www.utec.edu.sv ISSN: 2218-3345
NÚMERO 54 DICIEMBRE 2013
Universidad Tecnológica de El Salvador
Calle Arce No. 1020, San Salvador www.utec.edu.sv
- El suicidio: etiología, factores de riesgo
y de protección
- Resultados obtenidos a largo plazo
de un programa de prevención de violencia
de género en El Salvador
- Cultura, neurociencia y espiritualidad: abordaje
neuro-psico-espiritual en psicoterapia
- Entre el techo y las fronteras de cristal
en Latinoamérica: retos y vicisitudes vigentes
en el proceso de empoderamiento de las mujeres
- Características de un grupo de hombres presos
por violencia de género y variables asociadas
con la violencia contra las mujeres
5
Editorial
6
El suicidio: etiología, factores de riesgo y de protección
José Ricardo Gutiérrez-Quintanilla
12
Resultados obtenidos a largo plazo de un programa
de prevención de violencia de género en El Salvador
Laura Navarro-Mantas
20
Cultura, neurociencia y espiritualidad: abordaje
neuro-psico-espiritual en psicoterapia
Carlos Fayard
32
Entre el techo y las fronteras de cristal
en Latinoamérica: retos y vicisitudes vigentes
en el proceso de empoderamiento de las mujeres
Tania Esmeralda Rocha-Sánchez
42
Características de un grupo de hombres presos por violencia de
género y variables asociadas con la violencia contra las mujeres
Noelia Rodríguez-Espartal
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5
EDITORIAL EDITORIAL
La investigación cumple su función de transferencia del conocimiento y
socializadora principalmente por medio de la publicación de los trabajos
realizados, tanto en forma impresa como por medios informáticos y en línea,
aportando con ello a las comunidades académica y científica. Una de las
formas muy valiosas de divulgación son los congresos científicos, que generan
publicaciones arbitradas.
Como producto de su compromiso editorial, la revista entorno, de la Universidad
Tecnológica de El Salvador, Utec, tiene el honor de publicar en este número los
artículos derivados de las ponencias de los especialistas que participaron en el
Congreso Internacional de Psicología “Un aporte de la psicología al desarrollo
humano y a la salud mental en El Salvador”, realizado los días 9, 10 y 11 de
octubre del año 2013, que fue organizado por la Facultad de Ciencias Sociales
y la escuela de Psicología de la Utec, siendo esta la sede del evento.
En el congreso, destacados especialistas de la Utec e invitados de universidades
de Estados Unidos, México y España expusieron los resultados de sus estudios,
evidenciando las tendencias actuales en materias de violencia de género y
autonomía femenina, psicología positiva, prevención y atención de conflictos
psicosociales y desarrollo del talento humano. En este número, entorno
expone temas relevantes como el suicidio, vinculado con los factores de riesgo
y de protección, aproximando escenarios desde los planteamientos teóricos
y analizando las realidades en nuestra sociedad que influyen en las personas
que deciden quitarse la vida, tema en el que la Utec ha venido participando.
Se registra, además, la experiencia obtenida por la cátedra de Género en la
aplicación de un programa de prevención de violencia de género en El Salvador
desde el año 2011. También contiene un interesante artículo que trata, desde
la cultura, la neurociencia y la espiritualidad en los procesos de psicoterapia,
la violencia y sus climas en el ámbito familiar y en los entornos comunitarios;
además, abordan el tema del empoderamiento de las mujeres y presentan un
estudio que muestra las características de un grupo de hombres privados de
su libertad por haber incurrido en violencia de género.
La situación de violencia, en muchas de sus dimensiones —que es común en
diversas sociedades—, abordada científicamente y desde el punto de vista
académico, resulta un tema de interés interdisciplinar y motivo de análisis para
estudiantes y docentes, como punto de partida para más investigación; y sobre
todo con la opción de iniciar un conocimiento profundo acerca de cada temática.
La Utec cumple, con la publicación regular de entorno, su función de transferir
los hallazgos, conclusiones y recomendaciones de la actividad investigativa,
y con los congresos científicos, en esta ocasión desde la psicología, pero en
una línea transversal con temas de la realidad nacional. Será, para esta casa
de estudios superiores y el equipo editorial, un logro muy importante que un
buen número de lectores interesados saquen provecho del presente ejemplar.
6
Revista Entorno, Universidad Tecnológica de El Salvador, www.utec.edu.sv, diciembre 2013, número 54: 6-11, ISSN: 2218-3345
El suicidio: etiología,
factores de riesgo y de proteccn
José Ricardo Gutiérrez-Quintanilla
Recibido: 30/10/2013 - Aceptado: 10/12/2013
Resumen
El presente artículo tenía como objetivo general
analizar la prevalencia, las estadísticas, los factores
de riesgo y de protección del suicidio. En este
sentido, se hace una revisión de la etiología del
suicidio, los factores causales como los biológicos,
psicológicos y sociales. Se presentan las definiciones
de la prevención general, la prevención directa
y de la prevención indirecta. También se hace
una presentación y discusión de las diferentes
enfermedades mentales que mayor incidencia tienen
en el fenómeno del suicidio. Entre estas patologías
mentales se mencionan: la depresión, el consumo
de drogas y alcohol, los trastornos de personalidad,
la esquizofrenia y algunos problemas conyugales.
Se describe el riesgo en las etapas vitales del ser
humano.
Palabras clave
Etiología, factores de riesgo, prevención.
José Ricardo Gutiérrez-Quintanilla. Es Doctor en Psicología. Profesor, investigador. Universidad Tecnológica de El Salvador. ricardo.gutierrez@utec.edu.sv
Abstract
The general objective of this article was to analyze the
prevalence, statistics, protection and risk factors of
suicide. In this sense, a revision of the etiology of suicide
has been conducted, taking into account elements
such as the biological, psychological and social factors
of suicide. The definitions of general prevention, direct
prevention and indirect prevention are presented; in
like manner, the study also presents and discusses
the different mental illnesses which represent a
higher incidence in the phenomenon of suicide; these
pathologies include depression, alcohol and drug
consumption, personality disorders, schizophrenia, and
marriage problems. It also describes the risk in the vital
stages of human beings.
Keywords
Etiology, risk factors, prevention.
Epidemiología
El suicidio en El Salvador es un fenómeno relacionado con
la salud mental y los problemas sociales de la población,
que casi nunca es analizado ni por las instituciones ni por
los profesionales de la salud. El suicido es el acto más
violento contra uno mismo. Existe suficiente evidencia
empírica que demuestra que la mayoría de los actos o
intentos suicidas están relacionados en su mayoría con
la prevalencia de trastornos mentales. El trastorno que
provoca cerca de un 60 % de los suicidios es la depresión;
un 25 % es causado por el consumo de drogas y alcohol.
Hay otros trastornos como la esquizofrenia, los bipolares y
de personalidad que también causan el suicidio. También
existe un porcentaje relevante de suicidios ocasionados
por conflictos de pareja (pasionales) o familiares. En los
años 2001 y 2002 (Minsal) se registró que la primera
causa de consulta fue la ansiedad. Escalante (2010)
informó de 1.287 suicidios y 31.200 intentos de suicidio
registrados en el año de 2009. En estudios de prevalencia
de alteraciones mentales (Gutiérrez, 2009), se han
encontrado prevalencias que oscilan entre el 34 a 65,5 %
de la población salvadoreña. Como podemos observar,
no existe concordancia entre el subregistro que lleva
el Ministerio de Salud, relativo a los intentos suicidas,
debido a que Escalante (Unidad de Salud Mental, Minsal)
7
El suicidio: etiología, factores de riesgo y de protección
reporta
31.200 intentos suicidas en 2009, mientras en la
tabla se observa un registro muy por debajo del antes
señalado.
Los resultados de un informe publicado (Gutiérrez &
García, 2013) recientemente, señalan que 53,6 % de la
muestra presenta síntomas de ansiedad e insomnio; de
estos 29,9 %
son mujeres y 23,7 % hombres. La prueba no
paramétrica del Chi-cuadrado (X²
1
= 5,777; p = .016) indica
que existe una asociación estadísticamente significativas
entre la ansiedad y el sexo, presentando un mayor número
de síntomas las mujeres. Con relación a la depresión, se
encontró que
28,8 % de la muestra
presenta síntomas de este
problema mental; de estos, 17,1 % son mujeres, mientras que
11,7 % hombres. La prueba estadística demuestra que existe
relación estadísticamente significativas entre la depresión y
el sexo (X²
1
= 8,497; p = .004),
indicando que existe más
prevalencia de síntomas depresivos en las mujeres (ver
tabla 1). Estos resultados se obtienen tras la dicotomización
de la escala de medida (intervalo) en dos categorías: con
síntomas y sin síntomas. Seguidamente se aplica la prueba
no paramétrica del Chi-cuadrado (X2).
Tabla 1.
Frecuencias y porcentajes por sexo de las dimensiones de ansiedad e insomnio y depresión
en una muestra salvadoreña (N = 1.209)
Tabla 2.
Frecuencia de incidencia de ansiedad, depresión e intentos suicidas del año 2006 a 2012 (Minsal, 2012)
Trastornos mentales y del
comportamiento
2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012
Ansiedad 44.813 38.879 37.305 27.180 29.954 40.869 43.356
Depresión 8.204 7.863 7.089 5.471 4.867 9.118 9.875
Intentos suicidas 495 731 858 761 757 916 1.100
Nota: Casos de trastornos mentales y del comportamiento notificados en los reportes de vigilancia semanal (Minsal, 2012).
Dimensión Total en porcentajes Mujeres (%) Hombres (%)
Ansiedad e insomnio
Con síntomas
Sin síntomas
626 (53,6)
542 (46,4)
348 (29,9)
264 (22,6)
277 (23,7)
278 (23,8)
5.777*
Depresión
Con síntomas
Sin síntomas
340 (28,8)
841 (71,2)
202 (17,1)
421 (35,6)
138 (11,7)
420 (35,6)
8.497**
*p < 0.05; **p < 0.01
Datos de la Organización Mundial de la Salud (WHO) ponen
de manifiesto que más de un millón de personas se suicidan
cada año en todo el mundo, siendo la tercera causa de
muerte en personas con edades comprendidas entre 15
y 44 años (Bobes-García, Giner-Ubago & Saiz-Ruiz, 2011).
Mundialmente, el suicidio es una de las cinco causas de
mortalidad en la franja de edades entre 15 a 19 años. En
muchos países encabeza como primera o segunda causa de
muerte, tanto en los varones como en las mujeres de este
grupo de edad. Las cifras expuestas solo representarían
la punta del iceberg, ya que se estima que el número de
tentativas suicidas es aproximadamente unas 10-20 veces
superior, aunque la carencia de estadísticas nacionales e
internacionales adecuadas impide un conocimiento exacto
de la magnitud real del problema. Por cada persona que
se suicida, al menos seis personas requieren algún tipo de
terapia. Los hombres se suicidan con mayor frecuencia que
las mujeres, en proporción de 3:1, aunque estas lo intentan
más (Pérez-Barrero, 2010). En China se suicidan más
las mujeres. China e India aportan la cuarta parte de los
suicidios y no se encuentran entre los diez primeros países,
según sus tasas.
El suicidio ocupa un lugar entre las primeras diez causas de
muerte en las estadísticas de la Organización Mundial de la
Salud. Se considera que cada día se suicidan en el mundo
al menos 1.110 personas y que lo intentan cientos de miles
(Pérez-Barrero, 1999), independientemente de la geografía,
8
El suicidio: etiología, factores de riesgo y de protección
cultura, etnia, religión, posición socioeconómica, etc.
Cualquier sujeto puede, en determinado momento de su
existencia, sentir que la vida no tiene sentido por diversas
causas, como la enfermedad física o mental, la pérdida de
una relación valiosa, un embarazo oculto o no deseado, la
soledad, las dificultades cotidianas en personalidades poco
tolerantes, lo que convierte el suicidio en la mejor y única
opción para ellos.
Tabla 3.
Ideación, planes, e intentos en diversos
países
(Bertolote et al. 2005).
Países
Pensamientos de suicidio
(%)
Planes de suicidio
(%)
Intentos de suicidio
(%)
Atención médica
tras primer
intento
(%)
Brasil 18,6 5,2 3,1 38
India 2,6 2,0 1,6 88
Sri Lanka 7,3 1,5 2,1 56
Sudáfrica 25,4 15,6 3,4 47
Vietnam 8,9 1,1 0,4 22
Irán 14,1 6,7 4,2 48
Estonia 12,4 5,4 3,6 39
China 18,5 7,4 2,4 75
Australia 11, 0 10,6 4,2 ----
Suecia --- 15,5 4,0 55
Etiología
El suicidio se está manifestando con mayor frecuencia en
los jóvenes, tanto en números absolutos como relativos.
