López Nuila, Jaime Alberto. Descubrimiento de América y del hambre y las enfermedades en el Nuevo Mundo. Págs.
93-100.
DOI: http://dx.doi.org/10.5377/koot.v0i1.1144
URI: http://hdl.handle.net/11298/64
©Universidad Tecnológica de El Salvador
REVISTA DE MUSEOLOGÍA KÓOT, 2010, AÑO 1, Nº 1, ISSN 2078-0664, ISSNE 2378-0664
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Descubrimiento de América y del hambre y
las enfermedades en el Nuevo Mundo
Jaime Alberto López Nuila
Toda la información que se conoce sobre el Descubrimiento de América está
contenida en las llamadas Crónicas, que historiadores al servicio de la Corona
española realizaban sobre el magno acontecimiento. Hay también información
conocida en la obra completa sobre el Descubrimiento redactada y
responsabilizada por el fray Bartolomé de las Casas. Este era, parece, el
responsable del relato que interesaba al Gobierno de España y también a la Iglesia
católica, en un momento de la historia en el que el poder de la Iglesia abarcaba
aspectos relacionados con la conciencia del hombre, pero que también
comprendía otros intereses que tenían carácter material.
Además del representante del clero De las Casas, el más conocido entre
muchos y quizá el más respetado había en las expediciones al Nuevo Mundo
los cronistas que actuaban para el servicio de la Corona. Entre ellos Gonzalo
Fernández de Oviedo y Valdez. Este resulta ser, por lo menos, el que se revela
como responsable de gran cantidad de información, mucha de ella de carácter
trascendental para el acto mismo del descubrimiento, como del propio país
descubierto. Y más importante todavía, del propio pueblo que habita en la
llamada isla La Española.
Este cronista, embarcado en verdad como veedor de los recursos auríferos en el
Nuevo Mundo una especie de visor o testigo y tal vez ahora un auditor del
monarca visita al menos en una oportunidad el nuevo continente y se convierte,
por obra de sus informes, en la fuente que certifica el primer acontecimiento en
La Española, que produce en aquella época consecuencias para la misma empresa
militar del Descubrimiento y Conquista, y que influye, así mismo, en la historia
misma del pueblo indígena y de aquella isla, al hacerla teatro y elenco de la
llamada primera hambruna en la América India. Todo apunta a que Gonzalo de
Oviedo, por no haber sido testigo presencial de algún suceso, difícil o trágico
ocurrido en la primera ciudad fundada en el Nuevo Mundo, La Isabella, en la isla
bautizada por Colón como La Española en la costa norte (hoy costa atlántica)
donde se ubica la República Dominicana, sostuvo y afirmó los hechos que se
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ofrecían como el primer acontecimiento que se registra en las crónicas, y que se
narra como una situación de hambre catastrófica, una especie de plaga que
produjo centenares o miles de muertos entre nativos y españoles, de forma que
el primer asentamiento del descubridor y conquistador en América termina en
desastre y abandono.
Las informaciones de Oviedo son, por lo menos, contradictorias, desde el
momento en que sus mismas crónicas detallan que aquel mundo recién
descubierto es según sus propias palabras casi el mundo de la abundancia,
por la enorme cantidad de recursos de la tierra, del aire y del mar que encuentran
en esa primera experiencia. El veedor no encontró en La Española eso es
cierto nada que tuviese relación con su cargo de Veedor de las Fundiciones de
Oro, puesto que incluso en este encargo era para posibles hallazgos, que se
dieron en tierra firme, más no en aquel territorio insular. No encontrará oro,
talvez, pero lo que si existía, y en abundancia, eran recursos para alimentar no
solo al pueblo indígena, que ya la habitaba desde lejanos tiempos, sino también
a los recién llegados.
Es precisamente la obra de Oviedo, referida a la descripción de la naturaleza de
las Indias, lo que le ha producido cierta fama en la obra del Descubrimiento y la
Conquista o colonización. Su obra más reconocida es su Historia Natural y
General de las Indias. Antes había escrito Sumario sobre la Natural Historia de
las Indias; ambas están basadas en la impresión de la reconocida existencia de
enormes y ricos recursos naturales del Nuevo Mundo. Es cierto que su última
experiencia le permite vivir en sus funciones de alcalde de la Fortaleza de Santo
Domingo, desde 1535 hasta 1545, lo que significa diez años de su vida
transcurridos justamente en La Española.
