Clará de Guevara, Concepción. Personaje invitado: Concepción Clará de Guevara. Págs. 101-114.
DOI: http://dx.doi.org/10.5377/koot.v0i2.1155
URI: http://hdl.handle.net/11298/84
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Personaje invitado: Concepción Clará de Guevara
Nació el 25 de febrero de 1933 en el municipio de Teotepeque en el Departamento
de La Libertad. Obtuvo una Maestría en Etnología en la Escuela Nacional de
Antropología e Historia, México, D.F., en 1966.
Es una de las primeras mujeres antropólogas salvadoreñas. Entre los cargos que ha
desempeñado destacan: Jefa Sección Etnografía, Museo Nacional “David J.
Guzmán”en el período de 1972-1977, Directora General de Cultura, Juventud y
Deportes en el Ministerio de Educación de 1979 a 1980, Jefa del Departamento de
Investigaciones de la Dirección de Patrimonio Cultural, desde 1981 hasta 1991.
Además fue Investigadora del Departamento de Investigaciones de la Universidad
Dr. José Matías Delgado en los años 1999 al 2007. La Licda. Clará de Guevara se
ha desempeñado como catedrática en varias universidades, entre las que se pueden
mencionar: Universidad de El Salvador, Universidad Tecnológica de El Salvador,
Universidad Francisco Gavidia, Universidad Evangélica y Universidad Don
Bosco.
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Tradición oral salvadoreña. Mestizaje,
religión y valores
Concepción Clará de Guevara
Introducción
El mundo actual globalizado necesita urgentemente ampliar esfuerzos en la línea
de fomentar y vigorizar aquellos valores que ayuden al desarrollo y bienestar de la
humanidad, sin los cuales los avances de la ciencia y la tecnología no pueden
adquirir su verdadera dimensión. Es precisamente en esta área cultural donde la
globalización puede traer consecuencias desfavorables, entre ellas la falta de
identidad de los pueblos y la pérdida de valores. En este sentido, resulta importante
reflexionar sobre los recursos que ayudan en la formación de los valores y en su
aplicación. Dos de los más importantes son precisamente la religión y las
tradiciones, en especial la tradición oral, donde se ubican las leyendas, refranes,
dichos, casos, testimonios, adivinanzas, etc.
Tanto la religión como las tradiciones influyen no solo en la formación y
reforzamiento de valores, sus efectos van mucho más allá, pues contribuyen a
configurar la personalidad del ser humano, desde la más temprana edad. Como
elementos culturales, ambas, religión y tradiciones, responden a las características
especiales de cada sociedad particular. Así, las prácticas religiosas y las tradiciones
orales salvadoreñas no son iguales a las del hermano país de Guatemala, u otro
país de la región centroamericana, aún cuando existen muchas similitudes entre
estos países, pertenecientes a una región cultural bien definida.
En el caso de El Salvador, el tratamiento de la religión con las tradiciones y valores
requiere del conocimiento apropiado de un elemento básico que caracteriza la
cultura salvadoreña, esto es el mestizaje racial y cultural. El mestizaje es un tema
muy estudiado y tratado no solo por las ciencias sociales, sino también por la
literatura, donde se tiene ejemplos muy acertados de la comprensión del fenómeno.
Para El Salvador, puede apreciarse en el siguiente poema de la reconocida escritora
Claudia Lars (1976), ella era una mestiza de ascendencia irlandesa.
“No supe escoger la tierra de mi canto, en
muchos años,
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dos tierras de honda presencia eran
misterio y regalo.
Las dos llevadas en la sangre, las dos
juntaba mi abrazo.
Un doble amor recogía sus
paisajes encontrados:
A la derecha palmeras en
galope de penachos,
a la izquierda vientos grises sobre
desvelo de barcos.
Aquí, las playas del sol…
Allá los ríos helados…”
“Romances de Norte y Sur” (pp. 41,48)
En estos versos plantea las contradicciones internas de identidad que presentan los
mestizos, pero en los siguientes versos encuentra la solución al problema:
“Absorta sobre lo mío al fin escogí, despacio la
tierra de amor completo
que ha de cerrarme los parpados. Pero
mi canto del norte
por los muertos empujado sigue
rumbo de cometa
sigue vaivenes de barco”
(Ibíd. p. 43)
Y continua haciendo una bella descripción de la tierra que consideró suya
(Sonsonate), con su cultura mestiza, de gran sabor colonial, pero de profundas
raíces indígenas. La autora, demostrando su comprensión amplia de esa tierra,
dedica también varios versos a la cultura indígena, de la cual siente que aprendió
muchos conocimientos como persona mestiza.
