadamente femeninas” (Sánchez Gómez, 2010, p. 143).
La presencia de las lavanderas y aguadoras trascendió, siendo objeto de atención
de distintas expresiones artísticas plasmadas en la literatura, la pintura y la poesía,
gracias a lo cual hoy en día su existencia está documentada. Estas dinámicas
permiten tener un panorama del uso social que se daba a los ríos San Francisco y
San Agustín por parte de los habitantes de la ciudad y especialmente de las
mujeres; y cómo el desarrollo urbano generó la transformación de estas prácticas
culturales.
3.4 La aparición del acueducto: un sistema de desarrollo y transformación de
dinámicas urbanasPara finales del siglo XIX, el problema de agua en Bogotá
aumentaba considerablemente no solo por la contaminación de los cauces, sino por
el acelerado incremento poblacional, donde solo 300 casas contaban con el servicio
de pajas de agua, como le llamaban al servicio particular del líquido vital.
Quienes querían tener acceso a ese servicio debían pagar una tarifa a la
municipalidad para garantizar el abastecimiento. La falta de agua estaba
deteniendo el desarrollo urbano de la capital.
A raíz de esta difícil situación, se promueve la construcción del primer acueducto
de la ciudad, conocido como acueducto de Laureles. El historiador Ortega
Ricaurte cuenta que en un principio la cañería del acueducto bajaba por una zanja
abierta con piso de lajas asentadas con cal y paredes como “cerca de la piedra” y
cubierta con grandes lajas y tierra encima (EAB, 1968, p. 24). Este acueducto
quedó inservible con un derrumbe ocurrido en 1755, razón por la cual tuvo que
ser reemplazado por el de Agua Nueva.
Posterior al derrumbe de Agua Vieja, el arquitecto Domingo Esquiaqui generó un
nuevo trazado sobre este, sacando el agua del boquerón del río San Francisco
(división natural entre los cerros Monserrate y Guadalupe), que llegaba hasta el
tanque de Egipto, para utilizar la misma cañería del anterior acueducto que
bajaba por la calle de La Fatiga (actual calle 10) hasta la Plaza Mayor.
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Sin embargo, a pesar de la intervención realizada, el acueducto seguía presentando
filtraciones que generaban disminución en el suministro e inestabilidad en el
terreno, teniendo en cuenta que la cañería se había trazado en paralelo al cuerpo de
agua. Fue así como en octubre de 1849 ocurrió un nuevo derrumbe, que fue
atendido por el ingeniero Thomas Reed, que se encontraba en el país con motivo
de la construcción del Capitolio Nacional. A lo largo de los años la inestabilidad
del terreno se seguía viendo afectada, especialmente por la permanente explotación
del cerro para la extracción de arena y piedra, por lo que fue necesario hacer una
nueva intervención en 1880. A continuación, se presenta un plano con las
posibles fases de refacción del acueducto.
Plano 8. Posibles tramos de la construcción del acueducto de Agua Nueva. Elaboración propia.
Esta adaptación, realizada a la altura del boquerón, consistió en instalar una
bocatoma en la parte más alta del río San Francisco, adaptando tubería de hierro para
conducir las aguas hacia el tanque instalado en cercanías a la iglesia de Egipto. La
intervención de apertura de un camino paralelo al curso del acueducto dio origen a
una plataforma que tomó el nombre de paseo de Agua Nueva. Este lugar, para el
siglo XVIII, se convertiría en el límite de la ciudad en su costado oriental y en uno
de los lugares predilectos al que iban las familias los días domingos y festivos a
contemplar el paisaje.
Sin lugar a dudas, la renovación del acueducto de Agua Nueva y la adaptación de
algunos otros acueductos de la ciudad generaron una serie de alteraciones en las
dinámicas urbanas que implicaron la desintegración de oficios tradicionales
asociados a los procesos productivos, de recolección y de lavado, los cuales
dependían en su totalidad de la presencia del río a cielo abierto. De esta manera, se
reemplazaron los oficios en cuanto a dinámicas, más no en cuanto al saber.
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La invisibilización de los ríos: producto de un falso supuesto de modernidad
“Son ellos en apariencia bellos rincones de un Bogotá antiguo y castellano,
condenado a cederle el puesto a los modernos tiempos de civilización y progreso”
El Gráfico. 29 de marzo de 1924.
Como ya se ha mencionado, los ríos San Francisco y San Agustín, y en general los
recursos dricos que habitaban la ciudad, fueron de vital importancia tanto para
la conformación física y urbana de la ciudad como para determinar las dinámicas
sociales, culturales y económicas de sus habitantes. Sin embargo, la evolución de
la ciudad trajo consigo cambios en las dinámicas de crecimiento urbano y con ello
nuevas necesidades que se deberían satisfacer a los habitantes de la urbe.