Como sea, la verdad es que existen datos abundantes que indican que Oviedo fue,
cuando menos, superficial en sus comentarios y detalles sobre lo ocurrido en 143
en La Isabella. En La Historia de las Indias, De las Casas no es coincidente con
Oviedo respecto a la desaparición del primer asentamiento en América. Se
detallan actos de hostilidad por parte de los naturales debido a los inconvenientes
sufridos y por el carácter del asentamiento referido; pero, sobre todo, porque sin
ninguna duda el consumo de las vituallas traídas en el primer viaje por los
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conquistadores debieron ser insuficientes, consumiéndolas demasiado rápido por
los recién llegados al Nuevo Mundo.
De lo narrado por los diferentes cronistas de las Indias, consta que en el primer
reconocimiento de la isla que hizo Colón mismo y así lo atestigua él ante la
Corona quedó sobrecogido por el espectáculo de la abundancia. Hay rastros
históricos en los Archivos de Indias en los que aparecen testimonios diversos
sobre este tema, y que hacen una descripción única y uniforme de lo que ven sus
ojos. Así, Luis de Santángel, al dar cuenta de su hazaña descubridora dice:
En este tiempo anduve así por aquellos árboles, que era la cosa más
fermosa de ver que otra se haya visto, leyendo tanta verdura en tanto
grado como en el mes de mayo en el de Andalucía. Y los árboles todos tan
disformes de los nuestros como el día de la noche. Y después hay árboles
de mil maneras y todos de su manera fruto, y todos huelen que es
maravilla.
Lo que Luis de Santángel narra resulta ser, comparándolo con el informe
supuesto de Oviedo y su “situación de hambre catastrófica, especie de plaga que
llenó de cadáveres pestilentes los parajes antes lisonjeros y los aires antes
perfumados” para usar los términos de su informe anterior justamente como
el día y la noche. Se decía de la isla en aquel tiempo que. “en esta Isla había
tanta espesura de árboles no conocidos a nadie que era para espantar, dellos
con fruto dellos con flor, aunque todo era verde”. Es decir, que la visión del
Nuevo Mundo para aquellos hombres no era, para nada, la idea de un paraje
desierto, desolado, yermo o infértil, sino todo lo contrario. Lo que hace que la
hambruna que describe Oviedo sea más el producto de la fantasía que de una
experiencia cierta y efectivamente vivida.
Gonzalo Fernández de Oviedo es cierto describió a los indígenas sin
antipatía y sin idealizarlos. También es cierto que reprochó a los conquistadores,
su innecesaria crueldad, y, además, como observador de la naturaleza fue en sus
juicios sagaz y penetrante. También se le reconoce que en sus narraciones e
informes reseña, de preferencia, los hechos que conoce por experiencia directa.
El problema con su informe sobre el hambre y la mortandad en La Isabella
resulta, con todo, increíble, por ser contradictoria. Primero, con sus propios
relatos sobre la naturaleza y la topografía de la isla La Española, en el contexto
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total de sus informes, lo mismo que con los relatos de cronistas que le precedieron
o que le sucedieron, después de 14, con su regreso a Valladolid, en donde muere.
También lo contradice en forma total la descripción más detallada que sobre la
isla hace luego de su descubrimiento, como lo hemos comprobado con lo dicho
por Luis de Santángel.
Pero ¿de dónde obtiene Oviedo la certeza y el conocimiento que le lleva a decir
que el hambre azotó a los españoles tanto como a los indios?, al extremo de que
los cadáveres se encontraban por todas partes y que “el hedor era muy grande é
pestifero”. “En consecuencia, las dolencias que acudieron sobre los cristianos
fueron muchas allende el hambre”. Quiere decir que, más allá del hambre, o justo
a causa del hambre, las dolencias que sufren los cristianos, es decir, los españoles,
fueron muchas. ¿Por qué motivo pudo informar de una hambruna en los términos
catastróficos en que se menciona?
La verdad es que nadie más que el propio Oviedo podía dar un testimonio digno
de crédito sobre las características de la isla recién descubierta, porque era
como lo mencionamos al principio cronista oficial de la Corona y, además y
sobre todo, notario público. Dador de fe sobre lo por él comprobado. Oviedo se
encargó de hacer justamente un recuento minucioso de los árboles, las plantas,
las hierbas, indicando cuáles tenían cualidades curativas y cuáles eran
comestibles. Oviedo mismo naturalista por vocación y cronista por oficio
descubre el níspero, y al describirlo exclama: “Esta fruta es la mejor de todas
las frutas, a mi juicio e de otros muchos que suelen decir lo mismo, porque es
del más lindo sabor é gusto que se puede pensar, e yo no hallo cosa a que se
pueda comparar ni que se le iguale”.
