Fowler, W. y Zavaleta, E. El pensamiento de Pierre Bourdieu: apuntes para una mirada arqueológica. Pág. 117-135.
DOI: http://dx.doi.org/10.5377/koot.v0i4.2253
URI: http://hdl.handle.net/11298/169
©Universidad Tecnológica de El Salvador
REVISTA DE MUSEOLOGÍA KÓOT, 2013, AÑO 3, Nº 4, ISSN 2078-0664, ISSNE 2307-3942
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El pensamiento de Pierre Bourdieu: Apuntes para
una mirada arqueológica
William R. Fowler
Antropólogo.
Universidad deVanderbilt, E.E.U.U.
Eugenia Zavaleta Lemus
Egresada de la Licenciatura en Antropología
Sociocultural.
Universidad de El Salvador
Pierre Bourdieu es uno de los teóricos contemporáneos de la acción social más
estudiados en diferentes campos de las ciencias sociales, porque sus postulados
invitan a la superación de las antinomias o los dualismos clásicos de la sociología
tradicional (objetivismo/subjetivismo, estructura/agencia, individuo/ sociedad,
materia/idea, micro/macro, cuali/cuanti) y porque se ha identificado con la
superación de los determinismos y sustancialismos, construyendo enfoques más
relacionales y procesuales. Sus principales influencias teóricas provienen del
marxismo, del estructuralismo francés, de las filosofías de Martin Heidegger,
Edmund Husserl, Maurice Merleau-Ponty, Raymond Aron y Ludwig
Wittgenstein; inclusive de la tradición epistemológica francesa, que enfatiza el
no-positivismo y antievolucionismo. Es, junto con Anthony Giddens, calificado
como uno de los dos teóricos de la práctica más influyente del siglo XX.
Bourdieu ha producido una “ontología de las prácticas sociales que busca superar
a nivel metodológico y analítico los dualismos de la física y la fenomenología
social”, y que constituye una “síntesis superadora” de los debates sustancialistas
y que abona igualmente al análisis teórico como al empírico (Jaramillo,
2011:413). Esta ontología descansa en categorías sociológicas potentes como
habitus, campo, dualidad de la estructura e integración social y sistémica.
Para Bourdieu (1977, 1990), la sociedad existe bajos dos formas: los campos
(instituciones), que conforman las estructuras sociales externas, y los habitus
(disposiciones) que constituyen la organización interna de los agentes (Téllez
Iregui, 2002:15). Bajo la tradición del pensamiento relacional, Bourdieu concibe
a la sociedad a partir de la comprensión de su carácter heterogéneo y enfatiza en
la necesidad de abordarla como un sistema de campos diferenciales, cuyos
espacios de lucha diversos son relativamente independientes y autónomos, en
contraste con las teorías sociales en que la sociedad es un todo homogéneo,
integrado y armónico (Jaramillo, 2011:413, 425). Estos campos de lucha son los
escenarios en que se mueven los agentes sociales y desde los cuales establecen
relaciones que pueden variar desde la dominación hasta la resistencia.
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En este ensayo trataremos de mostrar algunos de los principales debates de la
teoría sociológica y la teoría social que enmarcan el contexto del pensamiento de
Bourdieu, como de sus categorías de análisis. Después, presentaremos las
categorías y conceptos bourdieusianos que pueden explicar los procesos de
diferenciación y transformación social con el objetivo de señalar su utilidad en
la teoría arqueológica. Por último, presentaremos un estudio de caso
arqueológico tomado de las investigaciones recientes del sitio arqueológico
Ciudad Vieja, El Salvador.
Temas de debate de la teoría sociológica y la teoría social.
Para entender mejor el aporte de Bourdieu, ofrecemos unos comentarios breves
sobre unos temas de debate en la teoría sociológica y la teoría social. Desde la
década de 1980 los antropólogos y los arqueólogos han adoptado una serie de
preocupaciones teóricas postestructuralistas, desarrolladas en las ciencias
sociales, que se centran en la agencia, la estructura; la estructuración y la práctica
en conjunción con los problemas relacionados con la acción individual y el
individuo; la interacción entre la acción y las estructurassociales, la construcción
del ser social, la intencionalidad, la indeterminación; la facultad de actuar y de la
dominación y la resistencia. Los enfoques que se ocupan de estas cuestiones se
han referido, en diversas ocasiones y con frecuente ambigüedad, a la “teoría de
la agencia”, la “teoría de la estructuración” y la “teoría de la práctica”.
Antes de examinar estos términos, es necesario evaluar el concepto básico de
agencia, su concepto complementario estructura y su uso en la antropología y la
arqueología. El concepto de agencia se relaciona con las ideas sobre la
personalidad, la voluntad, la libre determinación y la naturaleza de la conciencia.