Al final (Ibíd. p.48), en el último verso, hace una especie de conclusión futurista,
que es un mensaje sobre la igualdad de los seres humanos:
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“Tal vez mañana, Indio Cruz, frente a
mi asombro te pares y me digas,
dignamente, con esa voz sin alardes:
niña… la tierra es de todos
y somos los dos iguales”
El mestizaje en El Salvador se ha dado en diferentes épocas y con diferentes grupos
raciales, desde la conquista española hasta nuestros días. Esto marca algunas
características especiales, como la apertura de la sociedad salvadoreña al exterior
y a lo novedoso, la valoración de lo foráneo y poco aprecio por lo propio. Con estas
reflexiones se pretende contribuir a un acercamiento sobre la importancia de la
religión y la tradición oral en el cultivo y preservación de valores. Tomando como
ejemplo algunas leyendas de esta cultura mestiza.
Las leyendas populares como formas de mentalidad colectiva
La leyenda, dentro de la tradición oral, pertenece al folclor narrativo. Se trata de
“la narración irreal, pero con huellas de verdad, ligada a una área o a una sociedad,
sobre temas de héroes, de la historia patria, de seres mitológicos, de almas en pena,
de seres sobrenaturales, o sobre los orígenes de hechos varios” (Celso Lara, 1973,
p. 8). La leyenda posee una estructura propia que, según Linda Degh (1971), se
descompone en los siguientes elementos:
1. La introducción, donde el narrador resume la esencia del mensaje y objeto de
la narración, que puede ser un consejo, advertencia concreta o abstracta.
2. La identificación de los personajes específicos de la leyenda, generalmente
conocidos por el auditorio.
3. El relato propiamente dicho y las pruebas o casos que le dan su valor y
efectividad a la leyenda, el tiempo y el espacio en que tiene lugar.
4. Las conclusiones o parte final de la leyenda, donde muchas veces se repite el
mensaje, advertencia o consejo, que es lo esencial de la leyenda.
Para Degh, en cada uno de esos elementos puede observarse diferentes formas de
la mentalidad colectiva. Así, por ejemplo, al iniciar el relato, en la introducción, la
síntesis del mensaje expresa un interés colectivo, que puede ser de un grupo, una
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nación o una región. Podría tener vigencia o formar parte de la memoria histórica
de ese grupo. El segundo elemento, que se refiere a los personajes, muestra con
claridad este pensamiento colectivo. De acuerdo con Celso Lara (Ibíd. p. 11), “cada
personaje ha sido creado y perfilado en forma definitiva y se le identifica con
precisión, el pueblo que está consciente de sus personajes no los equivoca y los
sabe distinguir cuando habla de ellos”. El tercer elemento, o cuerpo de la leyenda,
concreta, enriquece y afirma el mensaje que se viene transmitiendo de generación
en generación, especialmente a través de los testimonios. Y el cuarto elemento, o
conclusión, al repetir el mensaje, contribuye a revitalizar algunos aspectos de la
mentalidad colectiva que trata la leyenda.
Si se considera que la leyenda forma parte de la tradición oral, esta se encuentra
“profundamente engarzada en la cotidianidad del grupo social, donde cumple
funciones de control, homogenización y cohesión, permitiendo cierta identidad
interpersonal frente a los rápidos cambios culturales devinientes de la masiva
difusión ecuménica de opiniones, doctrinas, filosofías, costumbres, etc.”
(Thompson Stith, 1952). Como toda manifestación de la mentalidad colectiva, la
leyenda siempre tiene una función según lo señala Thompson. Y para el caso
de El Salvador, generalmente es una función moralizadora. Esto mismo ha
encontrado Celso Lara en su estudio sobre la tradición oral de la ciudad de
Guatemala, concretamente en lo que se refiere a la leyenda. A continuación se
ejemplifican estas ideas a través de un análisis resumido de las leyendas sobre “La
Ciguanaba” y “El Cipitío”, muy conocidas por el pueblo salvadoreño.