Los métodos empleados para cometer suicidio son los que
están disponibles para el sujeto, siendo los más frecuentes
las armas de fuego, el ahorcamiento, los venenos agrícolas,
los gases del alumbrado y de vehículos de motor, etc. La
letalidad del método empleado para cometer suicidio
no refleja las intenciones de morir del sujeto. Para
muchos investigadores, se consideran dos poblaciones
diferentes: los que se suicidan y los que lo intentan:
los suicidas son los que han tenido mayor cantidad de
eventos psicotraumáticos en su vida, presentan mayor
psicopatología, principalmente depresión, alcoholismo,
esquizofrenia y trastorno disocial de la personalidad, utilizan
métodos más mortales, tienen familiares suicidas, intentan
menos el suicidio y generalmente son del sexo masculino.
Los que intentan el suicidio tienen menos eventos vitales
psicotraumáticos, presentan menos psicopatología, como
trastornos de inadaptación, trastornos de ansiedad y
trastorno histriónico de la personalidad, utilizan métodos
menos letales, tienen familiares y amistades con intentos
de suicidio, generalmente son adolescentes y jóvenes del
sexo femenino.
El suicidio es una muerte multicausal, pues involucra
factores biológicos, psicológicos y sociales. En los
factores biológicos se tiene: baja concentración del ácido
5-hidroxiindolacético en el líquido cefalorraquídeo de los
suicidas; elevados niveles de actividad de la enzima MAO
en las plaquetas; papel de los ejes hipotálamo-hipófisis-
suprarrenal e hipotálamo-hipófisis-tiroides en la génesis
de la depresión; depleción global de catecolaminas
y predisposición genética a padecer enfermedades
suicidógenas.
En los factores psicológicos se tiene: desesperanza, baja
autoestima, pobre control de impulsos, pobre control
emocional, poca capacidad de amar a otros y a sí mismo,
necesidades psicológicas frustradas, desamparo, elevada
agresividad, constricción de las emociones y del intelecto,
opción suicida predominando sobre otras, ambivalencia,
dolor psíquico. En los factores sociales se tiene: exceso de
individualización y falta de integración (suicidio egoísta),
exceso de integración social y falta de individuación
9
El suicidio: etiología, factores de riesgo y de protección
(suicidio altruista), ruptura brusca del equilibrio existente
entre el sujeto y la sociedad (suicidio anómico) y excesivo
control y reglamentación que limita sustancialmente el
porvenir del sujeto (suicidio fatalista).
Los factores de riesgo y de protección
Los factores de riesgo y de protección del suicidio han
sido ampliamente descritos en la literatura y se agrupan
fundamentalmente en tres categorías: sociodemográficos,
comorbilidad y biológicos (Hawton, 2009; Fawcett, 2009;
Nock, 2009; Borges, 2010; Nock, 2008; Rehkopf, 2006).
La etiología multifactorial del riesgo de suicidio dificulta
su identificación. Por otro lado, la evidencia disponible
acerca de los tratamientos eficaces para su prevención
es limitada, puesto que procede en gran medida de los
datos de seguridad de los ensayos clínicos (Meyer, 2010).
Se han desarrollado diversas iniciativas que pretenden
facilitar la identificación y el manejo de los pacientes con
conducta suicida (Baca-García, 2004). Las más recientes
son las guías elaboradas por la Asociación Americana
de Psiquiatría en 2003 (APA, 2003). No obstante, existen
pocos trabajos acerca de la implantación en nuestro
medio de las estrategias recomendadas en la literatura
o de cómo la evidencia disponible modula el patrón
de actuación de los profesionales de la salud ante la
conducta suicida.
Los factores de riesgo suicida en la infancia. Padre
alcohólico, madre deprimida, abuso sexual, abuso físico,
violencia familiar, antecedentes de actos suicidas en la
familia, enfermedad mental, rasgos impulsivos, rasgos
perfeccionistas, timidez, ser poco tolerantes e incapaces
de posponer gratificaciones. Los factores de riesgo
suicida en la adolescencia: niñez con riesgo de suicidio,
amigos con conducta suicida, abuso de sustancias,
debut de enfermedades mentales suicidógenas como la
esquizofrenia y los trastornos del humor, intentos suicidas
previos, aceptación de la solución suicida como forma
de afrontamiento, trastorno de la conducta, familiares
con conducta suicida, desesperanza, pobre autoimagen,
escasas habilidades sociales y poca capacidad para resolver
conflictos y para buscar ayuda, falta de apoyo de figuras
significativas, baja autoestima, cambios de conducta en el
hogar y la escuela, problemas con el rendimiento escolar,
ausentismo escolar, regalar posesiones valiosas, dejar
notas suicidas, amenazar con el suicidio, referir ideas
suicidas, planificar el suicidio, cambios en los hábitos,
conducta rebelde sin causa aparente e identificación con
suicidas reales o ficticios. Los factores de riesgo suicida
en la adultez: adolescencia con riesgo de suicidio, padecer
depresión, padecer alcoholismo, padecer esquizofrenia,
intento suicida previo, cambios bruscos de la conducta,
enfermedad física invalidante, pérdida del empleo, pérdida
de prestigio, padecer un trastorno disocial de personalidad,
relación matrimonial caótica y violenta, padecer trastorno
del impulso, heteroagresividad (asesinatos y lesiones),
homosexualidad egodistónica, identificación con un
grupo en el cual la opción suicida sea permitida y fracaso
en las aspiraciones. Los factores de riesgo suicida en la
vejez: el aislamiento y los sentimientos de soledad, la
viudez, la jubilación, el rechazo y la competencia de las
generaciones más jóvenes, la depresión, el alcoholismo y
otras dependencias, los abuelos ping-pong, la enfermedad
dolorosa, las enfermedades con grave disnea, la demencia,
la institucionalización involuntaria.
Como resultado de que los jóvenes entre 14 a 19 años
son uno de los grupos etarios que en los últimos años
presenta mayores índices de suicidio e intentos suicidas.
Este informe describe brevemente las dimensiones del
comportamiento suicida en la adolescencia; se presentan
los principales factores protectores y de riesgo detrás
de este comportamiento y se sugiere cómo identificar y
conducir a los individuos en riesgo y también cómo actuar
cuando el suicidio se intenta o se comete en la comunidad
escolar. En la medida de lo posible, el mejor enfoque de
las actividades de prevención de suicidio en el colegio lo
constituye un trabajo de equipo que incluya maestros,
médicos, enfermeras, psicólogos y trabajadores sociales,
haciéndolo en estrecha colaboración con las organizaciones
comunitarias (OMS, 2010).
La prevención del suicidio puede clasificarse en:
prevención general, prevención indirecta y la directa.
Prevención general: incluye las medidas de apoyo
psicológicas, institucionales, educativas y sociales que
incrementan la capacidad de los individuos para hacer
frente a las situaciones de crisis. La prevención indirecta:
incluye las medidas de prevención encaminadas a la
reducción de los métodos suicidas y a la ayuda de los
problemas subyacentes como la enfermedad mental,
el abuso de alcohol y drogas, la enfermedad física, las
situaciones de crisis, etc. La prevención directa: incluye las
medidas de prevención para abortar o yugular el proceso
suicida. Los factores de riesgo suicida: el conocimiento
de los factores de riesgo que predisponen la aparición de
determinada condición mórbida es una estrategia válida
para la prevención del suicidio. Las encuestas realizadas
muestran que más de la mitad de los jóvenes que cursan
estudios superiores secundarios informan que tuvieron
pensamientos suicidas (McKey, Jones & Barbe, 1993). Los
jóvenes necesitan discutir estos asuntos con los adultos
(McGoldrick & Walsh, 1990).
10
El suicidio: etiología, factores de riesgo y de protección
En general, los varones adolescentes cometen suicidio más
a menudo de lo que lo hacen las mujeres. Sin embargo,
la tasa de intentos de suicidio es dos o tres veces mayor
entre las mujeres. Las jóvenes sufren de depresión más
a menudo que los varones, pero también es más fácil
para ellas hablar de sus problemas y solicitar ayuda. Esto
probablemente ayuda a prevenir los actos suicidas con
resultado fatal. Los jóvenes a menudo son más agresivos
e impulsivos y no pocas veces actúan bajo la influencia de
alcohol y drogas ilícitas, lo cual probablemente contribuye
al resultado fatal de sus actos suicidas. La combinación de
los síntomas depresivos y el comportamiento antisocial ha
sido descrita como el antecedente más común del suicidio
en los adolescentes (Spruijt E. de Goede, 1997; Weissman,
1999). Diversos informes establecieron que casi las tres
cuartas partes de aquellos que eventualmente se quitan la
vida muestran uno o más síntomas de depresión y pueden
sufrir de una enfermedad depresiva importante (Schaffer &
Fisher, 1981).
Discusión
El fenómeno del suicidio y los intentos suicidas son dos
problemas del mismo trastorno, que requieren de un
abordaje diferente por el profesional de las salud mental.
Por un lado, el suicidio es un hecho fatal que poco o nada
las instituciones y los profesionales les preocupa, siendo
esta una tendencia mundial, a pesar de que anualmente
más de un millón de personas se quitan la vida, esto
equivale a que cada 40 segundos una persona se suicida en
algún lugar del mundo. En El Salvador, cada año más de mil
personas se quitan la vida por diferentes razones, y existe
una cantidad relevante de personas que intentan suicidarse
cada año. Es de suma importancia conocer e identificar
los factores de riesgo y de protección del suicidio, para la
implantación de medidas preventivas orientadas a eliminar
o disminuir la incidencia del problema. El suicidio es un
fenómeno que está determinado por factores biológicos,
psicológicos y sociales. En este sentido, las causas más
frecuentes del suicidio son las enfermedades mentales,
como depresión, ansiedad, esquizofrenia, trastornos
disociales de la personalidad, el consumo de drogas y
alcohol. También se tienen los problemas sociales, como
la falta de integración y apoyo social, la ruptura social o
pérdida del vínculo social, los problemas afectivos y
conyugales. Entre los problemas psicológicos se tienen:
falta de apoyo social, pobre autoestima, pobre control de
impulsos, inestabilidad emocional, disfunciones psíquicas y
agresividad, entre otros. Conocer la prevalencia del suicidio
en El Salvador es esencial para identificar los factores de
riesgo y de protección, de cara a fortalecer los mecanismos
de protección y disminuir el riesgo, todo encaminado a la
prevención del suicidio. Una forma efectiva de prevenir
el suicidio es disminuir la prevalencia de depresión y el
consumo de drogas y alcohol, debido a que estas causas
representan más del 75 % de los suicidios, tanto en El
Salvador como en el mundo. Tampoco se debe descuidar
trabajar las demás condiciones predisponentes al suicidio,
como son la autoestima en los jóvenes, buenas relaciones
interpersonales, la asertividad, la motivación y el apoyo
social y familiar.
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Resultados obtenidos a largo plazo
de un programa de prevención de
violencia de género en El Salvador
Laura Navarro-Mantas
Recibido: 01/11/2013 - Aceptado: 14/12/2013
Resumen
El presente trabajo describe un programa de formación
para futuros profesionales de la Psicología basado en
investigaciones científicas sobre sexismo y poder.
El programa fue desarrollado en una universidad
salvadoreña y sus objetivos fueron: a) incrementar
la conciencia sobre las desigualdades de género
en la vida diaria; b) reducir las creencias sexistas
ambivalentes; c) proporcionar a los participantes
recursos y materiales útiles para reducir el sexismo,
la violencia sexual y las actitudes homófobas en
intervenciones sociales. El curso de formación duró
21 horas. Evidencias empíricas iniciales apoyan
la efectividad del programa para la reducción de
actitudes sexistas y el reconocimiento de la violencia
de tanto inmediatamente después de la intervención
como a los 6 meses.
Palabras clave
Violencia de género, sexismo, prevención, formación.
Abstract
The present work describes a gender training program
for future professionals in Psychology based on scientific
research on sexism and power. The training course
was held in a Salvadorean University and aimed at: a)
increasing awareness of gender inequalities in everyday
life; b) reducing ambivalent sexist beliefs; c) providing
participants with useful resources and materials to
reduce sexism, sexual violence and homophobic
attitudes in social interventions. The training course
lasted 21 hours. Empirical evidence supports the
effectiveness of the program to reduce participants’
sexism and increase gender violence awareness both
immediately after the intervention and 6 months later.
Keywords
Gender violence, sexism, prevention, training
Laura Navarro-Mantas. Doctora en Psicología Social por la Universidad de Granada, España. Investigadora visitante en Universidad Tecnológica de El Salvador.
laura.navarro@utec.edu.sv.