La herencia intelectual de estas ideas se remonta a los filósofos griegos,
especialmente Aristóteles, y jugaron un papel importante en el pensamiento de
la Ilustración filosófica de Descartes, Hobbes, Locke, Rousseau, Vico,
Montesquieu, Hume y Kant. Estas ideas básicas han sido preocupaciones
centrales de la ciencia social moderna y son temas importantes en las obras de
Marx, Spencer, Weber, Durkheim y Mauss. En la teoría sociológica
contemporánea aparecen frente a la hegemonía del estructuralismo y el
funcionalismo del siglo XX, como el análisis a microescala de las acciones y
decisiones de los individuos que se consideran como consecuencias directas de
la estructura a macroescalaen, por ejemplo, la etnometodología de Harold
Garfinkel (1967), el análisis situacional de ErvingGoffman (1961) y la
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fenomenología de Alfred Schütz (1967). Este trabajo pone en primer plano la
acción individual y subraya la interacción cara a cara, el énfasis en el sentido más
bien que la función y en la experiencia vivida. El análisis a microescala ha tenido
una fuerte influencia en el trabajo de los teóricos postestructuralistas de la
agencia y la práctica.
El término agencia se ha utilizado de manera confusa e imprecisa en la
arqueología contemporánea por diferentes analistas que emplean su propia
interpretación del término (Dornan, 2002:304). Ian Hodder (2000:22) señala que
a principios de la década de 1980 se utilizaba el término agencia en oposición al
término comportamiento, con énfasis en la acción individual, la intencionalidad,
y la indeterminación en comparación con el conductismo y el determinismo
estructural de los sistemas de gran escala y los procesos estudiados por la
arqueología procesual (Binford 1962, 1965). El término agencia se convirtió en
una palabra clave para hacer frente a la acción individual. Pero a finales de la
década de 1980, se hizo evidente que los individuos son difíciles, si no
imposibles, de identificar en contextos arqueológicos, y el énfasis en el individuo
pasó a centrarse en la “capacidad de actuar”, basada en el control de los recursos
estratégicos, como bienes de prestigio o conocimiento esotérico (Odre, 2000:22-
23; véase también, Jonson, 1989:189-191).
En términos más amplios, todas estas preocupaciones pueden reducirse al debate
entre el sustancialismo y el relacionalismo para poder explicar la integración de
los conceptos de estructura y gente presentes en los trabajos de Bourdieu. El
sustancialismo toma al elemento de análisis (por ejemplo, estructura, agente,
sociedad) como una esencia o unidad básica inmutable que, a pesar de su
interacción con las demás, sigue teniendo completa independencia como
entidades estáticas. El enfoque relacional hace referencia a las unidades de
análisis como unidades dependientes entre sí, en simbiosis continua, y cuyo
sentido se alcanza al comprenderlas “insertas en configuraciones relacionales y
transaccionales y no como entidades discretas predeterminadas en el análisis
social” (Jaramillo, 2011:414; véase también, Bourdieu, 1997:115); es decir, no
son anteriores a las relaciones que establecen entre sí, sino que se definen por ese
mismo proceso (Emirbayer, 1997).
Bajo esta misma dimensión, uno de los aportes centrales de Bourdieu es la visión
del poder como un “recurso” o un “esquema”, y no solamente como propiedad
de los agentes, el cual se desenvuelve “en relaciones de fuerza, intereses y
posiciones” y organiza la sociedad en una jerarquía que los propios agentes
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legitiman (Jaramillo, 2011:415). Bajo este enfoque, el poder ya no se posee: se
construye de forma colectiva. Asimismo, la disociación entre el concepto de
estructura social y el de cultura encuentra un punto de fusión. La estructura social
ya no es concebida de forma sustantiva, como entramados de sistemas materiales
constreñidores desde los que se establece una relación de dominación entre esa
estructura y el individuo social; sino como redes de intercambios e interacciones
que mantienen lazos de continuidad y permanencia. La noción de estructura de
Bourdieu implica una idea flexible de determinación, que reside en el habitus,
del que hablaremos más abajo.
La cultura es más que un sistema de normas y valores individuales, producto de
experiencias particulares; la nueva propuesta de los autores relacionales es que
se conforma a partir de sistemas de “comunicación y narrativas” (Ibíd), de
interpretaciones y lenguajes. La fusión que hace Bourdieu de ambas
concepciones, disociadas tradicionalmente, resulta en una estructura social que
configura las prácticas sociales, los papeles, las normas y la dominación en
cuanto se fusiona a partir de las interpretaciones de los sujetos sociales, en donde
es menester entender los niveles de constreñimiento en las prácticas sociales a
partir de la incorporación de diversos significados. En este sentido, la definición
de la estructura social trasciende la figura de un aparato externo al individuo,
cuyo carácter es únicamente coercitivo y, a la vez, las prácticas culturales dejan
de ser productos de la subjetividad. Es esta fusión o imbricación la que permite
que Bourdieu se sitúe como uno de los pensadores que supera los dualismos de
la sociología clásica (Ibíd.:415-416).