Al descubrir la piña, dice Oviedo:
Este es uno de los más fermosos frutos que yo he visto en todo lo que del
mundo he andado. No pienso que en el mundo la haya que la iguale en
estas cosas que agora diré, las cuales son hermosura de vista, suavidad
de olor, gusto de excelente sabor, así que de cinco sentidos corporales,
los tres que se pueden aplicar a las frutas, y aún el cuarto, que es palpar,
en excelencia participa de estas cuatro cosas.
Todo lo que de exageración pueda estimarse en la contemplación que hace
Oviedo de la piña, se disculpa si reparamos que tiene total y absoluta razón
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cuando se refiere al olor, al sabor, a la hermosura del fruto a la vista, puesto que
tales atributos existen. Hasta la descripción del efecto al tacto que hace de ese un
especial fruto, que no se aparta del ojo contemplativo que ve con carácter singular
la forma de la piña y su revestimiento, o superficie, tan particular.
¿Cómo puede explicarse, entonces, su versión de hambre y plaga que sostiene se
desata de repente en La Isabella? Cualquiera que sea la razón, lo cierto es que
tanto los españoles que llegaron en sus carabelas a la isla como los pobladores
nativos que ya la habitaban encontraban y disponían de todo lo que necesitaban
para su alimentación; y se ha comprobado que los recursos nutritivos propios de
la isla a la llegada de los españoles fueron el resultado final de un largo proceso
de contribución, mediante el trasplante de innumerables ejemplos del reino
vegetal, la mayoría con características y propiedades alimenticias propias de
tierra firme, de donde posiblemente llegaron los indios que Colón encontró en La
Española cuando se produce el descubrimiento.
La verdad es que la tal hambruna hasta los propios y reales acontecimientos se
encargan de desmentir, aún cuando durante los primeros seis meses después del
descubrimiento que, es de temer, fueron o debieron ser los más duros, por aquello
del proceso de adaptación después del conocimiento de aquel Nuevo Mundo, y
durante los que talvez sea cierto que se produjo desabastecimiento porque se
agotaron las provisiones originarias. En La Española se pudo disponer de varias
y muy calificadas fuentes de alimentación: lo que se conservó de las provisiones
primeras; lo que vino después; y antes de esos seis meses, lo procedente de
Sevilla como reaprovisionamiento; y finalmente, lo que se podía conseguir en la
isla, que nunca fue poco.
La dieta de los españoles en esos meses pudo haber estado compuesta por el filete
de jutía acompañado de casabe, que sustituía al pan de trigo español, puesto que
el casabe era justamente el pan de los pueblos originarios. También pudo estar
presente la iguana, que era junto al casabe el plato preferido de los pueblos
originarios de La Española. Estos limpiaban la iguana, la enrollaban y la ponían
en una cazuela del mismo tamaño que el animal, luego se hervía a fuego lento
sobre candentes palos. Se aprovechaban desde entonces, también, los huevos de
la iguana, que constituían un plato adicional al principal, que era su carne. Para
adaptarlos al gusto del conquistador, tanto la jutía como la iguana debieron ser
condimentadas con ajíes picantes, por ejemplo, o por otros productos de la
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península, que hicieron que en su momento, hablando justamente de la
gastronomía en la isla el comentarista Xavier Domingo dijese un día:
“Acabamos de entrar en las nuevas tierras y aún tenemos en el paladar capas y
capas de gusto de la vieja despensa”, haciendo referencia justamente al menú
europeo que, sin duda, debía estar presente en aquellos primeros tiempos en su
mente, al adaptar los recursos propios a la cocina indígena.
Todo lo referido convierte a la crónica de Oviedo sobre la hambruna en La
Isabella en algo así como una verdadera fantasía, producto de su imaginación,
que, contrasta felizmente con el contenido de toda la crónica que se produce
sobre la colonización y conquista del Nuevo Mundo. Incluso es de aceptación
general, y además con carácter histórico, que la causa del abandono por los
españoles del primer asentamiento en la isla La Española, se debió a la resistencia
de los pueblos originarios, por lo menos al principio; a la nueva condición de
dependencia del recién llegado, vínculos que por la brutalidad y la crueldad del
trato hacia ellos los convertirían en esclavos. Pues bien, cuando el aborigen se
percata de su nueva condición de sujeción y dependencia toma la decisión de
resistirse, huyendo al menos del contacto con ese hombre “superior” a él, y
privándole con ello al español de aquel sirviente que le es tan indispensable.
