Valdivieso, Fabricio. Remembranzas de un departamento de Arqueología con los primeros arqueólogos formados en El
Salvador. Págs. 77-100.
DOI: http://dx.doi.org/10.5377/koot.v0i2.1154
URI: http://hdl.handle.net/11298/83
©Universidad Tecnológica de El Salvador
REVISTA DE MUSEOLOGÍA KÓOT, 2010 AÑO 1, n.º 2, ISSN 2078-0664, ISSNE 2378-0664
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Remembranzas de un departamento de
Arqueología con los primeros arqueólogos
formados en El Salvador
Fabricio Valdivieso
1
La máxima obra propuesta al ser humano es la
de forjarse un destino
Alejo Carpentier
Pretendiendo una introducción
Supe de un caso, como muchos han de haber, de un empleado que había dedicado
treinta y cinco años de trabajo a su institución. En el camino había dejado muchos
recuerdos y amigos, quienes en su mayoría hace algún tiempo abandonaron la
entidad. Se aproximaba la hora de su retiro. Entre sus compañeros de trabajo, de
una generación mucho más joven, aquello no fue más que un sencillo y ligero
adiós…
En el interior del viejo archivo del Departamento de Arqueología, entre papeles
había un humilde escrito a mano en una corrugada y amarillenta página, el cual
decía “este papel que he escondido por aquí es para que recuerden a R. C., quien
deja aquí treinta y cinco años de trabajo”. Reservaré el nombre de esta persona,
solo Dios y el diablo sabrán que ha sido de el, sin embargo su sencillo escrito, a
modo de juego, parece haber burlado el tiempo, dentro de cajas que debieron
pasear de bodega en bodega, en las diferentes sedes del Departamento de
Arqueología por esta ciudad.
Aquello me hace ver en el silencio de muchos un extraño y mudo impulso, como
pidiendo al tiempo que sus historias aquí vividas prevalezcan. Lo mismo me
sucede. No queriendo que el relato de los primeros arqueólogos sea a viva memoria
una vivencia de entre mesa, o como un contador de cuentos de salón, y por temor
a olvidar este pasaje prefiero escribirlo. Es una remembranza generalizada
relacionada a los primeros arqueólogos hechos en El Salvador, en nuestro chiquito
1
Arqueólogo, Universidad Tecnológica de El Salvador, Utec y Ex Coordinador del Departamento de
Arqueología de Concultura, hoy Secretaría de Cultura de la Presidencia.
Valdivieso, Fabricio. Remembranzas de un departamento de Arqueología con los primeros arqueólogos formados en El
Salvador. Págs. 77-100.
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país, y qué fue de algunos de ellos hasta el momento de este escrito, y su aporte.
Esta es mi versión.
Primera Parte
Fue en octubre de 2004 cuando dio inicio oficial el nuevo Departamento de
Arqueología de la Dirección Nacional de Patrimonio Cultural de CONCULTURA,
a propuesta del autor.
La creación de un Departamento de Arqueología se trataba de un proyecto que
venía gestándose dos años antes, pretendiendo convertir la entonces Unidad de
Arqueología en un ente institucional con mayor libertad de acción, eliminando
trámites burocráticos en ocasiones innecesarios, que entorpecían la agilidad de
resoluciones inmediatas y ejecución de proyectos. Aquella era una Unidad
institucional subyugada por la entonces Coordinación de Investigaciones, esta
última dependía de la Dirección Nacional de Patrimonio Cultural. En otras
palabras, como ejemplo, al abrirse un caso, éste pasaba por el conocimiento de tres
instancias: jefatura de unidad, coordinador de investigaciones y por último el
director de patrimonio cultural, y en su caso a Presidencia, de lo cual solamente el
jefe de unidad era arqueólogo, los demás aportaban con el criterio institucional, o
personal, para la aprobación o denegación de permisos, ejecución de proyectos y
otros. La falta de una normativa de regulación de investigaciones arqueológicas,
procedimientos y otras acciones no estandarizadas, también tendía a que el jefe de
unidad se apegara a su propio criterio, o cambio de criterio, tendiendo a restar
continuidad a proyectos de largo plazo, y la no concordancia en el seguimiento
dado por los jefes predecesores. A lo anterior se suma la confusión de archivos
organizados conforme a la época y criterio de cada jefe, sumado a la carencia de
políticas de manejo y otros. Estos problemas fueron detectados, por lo que urgía
proponer cambios inmediatos.
Pero lo anterior tiene un precedente, sus raíces nos llevan a la primera mitad del
siglo XX, hacia 1928. Fue Antonio Sol con quien surge por vez primera un
Departamento de Historia en el entonces Museo Nacional “Dr. David J. Guzmán”.
Las fuentes documentales nos hacen considerar que fue aquel Departamento el
primer ente estatal en ocuparse del rubro arqueológico.
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Con esta entidad encargada del área de arqueología en el interior de aquella
institución, se organizan los primeros depósitos de piezas y materiales. Este museo
cargaba así con la oficina de arqueología, el cual se ubicó en diferentes lugares: el
museo primero fue fundado en 1883, por el Doctor David J. Guzmán. Antes de
instalarse en la ubicación actual en la colonia San Benito en San Salvador, ocupó
locales en el antiguo edificio de la Universidad Nacional, en la Finca Modelo y en
algunos pabellones de Casa Presidencial, hoy EXCAPRES en San Jacinto. Luego
fue trasladado a la colonia San Benito, edificio el cual fue dañado por el terremoto
de 1986, demolido hasta el año de 1998. El edificio actual fue terminado en 1999,
en donde algunas de sus oficinas fueron ocupadas desde finales de ese mismo año
por la entonces Unidad de Arqueología hasta el año 2004. Sin embargo hubo un
instante en que la Unidad de Arqueología fue colocada en el edificio de Concultura
en el Centro de Gobierno, tal se explicará en otras páginas.
Con el paso del siglo XX esta entidad de arqueología adquiere diversos nombres,
lo cual ha quedado evidenciado en viejas cartas, memos y otros documentos que
en ocasiones se sellan con el nombre de Departamento de Excavaciones
Arqueológicas, Departamento de Arqueología, Sección de Arqueología, o
simplemente Área de Arqueología. Aunque mucho de los trabajos arqueológicos
realizados en aquella época, documentos de los cuales en su mayoría se encuentran
en los viejos archivos del actual Departamento de Arqueología, ninguno deja en
claro en qué momento y el porqué cambiaban de nombre. Posiblemente se debía
al criterio de cada nuevo director o jefe. De 1948 a 1954 el Departamento de
Excavaciones Arqueológicas estuvo a cargo del arqueólogo norteamericano
Stanley H. Boggs. Luego, por poco tiempo, estuvo a cargo de Tomás Fidias
Jiménez. Años más adelante, en 1965, la jefatura del entonces llamado
Departamento de Arqueología del Museo Nacional, es retomada nuevamente por
Boggs hasta 1988. Este Departamento años más tarde dependerá de la Dirección
de Patrimonio Cultural.
Según documentos variados, para 1988 aquello que por más de veinte años fue
conocido como Departamento de Arqueología se tiene luego como Sección de
Arqueología, dirigida por Manuel López, otrora asistente de Stanley H. Boggs. En
cuanto a Boggs, durante los últimos años de su vida hasta 1991 dirigió el registro
de la colección del Museo Nacional “Dr. David J. Guzmán”.