Introducción
En la “Declaración sobre la eliminación de la violencia
contra la mujer” de las Naciones Unidas (Res. A.G. 48/104,
ONU, 1994), se definía la violencia de género como “todo
acto de violencia basado en el género que tiene como
resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico,
incluidas las amenazas, la coerción o la privación arbitraria
de la libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o en
la vida privada”. Esta definición aclararía mucha de la
controversia que existe, tanto en el ámbito académico,
legislativo, medios de comunicación como en otros foros
de discusión o espacios de la vida cotidiana en El Salvador
sobre el significado de la terminología “violencia de género”
y el análisis de este grave problema social. Se discute si
esta nomenclatura hace referencia tanto al maltrato hacia
los hombres como hacia las mujeres o, si por el contrario,
se refiere exclusivamente a la violencia ejercida contra las
mujeres. Dicha discusión surge por considerarse que género
es una categoría que puede ser masculino y femenino. Sin
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Resultados obtenidos a largo plazo de un programa de prevención de violencia de género en El Salvador
embargo, la declaración de la ONU (1994) establece que
violencia de género es “todo acto de violencia basado
en el género”, es decir, podemos entender que se refiere
a la violencia que tiene una causa ideológica basada en
la desigualdad histórica que han sufrido las mujeres en
nuestras sociedades, y, por tanto, “violencia de género” se
referiría a la violencia que sufren las mujeres por el simple
hecho de ser mujeres. Este principio se vería refrendado por
la misma Declaración de las Naciones Unidas, que añade
que la violencia basada en el género se debe a la condición
social, económica y jurídica de subordinación de las mujeres,
convirtiendo esta condición en un problema grave de salud
pública, violación de los derechos humanos y una barrera al
desarrollo económico de los países.
Por añadidura, el “poder” adquiere un papel central en la
declaración de Beijing (Naciones Unidas, 1995), como un
componente central en la explicación de las causas de la
violencia contra las mujeres, identificando esta violencia
como “una manifestación de las relaciones de poder
históricamente desiguales entre hombres y mujeres”. Es por
ello que el concepto de ha ido cobrando relativa importancia
en las últimas décadas como variable socioestructural en
distintas investigaciones psicológicas y de las ciencias del
comportamiento; y resulta lógico tener como referencia su
análisis y estudio en cualquier estrategia de prevención e
intervención de la violencia de género.
Para llevar a cabo cualquier estrategia de prevención e
intervención, así como la articulación de políticas públicas,
es crucial contar con una estimación más o menos precisa
de la magnitud de este problema social que es la violencia
contra las mujeres, por lo que siempre debemos iniciar
tomando en consideración las estadísticas nacionales e
internacionales y otros registros que nos muestren, con
pretendida rigurosidad, la prevalencia de la violencia
que sufren las mujeres así como los tipos de maltrato
que experimentan. Obtener este dato no es tarea fácil,
teniendo en cuenta que es un fenómeno que ocurre en el
ámbito privado y que a menudo hay creencias y patrones
culturales que impiden u obstaculizan que salgan a la
luz. En este sentido, cabe destacar los datos obtenidos
en la Encuesta Nacional de Salud Familiar (Fesal, 2008)
en la que el 91 % de las mujeres entrevistadas reconocía
que los problemas de pareja deben ser conversados solo
dentro del hogar. Esta creencia tan arraigada aumenta
la condición de vulnerabilidad de las mujeres, que en
muchas de las ocasiones sufren en silencio el maltrato sin
que puedan recibir ayuda de ningún familiar ni instancia
pública o privada. Por otra parte, en las ocasiones en
que otros familiares o vecinos son conocedores de que
una mujer está sufriendo violencia en El Salvador, suelen
considerar que no deben intervenir por tratarse de un
tema privado.
Algunos datos mundiales de relevancia, en relación con
los índices de maltrato que sufren las mujeres, son los
del Estudio Multipaís de la OMS (2006), que en su informe
publicaba los resultados obtenidos de diversos estudios
llevados a cabo en diez países. En este informe se establecía
que entre 15 y 71 % de las mujeres de 15 a 49 años, de los
diferentes países que llevaron a cabo el estudio, refirieron
haber sufrido violencia física y/o sexual por parte de su
pareja en algún momento de su vida (Estudio Multipaís de
la OMS, 2006). En otro informe publicado recientemente
por la Organización Panamericana de la Salud (2013), se
recogen los datos de doce países latinoamericanos entre
los que se encuentran Nicaragua, Guatemala y El Salvador.
Según este informe, entre el 17 y el 53 % de las mujeres
latinoamericanas ha sufrido violencia física o sexual por su
pareja alguna vez en la vida. Si dirigimos nuestra mirada
a la realidad concreta de El Salvador, este país encabezó
las cifras mundiales de feminicidios con un total de 647
asesinatos de mujeres en el año 2011; más de un tercio se
registró en la capital; y el 49 % de estos fue a mujeres de
edades comprendidas entre los 18 y los 39 años (Ormusa,
2012). Dichas cifras muestran tristemente la gravedad de la
situación de las mujeres en El Salvador, pero también dejan
ver que es un problema que sufren a menudo las mujeres
jóvenes. A su vez, el 56 % de las mujeres salvadoreñas
que ha tenido pareja en El Salvador ha sufrido algún tipo
de maltrato o comportamientos controladores por parte
de esta, siendo un 24 % las mujeres que informaron de
haber experimentado violencia física (Fesal, 2008). Y el
12 % informó haber sufrido violencia sexual por parte de su
pareja actual o anterior.
En esta misma encuesta se obtienen otros datos significativos
relativos a las creencias y los valores que pueden sostener
estos índices de violencia, pero que deben ser considerados
con precaución porque se puede caer en el error de pensar
que son creencias que tienen las mujeres y que, por ello, ellas
son responsables del maltrato que sufren, como a menudo
ocurre en el imaginario colectivo salvadoreño, ya que la
investigación se hizo solo con mujeres. No obstante, de esta
forma estaríamos culpabilizando y responsabilizando a las
mujeres víctimas de la violencia que sufren y no estaríamos
reconociendo que son creencias compartidas por hombres
y mujeres y que, por tanto, es la sociedad en su conjunto la
que tiene dicha responsabilidad. Así, llama la atención que
el 43 % de las mujeres opinara que una buena esposa debe
obedecer a su esposo. Sería interesante, en futuros estudios,
indagar sobre las características que un hombre considera
debe tener toda mujer. A su vez, se encontró en esta
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Resultados obtenidos a largo plazo de un programa de prevención de violencia de género en El Salvador
investigación que el acuerdo con actitudes tradicionales,
como que una mujer no tiene derecho a esterilizarse si el
esposo no está de acuerdo y que si es maltratada por su
esposo no debe intervenir nadie externo a la familia, fue
mayor en las zonas rurales y en los departamentos (en
torno al 50 %) que en la capital. Solo un 4 % de las mujeres
entrevistadas en esta encuesta no manifestó ninguna de
estas creencias tradicionales.
Algunos autores consideran que parte de estas creencias
compartidas en el imaginario colectivo de la sociedad
salvadoreña se deben a una idiosincrasia basada en
unos rígidos estereotipos de género en los que el papel
masculino supone una referencia patriarcal que respalda
aún el derecho del marido de “corregir” a su pareja. Por
tanto, es una autoridad social (Buvinic, Morrison, y Shifter,
1999; Hume, 2008). Por otra parte, el papel femenino se
considera de “naturaleza” y se fundamenta en unos pilares
básicos como la maternidad, la afectividad, el cuidado de
los demás y una sexualidad heterosexual y monógama.
El papel femenino sigue además conservando como valor
social la virginidad (Garaizabal y Vázquez, 1994).
Sin embargo, a pesar de la resistencia ideológica y cultural de
la sociedad de El Salvador, en relación con el marco legal que
aborda esta problemática en el país, en la actualidad cabe
señalar que se han producido algunos cambios importantes
que avanzan en la búsqueda de una solución al problema de
la violencia contra las mujeres en El Salvador. Este avance
tiene que ver con la aprobación de la Ley especial integral
para una vida libre de violencia para las mujeres (LEIV), el 25
de noviembre de 2010 (Asamblea Legislativa, República de
El Salvador, 2011), puesta en vigor en enero del año 2012.
Esta ley es un hito, ya que como novedad brinda un nuevo
abordaje de la violencia basada en el género frente a la Ley
contra la Violencia Intrafamiliar que estaba vigente desde
1996 (Asamblea Legislativa, República de El Salvador, 2011),
y que incluye otros tipos de violencia que ocurren en el
hogar dirigidos a otros miembros de la unidad familiar, por
lo que no contempla las circunstancias concretas en las que
se produce la violencia de género y queda deficiente. La LEIV
reconoce tres ejes importantes: la persecución y la sanción,
la atención especializada y la prevención (Red Feminista
Frente a la Violencia Contra las Mujeres, RED FEM, 2012). En
esta ley se describen, como una forma de prevención, las
normas y políticas formuladas para reducir la violencia contra
las mujeres, interviniendo desde las causas identificadas
de esta. Por tanto, dicha ley insta a la política nacional a
promover programas que fomenten el “desaprendizaje” de
los modelos convencionales que históricamente han sido
atribuidos a las mujeres, y, concretamente, dentro de las
responsabilidades ministeriales, el Ministerio de Educación
debe establecer estos procesos de enseñanza y aprendizaje
formales y no formales en todos los niveles educativos. A su
vez, la política nacional, según se indica en la ley, para su
cumplimiento e implantación deberá contener programas
de sensibilización, conocimiento y especialización, para el
personal que preste sus servicios en esta área, por lo que
urge el diseño e implantación de programas de formación
en violencia de género que se desarrollen tanto en estos
ámbitos de trabajo como en el ámbito universitario por su
responsabilidad en la formación de futuros profesionales.
Por otra parte, la política nacional de las mujeres de El Salvador
y las demandas nacionales y compromisos internacionales
en materia de género (Isdemu, 2011) plantean la necesidad
de brindar una educación no sexista que, junto con otro
tipo de políticas, contribuyan de manera efectiva a la
construcción de una nueva ideología basada en la igualdad
y la equidad, educación que debe erradicar el papel de
subordinación de las mujeres, privilegiando la igualdad de
condiciones para su desarrollo y su inclusión. A su vez, la
Conferencia Regional de Educación Superior (Crees, 2008)
ha hecho un llamado urgente y enfático a los miembros
de las comunidades educativas de educación superior,
sobre todo a los encargados de tomar decisiones políticas
y estratégicas a favor de una formación que incida en el
desarrollo de la región, haciendo notar, entre los aspectos,
trabajar la necesidad de promover el respeto y la defensa
de los derechos humanos, lo que incluye retos importantes
como el combate de toda forma de discriminación, opresión
y dominación; la lucha por la igualdad, la justicia social y
la equidad de género. Estos programas de formación y
prevención deben adaptarse fielmente a la realidad a la
que pretenden serle útiles, por lo que, en relación con la
violencia de género, se requiere un conocimiento preciso
del problema en El Salvador.
Por todo lo anteriormente expuesto, la coyuntura actual en
El Salvador favorece que se diseñen, inicien e implanten todo
tipo de estrategias de sensibilización y prevención que vayan
encaminadas a incidir directamente sobre las causas de la
violencia de género. En ese sentido, la universidad, por su
compromiso con la sociedad como institución de educación
superior, tiene la responsabilidad de hacer propuestas. Es
por ello que en esta ponencia se presentó una propuesta
de investigación-acción a través del diseño de un programa
de prevención de violencia de género que estuviera
fundamentado en las investigaciones recientes sobre
sexismo y poder (Glick y Fiske, 2001; Jackman, 1994; Pratto y
Walker, 2004). Por tanto, el presente estudio pretende dar un
fuerte impulso a estas estrategias preventivas en el ámbito
educativo, contribuyendo a la formación y especialización de
futuros profesionales de
psicología para enfrentar el abordaje
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Resultados obtenidos a largo plazo de un programa de prevención de violencia de género en El Salvador
de la realidad con una nueva perspectiva, la de género. Se
plantea un programa de formación en género y prevención
de violencia de género que tenga una base científica en tanto
en cuanto esté basado en las investigaciones recientes en la
temática, y que, a su vez, se evalúe su impacto con el fin de
valorar su eficacia en materia de prevención. No obstante,
todavía es infrecuente encontrar una relación entre la
producción científica en este campo de estudio y el desarrollo
y aplicación de programas, con algunas notables excepciones
(Becker y Swim, 2011; Kilmartin et al., 2008; Shields, Zawadzki
y Johnson, 2011). Con este programa se pretende que ciencia
y aplicación de programas vaya de la mano, demostrando la
utilidad de la labor científica y académica en la resolución de
problemas sociales.
Por otra parte, dentro de las estrategias de prevención
de violencia de género, Coker (2004) diferencia entre
prevención primaria, secundaria y terciaria. La prevención
primaria es la que pretende impactar en la población general
y va dirigida al diseño de estrategias que intentan que la
violencia no llegue a ocurrir. Se pueden considerar ejemplos
de prevención primaria las campañas en los medios de
comunicación, los programas transversales en los distintos
niveles educativos, los esfuerzos en políticas públicas por
cambiar la legislación, las normas y estructuras sociales
que incitan la violencia, etc. La prevención secundaria es la
que tiene como objetivo la detección primaria de casos de
violencia y su intervención, para que no siga ocurriendo esta
violencia y no se convierta en un problema mayor. Un ejemplo
de este tipo de prevención son los protocolos de salud para
que médicos y enfermeros/as reconozcan los síntomas que
pueden presentar mujeres que están sufriendo violencia, o
en los mismos colegios, la formación que pueden recibir los
docentes para detectar parejas que empiezan a establecer
dinámicas de maltrato en sus relaciones de noviazgo. Por
último, la prevención terciaria trataría de prevenir la muerte
o el malestar de salud física y psicológica de una mujer
que ya ha sufrido la violencia. En estos casos los esfuerzos
se centrarían en atender a las víctimas, intentando, a su
vez, prevenir que sigan siendo o vuelvan a ser víctimas de
violencia. Las estrategias de prevención terciaria son las
que se brindan en los servicios de atención psicológica de
las ONG, departamentos, o instituciones que ofrecen este
servicio o tienen esta función, como podría ser el Isdemu
o la Procuraduría General de la República. También se
consideran parte de este grupo los servicios de las casas de
acogida e incluso algunos programas de intervención con
maltratadores (Megías y Montañez, 2010).