Además, se puede observarcomo destaca Swartz (2012), que el pensamiento
de Bourdieu es clave para hacer una sociología del poder, con especial atención
a las formas de dominación. En efecto, el análisis del poder está en el corazón de
la sociología de Bourdieu. Como teórico del conflicto, hace hincapié en el
carácter competitivo y estratificado de los mundos sociales, los cuales están
firmemente ordenados por los mecanismos y procesos de dominación y
reproducción. Propone una teoría del poder simbólico, la violencia y el capital
que hace hincapié en el papel activo que desempeñan las formas simbólicas como
recursos que constituyen y mantienen las jerarquías sociales. La perspectiva de
Bourdieu se opone a la opinión generalizada de que el poder simbólico es
simplemente simbólico. Su sociología nos sensibiliza a las formas más sutiles e
influyentes de poder que operan a través de los recursos culturales, de las
categorías simbólicas y las clasificaciones que entretejen la vida cotidiana con
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las disposiciones institucionales vigentes. Rechazando el reduccionismo
económico, Bourdieu identifica una amplia gama de recursos valiosos más allá
de los intereses materiales transparentes que funcionan como recursos de poder,
que él llama “formas de capital”, como el capital social y el capital cultural.
Además, las personas y los grupos luchan sobre la definición y distribución de
estos capitales en distintos escenarios de poder que Bourdieu llama campos.. Él
ve las concentraciones de diversas formas de capital en áreas específicas de
lucha, como el campo de poder, el campo político y el campo estatal. La
sociología de Bourdieu ofrece herramientas conceptuales para el análisis de tres
tipos de poder: el poder conferido a determinados recursos (capitales), el poder
concentrado en los ámbitos específicos de lucha en torno a las formas de capital
(campos de poder) y el poder práctico, que se da por sentado en la aceptación de
las jerarquías sociales existentes (poder simbólico y violencia) (Swartz,
2012:21).
Los conceptos básicos de Bourdieu.
Bourdieu instituye tres categorías de análisis como herramientas para pensar en
la producción y la reproducción del sentido de las prácticas sociales que permiten
compararse y aplicarse a las diversas sociedades, aunque sus teorizaciones hayan
surgido principalmente a la luz del estudio de la sociedad francesa. Estas
categorías, de las que se deslinda todo su análisis, son el habitus, los campos
sociales y el capital. Pero esta tríada no puede entenderse si no hablamos del
espacio social.
El espacio social global es la sociedad, constituida por campos que se intersectan,
integrándola. Es un “conjunto de posiciones distintas y coexistentes, externas
unas a otras, definidas en relación unas de otras por su exterioridad mutua y por
relaciones de proximidad, de vecindad o de alejamiento y asimismo por
relaciones de orden” (Bourdieu, 1997:16), entendida como una distancia social
que ordena y jerarquiza. Es una “realidad intangible, que no se puedemostrar ni
tocar con el dedo, y que organiza las prácticas y las representaciones de los
agentes” (Ibíd.:21-22). En este sentido, la posición que ocupa un actor social en
el espacio es congruente con su visión del mundo, con las distintas
representaciones que puede hacerse de su propia realidad como de las de los
demás agentes.
El habitus es el cuerpo socializado; está constituido por un sistema de
disposiciones, actitudes o inclinaciones adquiridas, duraderas y transferibles que
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generan y clasifican acciones, percepciones, sentimientos y pensamientos en los
agentes sociales de una cierta manera, generalmente escapando a la conciencia y
a la voluntad. Estas disposiciones son incorporadas o interiorizadas por los
individuos desde su infancia mediante un proceso de socialización multiforme y
prolongada. En este último sentido, habitus es “historia hecha cuerpo” (Téllez
Iregui, 2002:15, 58).
Se entiende que habitus es la subjetividad socializada y a la vez la interiorización
de la exterioridad, o sea, la interiorización de la posición social del agente en su
vida cotidiana (y, por ende, la composición de sus capitales): es el “principio
generador y unificador que retraduce las características intrínsecas y relacionales
de una posición en un estilo de vida unitario, es un conjunto unitario de elección
de personas, bienes y prácticas” (Bourdieu, 1997:19). De ahí que Bourdieu haga
énfasis en la idea de los cuerpos estructurados: “Si el campo es el marco, el
habitus es el efecto del marco, su interiorización: … es un cuerpo socializado, un
cuerpo estructurado, un cuerpo que se ha incorporado a las estructuras
inmanentes de un mundo o de un sector particular de este mundo, de un campo,
y que estructura la percepción de este mundo y también la acción en este mundo”
(Aguirre, 1997). En este sentido, son tan importantes las preferencias y gustos de
los agentes (actividades deportivas, preferencias culinarias, bebidas
embriagantes, etc.) como las formas de hacerlo, los límites sociales de lo
permitido y lo que no permitido, como de lo que es estéticamente aceptado y lo
que no es.
