11
El testimonio: reflexiones sobre su valor, formas y pertinencias en las ciencias sociales
http://hdl.handle.net/11298/454
Damir Galaz-Mandakovic, pp. 7-14
Revista entorno, junio 2018, número 65, ISSN: 2218-3345
performatividad trasforma la verdad en un hecho, en un
testimonio obrado. Lo propio del testimonio no está en
la verdad expuesta, cuya exposición al posible error o
equivocación no se puede excluir de antemano; no está en
lo que se dice, en el contenido objetivo, que a su vez está
viciado de subjetividad, sino en lo que se hace al decir, en
lo que acompaña, esto es, en el compromiso que adquiere
el testigo al contar su verdad (Aragón, 2011, p. 303). Desde
ahí, incluso, muchas veces es posible conectar el testimonio
y la confesión en cuanto a un “hacerse la verdad”, que en la
lógica de Austin (1982) es el accesorio en lo dicho y lo no-
dicho. Entonces, la verdad no es lo dicho, sino que mediante
la palabra se hace la verdad, incluyendo los elementos
de los actos del habla más el paralenguaje que expresa
accesoriamente nuevos contenidos, conrmando o no por
medio de dispositivos semióticos (Lazzarato, 2012). Porque
el que testimonia sitúa su palabra y con ello su credibilidad,
su persona y el valor social de su existencia en una realidad
comprometida con la verdad, pidiendo a su vez conanza y
creencia en lo dicho.
Jacques Derrida (1999) deposita en el carácter secreto, a su
vez privativo de la verdad obtenida en el testimonio, el tema
de la creencia, por ello dice que testimoniar es un acto de
fe. Desde ahí, la validez del testimonio llega hasta el punto
en que deja de sostenerse, derivando el surgimiento de la
mentira. Lo difícil es poder generalizar cuándo surge. Porque,
obviamente, todo testimonio es un mundo en sí mismo, es
un microcosmos de experiencias y verdades. El testimonio
posee la particularidad de lo que solamente puede ser
creído, de lo que, tras pasar la prueba, la indicación, la
constatación, el saber, apela únicamente a la creencia, por
lo tanto, a la palabra dada (Derrida, 1997).
En relación con el presente y la verdad, Foucault nos dice:
“En esta verdad que es, de algún modo, completa y total,
en la que todo ha sido dicho, falta algo que es la dimensión
del presente, la actualidad, la designación de alguien. Falta
el testigo de lo que realmente ha ocurrido” (Foucault, 2005,
p. 44). Es decir, se necesita ahora el presente y el testigo del
pasado: el testigo de lo que realmente sucedió.
5. Cuál es la aporía del testimonio
Considerando la creencia como base primordial, a la hora de
escuchar un testimonio, no basta solo su carácter “creíble”;
es ahí cuando surge la aporía, cuando el testimonio se valida
a sí mismo con base en lo increíble o lo imposible (Aragón,
2011, p. 304). Derrida señaló que no podemos testimoniar
más que de lo increíble: “De lo que puede solamente ser
creído, de lo que, al exceder la prueba, la indicación, la
constatación, el saber, apela solamente a la creencia, por lo
tanto, a la palabra dada” (Derrida, 1997, p. 41).
El testimonio debe exceder el marco de lo posible para
abrirnos a un pensamiento de lo imposible; posible en
tanto que imposible: im-posible. Según esto, cuando
alguien da un testimonio, aquello que es creíble, verosímil,
aceptable, coherente o asumible, en denitiva, posible, no
está testimoniando en sentido radical. Por ello, testimoniar
sería solo de lo intestimoniable (Aragón, 2011, p. 304). Un
testimonio tiene que ser extraordinario; que se acepte como
un acto de fe. No hay testimonio que no sea inaudito o insólito
como un acontecimiento. Necesariamente el testimonio
se basa en la creencia o en la conanza del informante,
el cual será relevante y trascendente cuando, a pesar de
la ausencia de pruebas, el carácter de increíble será lo
elemental para construir un relato. La prueba o la evidencia
es un demostrar, que es performativo en propiedad, que no
requiere el accesorio de un relato que, de pronto, lo puede
complementar o contextualizar; pero al ser así, deja de ser
prueba y se transforma en testimonio en sí mismo. Aquí
se instala el tema de la creencia, muy bien explicado por
Derrida (1999), quien nos dice: “La creencia por excelencia,
que no es posible más que creer en lo imposible. El milagro
sería del orden de la pura creencia” (Derrida, 1999, p. 147).
El testimonio, entonces, se valida por lo increíble y se vale
por lo intestimoniable en el marco de la verosimilitud. Creer
lo increíble, por el solo hecho de la creencia. Curiosamente
la imposibilidad hace al testimonio (Derrida, 1999), y
un carácter de verdad inimaginable; es decir, la verdad
irreductible a los elementos reales que la constituyen es,
en rigor, la misma aporía del conocimiento histórico: la no
coincidencia entre hechos y verdad, entre comprobación y
comprensión. En esa dirección, se plantea lo necesario que
es una ética del testimonio, que en ciertas ocasiones está
en tensión con la ética del dominio, con la ética ocial y
predominante, con los programas de conformación, a modo
de ortogramas, de los dispositivos de regulación y control de
operación (Agamben, 1999).
Por otra parte, el análisis debe encontrar las claves de com-
prensión que se sitúan en los límites del lenguaje mismo,
en la expresión de otra aporía más profunda y compleja en
el testimonio, en la que este remite a lo intestimoniado y