Es a la gestión de Boggs a quien se debe la creación de las primeras fichas de
registro y establecimiento de la primera ceramoteca estatal. Durante su gestión se
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adquirieron los sitios, que hoy conocemos como parques arqueológicos, San
Andrés, Tazumal y Cihuatán y los primeros museos de sitio. Con Boggs dentro de
aquella entidad de arqueología se alcanza una mayor proyección de la arqueología
salvadoreña en el mapa científico del mundo, se logran los primeros registros de
colecciones privadas, publicaciones y dirección de algunos de los primeros grandes
proyectos de investigación estatal incluyendo las primeras clasificaciones
cerámicas, entre otros muchos avances. Era a través de aquel Departamento en
donde se canalizaba la investigación arqueológica en nuestro país. Entre las más
conocidas se citan las investigaciones en Chalchuapa, Quelepa, Santa Leticia, San
Andrés, Cara Sucia, valle de Zapotitán dentro del proyecto protoclásico, los
reconocimientos y rescates en las áreas de inundación de presas como San Lorenzo
y Cerrón Grande, registro de sitios como Asanyamba en el Golfo de Fonseca, y el
primer registro de sitios rupestres a nivel nacional, entre otros. Entre sus aportes
más importantes se tiene también la creación de fichas de registro de piezas las
cuales incluyen fotografías y dibujos. Su gestión también permitió que en 1976
fuesen declarados seis sitios arqueológicos con la nómina de Monumentos
Nacionales, los cuales actualmente siguen siendo protegidos por el estado.
En conversación personal con el arqueólogo Paul Amaroli y el historiador Pedro
Escalante Arce, me comentan que hace varias décadas existieron algunos intentos
de crear una entidad más grande que un Departamento de Arqueología subyugada
por una Dirección Nacional de Patrimonio Cultural, es decir, algo así como un
instituto. El proyecto más recordado, casi a modo de leyenda urbana, fue durante
la administración de Walter Béneke como Ministro de Educación en la segunda
mitad de la década de 1960, y con Stanley H. Boggs como jefe del Departamento
de Arqueología. En aquel momento se propuso la creación de un Instituto
Salvadoreño de Arqueología, el cual entre sus prioridades pretendía detener la
destrucción de sitios arqueológicos y el saqueo, y canalizar la información y
gestión de manera directa con otras entidades. Se trataba de una institución
autónoma. Este proyecto sería patrocinado por algunos filántropos de la época. La
discusión era si hacerlo privado o de gobierno, aunque esta historia no queda del
todo clara debido a la carencia actual de documentación que detalle aquel caso. Sin
embargo, por cuestión de intereses, el proyecto fue apagado, mientras en los países
vecinos, como Honduras y Guatemala, e incluso México, organismos como éstos
corrían otra suerte rumbo a un desarrollo y dinamismo independiente. Lo vemos
hoy a con el Instituto Hondureño de Antropología e Historia (IHAH), Instituto
Guatemalteco de Arqueología e Historia (IDAEH), y el Instituto Nacional de
Antropología e Historia (INAH) de México. Así se tienen modelos de manejo de
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la arqueología estatal en diversos países latinoamericanos y en el mundo, con
entidades autónomas y semi autónomas para la canalización de la arqueología
estatal, y facilitador de la misma con otras entidades de gobierno y privadas. De
haberse dado un instituto para el manejo de asuntos arqueológicos en nuestro país,
Béneke, quien es considerado como uno de los principales protagonistas de la
reforma educativa de su época, también hubiese sido recordado como uno de los
fundadores de tan importante institución. Pero a pesar que nunca existió una
entidad institucional de la magnitud propuesta, la arqueología salvadoreña tuvo su
época de oro durante las décadas de 1960 y 1970.
Con la llegada del conflicto armado en El Salvador, en la década de 1980, las
investigaciones arqueológicas se suspenden casi en su totalidad. Los proyectos de
investigación menguaron y los sitios quedaron a merced de la guerra. No obstante
hubo un grupo reducido de arqueólogos extranjeros, como William Fowler y Paul
Amaroli, e incluso Stanley H. Boggs y algunos salvadoreños que sostuvieron la
arqueología de nuestro país a flote suave, aunque fuera de la geografía
arqueológica del mundo. Era de esperar que una guerra apague la investigación
arqueológica en campo, y opaque esta actividad reduciéndola al neto trabajo de
escritorio y gabinete, mucho de éste enclaustrado entre las paredes del antiguo
museo nacional. Aquel momento de los años ochenta fue aprovechado para el
registro de material en fichas y publicaciones esporádicas, así como el trabajo de
taller de piezas y tratamiento de colecciones.
La arqueología estatal practicada en los años ochenta merece sin duda una
remembranza aparte. Parte de este testimonio queda en el viejo archivo del actual
Departamento de Arqueología, en correspondencias, memos, algunos informes
inmediatos y notas en las que figuran otros autores como Manuel López, Jorge
Mejía, y en un fugaz momento Bello Suazo, entre algunos más. Arqueología en
épocas de guerra podría ser un tema muy particular a tocar.
Según lo demuestran algunas notas de la época, hubo el intento de sostener la
memoria histórica y programas que fortalecieran la identidad cultural durante la
convulsiva década, sumado al mantenimiento de los parques arqueológicos y
museos, inspecciones y excavaciones muy esporádicas. Para 1991, y tras la muerte
en aquel año de quien es considerado el pionero de la arqueología moderna de El
Salvador, el reconocido Dr. Stanley H. Boggs, ya en ese momento se perfilaba la
llegada de cambios.
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A la llegada de los años noventa, después de doce años de guerra, el campo de la
arqueología se encontraba casi en abandono absoluto, al punto que aquello vendría
a ser considerado algo novedoso en este país. Era momento que saliera de su
escondite en el museo y romper con el silencio, los años noventa lo dirían.
A principios de aquella década la arqueología salvadoreña giraba a dínamo
diferente que los países vecinos. Los logros alcanzados en las décadas anteriores a
los ochentas habían quedado engavetados, prácticamente olvidados, en archivos
dentro en un atrasado y obsoleto museo.
En vísperas de la firma de los acuerdos de paz en 1992, la arqueología salvadoreña
empieza a perfilar una nueva etapa en su historia. Nuestro país recibiría una
arqueología sin Boggs, quien dedicó su vida a esta ciencia y cuya obra le
recordarían siempre en nuestro país. Empiezan a verse rostros nuevos al mando de
este rubro. A su vez, en el país aparecen nuevas escuelas de arqueología, como los
japoneses, en un terreno que durante casi todo el siglo XX parecía un campo
exclusivo para los norteamericanos. Y luego, en el devenir de la nueva década se
dan los arqueólogos salvadoreños tal explicaré más adelante, y algunos nacionales
preparados en el extranjero. A los cambios que definen las etapas antes de la guerra
y después, se suma en 1991, la creación por decreto de la nueva organización de la
administración y rectoría estatal de la cultura y el arte, institución denominada:
Consejo Nacional para la Cultura y el Arte Concultura. Se trata de una institución
dependencia del Ministerio de Educación, en donde se establecen nuevas
jerarquías institucionales y funcionalidad. Esta entidad agrupa todas las instancias
que competen en asuntos de cultura y patrimonios, así como proyecciones
artísticas estatales, incluyendo Televisión Cultural Educativa, parque Zoológico,
Museos y edificios históricos como los teatros nacionales y Palacio, entre otros.