La tercera categoría importante para entender el funcionamiento de los otros
conceptos es la idea de los campos sociales. Estos se definen como espacios
sociales estructurados de posiciones o puestos jerarquizados, es decir, como
sistemas de posiciones donde todos los agentes sociales se encuentran
interrelacionados de manera durable y dinámica (TellézIregui, 2002:65). Las
relaciones entre los participantes de un campo social pueden ser consensuales,
pero por lo general tienen un carácter conflictual y antagónico, que tiene origen
en el uso y distribución de las formas de capital (bienes materiales o simbólicos)
específicas que circulan en los campos.
No estaría de más recalcar el potencial de competencia y conflicto de los campos
sociales: son los escenarios de lucha distribuidos en el espacio social por sus tipos
diferenciales de capital, que se imponen a los agentes individuales y contribuyen
a conservar o transformar la estructura social (Bourdieu, 1989:29; 1997:49). Son
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lugares de producción, consumo y reproducción de representaciones del mundo
de los agentes. “Se puede describir al campo social como un espacio
multidimensional de posiciones tal que toda posición actual puede ser definida
en función de un sistema multidimensional de coordenadas cuyos valores
corresponden a los valores de las diferentes variables pertinentes: donde los
agentes se distribuyen así, en la primera dimensión, según el volumen global de
capital que ellos poseen y, en la segunda, según la composición de su capital: es
decir, según los pesos relativos de las diferentes especies en el conjunto de sus
posesiones” (Bourdieu, 1989:29).
Existen distintos tipos de campos para los agentes: el campo científico, el
académico, el religioso, el literario, etc., y cada campo desarrolla sus especies de
capital congruentes. Así, cada campo tiene su propia lógica y su propia jerarquía,
en donde el agente debe disputarse su lugar según las reglas del juego (Ibíd.:29).
Los grupos de agentes que dominan un capital, dominan también el campo de ese
mismo capital, y, al reproducirse biológicamente, están efectuando una
reproducción social de sus dominios. En este sentido, los espacios sociales, más
allá de separar a los agentes según las cuotas de poder acumuladas, agrupan a
una cantidad de agentes con estilos de vida similares por tener las mismas
propiedades objetivas y las mismas disposiciones habitus), aunque esta
aseveración está sometida a la posibilidad de fallas o desfases (Fernández, 2009).
Es justamente esta ubicación de los agentes por medio de campos de dominio en
el espacio social (personas con las mismas cuotas de poder, como dinero, círculos
sociales, niveles de escolaridad, etc.) la que explica por qué personas de diferente
posición social no podrían encontrarse en un punto del espacio social; y si se
encontraran, no se entenderían. Los temas de conversación, la elección de los
lugares de socialización, las preferencias en una actividad deportiva, en un tipo
de música o de películas, está marcada por la distancia social que no permite que
se junten personas de diferentes marcos culturales (“límites sociales” de
Bourdieu). Al contrario, la proximidad en el espacio social define grupos
concretos que no necesariamente constituyen una clase social movilizada, pero
que podrían explicar cómo funciona, por ejemplo, el mercado del matrimonio.
Así, “la proximidad en el espacio social predispone al acercamiento: las personas
inscritas en un sector restringido del espacio estarán a la vez más próximas (por
sus propiedades y sus disposiciones, sus gustos y aficiones) y más inclinadas al
acercamiento; también resultará más fácil acercarlas, movilizarlas” (Bourdieu,
1997:23).
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El concepto final en el esquema de Bourdieu es el capital, definido como un
recurso para posicionarse en el mundo, que permite al actor social ubicarse en un
plano de jerarquías y posiciones de menor desigualdad con respecto a agentes
más próximos en la escala social. “Representa un poder sobre el campo (en un
momento dado) y más precisamente, sobre el producto acumulado del trabajo
anterior (en particular, sobre el conjunto de los instrumentos de producción) y
por tanto de los mecanismos que aseguran tendencialmente la producción de una
categoría particular de bienes, y gracias a ello, a un conjunto de ingresos y
beneficios” (Bourdieu, 1989:28). Cada agente es estructura y volumen de capital
corporizada y el capital es heredado y adquirido (Bourdieu, 1997:18). A partir de
estos principios de diferenciación, los agentes sociales definen sus posturas
políticas, sus gustos, deseos y preferencias de consumo (musical, literario,
cinematográfico, mascotas, pasatiempos, etc.) y eligen además sus amistades y
profesiones.
