Samour, Héctor. El pensamiento de Sócrates (470-399). Págs. 24-32.
DOI: http://dx.doi.org/10.5377/koot.v0i5.2281
URI: http://hdl.handle.net/11298/310
©Universidad Tecnológica de El Salvador
REVISTA DE MUSEOLOGÍA KÓOT, 2014, AÑO 4, Nº 5, ISSN 2078-0664, ISSNE 2378-0664
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atenienses, mis acusadores temibles, pues quienes les oyen consideran que los
que se dedican a tales investigaciones tampoco creen en los dioses. (Apología,
18 b).
“Sócrates delinque: corrompe a los jóvenes; no reconoce a los dioses de la ciudad, y, en
cambio, tiene extrañas creencias relacionadas con los genios” (daimonia) (Apología, 24
b).
La ciencia de Sócrates es una ciencia humana (anthropine sophía); y no como la de los
otros, una ciencia más que humana (cf. Apología, 20 e):
El oráculo de Delfos dijo que no había nadie más sabio que Sócrates. Cómo puede ser
el más sabio quien tiene conciencia de no serlo ni grande ni pequeño. Se puso a
comprobarlo (Cf. Apología, 21 a-b). “Fui a buscar hombres que pasaban por sabios.
Ante todo, un político (tis ton politikon), y al demostrarle que no sabía nada, que no era
sabio, me gané su enemistad” (Apología, 21 c-d). “Los poetas como los profetas y los
adivinos dicen cosas bellas, pero no saben lo que dicen” (Apología, 22 a-c). “Los
artesanos porque sabían bien su oficio, creían saberlo todo bien” (Apología, 22 d). “Soy
más sabio que todos ellos en cuanto no creo saber lo que sé. Es por dar razón al dios
que yo demuestro a la gente su ignorancia y me gano su enemistad” (Apología, 23 a-b).
La misión de Sócrates la ha adoptado porque su preocupación es hacer lo que es justo y
lo que su vocación divina le exige:
Ahora bien: tal vez parezca chocante el hecho de que yo, como es sabido, vaya por
doquier aconsejando en privado del modo referido y metiéndome en cosas ajenas,
y, en cambio, no me atreva a subir ante vuestra Asamblea para aconsejar
públicamente a la ciudad. Más la causa de ello es lo que muchas veces me habéis
oído decir en muchos lugares, que sobre mí siento la influencia de algún dios y de
algún genio [...] se trata de una voz que comenzó a mostrárseme en mi infancia, la
cual siempre que se deja oír, trata de apartarme de aquello que quiero hacer y
nunca me incita hacia ello. Eso es lo que se opone a que yo me dedique a la
política, y me parece que se opone con sobrada razón. Podéis estar seguros,
atenienses, de que, si yo me hubiese puesto hace tiempo a intervenir en la política,
tiempo ha que se me habría dado muerte y ni a vosotros ni a mí mismo habría sido
útil en cosa alguna (Apología, 31 d-e).
Agradezco vuestras palabras y os estimo, atenienses, pero obedeceré al dios antes
que a vosotros y, mientras tenga aliento y pueda, no cesaré de filosofar, de
exhortaros y de hacer demostraciones a todo aquél de vosotros con quien tope con
mi modo de hablar acostumbrado, y así, seguiré diciendo: “Hombres de Atenas,
la ciudad de más importancia y renombre en lo que atañe sabiduría y poder, ¿no
te avergüenzas de afanarte por aumentar tus riquezas todo lo posible, así como tu
fama y honores, y, en cambio, no cuidarte ni inquietarte por la sabiduría y la
verdad, y porque tu alma sea lo mejor posible?”, y si alguno de vosotros se muestra