Se ha sostenido incluso que hubo algún natural de la isla que se rebeló, en los
términos de combatir al que para él había invadido su tierra, y que producto de
esas acciones se llegó inclusive a la quema de los asentamientos que en forma
por demás precaria habían construido los españoles en La Isabella; y que,
finalmente, más por esa conducta, que solo fueron gérmenes de levantamiento y
oposición, los españoles toman la decisión de abandonar aquel asentamiento.
Sin embargo, la verdad sobre las reales razones del abandono del asentamiento
en La Isabella se conocen luego con las crónicas y los testimonios de otros
personajes como De las Casas, quien hace los primeros cargos en contra de los
españoles porque, dice, arrebataban a los indios su comida, y además sus
mujeres. Hubo algunos que sobre este tema del abuso del europeo en contra de
los naturales y el despojo que les hacen de sus propias mujeres, tratando de
justificarlo, dicen que, primero, tenía que darse esa conducta porque no podía ser
de otra manera; y segundo, que las mismas mujeres naturales se entregaban al
europeo de su propio gusto.
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Esta faceta de la conducta del español en las nuevas tierras deja todavía con un
velo de misterio la razón de las denuncias de Oviedo sobre la naturaleza
catastrófica del hambre que obliga a abandonar La Isabella. Hoy se sabe que esa
conducta de abuso y despojo a los pueblos originarios no solo de su tierra y
alimento, sino también de sus propias mujeres, trae aparejada la verdadera
catástrofe humana, sobre todo para el indígena. La unión del español con la india
trae algo más que una unión carnal. Lo denunció en el siglo XVIII el párroco
Antonio Sánchez Valverde, afirmando que el hambre de que hablaba Oviedo fue
confundida con una epidemia que estalló de manera inesperada, y que su causa
era el encuentro de un organismo indefenso como el de los pueblos originarios
con los gérmenes desconocidos que llegaban de Europa. En verdad esa epidemia
presentó tal virulencia que, conocida ya en Europa con diferentes nombres,
terminó siendo identificada como sífilis. Oviedo, talvez por patriotismo, quiso
fincar el abandono en una supuesta hambruna, pero fue la promiscuidad del
europeo la que causó, a la larga, una cadena de infortunios que solo terminan,
especialmente en La Española, en la absoluta y total exterminación de los pueblos
originarios.
Este ser indefenso fue la víctima propiciatoria que fue conducida, en aras del
desarrollo de la humanidad y en nombre del descubrimiento, a su propia
extinción. Llegados a La Española en sus frágiles cayucos, habían poblado
densamente la isla, y migrado tras sucesivas y continuas avanzadas por mar en el
Caribe, a veces por su propia seguridad hacia las islas vecinas. Pero seguros como
estaban en su hábitat, debieron primero soportar la llegada de otros pueblos
originarios más violentos y aguerridos como los caribes, de los que se afirma que
también habrían sido caníbales, y que los habían obligado a huir a otras islas.
Luego fueron los europeos, entre conquistadores y filibusteros, que llegaron
repletos e hinchados de ambición, de poder y de riquezas. Más tarde serán los
provenientes de África los que llegarían, cuando ya los naturales de la isla están
extintos o por extinguirse… Todo lo perdieron al final aquellos pueblos
inocentes, que desaparecieron así totalmente, al menos en la isla, de la faz de la
Tierra. La versión del cronista español sirve así de disfraz para ocultar el primer
acto de exterminación masiva que se da en nombre del progreso.
Referentes bibliográficos
López Nuila, Jaime Alberto. Descubrimiento de América y del hambre y las enfermedades en el Nuevo Mundo. Págs.
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De Las Casas, Fray Bartolomé, Historia de las Indias. Sociedad Dominicana de Bibliófilos Inc.
Tomo I. República Dominicana. 1.
Diccionario Enciclopédico Quillet, Editora, Tomo IV. España. Cumbres, S.A. .ª Edición. 1. Mir,
Pedro, Historia del hambre. Sus orígenes en la República Dominicana. Editora Corripio. 1.
Moya Pons, Frank, Manual de historia dominicana. .ª Edición, Santa Domingo. 10.