Las principales especies de capital son el capital económico, el social, el cultural
y el simbólico. El capital económico se define por los bienes materiales de
producción y de consumo de los agentes. Se puede visualizar en los bienes
patrimoniales que los padres acumulan y dejan en heredad a sus hijos como un
recurso que los empodera y los distingue en las personas de su generación, y los
hace competir por un lugar de renombre en la escala social. La trasferencia de
este tipo de capital de una generación a otra demuestra el carácter histórico y
mutable de la estructura social. Pero a la vez deja abiertas las posibilidades a los
agentes de conservar la estructura, como de cambiarla.
El capital cultural se mide a partir de las habilidades y conocimientos
especializados que confieren poder por medio del diploma. El diploma es un tipo
de capital cultural institucionalizado por el Estado, que por medio de rituales de
consagración separa a los más calificados de los menos, y por ello legitima sus
papeles de dominación (Bourdieu, 1997:36-37). Los demás tipos de capital
cultural son el objetivado (posesión y uso de bienes culturales como cuadros,
máquinas, pinturas, libros, etc.) y el incorporado (hábitos, percepciones y gustos
moldeados por los niveles de escolaridad) (Bourdieu, 1979:11-17). El capital
social lo constituyen las redes de contactos durables que permiten que los agentes
escalen posiciones más convenientes en el espacio social, por ejemplo, los
círculos sociales a los que pertenecen los agentes. Y finalmente, el simbólico es
el tipo de capital que tiene la capacidad de convertir un capital en otro, por
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ejemplo, el honor, el prestigio social, etc. Estos tipos de capital pueden ser
heredables o adquiridos individualmente.
El funcionamiento de estos capitales varía según las particularidades de las
culturas y las estructuras sociales. En algunas sociedades la conjugación del
capital cultural con el capital económico se puede transformar en capital
simbólico para configurar la hegemonía de un grupo sobre otro. Sin embargo,
puede haber sociedades en que el poder no se detente por la vía de las riquezas
materiales o del conocimiento, sino a partir del honor y el prestigio social que
deviene de campos más específicos, como el campo del capital religioso o
político. Asimismo, también hay sociedades que funcionan con todos los tipos
de capital a la vez.
En resumen, la teoría de Bourdieu es tanto una filosofía de la ciencia dedicada a
revelar las relaciones objetivas que dan forma a y sostienen la vida social, como
una filosofía de acción que toma en cuenta las disposiciones de los agentes, así
como las situaciones estructuradas en las que actúan. Esta filosofía de acción se
condensa en los conceptos claves de habitus, campo y capital, y se define por la
relación de doble vía entre las estructuras objetivas de los campos sociales y las
estructuras incorporadas del habitus. La piedra angular del pensamiento de
Bourdieu está compuesta por esta relación de doble sentido entre las estructuras
objetivas y las estructuras incorporadas (Bourdieu, 1997:8), en donde los
espacios sociales son escenarios de producción y reproducción de prácticas y
discursos.
El habitus como “estructura estructurante”.
Ya hemos explicado anteriormente las categorías fundamentales que aporta
Bourdieu para entender la acción social. Este es un pequeño apartado para
describir la formación procesual del habitus, con la intención de extender el
diálogo que propone Bourdieu con aquellos conceptos que definen al habitus
como “estructura estructurante”, superando los determinismos.
Para desarrollar este planteamiento, utilizaremos el trabajo “El espacio social y
la génesis de las ‘clases’” (Bourdieu, 1989), para entender la formación del
habitus como un ejercicio de percepción que combina la estructura social, como
una propiedad objetiva de los agentes, con la apreciación individual del mundo
social.
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Bourdieu propone el habitus como el concepto que sirve para superar la oposición
entre el objetivismo y el subjetivismo. Para el objetivismo, los agentes estarían
determinados por la estructura social, serían meros soportes de la estructura de
relaciones en que se encuentran y no efectuarían ningún papel trascendental. Por
su parte, las teorías subjetivistas explicarían las relaciones sociales como
agregaciones de acciones individuales. De esta manera, si el objetivismo reduce
al sujeto a un mero soporte de la estructura, no se puede explicar el hecho de que
sujetos de posiciones idénticas produzcan prácticas distintas. Igualmente, los
subjetivistas no pueden dar cuenta de las regularidades sociales (que se producen
al margen de la voluntad y la consciencia de los individuos). El concepto de
habitus da una salida a la cuestión.