Por su lado, la arqueología empezaba a latir. Fue durante la primera mitad de los
noventa en que el sitio arqueológico Joya de Cerén da brotes, haciendo surgir
nuevamente ante los ojos de la comunidad internacional, nuestra arqueología. La
historia del hallazgo y sus interpretaciones son ampliamente conocidas en
múltiples publicaciones. Se trata de un sitio localizado a más de cinco metros de
profundidad cerca de San Juan Opico, en el valle de Zapotitán, descubierto en 1976
tras la construcción de unos silos para almacenar granos. Aquel hallazgo fue
tomado por el Dr. Payson Sheets en 1978, y sus más prolongadas excavaciones
inician en 1989, con la excavación total de las primeras estructuras. Los primeros
estudios sugieren tratarse de una comunidad del periodo clásico sepultada por la
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ceniza de un pequeño volcán localizado a no más de un kilómetro del asentamiento.
Sus cenizas habían dejado intacto el último capítulo de actividad humana en el
área, hace más de 1500 años. Fue así nuestro primer Patrimonio de la Humanidad
nominado por la UNESCO en 1993, y la promesa de mayores sorpresas para el
futuro, marcando con este sitio una arqueología diferente en el área
Centroamericana.
A lo largo de la última década del siglo XX, regresarían las misiones de
investigación, aunque n a baja escala. Los años noventa serían una época de
transición entre lo que fue la oscura década de los ochenta y el rebrote de
investigaciones arqueológicas durante el 2000, aunque aún faltaría consolidar las
excavaciones a gran escala, como las acaecidas en los años cincuenta, sesenta y
setenta en Tazumal, San Andrés y Quelepa, y creación de nuevos parques.
Según algunas notas, dentro de esta nueva institución, en un principio se tiene un
ente llamado inicialmente Departamento de Arqueología, quizás en memoria a la
vieja institución. Luego, a menos de dos años fue llamada Sección de Arqueología
y finalmente Unidad de Arqueología. Es posible que la baja demanda de actividad
arqueológica en la década de los ochentas fue la causante en aquel tiempo, al
momento de la creación de Concultura, en ubicar la parte encargada del área de
arqueología en la escala más baja de administración estatal: la entonces Unidad de
Arqueología, bajo la Coordinación de Investigaciones, y esta última bajo
Dirección Nacional de Patrimonio Cultural. En aquellas profundidades
institucionales, por la vía legal era casi imposible llegar a entablar un saludo con
la Presidencia de Concultura. A un paso de ser nada, vemos que esto se encontraba
muy, pero muy lejos de aquello que en la década de 1960 se pensó fuese un
Instituto de Arqueología.
Aquella Unidad, como su nombre lo indica, se limitaba a un arqueólogo jefe y una
secretaria, encargados de la administración de siete parques arqueológicos y
supervisión de proyectos de investigación a nivel nacional, y hacer cumplir la
nueva Ley de Protección al Patrimonio Cultural de El Salvador y su Reglamento,
creado en 1993, entre otros. Iniciando esta nueva etapa en la historia de la
arqueología, luego de la muerte de Stanley H. Boggs, hubo de jefe los arqueólogos
Paul Amaroli, Emmanuel Broullette, luego Fabio Esteban Amador, y hasta 1997
José Vicente Genovés de quien más adelante hablaremos.
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Hemos de observar que en los años sesentas se tuvo una visión muy a futuro con
la propuesta de crear aquel instituto de arqueología. Luego de treinta años, una
institución de esta naturaleza, sin duda hubiese manejado procedimientos más
consolidados. Para los noventa hasta la actualidad, el Departamento de
Arqueología, o cualquier otra instancia de arqueología dentro del gobierno, es y ha
sido vulnerable a cambios, e incluso a desaparecer si se dispone, a falta de un
decreto que sustente su existencia. Así también, con relación a la posición de esta
entidad dentro del organismo gubernamental, ya lo han observado otros, veremos
que el criterio técnico tiende a desvalorizarse siempre que existe una instancia
superior sobre la entidad de arqueología. Es decir, la Dirección Nacional de
Patrimonio Cultural por arriba del Departamento de Arqueología, considerando
que esta dirección tendrá siempre la última palabra sobre el criterio de los
entendidos en el tema, como los arqueólogos. De este modo, no se ve sentido
alguno el dictamen de estos últimos si el de arriba dispondrá avalarlo o no a su
propio criterio, teniendo o no preparación académica en este campo. Ya en los años
60´s como en la actualidad esta observación sigue siendo latente.
Durante la década de los noventa hubo que lamentar la perdida irreversible de
importantes sitios arqueológicos, como Madre Selva, y la alteración de otros como
Finca Rosita y Carcagua, y otros que no escapan al vandalismo y el saqueo fuera
de control. El trasfondo de ello era debido a la falta de adecuados procedimientos
de ley en contra del acelerado desarrollo urbano e industrial del país. Los ires y
venires de la arqueología salvadoreña en la primera mitad de los noventas se debía
prácticamente, a juicio personal, a ese renacer institucional. A lo anterior se suman
las faltantes dejadas por la época de guerra, entre ellos la carencia de personal
capacitado, sobretodo arqueólogos salvadoreños, y la falta de criterios
consolidados para los procesos que conllevasen a salvar sitios. Y sobre todo, el
débil fortalecimiento de esta área mediante leyes y equipo técnico entre otros. Era
la antesala de una nueva etapa para la arqueología salvadoreña.
Se trataba de un arqueólogo para todo el país… no era suficiente. En aquel
momento, la figura de este nuevo personaje de gobierno era prácticamente
desconocida. Su función o rol social escapaba al entendimiento de muchos ¿Qué
hace un arqueólogo?. Aquel personaje era ocupado para muchas cosas, dentro del
gobierno debía soportar el peso de la creciente demanda urbanística, atender casos
de hallazgos fortuitos y el saqueo desmedido, sumado al mantenimiento de parques
e inspecciones de intereses variados, todo a la orden del día. La presión de
actividades arqueológicas recaía en esta figura conocida como “el arqueólogo de
Concultura”. Las políticas de la nueva institución, a diferencia de otros años,
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exigían a este “súper arqueólogo” abordar todo caso que llevase puesta la palabra
“arqueología” y “remoción de suelos”, con un respaldo institucional sumamente
limitado, a pesar que la arqueología siempre fue medular para la institución. Este
arqueólogo debía bien administrar el tiempo y los insumos. Prácticamente su
capacidad se distribuía en el papeleo acarreado por la recepción de material,
registro inmediato de sitios, resoluciones jurídicas y vivir tramitando permisos e
insumos, y va de más mencionarlo: pelear con las empresas constructoras. Por qué
no decirlo así, dedicaba cinco minutos en atender un caso mediante el teléfono,
diez minutos en registrar un sitio, quince minutos en planificar una inspección, y
el resto del día en trámites burocráticos… nada para el estudio propiamente
arqueológico. No me cabe duda que debió ser la entidad de arqueología más
pequeña y pobre de Latinoamérica, y quizás la más ocupada de asuntos de
arqueología con poca ciencia.
