Regalado, Leonardo. El Museo y su entorno. Págs. 73-78.
DOI: http://dx.doi.org/10.5377/koot.v0i1.1141
URI: http://hdl.handle.net/11298/73
©Universidad Tecnológica de El Salvador
REVISTA DE MUSEOLOGÍA KÓOT, 2010, AÑO 1, Nº 1, ISSN 2078-0664, ISSNE 2378-0664
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El museo y su entorno
Leonardo Regalado
En tiempos recientes el concepto de
museo no solamente ha sido
cuestionado, sino también ha venido
cambiando, de ser una institución
ensimismada, cerrada, a una más
dinámica y colaboradora con otras
instituciones dedicadas a la educación y
la divulgación de valores de cambio en
la sociedad moderna (llámense
escuelas, institutos, universidades o
ministerios de educa-
ción pública).
Desde hace unos cien años se trata de definir al museo, ya no como un templo
sagrado al que se tiene que entrar haciendo una genuflexión, y casi persignándose,
para acceder a todo ese conocimiento del que solo una elite ilustrada, y con
suficiente recurso económico para coleccionar, tuvo acceso en los inicios de
aquella entidad como tal.
1
Conforme el tiempo pasa el concepto de museo
evoluciona. En la medida en que las ciencias se abrieron paso, los museos fueron
especializándose; y así encontramos, a principios del siglo XX, museos con
temáticas sobre arte, culturas populares y arqueología, los dedicados a esta última
ciencia vistos casi como almacenes de antigüedades. Muchas de estas instituciones
de carácter histórico se formaron con colecciones privadas y también por medio de
excavaciones auspiciadas por universidades norteamericanas y europeas. Es
preciso señalar que las potencias económicas de principios de siglo XX (EE. UU.,
1
León, Aurora, El museo, teoría y praxis. Ediciones Cátedra, Madrid, España, 1990. p. 48.
Sala temporal, MUA
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Francia y Alemania, entre otros) obtienen por medio del expolio diversos bienes
culturales de pueblos descendientes de las antiguas civilizaciones, que dejaron este
importante patrimonio cultural; y así las potencias nutrieron los fondos de gran
cantidad de museos que hoy el mundo admira (el Museo del Louvre, el Museo del
Vaticano, y un largo etcétera), con el pretexto de conservar este patrimonio que,
en caso de quedar en manos de esos países expoliados, se perdería debido a los
escasos recursos, la falta de personal adiestrado y la “ignorancia” generalizada del
pueblo. Napoleón expolió a Egipto de una gran parte de su patrimonio cultural e
histórico; Howard Carter envió una cantidad importante de bienes culturales a
Inglaterra y por qué no decirlo mucho de nuestro patrimonio cultural cerámico
arqueológico fue a parar a los fondos del Museo de Las Américas, en España. Esta
tendencia todavía existe aún en varios museos, como el recientemente inaugurado
Quai Branly, el museo de las culturas en Francia.
Sin embargo, estos países fueron los primeros en cuestionar el concepto tradicional
de museo, y comienzan a darle rumbos más didácticos a las exposiciones y
discursos museográficos, así como a extender la promoción cultural hasta el punto
de crear la que hoy es una de las más rentables industrias en el mundo: el turismo
cultural. Gracias a esta industria aprendemos lo que ellos designan como arte y
cultura, y lo que no lo es. Nos ubicamos dentro del panorama mundial de la cultura
como pueblos tercermundistas, con una cultura “atrasada” al compararnos con sus
logros estéticos; obtenemos cánones estéticos de estas instituciones
primermundistas, que rigen nuestras
expresiones culturales y que nos enseñan a
consumir su arte, sus expresiones
culturales, por ejemplo. De esta manera, la
Mona Lisa el famoso retrato de
Leonardo DaVinci, se encuentra hasta
el más humilde de nuestros hogares por
medio del cartel, la copia del cuadro, el
documental de televisión y hasta el “papel
tapiz” para la computadora bajado del sitio
web de un museo o del promocional en
Internet de la película “El Código Da
Vinci”. Triste ilusión es el pensar que so-
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mos cultos o que, por lo menos, “nos estamos culturizando”. Pero ¿qué pasa con
nuestra cultura local y nuestros museos? Con frecuencia suelo hacerme estas
preguntas: ¿por qué la mayoría de nuestros museos aburren al visitante? ¿Por qué
la gente dice que basta con ir una vez al museo? ¿Qué es lo que necesitan nuestros
museos; promoción, oferta, respaldo económico? Las respuestas no se pueden dar
a la ligera; y creo que en especial, para ser responsables ante estos interrogantes,
debemos estudiar con más ahínco el fenómeno de los museos en nuestro país, su
historia, sus aciertos y desaciertos; medirlos en cuanto a los logros alcanzados.
Aunque esto supone ir más allá de comparar los datos estadísticos de visitantes,
puesto que no solamente por ser el más visitado un museo se convierte en el mejor
o en el más grande. Tampoco es el activismo cultural lo que nos llevará a alcanzar
esa utopía tan perseguida de ser un museo ideal. ¿No será que nos hemos puesto a
crear museos sin haber reflexionado de qué modo podemos incidir en la sociedad
por medio de estos como entes ideológicos, para orientar la cultura salvadoreña
hacia valores más humanos y prácticos? ¿Qué ofrecen nuestros museos?,
¿conocimiento aislado?, ¿pura información sin que el espectador o visitante pueda
conectarla con la realidad? Y unas preguntas más: ¿Los museos salvadoreños
tienen contacto con su realidad y con la comunidad que les rodea? ¿Cuál es la
incidencia que el museo tiene en su entorno inmediato y mediato? ¿Está dotado de
instrumentos que le propicien esa buscada interactividad con el entorno?