El habitus es un sistema de disposiciones incorporadas por los agentes a lo largo
de su trayectoria social. Una vez interiorizado el habitus, comenzarán a plasmarse
los principios de la arbitrariedad interiorizada, de las estructuras objetivas. Al ser
una “estructura estructurante”, el habitus se constituye como un esquema
generador y organizador de las prácticas sociales y también de las percepciones
y apreciaciones de las propias prácticas y las de los demás agentes (Bourdieu,
1989:33; 1997:53-90).
El autor hace especial énfasis en los objetos de percepción y representación del
mundo social como objetos históricos, sujetos a las variaciones en el tiempo y a
la necesidad de concebirlos como visiones adquiridas y heredables. Al mismo
tiempo, esta configuración adquirida está abierta a la variación creativa de los
individuos, por tanto, se desprende de un diálogo con los demás agentes que
llenan la cotidianeidad de los sujetos sociales: la familia, las colectividades
étnicas, de clase o de género.
Estas categorías de percepción se logran a través de la experiencia del mundo
social y del trabajo de representación que se da en el agente “más cerca de un
inconsciente de clase que de una conciencia de clase, en el sentido marxista”
(Bourdieu, 1989:34). La construcción de las representaciones del mundo social
“implica una aceptación tácita de su posición”, de la “incorporación de las
estructuras objetivas del espacio social”, y por consiguiente, de las distancias
sociales que se deben marcar. Es decir, en vez de formarse una fuerza antagonista
de clase, lo que se da es un “principio de realidad más rigurosamente impuesto”,
que refuerza la identidad de los dominados en relación con los demás sectores
sociales (Ibíd).
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Este reconocimiento subjetivo de las diferencias tiende a reflejarse en elementos
más visibles de la cultura: los espacios de residencia y de acceso y movilización
de las distintas formas del capital, como su transferencia y permanencia en las
estructuras jerquicas existentes. Esta dominación simbólica permite que grupos
de las mismas condiciones materiales se agrupen entre sí, por el hecho mismo de
que comparten tanto “propiedades visibles parecidas” como las disposiciones
individuales. Como producto del trabajo de percepción, estas uniones se traducen
en agrupamientos durables, dotados de significados colectivos. Las
interpretaciones del orden social en el que los sujetos sociales están insertos y
restringidos es congruente con su posición social.
Es de este modo, particularmente a través de las propiedades y sus distribuciones,
que el mundo social logra objetivamente el estatuto de sistema simbólico que, a
la manera de un sistema de fonemas, se organiza según la lógica de la diferencia,
desviación diferencial, así constituida como distinción significante. El espacio
social y las diferencias que emergen espontáneamente” dentro de él tienden a
funcionar simbólicamente como un espacio de estilos de vida… (Ibíd.:36).
La diferenciación social entendida como violencia simbólica es la que nos
permite hablar de Bourdieu como un sociólogo del poder, pues se ha detenido a
estudiar las dinámicas internas de lucha en los distintos campos sociales, desde
donde los individuos y grupos tienen papeles de relevancia en sus acciones.
Estudio de caso arqueológico: Ciudad Vieja, El Salvador, la primera villa
de San Salvador.
Bourdieu se cita a menudo en los estudios arqueológicos, pero las referencias a
Bourdieu, al igual que a Giddens, suelen ser gestos simbólicos destinados a dar
legitimidad a los proyectos. El verdadero Bourdieu, sociólogo interesado en la
dinámica del poder y la cultura, raras veces se encuentra en la interpretación
arqueológica. La realización de la contribución de Bourdieu a la teoría
arqueológica ha sido incompleta, ya que no ha podido aprovechar plenamente
todos los conceptos bourdieusianosla tríada teórica de habitus, campo y
capital. En particular, la comprensión del habitus queda incompleta (y tal vez
superficial) si no la vinculamos a las categorías de campos y capital. Debido a
esto, nuestra comprensión teórica de habitus a veces se ha separado de la idea
central de que los campos, según Bourdieu, son las ubicaciones de las luchas
masivas históricas por el poder.
Fowler, W. y Zavaleta, E. El pensamiento de Pierre Bourdieu: apuntes para una mirada arqueológica. Pág. 117-135.
DOI: http://dx.doi.org/10.5377/koot.v0i4.2253
URI: http://hdl.handle.net/11298/169
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Como estudio de caso arqueológico presentaremos algunos de los resultados e
interpretaciones más significativas del Proyecto Arqueológico Ciudad Vieja de
la Vanderbilt University en El Salvador, llevado acabo de 1996 a 2005 (Fowler,
2011). Este sitio representa las ruinas bien conservadas de la villa de San
Salvador, fundada en 1525, rápidamente abandonada y refundada en 1528 como
ciudad de la conquista española. La villa de San Salvador tuvo una población
indígena residente (en su mayoría nahua) que fue tal vez veinte veces mayor en
número que la población española. Abandonada alrededor de 1550-1560, sus 25
a 35 años de ocupación abarcan los años cruciales de la época de la Conquista de
América Central.