El trabajo que aquí se presenta estaría dentro de la
categoría de las estrategias de prevención primaria por
tratarse de un programa de formación impartido en la
Universidad Tecnológica de El Salvador con alumnos y
alumnas de psicología. Su fin, por tanto, fue plantear un
programa de formación con perspectiva de género para
futuros profesionales; no solo con el objetivo de intervenir
en los mismos participantes para que no lleguen a tener
relaciones violentas a futuro y sepan distinguir cuando
están experimentando maltrato o discriminación por razón
de género, sino también para dotarlos de herramientas y
conocimientos que les permita desempeñar sus trabajos en
su desempeño profesional, ya sea en servicios de atención
a víctimas como en educación, salud, psicología jurídica y
servicios sociales.
Finalmente, el programa de prevención que se describe a
continuación se desarrolla en el marco de otras políticas e
investigaciones que contribuyen a una mejor identificación
y descripción de la problemática en Centroamérica, como
el “Estudio de Población de Violencia de Género en El
Salvador” que se está desarrollando actualmente en la
cátedra de Género de la Facultad de Ciencias Sociales de la
Universidad Tecnológica de El Salvador, según la metodología
de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Dicho estudio
responde a un primer paso de “definición del problema” que
establece la Centers for Disease Control and Prevention
(CDC) (2012), empleado por el programa de “Fortalecimiento
de la capacidad para la prevención primaria de la violencia
contra las mujeres” en el que actualmente están trabajando
la Organización Panamericana de la Salud y la Open Society
Foundations, y el cual tiene como meta principal prevenir
la violencia contra las mujeres y la niñez en la región
centroamericana en general, y en Costa Rica, Guatemala y
El Salvador en particular.
Programa de formación en prevención de
violencia de género
Como ya se mencionó anteriormente, el programa que se
diseñó para este estudio se incluye en el tipo de iniciativas de
prevención primaria. La prevención primaria, como señalan
Megías y Montañés (2010), va dirigida a la población general
y puede hacerse a través de los medios de comunicación,
las políticas públicas, la coeducación y los programas en
centros educativos. En concreto, nuestro programa fue
desarrollado en el marco de las políticas formuladas para
incluir la formación sobre prevención de violencia de género
en el ámbito universitario (Crees, 2008) y orientado a futuros
profesionales de las ciencias sociales. Los objetivos de la
intervención —como ya han sido señalados en otro trabajo
de este mismo grupo de investigación (Navarro, De Lemus,
Megías, Velásquez y Ryan, 2011)— fueron los siguientes: a)
incrementar la conciencia sobre situaciones de desigualdad
de género experimentadas en la vida diaria; b) la reducción
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Resultados obtenidos a largo plazo de un programa de prevención de violencia de género en El Salvador
de ideologías sexistas (sexismo ambivalente, estereotipos
de género, masculinidad tradicional y homofobia); c)
proporcionar a los participantes herramientas útiles para
reducir el sexismo, la violencia sexual y actitudes homófobas
en intervenciones sociales. El curso de formación fue
dirigido a estudiantes de Psicología posgraduados que
estaban cursando su año de especialidad, y fue incluido en el
programa oficial de estudios universitarios de la Universidad
Tecnológica de El Salvador. Tuvo una duración de 21 horas y
se impartió en seis sesiones de tres horas cada una.
Las bases en las que se sustentó el diseño del programa
de prevención, en cuanto a contenidos y distribución
de las sesiones, fueron las que establece el Modelo de
Poder y Género de Pratto y Walker (2004), el cual se
fundamenta en la idea de que la inequidad de género es
un factor característico de la dominancia de los grupos en
las sociedades (Pratto, 1996; Sidanius y Pratto, 1999). El
modelo de Pratto y Walker propone cuatro bases de poder
(obligaciones sociales, ideología, recursos y fuerza) sobre
las que se fundamenta la desigualdad de género. Mientras
que la ideología sexista, el control de los recursos y la fuerza
proporcionan más poder a los hombres sobre las mujeres,
las obligaciones sociales reducen el poder de las mujeres
respecto a los hombres. Estas autoras mantienen la idea
de que las cuatro bases mantienen una relación dinámica
entre ellas; por tanto, para que los esfuerzos en reducir la
desigualdad de poder por razón de género sean exitosos, es
necesario ejercer el cambio en las cuatro bases (Navarro et
al., 2011). El programa de formación incluyó los siguientes
contenidos:
Sesión 1. Género y construcción social. Para vencer posibles
resistencias iniciales de los participantes, esta sesión
introductoria presentó evidencias de la prevalencia de la
discriminación de género y la violencia hacia las mujeres
en distintas partes del mundo. A su vez, en esta sesión se
presentó el modelo de poder basado en el género de Pratto
y Walker (2004), con el fin de enfatizar la necesidad del
enfoque psico-sociológico en los esfuerzos para reducir la
violencia de género.
Sesión 2. Recursos y obligaciones sociales. Numerosas
evidencias fueron proporcionadas sobre el control masculino
de los recursos, haciendo uso de estadísticas en varios
países y enfatizando datos provenientes de El Salvador,
así como las negativas implicaciones de las obligaciones
sociales para las mujeres.
Sesión 3. Ideología (I). En esta sesión se presentó a los
participantes la teoría del sexismo ambivalente (Glick y
Fiske, 1996; 2001) y se introdujeron investigaciones sobre
estereotipos de género, así como sus consecuencias para la
desigualdad de género. Según Glick y Fiske (1996), el sexismo
ambivalente está conformado por dos componentes
claramente diferenciados pero relacionados entre sí:
el sexismo hostil, que se corresponde con el sexismo
tradicional, entendido como una actitud negativa hacia
las mujeres, y el sexismo benévolo, que se caracteriza por
una serie de actitudes positivas hacia el género femenino
en el sentido de afecto positivo, protección o búsqueda de
intimidad, pero que no dejan de ser sexistas por estereotipar
a las mujeres y limitarlas a ciertos papeles.
Sesión 4. Ideología (II): nuevas masculinidades y actitudes
hacia la homofobia. Esta sesión introdujo los nuevos
enfoques sobre la deconstrucción de la masculinidad
tradicional (Pescador, 2010; Vescio, 2011), descubriendo
nuevas formas de “ser hombre” a través de la empatía y
la expresión de emociones. En este contexto, se trabajó
el problema de las actitudes homófobas como un factor
vinculante con la masculinidad tradicional, así como
con comportamientos en hombres relacionados con la
homosexualidad. Este concepto de homofobia y prejuicio
hacia la diversidad sexual se introdujo desde un enfoque
interseccional hacia el género y la identidad sexual.
Sesión 5. Fuerza. En esta sesión se definió la violencia de
género y se discutió con datos a escala global y otros que
contextualizan el problema en El Salvador. Se analizaron
las consecuencias para la salud de la violencia contra las
mujeres y el tratamiento que se realiza de este problema en
el ámbito social y en los medios de comunicación. A su vez,
se proporcionó información sobre las leyes nacionales para
sancionar la violencia de género y de las políticas llevadas a
cabo para prevenirla.
Sesión 6. Diseño y aprendizaje de modelos de intervención.
Esta sesión se centró en el conocimiento y aproximación a
distintas herramientas de trabajo: por un lado, la intervención
coeducativa en prevención primaria del maltrato a la mujer
por su pareja y la violencia sexual (Ryan y Lemus, 2010), y
por otro, la atención psicológica grupal de mujeres que han
sufrido maltrato (Dutton, 1992; Matud, Gutiérrez y Padilla,
2005).
Como procedimiento general de implantación del
programa, se siguió una metodología participativa en la
cual las explicaciones teóricas fueron combinadas con el
trabajo en pequeños grupos y debates. Se les pidió a los
participantes que registraran experiencias personales de
discriminación y fueron animados a prestar atención a
episodios sexistas en sus vidas cotidianas (mediante el uso
de hojas de autoregistro), que más tarde serían expuestas
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Resultados obtenidos a largo plazo de un programa de prevención de violencia de género en El Salvador
y discutidas en el grupo. Se eligió este metodología porque
hay evidencias previas que indican que la atención a
episodios diarios de sexismo resulta ser una estrategia
eficiente para reducir creencias sexistas (Becker y Swim,
2011). La equidad de género fue promovida como una meta
común para hombres y mujeres, legalmente apoyada por las
instituciones, en línea con el trabajo de Allport (1954) sobre
las condiciones óptimas para el contacto entre grupos. La
interseccionalidad del género y la identidad nacional fueron
igualmente tenidas en cuenta, considerando la idiosincrasia
del país y la evolución histórica del tratamiento del género
en El Salvador. Todos los conceptos trabajados y datos
ofrecidos fueron contextualizados y los participantes
motivados a proporcionar ejemplos específicos y temas
de discusión relacionados con su experiencia personal
e identidad de género en intersección con sus otras
identidades sociales.
Para medir el impacto del programa, se siguió un diseño
cuasi-experimental en el que el programa (i.e., participación
en el taller) fue aplicado en un grupo de preespecialidad
en Psicología en la Universidad Tecnológica de El Salvador;
y otro grupo que recibió una formación distinta fue el de
control del diseño. La muestra total estuvo compuesta,
por tanto, por 67 estudiantes de esta preespecialidad. El
grupo que recibió el programa estuvo compuesto por 14
hombres y 26 mujeres de edades comprendidas entre los
23 y los 66 años, mientras que el grupo control no aleatorio
estuvo compuesto por un grupo de estudiantes de la
misma preespecialidad que recibió otro módulo distinto al
programa, formado por 9 hombres y 17 mujeres con edades
comprendidas entre los 23 y los 46 años. El programa se
evaluó inmediatamente después de su finalización y a
los 6 meses de haberlo recibido con el fin de comprobar
si los contenidos aprendidos y los cambios de actitudes
pretendidos por este se mantenían con el tiempo.
Se utilizaron distintas pruebas para evaluar el cambio
de actitudes y percepción de la violencia de género, y se
hizo una evaluación anterior a la aplicación del programa
y una evaluación posterior. Finalmente —como ya se ha
mencionado, se hizo otra evaluación a los 6 meses de su
aplicación. Estas pruebas fueron las siguientes:
Escenarios de malos tratos adaptados a partir de Megías,
Romero-Sánchez, Durán, Moya y Bohner (2011), que
describían una situación en una relación de pareja, la cual
acababa en un episodio de violencia física por parte del
hombre hacia la mujer en la primera de las viñetas, en un
episodio de violencia psicológica en la segunda y violencia
sexual en la tercera.
Inventario de sexismo ambivalente (ASI; Glick & Fiske, 1996;
en su versión española de Expósito, Moya, y Glick, 1998).
Esta escala consta de 22 ítems incluidos en dos subescalas:
una de sexismo hostil y otra de sexismo benévolo.
Los resultados mostraron que se produjo una influencia del
programa sobre la percepción de la violencia. En relación
con la culpa atribuida a la víctima, el programa tuvo un
efecto sobre las mujeres participantes en este, las cuales
atribuyeron menos culpabilidad a la víctima del episodio
después de haber recibido el programa; y este efecto se
mantuvo 6 meses después. Sin embargo, no tuvo este
impacto en los hombres participantes en el programa ni
en el grupo control. Por otra parte, estos resultados tan
positivos para el escenario de violencia física no se dieron
para el caso de violencia psicológica, en el sentido que no
fue la aplicación del programa la que produjo un efecto en
los participantes. Y para la violencia sexual, sí se produjo un
efecto después de la aplicación del programa, es decir, los
y las participantes redujeron la culpabilidad que atribuían a
la víctima en el episodio de violencia sexual después de la
formación, pero este efecto se debilitó a los 6 meses.
En relación con la responsabilidad atribuida al agresor por
el hecho violento, hubo un efecto significativo en el caso de
la violencia física entre la primera evaluación y la segunda
para las mujeres, pero no para los hombres, siendo de
nuevo las mujeres del grupo que recibieron el programa
de prevención las que incrementaron su percepción de
responsabilidad atribuida al agresor. Esto no ocurrió en
el grupo control, lo que significa que el programa tuvo un
efecto en la conciencia y la percepción de los participantes.