“La Ciguanaba” y “El Cipitio”, leyendas salvadoreñas centroamericanas
En El Salvador, las leyendas de “La Ciguanaba” y “El Cipitío” son muy conocidas
por la mayoría de la población, sin distinguir edades, estratos sociales, creencias
religiosas, etc. Así también son abundantes las versiones que se manejan, las cuales
en general pueden diferenciarse de acuerdo con el entorno del narrador, en
versiones del área rural y del área urbana. Es interesante, además, que estas
leyendas no aparecen aisladas, más bien forman parte de un complejo integrado
por “El Cadejo”, “La Carreta Chillona” y, a veces, “El Justo Juez de la noche”.
Podría afirmarse que este complejo constituye el núcleo de la tradición oral
salvadoreña que más continuidad e internalización ha tenido en las grandes
mayorías del pueblo. Lastimosamente, hace falta un estudio de este tipo en el país.
Investigaciones realizadas en Guatemala han encontrado algo similar: un núcleo
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integrado por las leyendas de “La Siguanaba”, El Cadejo”, La Llorona” y “El
Tzizimite”, que el folclorista Celso Lara las ha llamado clásicas, “porque
permanecen, no obstante el tiempo y los cambios sufridos por los pueblos
hispanoamericanos” (Ibíd. p. 27).
De todas estas leyendas, la más difundida es precisamente “La Ciguanaba”, aunque
con diferentes nombres y matices especiales, pero todas ellas con el perfil propio
que identifica al personaje. A este respecto, Lara considera que estas leyendas
tienen la antigüedad de unir cuatro siglos, y “La Ciguanaba”, específicamente, se
encuentra en toda el área cultural conocida como Mesoamérica, que
geográficamente podría corresponder a la actual Centroamérica, con algunas
variaciones. Pero también se ha encontrado esta leyenda en algunos países de
América del Sur, como Brasil, Chile, Perú y Ecuador. En Centroamérica la
Ciguanaba recibe los siguientes nombres: Siguanaba (con S) en Guatemala;
Ciguanaba, es el nombre más conocido en El Salvador, pero en el oriente del país
la conocen como Chilca, Chilica y Chirica, posiblemente estos últimos son
nombres en lenca. En Honduras le llaman Cigua, en Costa Rica es Cegua.
Probablemente en Nicaragua sea también conocida como Ciguanaba. En México
la denominan Matlacihua.
Como puede observarse, el término ciguanaba es un nahuatismo (Geoffrey Rivas,
1978), lo mismo que cipitío. Ciguanaba proviene de las raíces cihuat (“mujer”) y
nahuali (“brujo”), quepodría traducirse como “mujer bruja”. Algunos consideran
que la palabra original es cihuéhuet, de cihuat (“mujer”) y huéhuét (“viejo”). Su
traducción sería: “mujer vieja”.
No obstante el origen nahua de los nombres de estas leyendas, es interesante que
tanto ciguanaba como cipitío no se mencionen en ningún documento acerca de la
mitología nahua de la época prehispánica. Esto hace pensar que se trata de una
elaboración mitológica del tiempo colonial, tal como lo ven la mayoría de
estudiosos, entre ellos Cámara Cascudo, Carvhalo Neto, Adrián Recinos y el muy
citado folclorista guatemalteco Celso Lara. Algunas de las principales
interpretaciones en esta línea son las siguientes: el tema de “La Siguanaba” fue
traído a América por los conquistadores, como herencia de la Edad Media europea
(Lara, Ibíd. p. 34). Celso Lara considera como un antecedente en España a las
lavanderas de Asturias, que son “una especie de seres sobrenaturales, fantasmas,
que casi siempre llevan a la muerte”. Este estudioso sostiene la siguiente hipótesis:
“En la literatura popular, el tipo de seres sobrenaturales relacionados con el agua
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es universal, pero la figura que representa la Siguanaba es la versión americana del
tipo anterior. Es creación de los españoles que nacieron en América, mitos de los
conquistadores. No obstante, es afirmado, en el proceso de creación de la leyenda
no participa el indígena. Su contribución se reduce únicamente al nombre. Es
comprensible porque la leyenda fue creada para enseñarle al indio. Lara afirma:
“La Siguanaba guatemalteca aparece entonces como imposición del ladino en la
mente del indio”.
Aparentemente esto mismo ha tenido lugar en El Salvador. Aquí los contenidos
de la leyenda de “La Ciguanaba” son claramente ladinos (mestizos), con bastante
influencia religiosa católica, de manera que sugiere haberse aplicado como parte
del adoctrinamiento a indígenas y mestizos, no solo en el aspecto religioso, sino
también en cambios de valores y costumbres, como la responsabilidad familiar y
la fidelidad conyugal. Recuérdese que el mestizaje en El Salvador ha sido más
intenso que en toda Centroamérica.