El muy corto lapso de ocupación hace que el sitio sea idóneo para el estudio
arqueológico del cambio social durante el período de la Conquista, y
especialmente atractivo para estudiar la interacción dinámica entre los españoles
y los pueblos indígenas mesoamericanos durante la primera generación después
de la fundación de San Salvador. Las evidencias arqueológicas que revelan que
este pueblo fue un lugar de residencia para una población indígena muy grande,
son muy convincentes. Es probable que esta población haya sobrepasado varios
miles de habitantes; un crisol de pueblos mesoamericanos reunidos para apoyar
la empresa de la Conquista, al mismo tiempo que intentaban velar por la
preservación y protección de su propia identidad cultural y orígenes, o de
variados intereses personales. La parte olvidada de la historia de la Conquista,
que está empezando a ser rescatada por un pequeño número de antropólogos e
historiadores (Akkeren, 2007; Asselbergs, 2008; Escalante, Arce 2001; Matthew,
2004, 2007, 2012; Matthew y Oudijk, 2007; Restall, 2003; Restall y Asselbergs,
2007), es que esta empresa no habría sido posible sin los aliados nativos. Muchos
de los aliados indígenas construyeron y habitaron la villa de San Salvador y
contribuyeron de muchas maneras para hacer posible la vida humana allí. La
importancia del medio ambiente urbano no puede pasarse por alto.
La conquista española de América fue en general una conquista urbana (Aguilera
Rojas, 1973, 1994; Sanz Camañes, 2004; Solano, 1990). Tradiciones urbanas
europeas e instituciones con raíces históricas muy profundas proporcionan el
marco estructural para la conquista y hegemonía colonial. Las estructuras
sociales, económicas, políticas y religiosas, y las prácticas se crearon y se
recrearon cada vez que se fundaba una nueva ciudad hispanoamericana. En las
acciones específicas, también las poblaciones indígenas participaron, en
colaboración o resistencia, en concierto con los españoles y otros europeos. Tal
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vez incluso más que los españoles, las poblaciones mesoamericanas de la época
de la Conquista eran también las herederas de profundas tradiciones e
instituciones urbanas (Bernal García y García Zambrano, 2006; Webster y
Sanders, 2001).
Así es cómo Ciudad Vieja ofrece una oportunidad importante para el estudio
arqueológico de la dinámica de interacción cultural español-indígena de la época
colonial temprana y la aplicación de la teoría de práctica de Bourdieu. Las
investigaciones arqueológicas en el sitio han enfatizado los aspectos espaciales
de la ciudad, viéndola como un paisaje cultural: destacando la interacción mutua
de los diferentes grupos culturales que compartían el terreno. Aproximadamente
dos docenas de ciudades españolas se fundaron en América Central durante el
período de la Conquista (Meléndez Chavarri, 1977). Muy pocos de ellos han sido
investigados arqueológicamente. Ciudad Vieja es el único entre ellos que tiene
ocupación colonial temprana intacta y que destaca buena integridad,
conservación y facilidad de acceso. Los paisajes de estos asentamientos formaron
la matriz espacial dentro de la cual se realizó la práctica social y las relaciones
sociales se promulgaron. Estas prácticas y las relaciones sociales son a la vez
reflejadas en el plano de la ciudad y la cultura material del sitio.
Las primeras ciudades coloniales españolas en América desempeñaron un papel
crucial en la transformación radical del paisaje. Estos pueblos, con pocas
excepciones, fueron construidos sobre un plano en cuadrícula por razones de
sentido práctico y tradición cultural. La ciudad en cuadrícula, producto
estructural del habitus español, simbolizaba la civilización hispana misma y
provocaba una declaración propagandística sobre el poder del Imperio, que se
traducía en conceptos muy específicos de orden espacial derivado de la estructura
social de la Conquista. Este orden espacial incluía espacios sociales y lugares
donde se ejercía el poder de los campos políticos, económicos y religiosos. Henri
Lefebvre (1991:151), desde una perspectiva marxista, señala que la ciudad en
cuadrícula era “un instrumento de producción: una superestructura ajena al
espacio original sirviendo como medio político para introducir una estructura
social y económica, de tal forma que pueda ganar pie y efectivamente establecer
su “base” en una localidad particular”. Otros estudiosos destacan que la ciudad
en cuadrícula representaba una afirmación ideológica por los conquistadores que
actuaban en nombre de la Corona para imponer el orden moral, jurídico y
religioso, o “policía” (Kagan, 2000:131-134; Markman, 1978; Ramírez Ruiz y
Fernández Christlieb, 2006; Robinson, 1989) sobre las poblaciones indígenas.