Con el devenir de los años, la demanda de asuntos arqueológicos fue subiendo
paulatinamente, más y más, a tal punto que en el año de 1997, 23 de junio para ser
preciso, la entonces Dirección Nacional de Patrimonio Cultural liderada por la Arq.
María Isaura Aráuz y la Presidencia de Concultura, liderada por don Roberto
Galicia, optaron por contratar, a medio tiempo, cuatro estudiantes de la nueva
carrera de arqueología de la Universidad Tecnológica de El Salvador. Aquella
disposición de contratación marcaría el futuro de la arqueología estatal durante los
próximos años.
Segunda Parte
Para aquel momento, la entonces Unidad de Arqueología contaba ya con cuatro
nuevos técnicos, una secretaria y un jefe, y posteriormente se agregaría un
colaborador administrativo para los parques arqueológicos. Se trataba de Claudia
Ramírez, Marlon Escamilla, José Heriberto Erquicia y mi persona.
Luego se sumarian dos técnicos más: el estudiante Roberto Gallardo y el
arqueólogo japonés Shione Shibata, contratado este último como asesor de la
Unidad. Shibata fue maestro de universidad de los estudiantes mencionados.
Aquella Unidad de Arqueología era dirigida por el arqueólogo salvadoreño José
Vicente Genovés, graduado en la Universidad San Carlos de Guatemala.
Estos estudiantes habían pertenecido a la recién creada y luego extinta Universidad
San Jorge, en San Salvador. Se trataba de un efímero proyecto que abría las
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carreras de Antropología, Arqueología e Historia. Para estas tres carreras,
solamente existieron estos cinco estudiantes, y curiosamente todos iban para
arqueología. Es risible que aquello debió ser por un tiempo la universidad más
pequeña del mundo, dentro de la habitación de una casa en la colonia San Benito.
La Universidad San Jorge, que inicia actividades con estos cinco estudiantes de
arqueología en 1995, desaparece en 1997 tras ser cerrada por la Dirección de
Educación Superior del Ministerio de Educación, por carecer de campus apropiado
y otros requisitos. El proyecto de formar arqueólogos en nuestro país, a un hilo de
caer, en 1997 es retomado por la Universidad Tecnológica de El Salvador, Utec y
el proyecto japonés destacado en Casa Blanca desde 1995, dirigido por el profesor
Kuniaki Ohi. Para aquel año, tres de los cinco estudiantes estudiante ya habíamos
entablado contacto con los encargados del proyecto japonés, bajo la premisa de
obtener prácticas de campo. Aquello se transformó en amistad con la misión
asiática, sin saber cuan significante sería para su formación profesional y el destino
de este rubro. Se tiene así un nuevo pensum creado por arqueólogos japoneses de
la Universidad de Estudios Extranjeros de Kyoto, y respaldados por la Utec ante
el Ministerio de Educación de nuestro país. Como es de esperar, y debió suceder
en la historia de muchas otras carreras, la arqueología salvadoreña nace gracias a
la incursión de una entidad extranjera: en este caso fueron los japoneses, quienes
fungieron como maestros y asesores de tesis para graduación en el año 2000.
Aquellas tesis, al final fueron respaldadas por un jurado evaluador conformado por
el profesor arqueólogo Kuniaki Ohi, por el doctor en educación Manuel de Jesús
Galdámez, doctor arqueólogo norteamericano William Fowler Jr. y el arqueólogo
japonés Shione Shibata. De este modo queda abierta la carrera de arqueología
gracias a la visión tenida por la Universidad Tecnológica de El Salvador, cuya
primera graduación fue anunciada en los principales medios periodísticos de
nuestro país. Pero veamos cómo llegamos a este punto.
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Volviendo a la vida estudiantil, en nuestra rutina de estudio y laboral se recibían
clases de jueves a sábado, y se trabaja en Concultura de lunes a miércoles. Era
aquella la formación de la primera generación de arqueólogos salvadoreños hechos
en El Salvador. Por su lado, en el ambiente de trabajo, bajo la jefatura de Genovés,
los estudiantes inician sus nuevas inspecciones arqueológicas en terrenos
propensos a construcción, emitiendo así resoluciones respaldadas por el
Departamento Jurídico de Concultura y la Dirección Nacional de Patrimonio
Cultural, dirigida por la Arq. Arauz.
Las inspecciones se daban casi a diario, era algo que se tornaría después en un
estilo de vida. Luego iniciaron los sondeos, rescates y salvamentos arqueológicos,
uno tras otro, en construcción de carreteras, lotificación de fincas, restauración de
inmuebles históricos tales como iglesias y edificios públicos, rescates en predios
baldíos y zonas urbanas, hasta en la arena de la propia costa, o inclusive en el jardín
de la casa de alguien. No exageramos cuando decimos en todo lugar.
Paulatinamente los cinco estudiantes empezaron a dirigir proyectos arqueológicos,
registrar suelos y rasgos, dibujar materiales y a emitir los primeros informes
técnicos, haciéndose poco a poco de experiencia y perfeccionando el trabajo. Con
el tiempo y la práctica intensiva fueron reconociendo suelos y tipologías
cerámicas, entrelazándola con la parte teórica. Fueron tantos proyectos que
solamente mi persona, a mis actuales 33 años, tiene en su currículo más de
cincuenta proyectos de excavación arqueológica de toda índole en su haber, ya sea
como director o como participante, así como supervisor.
En un principio la asesoría de los técnicos de la entonces Unidad de Arqueología
estuvo a cargo de los arqueólogos japoneses y de nuestro jefe José Vicente
Genovés, y en ocasiones nos echaban la mano otros arqueólogos como Paul
Amaroli por un lado, y William Fowler por el otro, compartiendo sus
conocimientos. Luego el circulo de contactos de investigadores fue subiendo,
incorporándose franceses, mexicanos, entre ellos Luís Alberto Martos, director del
Departamento de Arqueología del INAH en México, guatemaltecos, franceses,
norteamericanos y muchos más, hasta la actualidad. La recepción de todos ellos se
daba a través de la Unidad de Arqueología.
Los cuatro estudiantes-técnicos de aquella época se repartían el trabajo, y con ello
se multiplicaba el estudio, el uno aprendía del otro, por lo menos así lo percibió mi
persona. En un principio, algo he mencionado en párrafos anteriores, hacia 1997
Valdivieso, Fabricio. Remembranzas de un departamento de Arqueología con los primeros arqueólogos formados en El
Salvador. Págs. 77-100.
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se contaba únicamente con una oficina en una esquina del segundo nivel del
edificio ocupado por Concultura, en el Plan Maestro del Centro de Gobierno en
San Salvador. Dentro de aquella oficina se tenía un área de recepción ocupada por
la secretaria, el escritorio del jefe junto a una vieja máquina de escribir y un mueble
de madera de pino con seis gavetas y dos compartimientos en donde se guardaban
fotos, informes y libros e insumos de papelería, adjunto a una rústica planera. Y
luego viene una solitaria y amplia mesa de madera para los cuatro estudiantes
técnicos. Nuestro mundo de labores giraría alrededor de aquella mesa por los
próximos tres años. Parte del mobiliario creemos perteneció a la antigua oficina
ocupada por “mítico” Stanley H. Boggs en sus dorados tiempo, muchos años atrás.