Para el siglo XIX, la ciudad de Bogotá aún estaba determinada en todos sus
aspectos por la presencia de sus dos ríos principales y de los cerros orientales, que,
además de ser delimitantes naturales, cumplían una función fundamental para el
bienestar de la comunidad. Eran el suministro de agua de la ciudad. La relación
ambiental entre cerros y os era fundamental para el correcto suministro de este
vital líquido. Sin embargo, para finales de siglo, la presión demográfica y el uso
excesivo de los recursos naturales (leña) en actividades cotidianas asociadas al
funcionamiento de los chircales y las alfarerías
5
ocasionó que los cerros orientales
empezaran a presentar serios problemas ecológicos. Los problemas de
deforestación eran evidentes y la afectación directa al cauce de los ríos,
inminente.
Con la disminución de sus cauces y las problemáticas de salubridad de la ciudad,
los ríos San Francisco y San Agustín pasaron de ser ejes estructuradores y
fundamentales para la capital, y se convirtieron en espacios problemáticos de
derrumbes, focos de infecciones e impedimento para el desplazamiento y el
desarrollo de la ciudad en términos de vías de comunicación. Ante esto, las
autoridades no dudaron en recomendar la canalización de los ríos y la proyección
de nuevas e importantes vías de comunicación que aportaran al deseo
modernizador de la ciudad.
Desde la primera mitad del siglo XX, la existencia de estos ríos empezó a quedar
en la memoria olvidada de una ciudad que creció de la mano de estos recursos
hídricos, y de los que poco se hablaría en la historia por venir. Como resultado
del proceso de modernización de la ciudad, finalmente lo urbano se impuso sobre
lo rural, sobre el campo, sobre la naturaleza y finalmente sobre los ríos.
5
La proliferación de los chircales y las alfarerías obedeció a los procesos de desarrollo y expansión
de la ciudad que exigían cada vez más producción de ladrillos y tejas para suplir las demandas de la
creciente población
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Antes de la llegada del siglo XX el
proyecto de canalización de los ríos San
Francisco y San Agustín era ya un tema
recurrente en las esferas políticas y
sociales de la ciudad. Los problemas
sanitarios que se vivían en Bogotá
fueron el detonante para que la idea de
canalización se fortaleciera y
finalmente se convirtiera en un
proyecto prioritario para el desarrollo
de la capital. En 1886.
la Sociedad de Medicina y Ciencias
Naturales nombró una comisión para
que estudiara la higiene de Bogotá. El
informe indicaba que el curso de los
ríos San Francisco y San Agustín
debían ser canalizados para prevenir
los problemas sanitarios (Guio &
Palacio Castañeda, 2008).
Fotografía 5. Construcción de canales del
río San Francisco. Autor: Anónimo. Fuente:
Fondo “Luis Alberto Acuña”. Colección
Museo de Bogotá. MdB00056. c.a. 1910.
La canalización de los ríos San Francisco y San Agustín marcó un momento
determinante para la historia de la ciudad. Fue el momento en que el afán
modernizador enterró dos de los recursos hídricos y culturales más importantes
con los que contaba Bogotá, arrasando de paso con los puentes, chorros, pilas y
demás manifestaciones materiales que durante siglos se construyeron como
parte de la historia y la memoria de una ciudad que nació bañada por dos ríos.
Así, la conformación urbana de la ciudad cambió el paisaje que articulaba los
cerros, la sabana y los ríos; y la imagen de Bogotá empezó a estar determinada
por grandes avenidas y construcciones de concreto. Durante el siglo XX los
ríos San Francisco y San Agustín permanecieron invisibilizados ante una
comunidad cambiante y creciente que transitaba a a día sobre los cauces
mermados de los que fueron los ríos más importantes de la ciudad en los
siglos pasados y que, para la época y a los ojos de los transeúntes, no existían.
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Si bien a lo largo del documento se ha ahondado en la importancia histórica que
los ríos San Francisco y San Agustín han tenido para el desarrollo y la evolución
de la ciudad, se hace necesario preguntarse qué pasa hoy en día con estos dos
cursos de agua. Entender e identificar los posibles procesos de apropiación que
se generan en el territorio a partir de la presencia o no presencia de los ríos es
fundamental para comprender por qué en la construcción de la memoria
capitalina del último siglo es difícil encontrar referentes claros frente a estos
recursos hídricos.