Sin embargo, no hubo efectos para la evaluación a los 6
meses, lo que quiere decir que, una vez trascurrido el tiempo,
los participantes volvieron a utilizar justificaciones para la
violencia que exculpan al agresor, probablemente influidos
por los mitos que existen en torno a la violencia de género y
que en el ámbito cultural la justifican. No obstante, como en
el caso anterior, los resultados no fueron tan satisfactorios
para la violencia psicológica y sexual.
La influencia del programa sobre las medidas ideológicas
también fue significativa. Como ya se mencionó, se evaluó
el sexismo ambivalente antes y después del programa,
buscando un cambio de actitudes tanto en el sexismo hostil
como en el benévolo. En términos generales, el programa
tuvo un impacto en el cambio de actitudes de los y las
participantes, pero estos resultados fueron mucho más
positivos en relación con el sexismo hostil; y el cambio de
actitudes sexistas hostiles se mantuvo a los 6 meses de
haber recibido el programa. En este caso no hubo diferencias
significativas entre hombres y mujeres y no se produjeron
18
Resultados obtenidos a largo plazo de un programa de prevención de violencia de género en El Salvador
dichos cambios en el grupo control, lo que significa que
los cambios se debieron efectivamente a la aplicación del
programa. Por otra parte, respecto al sexismo benévolo,
mostró un patrón similar de reducción de las actitudes
sexistas benévolas tras la participación en el programa,
efecto que no se mantuvo a los 6 meses.
Conclusiones
El programa de formación y prevención de violencia de
género que se presentó en esta ponencia tuvo buenos
resultados, en tanto en cuanto se obtuvo cambios de
actitudes en los participantes, actitudes que han sido
identificadas como parte de las causas de la violencia
de género. No en vano —y como ya se señalaba en la
Declaración de Beijing (ONU, 1995)— el poder tiene un
papel fundamental en la explicación de las causas de
la violencia de género; y la desigualdad de poder por
razón de género, su análisis y discusión, es la base del
programa que se diseñó. Siguiendo el Modelo de Poder de
Pratto y Walker (2004), se articularon los contenidos del
programa y se midieron los resultados en cada uno de
los componentes. Algunos resultados que se obtuvieron
fueron muy positivos, ya que la participación en este
programa permitió aumentar la percepción de violencia
de género entre los participantes a través de la culpa
que se atribuye a la víctima y la responsabilidad que se
deposita sobre el agresor, que al fin y al cabo son las bases
de la justificación social de este tipo de violencia. Por otra
parte, se consiguió cambiar actitudes reduciendo sus
actitudes sexistas hostiles y manteniendo estos efectos 6
meses después de haber participado en el programa. En
consonancia con los resultados encontrados por Navarro
et al. (2011) en los que se pudo constatar un cambio en las
actitudes sexistas hostiles y benévolas, el papel masculino
tradicional y las actitudes homófobas justo después de
haber participado en el programa, se prueba su efectividad
para el cambio de actitudes, la formación en género y
la prevención de la violencia de género aún cuando han
pasado 6 meses de haberlo recibido, lo que demuestra que
el programa constituye una herramienta valiosa no solo de
formación, sino que también de prevención en los mismos
participantes.
Finalmente, es importante resaltar que este modelo de
programa que ha sido probado científicamente y medido
sus resultados positivos, podría ser el inicio de un plan
de prevención de violencia de género más amplio que
adoptaran las políticas públicas haciendo cumplir de
esta forma la Ley especial integral para una vida libre de
violencia para las mujeres (LEIV) que fue aprobada el 25
de noviembre de 2010, y que tiene el firme propósito de
prevenir, pero que sin embargo aún resulta deficiente en
recursos, formación y diseño de estrategias.
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20
Revista Entorno, Universidad Tecnológica de El Salvador, www.utec.edu.sv, diciembre 2013, número 54: 20-31, ISSN: 2218-3345
Cultura, neurociencia y
espiritualidad: abordaje neuro-
psico-espiritual en psicoterapia
Carlos Fayard
Recibido: 15/10/2013 - Aceptado: 28/12/2013
Resumen
La última década ha dado lugar a una revolución en el
campo de la psicoterapia. Esta revolución no es tal si
uno revisa con atención la historia de la psicoterapia. En
verdad, esta revolución es un regreso a las fuentes que
nutrieron los primeros esfuerzos para desarrollar una
psicoterapia científica. Una de las fuentes es la religión y
la otra es la neurociencia.
Palabras clave
Neurociencia, cultura, espiritualidad, psicoterapia.
Abstract
The research presented here aims to develop a mobile
application to support the teaching-learning process in
secondary education. It was performed in two stages: The
first was to make an exploratory descriptive study, which
surveys students passed this level to identify whether they
have mobile devices how they use them and if they can be
used as a means of feedback for their classes. From the
results we developed a mobile application that allows the
use of a mobile device for feeding the curricular content
of education. The development of the mobile application
was conducted on the Computer subject course.
Keywords
Neuroscience, culture, spirituality, psychotherapy.
Carlos Fayard. Universidad de Loma Linda, California. Doctor en Psicología Clínica Alliant International University. Escuela Profesional de Psicología de California, San
Diego California. Estados Unidos. cfayard@llu.edu
Desarrollo
Por siglos la humanidad buscó solaz y orientación para
la vida en las creencias espirituales. Resumir los estudios
psicológicos realizados en el campo de la religión y la salud
mental demandaría un espacio que excede el marco de
este ensayo. Bonelli y Koenig (2013) realizaron una revisión
sistemática de los estudios desarrollados con poblaciones
psiquiátricas, mostrando que pacientes que participan
en prácticas religiosas y que fueron diagnosticados con
depresión, adicciones, riesgo de suicidio, demencia y
condiciones reactivas experimentan menores niveles de
severidad sintomática. Los resultados con poblaciones
diagnosticadas con esquizofrenia y desorden bipolar
son mixtos. Un estudio prospectivo con pacientes
diagnosticados con depresión mayor mientras recibían
tratamiento en el hospital de día afiliado con la Universidad
de Harvard, concluyó que quienes indicaron creencia en
Dios tuvieron beneficios superiores en su tratamiento,
comparados con el grupo no creyente (Rosmarin, Bigda-
Peyton, Ketz, Smith, Rauch y Bjorgvinsoon, 2013). Estos
estudios en general sugieren que la religión amortigua el
impacto de la enfermedad mental y contribuye a una mejor
respuesta en su tratamiento. Los estudios también han
revelado que la religión en general está vinculada con un
mejor funcionamiento físico y psicológico (Koenig, King y
Carson, 2012), pero no en todos los casos. Específicamente,
cuando el paciente se siente ignorado o abandonado por
Dios, tiende a registrar mayor severidad en la condición
médica o psiquiátrica diagnosticada (Exline, 2013).
21
Cultura, neurociencia y espiritualidad: abordaje neuro-psico-espiritual en psicoterapia
En conjunto, estos estudios sugieren que ignorar los
elementos espirituales o religiosos en la vida de quienes
buscan tratamiento psicoterapéutico no es aconsejable.
El desafío para el psicoterapeuta es poder trabajar con
estas dimensiones con la competencia y ética profesional
debidas. La American Psychological Association (2002) ha
desarrollado el marco referencial necesario para poder
atender la demanda de atención psicológica con las
herramientas profesionales disponibles y al mismo tiempo
considerar la unicidad cultural del paciente. La psicología
de la diversidad individual y cultural nos provee el contexto
necesario para no ignorar los aspectos religiosos en la vida
del paciente, aunque no prescribe un método de acción Este
artículo intenta ilustrar un método de acción consistente
con el conocimiento científico y a la vez atento a la unicidad
cultural y espiritual del paciente que se identifica como
cristiano.
La segunda fuente a la cual la psicoterapia ha regresado
es la neurociencia. Sigmund Freud (1895/1989), cuya
formación profesional fue en la Neurología, desarrolló en
su Proyecto una neurociencia que sirviera como verdadero
fundamento científico para la actividad psicoterapéutica.
Pasaron décadas hasta que resurgiera el interés en
aplicar el conocimiento del funcionamiento cerebral en
la psicoterapia (Allison y Rossouw, 2013; Cozzolino, 2002;
Grawe, 2007; Paanksep y Bevin, 2012; Schore, 2003; Siegel,
2010), aunque los modelos existentes aguardan el rigor de
la investigación científica para declararlos dignos de ser
considerados “basados en la evidencia” (Andreas, 2013).
Este artículo intenta desarrollar un modelo neuro-psico-
espiritual, en psicoterapia, que permita una comprensión
integral del paciente.
Definición de religión y espiritualidad
Koenig (2011) afirma que tanto la espiritualidad como la
religiosidad se refieren a las creencias y prácticas basadas
en la convicción de que existe una dimensión trascendental
(no material) de la vida. Psicológicamente, estas creencias
son importantes porque influyen en las atribuciones, los
significados y en la forma en que establecen sus relaciones
con los demás y con el mundo. Las diferencias consisten
en que la religiosidad tiene que ver con la aceptación
de creencias asociadas al culto de una figura divina y la
participación en actos públicos y privados relacionados con
ella, mientras que la espiritualidad describe lo privado, la
relación de intimidad entre el ser humano y lo divino, y las
virtudes que se derivan de esa relación. Para ser de utilidad
clínica, el psicoterapeuta tiene que entender la experiencia
religiosa desde la perspectiva del creyente, tal como lo
afirma Meador (2006) desde la Antropología cultural.
La experiencia espiritual
desde el cristianismo
Siguiendo a Meador (2006), la experiencia espiritual cristiana
debe comenzar desde “adentro”, es decir, identificando sus
elementos esenciales del modo que están definidos en los
textos considerados sagrados dentro de esa comunidad (la
Biblia en general y en las palabras de su fundador). En el
caso del cristianismo, cuando a Jesucristo se le preguntó:
“Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante?”, su
respuesta fue:Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón,
con todo tu ser y con toda tu mente” (Mateo 22:36, 37).
Es decir, el centro de la vida espiritual del creyente se
desarrolla a través de una relación personal con Dios, donde
hay un profundo vínculo afectivo. El apóstol Juan capta los
componentes esenciales de una espiritualidad cristiana
citando las palabras de Jesús: “En el último día, el más
solemne de la fiesta, Jesús se puso de pie y exclamó: ‘¡Si
alguno tiene sed, que venga a mí y beba! De aquel que cree
en mí, como dice la Escritura, brotarán ríos de agua viva’ ”.
(Juan 7:37, 38, cursiva agregada.)
Sugerimos que se pueden identificar tres componentes en
la experiencia espiritual cristiana: “sed” o deseo/anhelo, un
vínculo con Dios (“venga a mí”) y un sistema de creencia en
Dios (“cree en mí”). A continuación, estos tres componentes
serán brevemente definidos, identificados en la literatura
psicológica y neurocientífica, seguidos por un caso clínico
que ilustra su utilización en psicoterapia.
Los componentes de la espiritualidad
cristiana
1- La sed espiritual: el Sistema de Búsqueda
El tema de la sed espiritual se encuentra tanto en el Antiguo
como en el Nuevo Testamento. El salmista entendía que esta
necesidad de relacionarse con Dios es tan esencial a la vida
humana como la sed: “Cual ciervo jadeante en busca del
agua, así te busca, oh Dios, todo mi ser” (Salmos 42:1). San
Agustín lo refleja de esta manera: “Tú evocas en nosotros el
deleite de alabarte, porque nos has hecho para Ti y nuestro
corazón está inquieto hasta que encuentra descanso en
Ti” (trad. 1961, p.43). Esta sed funciona como un sistema
motivacional que encuentra su satisfacción en un objeto
psicológicamente significativo (Fairbairn, 1952).
La Neurobiología del Sistema de Búsqueda
(Seeking System)
Algunos autores postulan que el anhelo/deseo/inquietud
están vinculados a las actividades del neurotransmisor
22
Cultura, neurociencia y espiritualidad: abordaje neuro-psico-espiritual en psicoterapia
dopamina (tomamos a la dopamina como el agente
neuroquímico más destacado, pero no único en este
sistema, donde hay una variedad de neuroquímicos como la
aceticolina, Gaba, el glutamate, la serotonina, los opioides,
la orexina y varios péptidos; Zellner, Watt, Solms y Panksepp,
2011). El neurobiólogo Jaak Panskepp (1998) ofrece una nota
de advertencia y al mismo tiempo una dirección intrigante:
“Los deseos del corazón humano son infinitos. Es absurdo
atribuirlos a todos a un sistema cerebral único. Pero todos
ellos llegan a un punto muerto si ciertos sistemas cerebrales,
tales como el circuito de la dopamina (DA), derivado de los
núcleos del cerebro medio, se destruyen... Estos circuitos
parecen ser los principales contribuyentes a nuestros
sentimientos de compromiso y entusiasmo a medida
que buscamos los recursos materiales necesarios para la
supervivencia del cuerpo, y también cuando perseguimos
los intereses cognitivos que dan significados existenciales
positivos a nuestra vida... buscando cimas espirituales y
perspectivas filosóficas que quizás ni siquiera hayan sido
concebidas previamente” (p.144).