Luego se agregó un escritorio al quinto estudiante técnico, Roberto Gallardo, quien
unos meses después de la contratación de los primeros estudiantes se adjuntó al
equipo.
Aquella oficina carecía de depósitos de materiales y transporte para realizar los
proyectos e inspecciones, el cual muchas veces era proporcionado de manera
voluntaria por los nuevos técnicos. Se sumaba también la carencia de
computadoras. Todo ello conformaba una bola de insuficiencia de insumos para
trabajar la arqueología. Nadie en aquella oficina tenía un puesto asignado, de tal
modo que en aquella única mesa de madera se llegó al punto de pelear puesto, es
decir, el que llegase primero por las mañanas tomaría el mejor espacio. Los
materiales recuperados de excavaciones arqueológicas y recolección en superficie
eran colocados dentro de sus bolsas ordenadas bajo la mesa, haciéndose más y más,
constituyendo aquello una especie de cáncer creciente en la reducida oficina de
gobierno. El inevitable desorden paulatinamente se hacía cada vez más notorio.
El material arqueológico era lavado en los baños del edificio, y lo secábamos en
los pasillos. El material extendido en aquel suelo captaba el interés de muchos, de
lo que curiosamente nunca se recibió queja alguna por esta inusual y necesaria
actividad. En muchas ocasiones, como contradiciendo la norma laboral, en
aquellas oficinas había que entrar en pantalones cortos, chalecos, sombreros o
gorras y mochilas, cargados de equipo de campo en un lugar donde se suele andar
de regular a formalmente vestido, arrastrando lodo por el piso brillante, y la mirada
de todos. Curiosamente en tres años de nuestra presencia por aquel edificio,
tampoco hubo queja u observación negativa a nuestro trabajo.
Valdivieso, Fabricio. Remembranzas de un departamento de Arqueología con los primeros arqueólogos formados en El
Salvador. Págs. 77-100.
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En aquel momento, el seguimiento a lo establecido por los arqueólogos de las
décadas anteriores era prácticamente ignorado, debido en gran parte a que los
protagonistas, en su mayoría habían desaparecido, mientras la documentación se
encontraba totalmente escondida en las viejas instalaciones del antiguo museo
nacional, empaquetadas. En otras palabras, no hubo quien transmitiera el
conocimiento para un seguimiento, era como empezar a crear nuevamente una
rama de la arqueología en el país. Es curioso que algunos de los procedimientos
que aplicábamos concordaban con prácticas antiguas, cosa que notamos años
después al destapar y leer antiguas notas. Aunque el viejo fichero de sitios y planos,
sumado a los expedientes de algunos arqueólogos, informes inéditos y libros aún
continuaban en manos de aquella Unidad de Arqueología en el interior del viejo y
rústico gavetero de madera y planera que en líneas anteriores he hecho mención.
Con los años, estos documentos fueron digitalizados y traspasados a bases de datos
y consolidar una biblioteca que facilitara la investigación. Había que revolver
papeles para reconocer aquel campo olvidado, lo cual no se hizo hasta tener un
local más estable en Casa de las Academias en el año 2006, casi diez años después
de nuestro primer encuentro con Concultura.
Mientras tanto, en 1997, con José Vicente Genovés se creó un procedimiento para
realizar proyectos sin depender de insumos estatales. Aquellos prácticos
procedimientos le llamábamos “arqueología pobre”. No se utilizaba estación total
como en el proyecto japonés, no más que brújulas y cintas, sin computadora, no
más que máquina de escribir y calculadora, sin consolidantes como el T.O.T., ni
mascarillas, no más que Resistol en agua y un pañuelo, con poco transporte del
gobierno no más que condicionado a los autobuses colectivos o vehículos
particulares. En fin, la semana arqueológica de lunes a miércoles con “arqueología
pobre” variaba a las actividades de estudiante de jueves a sábado en Casa Blanca,
con arqueología al modelo japonés, con alta tecnología. Eran dos rostros diferentes
de la misma ciencia.
En la Unidad de Arqueología, el procedimiento para realizar inspecciones e
investigaciones de sondeo y rescate fue de la manera siguiente, misma que
actualmente se sigue: todo insumo, incluyendo transporte, papelería, hasta
levantamientos topográficos, trabajadores y en ocasiones hospedaje, les era pedido
a los interesados en realizar la obra, con el objeto de apresurar su trámite. Desde
un clavo, papel y pita, hasta cien pozos de sondeo eran costeados por los
encargados de los proyectos, nada por el gobierno. La solicitud de inspección
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entraba a la Unidad de Arqueología o a la Dirección Nacional de Patrimonio
Cultural, para la cual pedíamos adjuntar mapa de proyecto y topográfico. En la
solicitud como mínimo se pedía incluir contactos, responsables del proyecto, área
y ubicación. Luego de entrada la solicitud, nos poníamos en contacto con los
responsables, hacíamos la inspección que consistiría en un recorrido, recolección
de materiales en superficie y localización de los mismos, identificación de
montículos y potencialidades arqueológicas. A su vez se investigaba en fuentes
bibliográficas los antecedentes y se resolvía, ya sea delimitar áreas de protección
incluyendo un espacio de amortiguamiento, liberar totalmente el terreno o proceder
con un sondeo o rescate para nuevamente resolver. Esta información serviría para
remitirla posteriormente, como dictamen cnico, a la Dirección Nacional de
Patrimonio Cultural y canalizarla para realizar resolución jurídica.
Con el tiempo los procedimientos fueron perfeccionándose, lo cual quedó
establecido en la creación del programa “Ventanilla Única” con el Viceministerio
de Vivienda, y las inspecciones de oficio, así como en la Normativa de Regulación
de Investigaciones Arqueológicas en El Salvador, en donde se incluirían términos
de referencia dictaminados por el Departamento de Arqueología para el desarrollo
de investigaciones. Años más adelante resultaríamos muy pocos arqueólogos para
realizar tantos estudios a nivel nacional. Con los años esta rutina llevó a la
planificaron e innovación de estrategias de contratación de arqueólogos
consultores, bajo supervisión estatal, optimizando trabajo y proceder a ocuparnos
de otras áreas.
Crear aquello no era del todo fácil pues había que adaptarlo a la realidad del
momento y consolidarlo a otros mecanismos, como la otrora inexistente Normativa
de Regulación de Investigaciones Arqueológicas para nuestro país, sumado a la
formulación de criterios para la creación de términos de referencia, lineamientos
de supervisión y otros. Se tenía que comprender toda aquella atmósfera para crear
verdaderas estrategias de manejo, tal se dio años después. Con el tiempo hubo lugar
para la activación de proyectos propiamente arqueológicos desarrollados por una
entidad gubernamental, es decir, estudios de artefactos y rasgos, investigaciones
en las estructuras de los parques arqueológicos, el arte rupestre, proyecto Atlas,
subacuatico y otros. Habría que preparar nuevamente el campo de acción para una
arqueología moderna, y recuperar el tiempo perdido en los años 80´s.