En efecto, en la mayoría de países americanos donde se conserva esta leyenda, las
principales ideas sobre el perfil de este personaje son: que se trata de un espíritu
maligno o fantasma, relacionado con el agua. La Ciguanaba está siempre
bañándose o lavando en un río, si se refiere al área rural; y en las ciudades aparece
en las pilas y lavaderos públicos. Atrae con su belleza a los hombres
trasnochadores, infieles, ebrios, “tunantes”, o de “malas intenciones” con sus
novias. La Ciguanaba se insinúa a los hombres y hace que la sigan, hasta llevarlos
a caer en un barranco. En el área rural estos hombres casi siempre la suben con
ellos en su caballo. Generalmente no muestra su cara hasta el momento que los
quiere dañar.
En El Salvador, los matices especiales de la leyenda de “La Ciguanaba” serían que
esta mujer es símbolo de la infidelidad e irresponsabilidad materna. Según la
leyenda el dios Tlaloc la castigó por haber abandonado a su marido y a su hijo, el
Cipitío. Su eterno castigo es vagabundear y seducir a los hombres que también
presentan conducta irresponsable. Pocas veces los mata, pero casi siempre los
“juega”, y la mayoría pueden volverse locos. Existen varias “contras” para
protegerse de los daños de la Ciguanaba: deben mencionar el nombre de “María”
(la Virgen, madre de Cristo), o “María, pata de gallina”. También hacer el signo
de la cruz, morder un machete simulando que el hombre se hiere formando una
cruz, o fumar un puro.
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El Cipitio, Zipitio, o Tzipit este último considerado el nombre original, según
algunos autores es el hijo que abandonó la Ciguanaba. Solo en El Salvador
aparece esta versión de la Ciguanaba. Generalmente este personaje el hijo es
descrito como un niño pequeño, con el estómago abultado, con los pies vueltos
hacia atrás y usa un sombrero de palma con la copa muy alargada y las alas
exageradamente grandes. Merodea por las cocinas de leña para comer ceniza y
algunas veces molesta a las muchachas, persiguiéndolas en los bosques, donde
sacude árboles con flores y les hace alfombras por donde tienen que pasar. Es un
espíritu juguetón, no hace mal a nadie.
Aparentemente el Cipitío representa al niño que no tiene los cuidados necesarios,
un niño desatendido, abandonado. Este problema debió ser frecuente en la sociedad
colonial salvadoreña, por el mismo fenómeno del mestizaje, ya que los mestizos
eran discriminados por los tres sectores: españoles, indígenas y mestizos. (?) Sin
embargo, el caso del Cipitío es extremo, porque las referencias frecuentes indican
más bien el abandono paterno, que tiene su origen desde las tempranas épocas del
período colonial y ha subsistido hasta nuestros días.
El Salvador: cultura mestiza con un fuerte ingrediente religioso
La tradición oral resume hechos importantes en el proceso histórico de cada
pueblo, los interpreta, conserva y transmite de generación en generación,
obviamente asimilando las contribuciones que son aportadas en todas las épocas.
Las leyendas de “La Ciguanaba” y “El Cipitio” con unos 400 años de
antigüedad aportan información significativa para conocer mejor algunos
elementos en el proceso de integración de la cultura salvadoreña.
En este sentido, se puede afirmar que estas leyendas muestran aspectos del
contexto del mestizaje, según ha venido ocurriendo en el país, cuyos orígenes se
remontan a los tiempos de la conquista española. Octavio Paz (citado por Alfonso
Moisés, 2004, p., 92), refiriéndose al machismo en Mesoamérica, habla sobre el
surgimiento del mestizaje:
Cuando llegaron (los españoles), raptaron violentamente a las mujeres
indígenas creando una nueva raza, los mestizos, que fueron
originalmente encubados por la violencia y el rapto. La mujer india
violada fue rechazada por su propia raza y el mestizo fue considerado
como un paria, un marginado, tanto de la sociedad española como de la
indígena. Este sentido de aislamiento y de rechazo, más el hecho de que
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fueron concebidos en el acto de violencia, hace del mestizo un ente de
psicología insegura, que siempre trata de probar su virilidad y su
dignidad.