En este marco de referencia, el sistema de la dopamina
puede ser considerado como un motor de la motivación de
importancia fundamental, siendo que impulsa operaciones
mentales complejas tales como “sentimientos persistentes
de interés, la curiosidad, la búsqueda de sensaciones, y,
en presencia de una corteza cerebral lo suficientemente
compleja, la búsqueda de mayor significado en la vida
(p. 145). Panskepp (Alarcón, Huber y Panskepp, 2007) lo
denomina el Sistema de Búsqueda (Seeking System). En
sus palabras, se trata de “una excitación psíquica que
es difícil de describir, y parecida al afán que se siente
cuando se anticipa algún tipo de recompensa o de
experiencia emotiva” (p.145), que abarca “de las nueces al
conocimiento” (p.146). Inicialmente, el Sistema de Búsqueda
se experimenta sin contenido cognitivo intrínseco. Es decir,
se experimenta como “sed”, deseo o anhelo, pero no
necesariamente orientado a un fin predefinido. Poco a poco,
el circuito cerebral desarrolla conexiones causales al activar
regiones de mayor complejidad cerebral, participando así
en la generación de ideas y creencias (Granqvist, 2006b;
McNamara, Durso, Brown & Harris, 2006; Ostow, 2007).
El neurocientífico Andrew Newberg destaca la función
de la dopamina en el desarrollo de la espiritualidad de
esta manera: “Efectivamente, la capacidad de creer en lo
espiritual puede depender de la cantidad de dopamina que
es depositada en los lóbulos frontales; y niveles bajos de
dopamina puede crear un sesgo hacia el escepticismo y la
falta de fe. Por otro lado, niveles muy altos de dopamina
pueden crear un sesgo a tener creencias en lo paranormal”
(Newberg & Waldman, 2009; p.56).
Como es típico de la investigación en neurociencia, la
función de las regiones del cerebro es más claramente
identificada cuando esas regiones no funcionan o funcionan
mal. McNamara y sus colaboradores (2006) identificaron
el papel del sistema de la dopamina en la experiencia
religiosa, como lo indica la correlación entre un alelo del
gen del receptor de la dopamina, el DRD4, y un inventario
que mide la espiritualidad en pacientes diagnosticados con
la enfermedad de Parkinson comparados con controles
normales. Resultados similares fueron encontrados con
una población con problemas de adicciones (Blum, Chen,
Bowirrat, Downs, Waite, Rinking, Kirner, Braverman, DiNubile,
Rhoades, Braverman, Savarimuthu, Blum, Óscar-Berman,
Palomo, Stice, Gold y Comings, 2009). La importancia del
sistema de la dopamina, en la experiencia de Dios, ha sido
destacada en investigaciones recientes. Schojdt, Stodkilde-
Jorgensen, Geertz y Roepstorff (2008) encontraron que
el sistema de la dopamina fue activado cuando cristianos
practicantes rezaban el padrenuestro comparado con
condiciones de control. Los autores sugieren que tal vez la
expectativa de reciprocidad (ya sea como una recompensa
a la fidelidad o como en una expresión de gozo en la relación
con Dios) puede explicar estos hallazgos.
Perspectivas psicológicas sobre sed/anhelo/
inquietud espirituales
Investigaciones recientes en la Universidad de Oxford han
documentado lo que ya hace tiempo ha sido ampliamente
aceptado: la religión no es una actividad que solo se
encuentra en ciertos lugares del planeta. En verdad, no hay
ninguna cultura conocida que no haya desarrollado alguna
forma de creencia, practica y comportamiento religioso
(Barrett, 2011). Ken Pargament (2007) afirma que lo sagrado
es una fuerza motivacional que necesita ser reconocida en
la psicoterapia, por ser inherente a la condición humana
y no el mero reflejo de narrativas culturales. Él cita las
opiniones de los psicoanalistas Loweald (p.67) y Jones
(p.69), quienes también creen que la espiritualidad es un
proceso básico que forma parte del inconsciente, como
un “deseo primario que nos moviliza” (p.69). Pargament
(Pargament y Krumei, 2009) agrega que las “personas
están motivadas a buscar una relación con algo sagrado,
tanto como están motivadas a satisfacer necesidades
fisiológicas, psicológicas y sociales” (p. 94). “Los humanos
llegan al mundo con una inclinación intrínseca a buscar
y vivenciar lo sagrado. El mundo externo puede apoyar y
alentar esta capacidad, o contribuir a que sea ignorada, sin
embargo, cuando lo espiritual es desalentado o ignorado,
los seres humanos persisten tenazmente en la búsqueda
de lo sagrado” (Pargament, 2007, p.70).
23
Cultura, neurociencia y espiritualidad: abordaje neuro-psico-espiritual en psicoterapia
La noción de un anhelo espiritual como algo intrínseco al
ser humano puede encontrarse en una variedad de teorías
psicológicas. Los seguidores contemporáneos de Jung
observan que:
La psique o la conciencia está impregnada y organizada por
principios espirituales a los que Jung denomina arquetipos...
En la actualidad, se los considera campos ‘a priori’, patrones
de información que no dependen de ningún factor aprendido
o social... El arquetipo es la capacidad para formar una
imagen, no la imagen en sí... La tradición religiosa reviste
la experiencia con una variedad de imágenes de Dios que
vemos en los credos (Corbett & Stein, 2005, p.102).
La psiquiatra y psicoanalista Ana María Rizzuto (2005)
también comenta:
La universalidad de la religión y de las prácticas espirituales
en el mundo apunta a la presencia de una necesidad
psíquica de metanarrativas capaces de abarcar desde el
universo hasta las experiencias subjetivas de pertenencia
a una realidad que va más allá de uno mismo, de la familia,
de la comunidad y de las dimensiones visibles. ... por lo
tanto, todas las personas, durante su desarrollo psicológico
y en cualquier cultura, deben encontrar una manera
de apropiarse de las narrativas espirituales y religiosas
presentes en la cultura, o crear creencias privadas que
les permitan entender su lugar en el mundo. Esta tarea es
psicológicamente inevitable, porque la psique humana sólo
puede existir y subsistir en el contexto significativo de otras
psiquis y el universo físico que las rodea (p.41).
Aunque las propuestas teóricas parecen apoyar la noción
de que lo espiritual, en general, y la creencia en un Dios
son inherentes al ser humano en todas las culturas, la
investigación experimental no ha producido estudios
específicos sobre el anhelo o la sed espiritual.
Caso clínico: La guerra no ha terminado
Unos días después de terminar la redacción de las
principales partes de este trabajo, un hombre de cerca
de 40 años de edad llegó a su cita regular. Es un veterano
de la primera guerra del golfo pérsico, quien ha padecido
graves síntomas de depresión mayor y trastorno por estrés
postraumático. Durante la sesión se explayó sobre una lista
de quejas relativas recurrentes en relación con el sistema
de Administración de Veteranos (VA), los políticos que no
cumplen sus promesas y la destrucción del medio ambiente,
todo lo cual encuentra particularmente frustrante. Su tono
de voz, apenas controlado durante esta sesión, traicionaba
la intensidad de la cólera que sentía en su interior, la que
lo había llevado a quedar muy cerca de completar intentos
autodestructivos. Este hombre no tiene afiliación religiosa
ni tampoco fue criado bajo la influencia de la religión. Él
se considera un ateo y es abiertamente hostil a la religión.
Tras escucharlo, mis comentarios se centraron en el vigor
aparente en relación con lo que él sentía, eran “causas justas”.
Me atreví a hablar de su “sed de justicia” como un anhelo
espiritual, pensando en que el sistema de búsqueda estaría
activado. Escogí las palabras cuidadosa e intencionalmente
para abordar lo que me pareció un despertar espiritual
genuino (como las emociones morales descriptas más
arriba), aunque no expresado en una narrativa espiritual
o religiosa. Mi paciente hizo una pausa, algo sorprendido
por mi comentario, sonrió y me dijo que yo no era como su
(anterior) terapeuta cognitivo-conductual en el VA (Hospital
de Veteranos), que nunca lo vio de esta manera y que
insistía en un replanteamiento cognitivo, lo cual lo forzaba a
reformular su sistema de ideas, pero dejando la ira intacta.
Mi impresión fue que el “idioma” del Sistema de Búsqueda
resonó con inusual profundidad, vinculando el sistema
motivacional con elementos espirituales no ligados con una
narrativa religiosa. El desafío terapéutico que queda hacia el
futuro es ver cómo este paciente puede saciar esta “sed por
justicia” en un contexto constructivo.
Este caso clínico ilustra la utilidad de pensar la espiritualidad
desde una perspectiva cultural cristiana, respetando al
mismo tiempo la cosmovisión del paciente.
Como lo anticipamos, el Sistema de Búsqueda, opera en
forma ideal en tándem con el Sistema de Apego (Attachment
System) para que los seres humanos puedan experimentar
el amor de Dios, lo cual veremos en la siguiente sección.
2- Ama a Dios con todo tu corazón: el Sistema
de Apego (Attachment System)
Las Escrituras con frecuencia retratan la relación entre
los seres humanos y Dios como la de un padre cariñoso y
su hijo o hija (Efesios 3:14-15; 4:6; 1 Juan 3:1). El salmista
declara: “Como un padre se compadece por sus hijos, se
compadece Jehová por aquellos que le temen” (Salmos
103:13). En el libro de Oseas (11:1-4), Dios se describe a sí
mismo como un padre que lleva a sus hijos en sus brazos,
que los guía con “cuerdas de compasión” y con “lazos de
amor”, y que se inclina como una madre para alimentarlos.
Como citamos al comienzo de este ensayo, la invitación
de Jesús es: “Venid a mí”. Una espiritualidad cristiana
es irremediablemente relacional y vestida con lenguaje
antropomórfico (Oler, 2004). “La esencia de la espiritualidad
cristiana es una relación profundamente afectiva con Dios.
El crecimiento espiritual se caracteriza por la tendencia a
24
Cultura, neurociencia y espiritualidad: abordaje neuro-psico-espiritual en psicoterapia
profundizar esta relación y a experimentarla con mayor
intimidad.” (Benner, 1998, p.90.)
La Psicología del Desarrollo del Apego
(Attachment) con Dios
La idea que vincula a Dios con eventos y figuras del
desarrollo temprano no es una novedad. Sigmund Freud
(1913; 1927; 1930) sistematizó las ideas de Ludwig Feurbach
(Kung, 1981), y postuló que la idea de Dios era el resultado
de mecanismos proyectivos que emergen de la interacción
del niño con sus padres. Dios, entonces, se forma en la
semejanza de los padres y es construido con un propósito
defensivo de cara a los desafíos e incertidumbres de la vida.
La figura de un “Padre exaltado” que provee protección
incluso de la muerte, aunque para Freud nunca deja de ser
una ilusión (p, 210, Meissner, 2009). La escuela de Winnicot
removió a Dios de lo patológico y lo instaló en el proceso
del desarrollo normal, como un “objeto transicional” similar
a otros constructos culturales (Meissner, 2009). Para
estos autores, Dios no es más que una cristalización de la
experiencia humana e idiosincrática de a quien la adopta, y
con el propósito de cumplir con necesidades psicológicas.
Sin negar una dimensión trascendental, Rizzuto expandió
la opinión de Freud desde la perspectiva de la Teoría de
las Relaciones Objetables: “La representación de Dios está
formada por las coordenadas en la memoria de múltiples
sensaciones corporales, los afectos experimentados o la
resistencia hacia ellos, los intercambios relacionales, las
interpretaciones de esos intercambios en el ámbito de
la fantasía, los pensamientos y creencias acerca de los
objetos primarios y objetos en el presente, todos los cuales
son organizados de acuerdo con su relación afectiva y
representacional con la palabra clave: Dios. (Rizzuto, 2005,
p.40.)
La Teoría del Apego (Attachment) ha desarrollado un
activo programa concerniente al apego a Dios (Beck,
2006; Granqvist, 2002; Granqvist, 2006ª; Kirkpatrick, 2005),
demostrando una conexión compleja entre los patrones
de desarrollo del apego a los padres y el apego a Dios.
La relación con Dios activa conductas de apego, como es
visible en: 1) el mantenimiento de proximidad con Dios,
ya que los cristianos creen que Él es omnipresente y
accesible en todo momento a través de la oración; 2) Dios
se constituye en un refugio seguro donde los creyentes
pueden volverse en momentos de angustia, y 3) la forma
de una base segura donde los creyentes encuentran a
Dios como un Dios “amante”, “reconfortante” y “protector”
(Granqvist, 2006b), lo cual le permite al creyente afrontar
la incertidumbre de una enfermedad terminal o pérdidas
irreparables, y, sin embargo, puede todavía confiar en que es
protegido y cuidado por Dios. En este caso, el apego a Dios
es considerado “seguro”, mientras que aquel que siente que
Dios lo está castigando o abandonando, sería clasificado
como “inseguro”, reflejando patrones de apego a figuras
parentales. Investigaciones realizadas con niños (De Roos,
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Kobylak & Nixon, 2006), adultos mayores (Cicirelli, 2004) y
poblaciones cristianas practicantes (Eurelings-Bontekoe,
Hekman-Van Steeg & Verschuur, 2005) demuestran la
presencia de correlaciones entre la historia de apego a las
figuras parentales y el tipo de apego a Dios.