Con el fin de entender y poder analizar la situación actual de los ríos en relación
con su entorno y con las dinámicas sociales y culturales de la ciudad, se propone
dentro de la investigación una zonificación que, más allá de ser cultural o
simbólica, permitirá entender las relaciones que se establecen entre la presencia
de los ríos y la ciudad en la actualidad, a partir de tres tramos de su recorrido.
Estos tramos obedecen principalmente a la condición física (cauce natural, o
canalizados) y al entorno que acompaña el recorrido de los ríos, en el que se
identifican recursos culturales de carácter material o inmaterial que se
conservan como parte de su memoria y sus dinámicas asociadas.
Las zonas identificadas son las siguientes:
Zona 1 (color naranja). El entorno natural de los ríos. En esta zona es posible
apreciar el recorrido de los ríos en su entorno natural, con muy pocas
modificaciones. Se identifican recursos asociados especialmente con el San
Francisco, como la compuerta de control de su cauce.
Zona 2 (color verde). Los ríos bajo la
ciudad. Esta zona se caracteriza por la ausencia de
los ríos en la trama urbana de la ciudad. Si bien el
eje de los ríos se mantiene de manera simbólica
representado por la presencia de las dos avenidas
bajo las cuales están canalizados, actualmente es
difícil identificar referentes claros que reconstruyan
el paso de sus aguas.
Plano 9. Zonificación de los ríos San Francisco
y San Agustín.
Santos Moreno, Juanita. Ríos San Francisco y San Agustín: ejes de memoria e historia de la ciudad de Bogotá,
Colombia. Págs 92-118.
DOI: http://dx.doi.org/10.5377/koot.v0i6.2295
URI: http://hdl.handle.net/11298/306
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Zona 3 (color amarillo). El canal de los Comuneros; la reaparición del río. En esta
zona actualmente se adelantan trabajos para la construcción de la troncal de
Transmilenio (sistema de transporte masivo de la ciudad). El canal de los
Comuneros hoy en día es concebido como un canal por el que fluyen aguas lluvias
y aguas residuales de la ciudad y, por supuesto, no existe en el imaginario de las
personas ningún punto de conexión entre este y los ríos San Francisco y San
Agustín.
Consideraciones finales
El carácter patrimonial de los ríos San Francisco y San Agustín está dado por
todas aquellas dinámicas y manifestaciones culturales que se asocian a su
existencia como principales ejes hídricos de la ciudad de Bogotá desde que el
territorio era habitado por las culturas aborígenes hasta la actualidad. De ahí la
importancia de comprender el carácter de los ríos a lo largo del tiempo, pasando de
ser fuentes hídricas con un significado simbólico en la época prehispánica
momento en el cual el agua mantenía un carácter sagrado, para virar su
significado hacia el utilitarismo impulsado por una necesidad básica de
subsistencia, siendo posteriormente canalizados para la construcción y
funcionamiento de un sistema de acueducto que permitiría proveer de agua una
colectividad hasta lograr desaparecerlos de la trama urbana y de la memoria de los
habitantes.
Por lo anterior, se hace una interpretación de los ríos como ejes de memoria e
historia para la ciudad de Bogotá. Si bien hoy en día han quedado invisibilizados a
causa de la transformación y evolución normal de la infraestructura urbana; se
hace especial énfasis en que existen recursos materiales e inmateriales que evocan
su presencia en la urbe y que se convierten en referentes simbólicos, históricos,
sociales y culturales que les otorgan el valor y significado patrimonial. Pero
además de la existencia de estos recursos “patrimoniales”, la misma presencia de
los ríos hasta su punto de canalización permite conocer su importancia como
recurso natural fundamental para el abastecimiento hídrico de Bogotá. Por un lado,
el San Francisco conserva su entorno natural y presenta unas condiciones
ambientales que se van viendo afectadas a medida que su caudal va descendiendo
hasta llegar a la zona en el que se sepulta bajo las calles bogotanas, pero sin perder
la idea de ser un río funcional que aún conserva dinámicas y prácticas por parte de
quienes lo frecuentan para lavar la ropa, darse un baño o incluso lavar carros.
Por el contrario, el San Agustín ha perdido su dimensión de río, llegando a ser
desconocido de forma generalizada, en términos de su toponimia y de su lugar de
canalización. Aparentemente su presencia en la ciudad pasa desapercibida y su
registro documental, gráfico y fotográfico tampoco aporta a su reconocimiento y
visibilización como eje natural y cultural de gran importancia histórica para Bogotá.
Lo anterior, impulsado por el manejo que se da en general a los afluentes hídricos
en Bogotá, que con la idea de canalizarlos anulan la noción de la presencia del río
en la ciudad, para ser percibidos como “caños” hacia los cuales se tiene la
percepción de suciedad, mal olor e inseguridad.