Las condiciones de este territorio y su población hicieron que su colonización
tuviera algunas particularidades que no ocurrieron en otros pueblos de la misma
región centroamericana. Los españoles descubrieron pronto que la riqueza de estos
lugares era la tierra fértil y su población conocedora de la agricultura y el
intercambio de productos. Aquí no había grandes recursos en la minería; pero la
explotación de productos como el cacao, el añil, el bálsamo que ya trabajaban e
intercambiaban los aborígenes les prometía bastantes posibilidades de lucro
personal. Es así como pusieron énfasis en la organización de los indígenas y en el
control de su trabajo, para lo cual necesitaron convivir de cerca con estas
poblaciones, y algunos establecieron sus asentamientos en los mismos poblados
indígenas, como fue el caso de Izalco, departamento de Sonsonate, la región más
rica en cacao de la época.
Aún cuando la Corona legisló para que los colonizadores tuvieran sus propios
asentamientos fuera de las poblaciones indígenas, esto no se llevó a la práctica.
Browning (1970-p. 75) señala:
La magnitud de la primitiva intrusión de los españoles en las
comunidades indígenas fue tal que, de los seis centros principales de
establecimiento español que se construyeron durante 25 años después
de la Conquista, solo dos eran fundaciones nuevas; el resto estaba
situado dentro de las cuatro comunidades indígenas más importantes.
Este contacto temprano y sostenido de españoles e indios según el autor citado
(Ibíd. p. 79) estimuló también una “ladinización” (como todavía se conoce el
mestizaje en algunas regiones del país). Fue más bien una aculturación o
inculturación rápida de la pobreza nativa. De acuerdo con Barberena (1892, p. 75),
a mediados del siglo XVIII, aunque la mayoría de los pueblos conservaban el
lenguaje nativo, eran pocos aquellos donde el español no fuera el idioma
administrativo. A fines del siglo XIX, casi todos los salvadoreños eran ladinos, y
en muy pocos pueblos se hablaba idiomas nativos. Actualmente, en El Salvador,
el término indio no tiene significado racial, sino más bien es cultural.
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Desde luego que otras variables intervinieron en este proceso, como la disminución
de la población debido a las epidemias de origen europeo, los traslados de pueblos
y muy especialmente la variable religión o cristianización, que siempre estuvo de
la mano de los colonizadores desde sus inicios. En aquellos tiempos la Iglesia
estaba integrada a la administración colonial. Constituía un elemento ideológico
que consolidó el sistema y colaboró intensamente en la integración de la sociedad
colonial. Desde esos tiempos tempranos como sostiene Cardenal (2001, p.15)
, “la Iglesia ha sido una fuerza constante en el proceso histórico centroamericano”.
La religión fue penetrando todos los ámbitos de la vida de los colonizados, tal
como lo hizo la religión prehispánica que caracterizó a las sociedades aborígenes.
Las autoridades eclesiásticas y sus representantes vigilaban cuidadosamente el
culto a la divinidad, el cumplimiento del código de valores y la conducta externa
de los habitantes.
La Iglesia en El Salvador adoptó una fuerte inculturación, que le posibilitó el
accionar profundamente en la conducta y la espiritualidad de estos seres humanos.
La mayoría de los religiosos se interesaron en el manejo de los idiomas nativos, y
algunos hicieron importantes contribuciones con sus escritos o crónicas que dan a
conocer las costumbres de estos pueblos. Para el logro de cambios e internalización
de patrones de conducta y valores, entre otras estrategias, se valieron mucho de la
aplicación de varias costumbres de la cultura española, integrándolas a las
costumbres de estos pueblos, lo cual funcionó con mucho éxito, de manera que en
la mayoría de las costumbres actuales de la población salvadoreña son
eminentemente mestizas y gran número de ellas tienen relación con aspectos
religiosos. Estas costumbres comprenden todo el ciclo de la vida, desde el
nacimiento hasta la muerte, pasando por la crianza y educación de los hijos, las
ocupaciones, la vida social, etc.
La tradición oral y el folclor también fueron medios para introyectar valores,
creencias, hábitos y patrones de conducta. Las leyendas que aquí se han tomado de
ejemplo, “La Ciguanaba” y “El Cipitio”, sirvieron precisamente para estos fines.
Celso Lara (Ibíd. p. 37), dice:
[El español]… creó así también fantasmas para adoctrinar a los indios
en muchas cosas, entre ellas la contención y las buenas costumbres
civilizadoras. El propósito del español al inventar la figura de la
Siguanaba, era enseñar al indio a ser recatado, a no abusar de la carne
[…]. Así nació la Siguanaba, y así se la echó a rodar como leyenda, por
todos los campos y ciudades del rey de España.
