Molina Tamaca, Carmen. Huerto en flor. Págs. 87-92.
DOI: http://dx.doi.org/10.5377/koot.v0i5.2285
URI: http://hdl.handle.net/11298/314
©Universidad Tecnológica de El Salvador
REVISTA DE MUSEOLOGÍA KÓOT, 2014, AÑO 4, Nº 5, ISSN 2078-0664, ISSNE 2378-0664
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humanitaria, es una reconocida poetisa y editora, que, además de haber publicado ya
varios libros, es convocada con frecuencia a festivales literarios en América Latina y
Europa.
Para Karla, vivir con tres herencias culturales es enriquecedor. “Cuando era niña me
hice muchas preguntas, viviendo en este país. Cuando me decían: ‘¿De dónde vienes?’;
yo decía: ‘de Honduras’. Cuando alguien comentaba: ‘¿pero que acaso no eres
salvadoreña?’. Entonces yo le decía: ‘¡bueno, me han preguntado de dónde vengo no
dónde nací!’. Luego opté por siempre decir que soy salvadoreña porque no tenía
recuerdos de Honduras. Siendo hija de una hondureña, la comida en casa siempre fue
estilo hondureño y de la costa; sopa de mariscos con coco, por ejemplo...; pupusas no
las comía como la mayoría, solo de vez en cuando que íbamos a alguna pupusería
cuando empezaron a llegar esos negocios a Brentwood, donde viví mi adolescencia”.
Confiesa que la cultura norteamericana la aprendió, pero no la hizo suya. “Siempre quise
mantener mis raíces. Insistí en hablar español; y desde mucho antes de hacerlo
profesionalmente hacía traducciones, porque quería practicar usar los dos idiomas” –
indica–.
Parlamento centroamericano… en casa
De su padre, Marta Elisa recuerda que siempre le hacía ver las limitaciones y le advertía
que nunca podría encontrar un hombre que la quisiera, porque éstos siempre quieren a
su lado alguien que los atienda. “Yo tengo un defecto físico: me falta un brazo. Aquí
me ofrecieron prótesis, pero nunca quise”—comenta—. Aquel no fue un impedimento
para continuar ofreciendo sus servicios de belleza y costura. En la primera semana de
trabajo ganó $4.50 la hora. Allí trabajó por 11 años, alcanzando mejor paga y
prestaciones.
Dejar el terruño no ha sido fácil, pero a esto Marta Elisa le pone buena cara. Le fascina
cocinar comida tradicional hondureña, como las tortillas, sopa de jaiba o de caracol y
tamales, aunque de la receta original de la masa de estos ultimos suprime el arroz, y
terminan siendo más al estilo salvadoreño, con carne, “recaíto”, garbanzos y chícharos.
Ana Lilian, la tercera hija de doña Raquel Coreas —la matriarca, de 87 años—, sin haber
cumplido la mayoría de edad fue la pionera en emigrar. Su sueño de ser maestra fue
truncado por la guerra entre El Salvador y Honduras. Haciendo malabares legales y
económicos logró llegar a Nueva York; y junto a dos primas —como decenas de
inmigrantes hispanos— logró ubicarse pronto en las factorías textiles de Manhattan y
vivir en Long Island (Levittown).
En 1981 logró traer a su madre. Compraron una casa familiar en 1983; y para 1985 su
hermano Víctor, su esposa Marta Elisa y sus tres hijos fueron los últimos en emigrar.