Valdivieso, Fabricio. Remembranzas de un departamento de Arqueología con los primeros arqueólogos formados en El
Salvador. Págs. 77-100.
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Pero volviendo a la época, el salario tanto del jefe como de los técnicos era mínimo,
por muchos años, pero el entusiasmo y los conocimientos venían en letras
mayúsculas. Nos encontrábamos realizando verdaderas excavaciones
arqueológicas, recursos por los cuales logramos sacar nuestras tesis de graduación
y llenar currículo, y más allá, crear normativas y propuestas que a futuro
consolidaría la arqueología de un Departamento moderno. Con aquellas prácticas
teníamos muy pronto problemas reales, responsabilidades reales, y tocábamos un
mundo que la universidad no enseñaba, incluso ignoraba. Nos acercamos al trabajo
con la gente, la convivencia y el servicio social. Era lo real en la vida de estudiante,
se nos exigía dirigir, dar observaciones en espacios donde posiblemente no las
había, empezábamos a ver con mucha claridad lo que venía. Aquello fue la mejor
escuela de arqueología que hemos de haber experimentado y tenido. Empezábamos
paulatinamente a diferenciar suelos, épocas de ocupación, estilos y tipos
cerámicos, patrones de asentamiento y actividad, entrenar la vista para el
reconocimiento de sitios y material en superficie y estratigrafías. En ocasiones sin
excavar aprendíamos hablar de épocas de un determinado sitio observado en
campo conforme al patrón de asentamiento y cerámica en superficie. Aprendimos
el control y ordenamiento del material como quien maneja un vehículo, y en fin,
cada día era una lección. A medida que pasaban los días, los meses y los años, la
infinita escuela siempre estuvo ahí, en esa oficina, hasta el momento en que redacto
el presente texto.
Entre aquellas actividades en la entonces Unidad de Arqueología también se daba
asistencia y supervisión a proyectos de investigación realizados por otros
arqueólogos no gubernamentales, a quienes había que revisarles las propuestas y
dar seguimiento. En ocasiones hubo que colaborarles en calidad de estudiante y a
la vez miembro de Concultura, con levantamientos topográficos, excavación y
dibujo. Todo ello se acumulaba en pro del aprendizaje y formación de quienes
seríamos los futuros arqueólogos. Hubo que idear un nuevo orden de expedientes
y sistema de archivo, e iniciar el control de actividades arqueológicas y registro de
las mismas a nivel nacional, sumado al manejo de la información de cada caso y
todo el conjunto de casos. Lo anterior se integra a otros expedientes, como el
manejo, organización y almacenamiento de materiales acaecidos en cada
investigación. Con los años, aquel depósito bajo la mesa se convirtió en un
verdadero depósito de materiales, organizado en jabas plásticas y ordenadas en una
habitación segura, bajo criterios serios de almacenamiento.
Valdivieso, Fabricio. Remembranzas de un departamento de Arqueología con los primeros arqueólogos formados en El
Salvador. Págs. 77-100.
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Así también se llevaba de lado la administración de los parques y supervisión de
O.N.G.s, por lo tanto había que realizar inspecciones periódicas a todos los parques
y sitios nacionales: Cara Sucia, Casa Blanca, Tazumal, San Andrés, Joya de Cerén,
Cihuatán y Gruta del Espíritu Santo, y luego se agregaría Ciudad Vieja. Se llevaban
carretillas, maquinas cortadoras, abono para plantas y veneno para la maleza,
cumas, machetes y afiladores, hasta los talonarios del seguro social para los
empleados de parques, entre mil cosas más. Se tenían otras instancias a quienes
había que supervisar y proporcionar asistencia, en ocasiones capacitación:
consultores, organizadores de planes de manejo, trabajo de alcaldías y casa de la
cultura, universidades y escuelas, fundaciones, entre otros. Así era la vida como
empleado de gobierno en el área de arqueología. Como capítulos opuestos, no
faltaron ocasiones en que formaríamos parte de operativos junto a la Policía
Nacional Civil, INTERPOL y Fiscalía, en allanamientos y cateos, o seguimiento
de saqueos, así como peritos. No olvidare que en una de aquellas experiencias,
Marlon Escamilla y mi persona, enviados por nuestra institución a inspeccionar un
saqueo en Tecpan, La Libertad, nos enfrentamos accidental ante los saqueadores
en plena actividad, a quienes en ciego acto fotografiamos, decomisamos el material
e inclusive logramos que taparan nuevamente los agujeros excavados y echaran a
correr. Saldría de esto una anécdota tras otra, sin embargo personalizaríamos
mucho el presente texto.
Pero volviendo a la vida de estudiante de finales de la década de 1990, los días
jueves a sábado, tal se ha dicho fueron dedicados al trabajo de estudios, con un
horario de 7:30 a.m. a 3:30 p.m. dedicado a la actividad de campo y practicas con
el proyecto japonés destacado en el parque arqueológico Casa Blanca. Por las
noches, de 7:30 a 11:00, en ocasiones extendidos hasta la madrugada, la misión
japonesa nos impartía clases teóricas sobre arqueología, apegados a su pensum. De
1995 a 2000, aquel proyecto fue dirigido por el profesor Kuniaki Ohi, de la
Universidad de Estudios Extranjeros de Kyoto, y patrocinado por el Museo de
Tabaco y Sal de Japón. Esta remembranza quedo escrita por el profesor Ohi en el
informe final de Chalchuapa del año 2000 publicada en Kyoto, Japón. De este
modo, en la formación de los futuros arqueólogos participaron más de una decena
de arqueólogos japoneses, entre estudiantes y profesionales agregándose otros
profesionales en antropología, vulcanología e historia. De este modo la semana se
dividía en estudio universitario y trabajo practico con el gobierno, dedicado
ampliamente a la arqueología, durante cinco años hasta la graduación de los
primeros arqueólogos en noviembre del año 2000.
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Salvador. Págs. 77-100.
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Para principios de 2001, iniciando el primer año como arqueólogos se vinieron dos
terremotos. Irónicamente la arqueología sacó mucha ventaja de aquel siniestro,
pues a consecuencia hubo que demoler y en ocasiones restaurar edificios
históricos, más que todo, las iglesias. Aquellos trabajos por ende tocarían el
subsuelo de los templos y edificios. Fue así como inicia la inclusión de la actividad
arqueológica en las intervenciones de edificios, logrando la exploración de un
nuevo campo para la arqueología: arqueología urbana o lo que llamaremos
arqueología en las iglesias. Aunque esta área ya había sido explorada por Amaroli
en los años ochenta, y Fowler en los noventa.
Dentro de la arqueología salvadoreña se tienen muchas vertientes que por lo menos
tendrían un pequeño precedente. En nuestro país, a poco más de cien os de
arqueología, casi todo campo ha sido ya practicado, y aunque no se han
desarrollado como se espera, los precedentes ahí están en los viejos archivos y en
la memoria de algunos. El único precedente seguro se dictaría con la incursión de
nuevas tecnologías para investigación arqueológica, que con los años se dirá.