La experiencia de apego a Dios también puede ser estudiada
en el laboratorio. Granqvist, Ljungdahl and Dickie (2007)
adaptaron una situación experimental que mide la ansiedad
que emerge al sentirse separado de Dios en una muestra
de niños de 5 a 7 años, y encontraron una correlación entre
el nivel de activación del apego a Dios y la clasificación de
“seguridad” en relación con el apego a sus padres, mientras
aquellos clasificados “inseguros” no activaron el apego a
Dios en la misma medida. La religiosidad de los padres no
tuvo el efecto moderador anticipado por los investigadores.
La teoría también ha sugerido que hay diferencias
individuales en la clasificación de apego a Dios de acuerdo
con un patrón de apego definido como “correspondiente”. En
ese caso, los sujetos demuestran un patrón de apego similar
al que desarrollaron con sus figuras parentales. Cuando la
correspondencia es clasificada como “segura”, el individuo
atribuye a Dios las mismas características benignas que les
atribuye a las figuras parentales. Del mismo modo, aquellos
que desarrollaron un patrón de apego “inseguro” con sus
padres, tienen un patrón de apego “correspondiente” con
Dios, donde Dios, como las figuras parentales, es vivenciado
como preocupado con otros asuntos “más importantes” y
no con uno mismo, o que Dios tiene una postura punitiva.
Estos patrones son modificables. Individuos clasificados
“inseguros”, pueden desarrollar una relación de seguridad
emocional con Dios, lo cual se denomina compensatoria,
pues esta “seguridad ganada” se extiende también a otras
relaciones. El apego a Dios en el que los individuos perciben a
Dios como un ser benevolente y emocionalmente accesible
o “seguro”, funciona como un factor de protección que
reduce los niveles de ansiedad (Bradshaw, Ellison & Marcum,
2010; Miner, 2009); también con mujeres jóvenes en riesgo
para desórdenes alimentarios (Homan and Boyatzis, 2010) o
en pacientes que sufren de dolor crónico (Dezutter, Luyckx
Schaap-Jonker Büssing, Corveleyn and Hutsebaut, 2010),
mientras que un apego “inseguro” a Dios correlaciona con
mayor ansiedad, mayor riesgo en conductas asociadas con
desórdenes alimentarios o niveles de dolor en pacientes
médicos. Como es de esperar, poblaciones con trauma
25
Cultura, neurociencia y espiritualidad: abordaje neuro-psico-espiritual en psicoterapia
familiar tienden a experimentar a Dios desde la “inseguridad”
(Reinert and Edwards, 2009).
En resumen, la extensión de la Teoría del Apego ha
demostrado validez en muestras de poblaciones clínicas y no
clínicas, como también en el laboratorio. La preponderancia
de la evidencia sugiere que hay una “correspondencia” en
la clasificación del apego a las figuras parentales y el apego
a Dios. Como toda experiencia de apego, la relación con
Dios puede constituirse como “compensación” cuando los
patrones desarrollados con las figuras parentales fueron
negativas, aunque la evidencia en este sentido es más
limitada.
La Neurobiología del Sistema de Apego
(Attachment)
La Teoría del Apego postula que la transmisión básica e
inscripción del patrón de relación de los padres en la mente
del niño se cristaliza en un la internalización de este patrón
(Internal Working Model) (Rozenel, 2006), el cual sirve como
la plataforma básica para la representación del self y del
otro. La Teoría del Apego aplicada a la religión monoteísta
sugiere que los elementos que constituyen el patrón de la
representación del otro también configuran el tipo de apego
a Dios (Granqvist, 2006).
Las experiencias de apego en esencia representan
transacciones afectivas en las que la madre modula cambios
en los niveles de excitación del infante, y por lo tanto en
su estado energético. Esto se logra mediante la regulación
psicobiológica de neurohormonas y neuromoduladores
catecolaminérgicos en el cerebro durante el desarrollo
del bebé. Según Cozolino (2006), “a través de la alquimia
bioquímica de patrones básicos y de la transcripción
genética, la experiencia se corporiza, el amor toma forma
material, y la cultura se transmite a través de un grupo, la
cual es transportada hacia el futuro y a través del tiempo”
(p. 6).
Hay regiones específicas del cerebro que son responsables
de procesar la información social. Estas incluyen la
amígdala (implicada en las respuestas de apego, al evaluar
la “seguridad” de la situación interpersonal, basado en
la experiencia pasada), las circunvoluciones occipitales
inferiores (implicadas en la lectura de las expresiones
faciales, específicamente, en el análisis de las características
básicas de la cara) y la ínsula (activada por las expresiones
faciales, organiza las experiencias somatosensoriales). Estas
regiones cerebrales se consolidan en circuitos estables de
la relación con el medio ambiente humano. Un circuito tal se
forma cuando la amígdala recluta y transmite información
(con respecto a los primeros recuerdos y reacciones de
miedo) a la región límbica y cortical superior. Otro circuito
involucra la activación de los sistemas dopaminérgico y
opioide, dependiendo de la naturaleza de lo regulado por la
transacción diádica entre la madre y el niño (Esch y Stefano,
2005). La capacidad de respuesta contingente, previsible
y sincrónica de la figura parental esculpe el cerebro del
niño, quizá generando los rudimentos de un Modelo
de Funcionamiento Interno del self como merecedor
de ser amado, y de un otro que es digno de confianza
(Schore, 2003; Zak, 2012). El entorno intersubjetivo cambia
constantemente, la motivación y el afecto requieren de una
continua regulación y modulación, la cual se lleva a cabo en
la zona orbitaria de la corteza prefrontal, que juega un papel
crucial en la integración entre el sistema límbico y la corteza
superior (Schore, 2003).
Consistente con la hipótesis de que el Sistema de Apego es
central en la espiritualidad cristiana, un hallazgo intrigante
se desprende de un estudio realizado por Azari (2006). Ella
comparó un grupo de cristianos, recitando el Salmo 23:1
“El Señor es mi pastor, nada me faltará”, con un grupo de
no creyentes. Mediante el uso de imágenes funcionales del
cerebro encontró que había actividad cerebral distintiva
en la corteza prefrontal y frontal media, regiones que se
consideran críticas para las interacciones sociales, en
el grupo de creyentes y no en el grupo de no creyentes.
Azari calificó esta zona como “cognitividad relacional”. El
estudio que utilizo resonancia magnética funcional en el
que monjas carmelitas rememoraban una experiencia
mística de unión con Dios, mostró actividad cerebral
similarmente a los reportados por Azari (Beauregard &
Paquette, 2006). Resultados similares fueron obtenidos en
un estudio conducido por Schojoedt, Stodkilde-Jorgensen,
Geerz and Roepstoroff (2009), quienes concluyeron que
“orar a Dios es una experiencia intersubjetiva comparable
a otras interacciones interpersonales ‘normales’ ” (p.199).
En otras palabras, cuando los creyentes cristianos rezan
a Dios, lo hacen como quien tiene una conversación con
un amigo. No es sorprendente entonces que las regiones
cerebrales activadas al rezar son aquellas que se han
vinculado con la cognición social, particularmente el lóbulo
temporal, la corteza medio-frontal, regiones de la corteza
parieto-temporal y el precuneus. Los no creyentes que
también participaron en el estudio y “oraron” no reclutaron
(¿activaron?) esas zonas cerebrales.
Los estudios resumidos hasta aquí pueden dar lugar a cierta
confusión conceptual. Por un lado, los estudios muestran
que los creyentes piensan en Dios como una persona y
se relacionan de esa manera, como está demostrado por
las regiones cerebrales utilizadas por ellos; y que los no
26
Cultura, neurociencia y espiritualidad: abordaje neuro-psico-espiritual en psicoterapia
creyentes, participando en la misma conducta, no activan.
Y, aunque estos estudios analizan elementos de “la relación
con Dios”, es probable que al destacar los constructos y
sustratos neurológicos de la cognición social en verdad no
estén realmente midiendo elementos de apego (attachment).
Los procesos de apego son automáticos, reflejando
una evaluación subjetiva del sentimiento de seguridad
interpersonal. Conceptualmente más cercano a la medición
del apego a Dios son los resultados del estudio realizado por
Inzlicht, McGregor, Hirsh and Nash (2009). En este caso, la
actividad cerebral fue medida con un electroencefalograma
mientras los sujetos completaban un test en el que tienen
que nombrar un color, que a veces coincide con la palabra
presentada y a veces no. La actividad clave en este estudio
era la reacción cerebral cuando el sujeto hacía un error.
Aquellos que estaban de acuerdo con declaraciones tales
como:Aspiro a vivir y actuar de acuerdo con mis creencias
religiosas” (p.387) mostraron un decremento en la región
de la corteza cingulada anterior, un sistema asociado con la
modulación de la ansiedad. Los investigadores concluyeron
que las “convicciones religiosas protegen de la ansiedad y
proveen alivio al afrontar la incertidumbre” (p.385). En el
lenguaje de la teoría del apego podemos decir que el apego
a Dios fue “seguro”.
En resumen, el Sistema de Apego (Attachment) proporciona
un modelo de la vivencia emocional al estar afectivamente
cerca de alguien, evocando así los sistemas de afiliación
potencialmente presentes en las experiencias espirituales
que subjetivamente se sienten como interpersonales y se
vinculan con Dios (por ejemplo, la oración, la meditación,
la adoración). La siguiente viñeta clínica ejemplifica la
activación del Sistema de Apego en el proceso de terapia
que, abordada con éxito, puede proporcionar una vía
para mejorar las relaciones, tanto interpersonales como
espirituales.
Caso clínico: “¿Hay alguien allí?”
Hace unos años, completé la terapia en pareja con un
matrimonio judío. Primeramente vino la esposa porque a su
médico le preocupaba el estado depresivo luego de la terrible
experiencia de la hospitalización prolongada con pronóstico
incierto de su bebé. Durante la entrevista de admisión, ella
reveló que su madre se había suicidado cuando ella tenía
unos 11 años de edad, pero que nadie nunca había hablado
con ella sobre esto. Recordó haber ido a la escuela unos
días después, y poner su cabeza sobre el escritorio durante
horas, sin que nadie se detuviera a preguntarle algo o
para consolarla. Su marido, un médico con una excelente
reputación profesional, literalmente se derrumbó en el
sofá en dolor, ya que nunca había escuchado esta historia
durante su matrimonio de 12 años, mientras que ella se
mantuvo algo atónita por la reacción del esposo y distante
afectivamente su propia memoria. Ambos eran miembros y
asistían a los servicios de la sinagoga local regularmente, sin
embargo, esto nunca fue más que una tradición para ella.
Conforme pasaba el tiempo, sus problemas de autoestima
se hicieron evidentes a (pesar de haber obtenido) un
doctorado de una universidad de reputación internacional.
Introduje las Prácticas de meditación de Lectura Divina en
Salmos 139:14, que ella tradujo del hebreo. Poco después
de mudarse de la zona, ella me escribió un e-mail para
contarme acerca de su experiencia en el Parque Nacional
de Yosemite, un lugar que yo les había recomendado visitar
antes de irse de California. Esto es lo que me escribió:
“El último Shabbat antes de partir, mientras estaba dirigiendo
el servicio de la mañana por última vez, justo después de la
introducción de salmos de alabanza, llegué a uno de mis
pasajes favoritos. El hebreo es increíblemente hermoso.
Esta es una traducción libre del libro de oraciones:
”¿Podría una canción colmar nuestra boca como el agua
colma el mar?
”¿Y podría el gozo inundar nuestra lengua como las olas
incontables del mar?
”¿Podría ser que nuestros labios se expresen en una
alabanza tan ilimitada como el cielo?
”¿Y podrían nuestros ojos igualar el esplendor del sol?
”Una carrera tan suave y grácil como la del más rápido de
los ciervos.
”Nunca podremos completamente declarar nuestra gratitud.
”De una diezmilésima del amor duradero.
”Que es tu preciosa bendición Dios amado.
”Concedida a nuestros antepasados y a nosotros.
”Mi mente vagaba pensando en todas las personas que
están tristes por mi partida, en las palabras sentidas que la
gente dijo en las fiestas de despedida o en conversaciones
personales; hombres adultos que vi llorar, un ingeniero de
poco sentimentalismo que me escribió una carta que me
pone la piel de gallina cada vez que la leo; y en su resumen
maravillosamente elocuente de los últimos tres años que
me hicieron darme cuenta de que yo no era solo una cita de
la mañana del jueves (en su oficina).
27
Cultura, neurociencia y espiritualidad: abordaje neuro-psico-espiritual en psicoterapia
”Y luego, por un breve momento, tuve la comprensión de
que soy una persona muy especial para haber causado todo
eso y más en las personas que conozco; y por un breve
momento pensé en el verso de los Salmos que me diste,
hace muchos meses: ‘Te reconozco, porque formidables,
maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo
sabe muy bien’, y, por un breve momento, tuve fe.