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Si se habla de que el museo no solamente debe conservar una colección
determinada, sino también en su entorno; es decir, una zona o una localidad.
Entonces, la labor del museo debe de ser la de conservación del patrimonio local.
Pero ¿cuál es ese patrimonio por conservar? ¿Es solamente el patrimonio
arquitectónico? ¿Qué pasa con el patrimonio humano, social, con sus anécdotas,
elucubraciones, preocupaciones cotidianas?... ¿De qué manera un museo inserto
en un sector con mucha afluencia humana, con problemas sociales y económicos,
puede tanto reflejar como contribuir al desarrollo de esa zona? ¿Qué valores
debemos de fomentar en la comunidad para hacer del lugar uno que sea ejemplar
o, por lo menos, más tranquilo y atractivo para el visitante extranjero? Las
exposiciones actuales no solo deben de tener un grado de academicismo o
desarrollo de contenidos científicos, sino también han de estar dirigidas en sus
temáticas a la gente que habita el entorno del museo.
2
Es necesario definir y
delimitar el patrimonio tangible e intangible que el mu-
Sala “Las migraciones”, MUA
seo puede investigar, conservar y difundir. ¿Hacia qué personas o entidades
debemos avocarnos para que nos ayuden en esta compleja y titánica tarea? Sin
duda, unas de las respuestas se encuentran en la gente misma, en la población de
la zona, de la comunidad, en las diversas entidades que componen el hábitat del
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Yunen, Emilio, “La nueva museología”, www.cielonaranja.com/rey_museografia.htm
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museo, el ir y venir incesante del estudiante y del transeúnte y hasta en la
gastronomía urbana, la cultura local de la zona.
El museo está llamado a plasmar todos aquellos fenómenos sociales que han
determinado, y los que continúan determinando, el devenir de nuestra historia; y
no deben de exponer solamente los discursos oficialistas de los gobiernos de turno
y reflejar solo aquel conocimiento académico que muchas veces termina aislado,
tanto por la deficiencia del guión como por la poca visión de su director, así como
del equipo multidisciplinario que apoye la construcción del discurso museográfico
a través de estos guiones. Muchos de los sectores sociales que se encuentran en la
base de nuestra pirámide social no tienen acceso a un museo, y no tienen el más
mínimo interés en entrar o saber qué es un museo porque no se ven reflejados en
los discursos museográficos. Todo ese lumpenproletariado también puede y debe
tener la oportunidad de contar sus desgarradoras historias, que no siempre son del
agrado de todos por no tener el debido ingrediente esteticista o “de clase”, por no
ser letrados. Todas estas personas e identidades tienen algo que ver en el desarrollo
de la cultura; y si el museo no estudia los fenómenos de esta “ecología urbana”
llega a ser solamente una isla llena de “antigüedades o tesoros culturales”, dentro
de un océano de entes vivos ignorantes e ignorados. Los sectores sociales generan
cultura por sí mismos, y ya es hora de que sean tomados en cuenta aunque sea por
un museo. Si los diversos sectores que componen la sociedad no se ven reflejados
en el museo, su contenido no logrará superar aquella vieja percepción del museo
como “templo sagrado” dentro del cual no se hace más.
Con el surgimiento de las nuevas ciencias sociales (antropología, sociología,
historia, etc.) en El Salvador, los museos están recurriendo a nuevos campos de
investigación social en donde pueden renovar sus discursos museográficos,
brindando nuevas temáticas de exposiciones más llamativas para la población, y
ya no ofreciéndoles exposiciones científicamente estériles en donde solo se
encuentran las piezas y el conocimiento sin dar o abrir un senda con la realidad.
De esa manera, el museo se divorcia de la realidad y el público o colectivo de
visitantes no se encuentra reflejado, desligándose del museo sin extraer un
conocimiento que contribuya a su realidad.
El nuevo museo buscará entender a la obra patrimonial o artística y cultural ya no
como un objeto aislado con categoría o rango hipostático en sí mismo, sino como
un producto que es parte de un colectivo donde puede observar tanto el devenir
histórico como la idiosincrasia y realidad que vive ese colectivo.3 Pero si los
esquemas de un museo deben ser abiertos, ¿hasta dónde llega el alcance de la
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apertura de estos esquemas sin tener que abusar del concepto de museo? En la
medida en que las investigaciones sean serias, la institución museística tendrá la
capacidad de definir los puntos de real interés para las ciencias sociales, estéticas,
histórica; y, además, encontramos aquí que tendrá ya no solamente interés en el
tipo de colección, sino en los investigadores que la estudian y los estrategas que
planifican su difusión, dotando de información contextual a las colecciones,
formando un criterio selectivo que defina las piezas de las colecciones como
objetos vivos y no como meros bienes culturales, y como producción material que
refleje la actividad y laboriosidad del pueblo salvadoreño, así como su
problemática diaria.
El museo está llamado a plasmar fenómenos sociales y culturales que afectan
históricamente nuestra cultura, y tiene que difundir el estudio de estos hechos para
establecer paradigmas que ayuden al pueblo a tener una visión más clara o
consciente de cómo estos fenómenos moledan nuestra identidad cultural.
Referentes bibliográficos
García Canclini, Nestor, Culturas híbridas, Ediciones Grijalbo, México, 10. León,
Aurora, El museo, teoría y praxis, Ediciones Cátedra, Madrid, 10.
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“A favor del conocimiento científico Los nuevos museos Jorge Wagensberg”
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