En los años subsiguientes, los arqueólogos salvadoreños Roberto Gallardo, en el
2000 al 2002, y posteriormente Fabricio Valdivieso, 2002 hasta 2008, se
convierten en los nuevos jefes de la Unidad de Arqueología, constituyendo así ya
diez años de experiencia en el rubro, y doce de convivir con la arqueología
salvadoreña. Hoy día José Heriberto Erquicia, después de varios años como
miembro de la Unidad y posterior Departamento de Arqueología, dirige la facultad
de Humanidades de la Universidad Tecnológica de El Salvador, en su persona
recae la responsabilidad de formar la carrera de arqueología, antropología e
historia, por ende la nueva generación de arqueólogos de El Salvador; mientras
Claudia Ramírez estudia maestría en restauración en Japón, Roberto Gallardo
dirige la sección de investigaciones en el Museo Nacional de Antropología “Dr.
David J. Guzmán”. Marlon Escamilla, después de permanecer como arqueólogo
en el actual Departamento de Arqueología de Concultura, dirigiendo proyectos
como Arqueología Subacuatica y Arte Rupestre de El Salvador, ha representado al
país en el extranjero, y catedrático y asesor de la carrera de arqueología en la
Universidad Tecnológica de El Salvador, entre otros, es becado con fullbright para
estudiar maestría en los Estados Unidos.
Durante la administración de Fabricio Valdivieso, mi persona, las propuestas de la
nueva organización para el desarrollo de la arqueología entran en acción. Se crea
Valdivieso, Fabricio. Remembranzas de un departamento de Arqueología con los primeros arqueólogos formados en El
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así el Departamento de Arqueología, ascendiendo esta instancia en la escala
jerárquica, directamente bajo la Dirección Nacional de Patrimonio Cultural, tal
había quedado en tiempos de Stanley H. Boggs. Este Departamento se equipa con
una donación de insumos para investigación, que en el año 2000 fue proporcionada
por el gobierno de Japón, en la cual se incluyen planchetas, brújulas, teodolitos,
ojos de nivel, equipo para el dibujo, cámaras fotográficas y revelado, mesas de
trabajo, cajas plásticas, reglas, calibradores, perfílelas, y mucho más.
Aprovechando mi calidad de autor, y otorgando estos apuntes para que las
generaciones futuras continuidad y desarrollo al esfuerzo realizado por el equipo
de primeros arqueólogos, no puedo dejar de decir cuál ha sido nuestro trabajo en
los últimos cinco años. Con esta jefatura se activa el programa “Ventanilla Única”,
y se inicia el trabajo formal mediante consultorías de arqueología, estableciéndose
así procedimientos oficiales. También se crea la Normativa de Regulación de
Investigaciones Arqueológicas, un mapa digital de sitios, se elaboran las primeras
bases de datos, rotulación vial de sitios arqueológicos, programa de sesiones,
conferencias y talleres, se organiza el archivo, biblioteca y depósitos, se
estandarizan procedimientos para el accionar de arqueología, se involucran las
universidades en la vida académica del Departamento, se fortalece el criterio de
conservación y salvaguarda de sitios arqueológicos, se gestiona nuevo equipo y
local para el Departamento de Arqueología, y se encamina hacia la creación de una
instancia moderna para el manejo de la arqueología estatal. A su vez se da un giro
en la difusión de la arqueología salvadoreña fortaleciendo el trabajo con los medios
escritos y televisivos, se inicia la creación del diseño de una página web, se hacen
participes los estudiantes, se da apertura a proyectos arqueológicos novedosos
dirigidos por el Departamento como lo es Arte Rupestre y Arqueología
Subacuatica, Deconstrucción Arqueológica en Tazumal, Ventanas Arqueológicas
y Arqueología Urbana. Se inicia el trabajo intensivo en la región norte del país, y
el golfo de Fonseca, se desarrolla el proyecto Atlas y se proponen 77 sitios para
que fuesen declarados Monumentos Nacionales lo cual quedó a nivel de
propuestas. Asimismo se redactan las primeras compilaciones de informes técnicos
y se enriquecen las bibliotecas nacionales con la remisión de informes y textos
producidos por los investigadores activos en El Salvador, el trabajo con filatelia,
entre otros alcances, como la redacción de esta primera remembranza.
Para el 2004, la demanda de actividades arqueológicas se incrementa, con la
creación del programa “Ventanilla Única” y el seguimiento a la creciente de
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proyectos de investigación arqueológica y construcciones privadas a nivel
nacional, en cumplimiento a la Ley, entre muchas más. De este modo se propuso
la contratación de mayor número de personal, y se integran actividades con
arqueólogos voluntarios enviados por la Agencia Internacional de Cooperación de
Japón (JICA), quienes son coordinados por el Departamento de Arqueología. Por
otro lado se gestiona la ubicación permanente del nuevo Departamento de
Arqueología, el cual como Unidad de Arqueología, había pasado por varias sedes:
antiguo Museo Nacional “David J. Guzmán” (desde 1991 hasta 1996), oficinas de
Concultura en el Plan Maestro del Centro de Gobierno (1996-1999), luego en el
nuevo edificio del Museo Nacional de Antropología “Dr. David J. Guzmán” (1999
2004), Ex Casa presidencial en el barrio San Jacinto (2004 2006) y finalmente
en Casa de las Academias, con el apoyo de la Academia Salvadoreña de la Historia,
dirigida esta última por el Lic. Pedro Escalante Arce. En este último local se tiene
finalmente un espacio para el área administrativa, gabinete y laboratorio, depósito
y biblioteca, despensa, computadoras y mesas de trabajo entre otros.
La realidad actual en el Departamento de Arqueología, aunque se pretenda ganar
más, dista mucho de aquella época de estudiantes de finales de 1990. El cambio se
debe en gran medida a la exitosa unidad del grupo, el respeto a las ideas de cada
quien, el consenso y el apoyo moral le daba mucha ventaja al proyecto de creación
de arqueólogos salvadoreños, quienes manejarían luego la arqueología de este país.
Nuevamente esta realidad dista en gran medida de lo que encontramos en aquellos
primeros años, gracias a la visión de quienes en aquel 1997 nos contrataron y
guiaron, sumado a las disposiciones de los amigos japoneses bajo la dirección de
Kuniaki Ohi y Shione Shibata, por enseñarnos, y la visión de la Universidad
Tecnológica de El Salvador tenida hacia el proyecto de crear arqueología
sostenible en nuestro país. El desarrollo de esta área debe mucho al trabajo en
equipo y la experiencia e iniciativas personales por sacar adelante una carrera que
en aquel tiempo nadie aparentemente daba un centavo, y mucho se alejaba del
estímulo para hacer vida de ello. Se añade así el invaluable apoyo dado por la
Academia Salvadoreña de la Historia, y en especial a la gestión del investigador
salvadoreño Lic. Padro Escalante Arce, y su carisma con la nueva generación, así
como el apoyo otorgado por el Dr. Ramón Rivas al desarrollo de la antropología y
arqueología en la referida universidad, y a los primeros profesionales de esta rama.