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Y continúa concretando la misión de esta leyenda:
La Siguanaba aparece todavía cumpliendo esa misión original con la
que fue creada por la mentalidad del colonizado y explotado; es una
función moralizadora y previsora: obliga a temerle. Quien rebasa la
línea de la continencia y abuse del placer de la carne, se arriesga a que
la Siguanaba lo castigue, y le advierte que debe volver por el buen
camino que señala el dios de los conquistadores.
Según Celso Lara, en Guatemala La Siguanaba aparece como imposición del
ladino en la mente del indio. En El Salvador, aparentemente, ha ejercido su función
moralizadora, de manera especial en el sector ladino, el cual constituyó un
problema que escapó al control de las autoridades españolas y criollas,
particularmente por la conducta machista de los hombres. Aquí tiene su origen el
problema de los hijos naturales, las madres solteras y otras formas de conducta
irresponsable, que han subsistido hasta la actualidad con una serie de
consecuencias.
Religión, valores, tradiciones
Desde el enfoque antropológico, la religión es un universal cultural, que trata de
creencias y rituales relacionados con seres, poderes y fuerzas sobrenaturales. No
existe ningún pueblo sin religión, y sus funciones tienen alcances, efectos y
significados profundos para las personas y grupos, ya que la religión provee
respuestas a las preguntas existenciales de los seres humanos: ¿quiénes somos?,
¿de dónde venimos?, ¿hacia dónde vamos?; pero también tiene efectos en el orden
social, funcionando como elementos que ayudan a mantener la cohesión y el
sistema establecido, o, por el contrario, puede ser un instrumento de cambio. La
religión igualmente funciona por medio de las creencias y los rituales, como parte
de la adaptación cultural de un grupo y su entorno. De manera especial, la religión
penetra en el dominio de los sentimientos y emociones, donde puede ejercer una
ayuda muy significativa a las personas para enfrentarse a situaciones de crisis,
como la enfermedad y la muerte. Es en esta área, además, donde se facilita el
contacto entre religión, valores y tradiciones.
En efecto, la religión promueve un código de valores que es enseñado a través de
diferentes formas y que responde a lo que es un comportamiento adecuado: ¿cómo
debemos hacer las cosas?, ¿cómo interpretamos el mundo?, ¿cómo distinguir el
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bien del mal?, y así muchos otros aspectos trascendentales en la vida de los seres
humanos. La religión posee un amplio campo de acción en esta área de los valores
y su internalización. Entre estos valores como dice Kottak (200, p. 352)—, “la
religión puede ser un poderoso moldeador de la solidaridad social”, así también de
la justicia, de la igualdad y de muchos otros. Posee amplios recursos estratégicos
para cumplir esta función: rituales, ceremonias, cultos, catequesis, etc., y, de
manera especial lo que interesa en este artículo, las tradiciones y costumbres,
muy particularmente la tradición popular, que integra la religiosidad popular.
La religión es rica en tradiciones, que se transmiten de generación en generación,
y por medio de ellas ha penetrado profundamente con valores que inciden de
manera positiva en el desarrollo y bienestar de los distintos grupos humanos. La
tradición cristiana constituye uno de los más grandes ejemplos de esta influencia
religiosa en los cambios de valores. La humanidad se ha visto influenciada por los
valores cristianos de justicia, libertad, paz, igualdad, fraternidad, solidaridad. Es
obvio que se trata de todo un proceso, a veces muy lento e imperceptible, otras
veces acelerado. Pero, en efecto, muchas generaciones de seres humanos han
estado y están inmersos en esta lucha.
Religión, tradiciones y valores han caminado de la mano en todas las épocas y en
todas las sociedades. Desde luego que coinciden valores y tradiciones positivas y
negativas en una misma sociedad. La religión necesita una amplia comprensión
sobre aquello que los pueblos entienden y quieren por medio de estas expresiones
tradicionales, para reinterpretarlas y encontrar formas que beneficien los valores
esenciales para introducir cambios que lleven al desarrollo y bienestar humano.
Referentes bibliográficos
- Barreiro, Julio, Compilador, Cristianismo y sociedad, Buenos Aires, Argentina, Editorial
Tierra nueva, 1986.
- Browning David, El Salvador, La Tierra y el Hombre, San Salvador, Ministerio de Educación,
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©Universidad Tecnológica de El Salvador
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