Fowler, W. y Zavaleta, E. El pensamiento de Pierre Bourdieu: apuntes para una mirada arqueológica. Pág. 117-135.
DOI: http://dx.doi.org/10.5377/koot.v0i4.2253
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Esta perspectiva a macroescala, vista a partir de los datos históricos, se
complementa en nuestro análisis con una perspectiva a microescala local
derivada de la investigación arqueológica (Fowler, 2011). El simbolismo de la
ubicación de los edificios del gobierno y de la Iglesia en o cerca de la plaza
central pone en alto relieve el poder de la espada y la cruz en la imposición de la
voluntad imperial española en el ámbito local (Robinson, 1989:165). En Ciudad
Vieja tenemos una buena comprensión de la plaza y el diseño de la cuadrícula
que sin duda estaba relacionado con las acciones e interacciones de los agentes y
grupos que habitaban en la villa. En base a las ideas de Lefebvre, Kagan y otros
podríamos proponer que el plano en cuadrícula fue concebido como un
instrumento de producción de un espacio de inculcación ideológica. Pero ¿hasta
qué punto se entendió el simbolismo espacial de parte de los habitantes indígenas
de la misma manera como se pretendía por parte de los españoles?
Para responder a esta pregunta y para comprender Ciudad Vieja en todo su
contexto histórico-cultural, empleamos la perspectiva de la teoría de la práctica
de Bourdieu, combinada con la dialéctica socioespacial de Lefebvre. Aunque la
fundación y mantenimiento de las ciudades de la conquista española estaban
formalmente bajo control centralizado y en general siguieron fórmulas prescritas,
en la práctica, la gobernación de cada ciudad era muy descentralizada, lo que
resultaba en un alto grado de autonomía de comportamiento y agencia para tomar
decisiones locales. La práctica espacial local creó aspectos específicos de
variables de comportamiento en los primeros poblados coloniales españoles,
cada uno de las cuales debe tener su huella arqueológica correspondiente en la
práctica diaria, la negociación en el ámbito de la cultura y en la identificación del
espacio físico y social (Roser, 2004:136-137; 179-180).
La cuadrícula urbana como una dimensión estructurante de las prácticas de los
pobladores de Ciudad Vieja es de gran potencial si se analiza que, más allá del
componente ideológico que interesaba introducir a los conquistadores, en
palabras de Bourdieu, se da una diferenciación esta vez objetivada en el espacio
social, que legitima la dominación de una sociedad sobre otra. La percepción de
esta diferenciación materializada incidiría en las interpretaciones del mundo que
tuvieron ambas culturas a partir de su interacción diaria en los diferentes espacios
de socialización. De ahí que existieran localidades, seguramente alejadas del
centro político y económico, que desarrollaron sus propios imaginarios de
autonomía en relación con el gran régimen colonial, como respuesta a la jerarquía
social y a la agrupación entre pares del mismo habitus. Cómo se vivían los
Fowler, W. y Zavaleta, E. El pensamiento de Pierre Bourdieu: apuntes para una mirada arqueológica. Pág. 117-135.
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acuerdos, negociaciones, puntos de conflicto y de unión entre una sociedad y otra
a partir del material arqueológico nos permitirá llegar al hueso duro de la cultura,
en donde la producción de bienes culturales es de gran importancia, como la
diversidad artística, por ejemplo, de los estilos cerámicos, pues obedecen a usos
y gustos estratificados (Card, 2011).
Igualmente, las categorías de Bourdieu también aportan nuevas pistas de análisis
para entender el choque cultural que caracterizó a la época, entendido
tradicionalmente como la fusión de diferencias históricas, lingüísticas y étnicas
que generaron impacto entre la cultura conquistadora y la conquistada. Ya que
Ciudad Vieja es un asentamiento propiamente del período de la conquista
española y de principios de la época colonial, las categorías de habitus, campo y
capital son de gran importancia para entender las dinámicas de poder, violencia,
dominación y resistencia. Mientras los encomenderos se disputaban títulos de
nobleza que los harían escalar posiciones de renombre bajo el permiso y
autoridad de la Corona española (Sanchíz Ochoa, 1976, 1989; White, 1994), las
sociedades prehispánicas no manejaban en su entramado cultural la importancia
del capital cultural. Al contrario, fueron sociedades en que los capitales políticos
y religiosos, como formas de capital simbólico, mantenían la hegemonía y el
orden social por medio del monopolio de bienes de salvación, la recaudación de
tributos y del control de las fuerzas militares. El choque cultural, entendido
durante y después de la Conquista, es, entonces, un tema susceptible de ser
estudiado bajo los conceptos del pensamiento bourdieusiano.
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