Al momento de asumir nuestro rol como arqueólogos en la segunda mitad de los
noventa, recibíamos un país pobre en la idea de la arqueología como una ciencia
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para el desarrollo. La figura de un arqueólogo era una verdadera novedad, y su
labor era desconocida, tan inusual como la misma palabra arqueología. Era tanto
trabajo por hacer, una demanda que con los años empezaría a subir gradualmente,
mientras descubríamos la existencia de tantos sitios arqueológicos en un terreno
poco explorado, en donde no mucho se hablaba del tema. Se rompía el hielo y se
habría brecha en un territorio desconocido. Aquellos estudiantes, hoy arqueólogos,
han llevado la arqueología salvadoreña a ponencias en todo el país, y a importantes
congresos y simposios fuera del mismo, y publicando, incluso en importantes
revistas como Archaeology Magazine, memorias y páginas en Internet, y cuyas
tesis e informes algunos se encuentran en bibliotecas en Universidades en Estados
Unidos, México, Centro América e incluso en Japón. Se logró la apertura de
espacios en los principales medios de prensa televisivo y escrito, incluso ocupando
en ocasiones el encabezado. Lo más importante, se han logrado salvar más de una
treintena de sitios arqueológicos, y un número mayor se han aportado a la lista de
sitios nuevos descubiertos.
Reflexiones finales
Existe una moraleja en todo esto. Hemos de ver que desde el inicio de la
arqueología en nuestro país, allá por la segunda mitad del siglo XIX, desde el arribo
de Efraín Squier hasta la consolidación de espacios para el desarrollo de esta área,
se denota que siempre a lo largo del último siglo existió un interés por crear ciencia
y conocer nuestra pasado mediante la observación a los restos materiales. Esta
admiración hacia nuestras culturas muertas siempre se ha develado, el problema
ha sido la sostenibilidad y fortalecimiento de instancias para regular el manejo de
estos recursos, el cual se ha visto muchas veces entrelazado con otros intereses.
Durante los años cincuenta, sesenta y setentas la arqueología vivió una gran época,
adversa a los oscuros años ochenta, conduciendo el tema casi al olvido. Me
atreveré a decir que hablar de arqueología era algo fantasioso. Sin embargo, hubo
quienes nunca abandonaron el tópico, y creían en su evolución dentro de una
sociedad que ciegamente casi extingue el tópico.
Nosotros, los primeros cinco arqueólogos formados en El Salvador, entre la
multitud, habremos sido cinco de muchas personas interesadas en el área, con la
diferencia que nosotros habríamos estado parados en el lugar correcto en el
momento exacto. La misión de japoneses, sumado a la necesidad de arqueólogos
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en la nueva institución y el pequeño lapsus de existencia de aquella Universidad
San Jorge en donde solo hubo una inscripción durante el mes de febrero de 1995,
y una apertura de estudios solo acatada por cinco jóvenes, fue como haber atendido
un importante turno. Lo que vimos fue un campo árido, como quien busca estudio
de algo en donde no existe y había que hacerlo existir. Ese fue nuestro reservado
capítulo después de los ochenta. Afortunadamente encontramos una oportunidad
en un país con mucho espacio para trabajar, y encaminar una especie de brecha
perdida.
Los interesados en nuestra arqueología están ahí, y son muchos, es toda la
sociedad. Es un tema que se lleva desde un campesino que mitifica el hallazgo de
un sencillo grabado en roca tras su milpa, hasta un intelectual ufanándose de sus
conocimientos sobre numeración maya quizás en el bar de un gran hotel. Y el gran
reconocido empresario que piensa su próxima vacación en la lejana Grecia o
pensar en una foto frente al Foro Romano. La historia y la arqueología están ahí,
mientras la sed de cultura crece con el avance difundista venido de importantes
fuentes de comunicación masiva como revistas, digamos National Geographic y
Arqueología Mexicana, y televisión por cable, como el History y el Discovery
Channel, casi formando parte de nuestro diario vivir. Aquello se adversa a nuestra
vieja Televisión Cultural Educativa y Colección Tazumal del área básica de
nuestro Ministerio. No cabe duda que nuestra arqueología es una oportunidad para
nuestro país. Sumaremos otras áreas que merecen su remembranza, como la
Historia, la Antropología y la Paleontología, mientras el Estado les debe un más
digno espacio.
Quien diría que un día la antropología en nuestro pequeño país pudiese practicarse
como una ciencia para el beneficio de las mayorías, o como los ojos de un
gobernante que mediante la misma conociese las necesidades de su gente, utilizada
como un microscopio social que registra el comportamiento colectivo, y cuyos
resultados permitirían la formulación de leyes exclusivas a la realidad de su pueblo,
y mecanismos apropiados de un gobierno que utiliza ciencia. Diera así por crearse
un Departamento de Antropología de interés estatal. O qué diremos de la Historia,
como un área del gobierno que canalice el registro de la experiencia colectiva, y
esta información fuese objeto constante de investigación. Con ello comprender
nuestro ahora, en aras de la educación, y la previsión, y por qué no decirlo, la
predicción. Son disciplinas de interés social las cuales aún presentan un horizonte
llano carente de caminos claros, no más que los esfuerzos de grupos independientes
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fuera de las instancias de gobierno, como la Academia Salvadoreña de la Historia
o la Asociación Salvadoreña de Antropólogos, cuyo aporte un día sin duda pasaran
al plano del reconocimiento.
Por nuestro lado, aunque la creación de arqueólogos en El Salvador y el
crecimiento de un Departamento de Arqueología muestre de modo sustancial
algunos avances relativos a los años que prosiguieron a la década de 1980, su
situación aún atraviesa obstáculos que le impiden alcanzar objetivos mayores,
como lo es el rescate de identidades o el crecimiento turístico mediante la
proyección de su legado cultural, así como el poseer una ciencia de alto nivel
tecnológico y capacidad investigativa que posicionen nuestro país en el ojo
internacional, y hacer uso del mensaje que el estudio arqueológico remite. En otras
palabras, explotar el recurso arqueológico a su máxima capacidad, como una
importante alternativa para el beneficio social. Lo anterior solo lo dan los altos
presupuestos y un considerable número de profesionales en el rubro, con
mecanismos legales que le sustenten y estimulen su desarrollo.
La presente remembranza debió escribirse como una historia de paso, como quien
no pretende dejar sin palabras la anécdota. No era de conformarse con escuchar el
relato de lo que un día fue tras la vívida memoria de alguien. Eso sería un recuerdo
que condenaría lo sucedido a su extinción, quizás luego de jubilarnos en el seno de
una nueva generación de empleados dentro de las futuras oficinas de gobierno.
Como lo hizo un día R. C. al esconder su pequeña constancia, es posible que a
nuestro modo estemos repitiendo lo mismo entre papeles de arqueología.
Las intenciones de este escrito irán más allá del hecho de compartir una anécdota
tras una crítica moderada, si desea verse así. Este relato aborda otras dimensiones,
entre las más importantes, sus letras esconden un llamado a la continuidad de este
esfuerzo por crear ciencia en nuestro país. Pero más importante aún, el alma de
esta remembranza, es en verdad un pasaje vertebral en la historia de nuestra
arqueología.
Kóot ISSN 2078-0664 100 Año 1, Diciembre de 2010, N°. 2