Ahora bien, la pertinencia de lograr entender y percibir el recurso hídrico desde su
dimensión cultural y no solamente desde su contexto natural, aporta a la
valoración de los ríos San Francisco y San Agustín y permite ampliar la mirada
Santos Moreno, Juanita. Ríos San Francisco y San Agustín: ejes de memoria e historia de la ciudad de Bogotá,
Colombia. Págs 92-118.
DOI: http://dx.doi.org/10.5377/koot.v0i6.2295
URI: http://hdl.handle.net/11298/306
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ante su importancia histórica. En ese sentido, la presente investigación ofrece
unos parámetros o lineamientos que contribuyen a fortalecer los procesos de
visibilización de los ríos desde dos frentes. Estos son los siguientes:
El primero relacionado con el entendimiento del territorio a partir de la presencia
de dos ejes naturales que determinaron el desarrollo de la ciudad a nivel
arquitectónico, industrial, urbano, comercial, económico, entre otros, lo cual se
evidencia en el ejercicio de análisis de cartografía histórica, que permite entender
el papel de los ríos como lugares articuladores de dinámicas. El segundo,
asociado a la reconstrucción de la memoria a través de la identificación y
caracterización de recursos culturales materiales e inmateriales que ponen de
manifiesto su significado histórico, cultural y simbólico. Muchos de estos
recursos hoy existen y es a través de ellos que se visibiliza, evoca y representa
patrimonialmente la presencia de ambos os en la ciudad de Bogotá. Es a partir de
las dinámicas y manifestaciones sociales identificadas en torno a los cuerpos de
agua que es posible empezar construir dichos procesos de memoria.
Hoy en día la presencia de los ríos se ha disuelto casi por completo, en su lugar se
trazaron dos grandes avenidas como la calle sexta y la avenida Jiménez, que bajo
otro contexto siguen siendo ejes de desarrollo comercial, económico, social y
cultural de la ciudad como lo eran en su momento los ríos San Francisco y San
Agustín.
En general, se percibe una falta de contextualización de los lugares o elementos
que se conservan en la ciudad y que mantienen una relación directa con los ríos,
como los casos del puente de Boyacá, del Chorro de Padilla, del puente Holguín o
la compuerta del San Francisco, que, si bien están presentes, no se reconoce en
ellos la carga histórica y mucho menos el significado patrimonial que se les
atribuye en el presente estudio, al ser catalogados como recursos culturales.
Lo anterior, impulsado posiblemente por el fenómeno de “privatización” de los
predios del costado oriental del río San Francisco donde se encuentran estos
recursos, aspecto que de una u otra manera restringe y dificulta la posibilidad de
conocer, valorar y apropiar estos espacios que le pertenecen a una colectividad.
Si bien es cierto la intención de garantizar la protección ambiental del entorno es
válida, también es fundamental sopesar dicha importancia en términos culturales,
sin olvidar que, ante todo, el río es un referente de historia y memoria para la
ciudad.
Si al oriente los predios circundantes al río San Francisco tienen acceso
restringido, al occidente de la ciudad no es posible saber que el río es río.
Aunque su canal está abierto, la construcción de sistemas de movilidad como el
Transmilenio en uno de sus tramos, el acelerado proceso de edificación
generalizado y las mismas dinámicas de la ciudad han hecho que su presencia
pase desapercibida. De ahí la importancia de conocer el curso del río, su historia,
su memoria, su transformación y sus dinámicas asociadas, lo cual permite tomar
conciencia de su existencia. No se puede desconocer que la memoria de la
ciudad es muy “frágil”, lo cual hace parte de su normal proceso de evolución y
transformación. Y es por eso que, a falta de referentes tangibles, este tipo de
investigaciones se puede considerar como un punto de partida para reavivar la
historia y reconstruir la memoria, donde más allá de elaborar documentos
Santos Moreno, Juanita. Ríos San Francisco y San Agustín: ejes de memoria e historia de la ciudad de Bogotá,
Colombia. Págs 92-118.
DOI: http://dx.doi.org/10.5377/koot.v0i6.2295
URI: http://hdl.handle.net/11298/306
©Universidad Tecnológica de El Salvador
REVISTA DE MUSEOLOGÍA KÓOT, 2015, AÑO 5, 6, ISSN 2078-0664, ISSNE 2378-0664
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“académicos” se debe procurar llevar a cabo acciones o estrategias reales que se
puedan articular con proyectos que permitan visibilizar lo que aún existe para
evocar lo que ya desapareció.
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