”El momento, siendo que fue breve, ya ha pasado. He vuelto
a mis dudas y discusiones conmigo misma, lo que me es un
terreno conocido y familiar. Pero al igual que la primera gota
sobre un lago, ha habido otros resplandores, bocanadas de
lo que la fe podría ser. Más tarde, en el mismo servicio, por
primera vez desde que puedo recordar, todo el mundo se
unió precisamente en el momento adecuado (pensé que
seguramente el cielo se iba a caer). Y de nuevo, parada en
Glacier Point (en Yosemite), y observando el testimonio del
esplendor de la naturaleza, contestando preguntas de mi
hija con explicaciones geológicas acerca de los glaciares y
el viento y el agua y los movimientos de la tierra, en algún
momento, se detuvo el flujo de la lógica y la ciencia, e
invoqué a Dios”.
Las dificultades en el Sistema de Apego, estaban claramente
reflejadas en su autoestima y en su experiencia con Dios.
El proceso terapéutico proporcionó una oportunidad para
la activación del Sistema de Apego, como se refleja en una
mejor relación con su marido, su comentario que refleja la
transferencia terapéutica en el proceso de terminación, y
luego este sentido inefable de la fe - un sentido de un Dios
personal y (aunque fugazmente) presente. Cozolino (2006)
sugiere que “nos basamos en estas emociones internas
para hacer hipótesis sobre el estado interno del Otro”. El
resultado es el desarrollo de una Teoría-de-Mente (Theory-
of-Mind), un proceso en el que los cristianos apoyan
su sistema de creencia en “una relación personal con
Jesucristo” (Azari, 2006, p.37).
3- “¿A quién iremos?”: la Teoría-de-Mente y la
espiritualidad cristiana
Después de pasar tiempo con Jesús, algunos de sus
seguidores se preguntaban uno al otro: “¿No ardía nuestro
corazón en nosotros [¿Sistema de Búsqueda?], mientras nos
hablaba [¿Sistema de Apego?] en el camino, y cuándo nos
explicaba las Escrituras?” (Lucas 24:32). La conversación
“comenzando desde Moisés, y siguiendo por los profetas,
les declaraba en todas las Escrituras lo que de Él decían.
[Cursiva añadida]” (Lucas 24:27). El tercer componente
básico de la espiritualidad cristiana está vinculado a lo que
el individuo cree acerca del carácter de Dios. En el lenguaje
de la neurociencia, la Teoría-de-Mente (estado mental) que
le atribuimos a Dios.
La Psicología Cognitiva de la Creencia en Dios
Justin Barrett (2004) pregunta (y a la vez responde): “¿Cómo
podemos entender la fe/creencia en Dios?” (p. VIII) desde
una perspectiva de la psicología cognitiva. Sostiene que
creer en Dios es un proceso cognitivo natural que se basa
en creencias no reflexivas apoyadas por “herramientas
mentales” que funcionan de forma automática. Una de las
“herramientas mentales” más importantes son las de la
Teoría-de-Mente (Theory-of-Mind). La fórmula “teoría-de-
mente” ha sido comúnmente utilizada para referirse a la
capacidad de entender las creencias, deseos e intenciones
de otros individuos tanto como las de uno mismo (Premack &
Woodruff, 1978). Por ejemplo, los seres humanos desarrollan
creencias y atribuyen intenciones a objetos, animales o
incluso procesos naturales con rasgos antropomórficos,
como si estos tuvieran estados mentales. Decimos: “el gato
adivinó tu intención”, “mira esa flor, que alegría tiene”, “es
una tormenta furiosa”. Estos procesos cognitivos tienen su
correlato en la activación de regiones cerebrales definidas
(Mitchell, Mason, Macrae & Banaji, 2006).
Más específicamente, hay conceptos que tienen la
capacidad de generar inferencias y que, en consecuencia,
activan una serie de herramientas mentales, entre ellas,
aquellas que señalan a “agentes intencionales” (Attran,
2006). Por ejemplo, cuando oímos un ruido fuerte e
inesperado durante la noche, nuestro primer impulso es a
preguntarnos quién lo causó. Barret (2004) concluyó que:
“Las estructuras de nuestra mente conllevan a un sesgo en
el que ocasionalmente atribuimos poderes o propiedades
poco habituales a agentes invisibles, lo cual constituye el
fundamento de las ‘herramientas mentales’ de las cuales se
forman la idea de un dios o dioses. Este constructo es fácil
de recordar, captura la atención rápidamente y es capaz de
diseminación de persona a persona. Debido a su capacidad
de activar numerosas ‘herramientas mentales’ en una
variedad de contextos, aumenta la probabilidad de que los
conceptos acerca de Dios se desarrollen y consoliden como
un sistema de creencias estables” (p.61).
Barrett (2004, 2011, 2012) desarrolla un argumento en
cuanto a la utilización de la teoría de la mente en la
atribución de propiedades humanas a agentes intencionales
“desde Dios, a los fantasmas” (p. 77). El foco investigativo
de la Teoría-de- Mente (Theory-of-Mind) documenta cómo
se produce el cambio durante el desarrollo individual
de creencias incorrectas a creencias más precisas. En
el paradigma experimental utilizado por esta teoría, se le
28
Cultura, neurociencia y espiritualidad: abordaje neuro-psico-espiritual en psicoterapia
presenta a un sujeto una figura donde primero se observa
a alguien que esconde una piedra bajo una caja, lo cual es
observado por un niño. En la segunda figura, se observa a
alguien cambiar la ubicación de la piedra sin que el niño
lo vea. El experimentador entonces le pregunta al sujeto
experimental si el niño en la figura sabe dónde encontrar
la piedra. Los sujetos de 5 años reconocen que el niño
en la figura no puede saber que la piedra ha sido movida,
pero sí cree que Dios conoce la nueva ubicación de la
piedra. En otras palabras, aunque el niño se da cuenta de
las limitaciones del conocimiento humano, el mantiene la
creencia de que Dios es omnisciente (Barrett, 2004). En
este caso, es de interés notar que, aunque el niño hace una
atribución precisa con respecto a lo que una mente puede
conocer, todavía preserva la noción de que Dios “sí sabe”.
Es decir, hace atribuciones acerca de la mente de Dios, las
cuales vulneran los parámetros del conocimiento natural.
Estudios con sujetos creyentes han encontrado que las
atribuciones que estos hacen, acerca de la Teoría-de-Mente,
de Dios son similares en muchos aspectos a las atribuciones
que hacen, en relación con la Teoría-de-Mente, de otros seres
humanos (Dios también puede estar alegre, triste, enojado,
etc.), con una excepción importante. La Teoría-de-Mente de
Dios tiene un componente moral distintivo. Los creyentes le
atribuyen a Dios la responsabilidad moral última, dado que
Dios es omnisciente y omnipotente. Si Dios tiene control,
entonces también tiene la capacidad de causar eventos.
Los autores de este estudio creen que los seres humanos
alaban a Dios por los beneficios que reciben y le echan la
culpa por lo que sufren, que sin embargo parece resonar
con la experiencia espiritual de muchos (Gray and Wegner,
2010).
La Neurobiología del Sistema de la Teoría-de-
Mente
La investigación neurocognitiva ha identificado regiones
cerebrales activadas durante test que estudian los
mecanismos de la Teoría-de-Mente (Abu-Akel, 2003;
Cozolino, 2006; Iacoboni et al., 2005; McNamara, 2006;
Mitchell et al., 2006; Sabbagh, 2004; Saxe, 2006). Las
tareas cognitivas vinculadas con la activación de Teoría-
de-Mente incluyen: el razonamiento social sutil, el análisis
de la percepción de engaño (asociado con la corteza
prefrontal medial); las atribuciones cognitivas de agencia,
metas y resultados (corteza prefrontal dorsolateral);
la representación de las acciones y metas posibles de
otra persona (región frontal inferior) y la decodificación
de los estados mentales del otro (corteza orbitomedial
prefrontal derecha); y la organización de la experiencia
somatosensorial conectada a acciones, intenciones y
objetivos percibidos en otras personas (lóbulos parietales,
corteza somatosensorial y cerebelo).
La Teoría-de-Mente desarrolla un puente que vincula
experiencias internas con experiencias externas (en el que
la ínsula parece tener un papel central al generar estados
somatosensoriales que se conectan con experiencias del
self), y se manifiestan como resonancia, sintonía emocional
y empatía (las cuales están asociadas con las regiones
del cerebro a lo largo del surco temporal superior, cíngulo
anterior, la amígdala y la corteza motora y el sistema nervioso
autónomo [Gallese et al., 2004; Legrand & Iacoboni, 2007]).
Las investigaciones recientes sobre la neurobiología de la fe
y la incredulidad también han mostrado que las regiones de
la corteza prefrontal medial y la ínsula anterior se activan
de modo diferencial, dependiendo de la atribución realizada
por los sujetos (Harris, Sheth, & Cohen, 2007). Cuando a los
sujetos creyentes se les preguntó acerca de temas religiosos
(ej. Dios, el nacimiento virginal), la precorteza ventromedial
fue activada. Harris (Harris et al., 2009) concluye que la
activación cerebral involucrada en las creencias religiosas
coincide con aquellas relacionadas con la Teoría-de-
Mente, mientras que las creencias acerca de la existencia
de lo ordinario descansa primariamente en circuitos de
la memoria. Resultados similares fueron obtenidos por
Schjoedt (Schjoedt et al., 2009) y por Kapogiannis, Barbey,
Su, Zamboni, Krueger y Grafman (2008) con sujetos que
rezaban a Dios “como a un amigo”, o que respondían a
preguntas acerca del carácter de Dios (benigno o alguien a
quien temer, utilizando imágenes funcionales de resonancia
magnética).
Caso clínico: Un matrimonio espiritual vacío
Un sacerdote católico, con más de dos décadas desde su
ordenación, llegó a mi consultorio para ser tratado con
psicoterapia luego de meses de tratamiento residencial por
una adicción sexual. Al inicio de nuestras conversaciones,
me enteré de que él nunca había tenido un sentido de la
presencia de Dios en su vida, a pesar de haber recibido
entrenamiento formal y haber impartido dirección espiritual
durante años. Me contó que su vida de oración era
prácticamente inexistente, a excepción de las oraciones
que se ofrecen en el curso del desempeño de sus funciones
durante la misa. Recientemente, relataba detalles de esta
forma de vida llena de incongruencias. Me describió el
proceso subsecuente al contacto sexual que se daba en
contextos en los que no había nombres, y a veces ni siquiera
se miraba al rostro con el otro. Inmediatamente, luego de
actuar sexualmente, y antes de celebrar la misa, el corría
a confesarse. Me explicó que su conducta constituía “un
sacrilegio” si es que celebraba la misa sin haberse confesado
29
Cultura, neurociencia y espiritualidad: abordaje neuro-psico-espiritual en psicoterapia
anteriormente. Al decir esto, lo note algo conmovido. Lenta
e intencionalmente, y en un tono suave, repetí en forma de
pregunta “¿un sacrilegio?”, lo cual desembocó en un sollozo
similar al que presentan individuos que procesan un duelo.
La conversación, entonces, pasó de centrarse en temas
de vergüenza y culpa, como lo había sido anteriormente, a
hacerle notar que quizá su remordimiento no era solo una
reacción emocional, pero también la indicación de que Dios
no lo había abandonado, a pesar de dos décadas de actuar
en esta manera. En la siguiente sesión, me dice: “Por cierto
doctor, esta semana oré y sentí algo diferente”. “¿Quieres
decir que Dios estaba presente?”, me aventuré a preguntar
casi en un susurro, como si estuviéramos caminando juntos
sobre “tierra santa”. “Sí”, dijo, mientras comenzó a sollozar,
pero ahora como lo hace quien esta conmovido por el
sentirse amado y aceptado.
Con este paciente, procesamos en psicoterapia su
adicción, entendiéndola como el Sistema neurobiológico de
Búsqueda (Seeking System) desordenado, y que, al mismo
tiempo, expresaba un anhelo de conexión con Dios como
un Padre amante más allá de lo que le proveía la liturgia.
La activación del Sistema de Apego y de Teoría-de-Mente
fue esencial para comenzar a llenar el vacío de su vida. Al
poder creer “con toda la mente/cerebro” en el amor de
Dios, pudo ver a Dios en una forma personal, alguien que
se preocupaba y apenaba por su comportamiento y que
continuaba esperando el regreso de este “hijo pródigo”.
Conclusión
Este ensayo procura articular un abordaje neuro-psico-
espiritual en psicoterapia, que parte de la premisa que
valora las diferencias culturales y toma a la religión como
constructo especifico contextualizado desde la perspectiva
del cristianismo. Siguiendo a Meador (2006), la espiritualidad
cristiana es conceptualizada desde “adentro” e identifica
tres dimensiones: la “sed” espiritual, el amar a Dios y la
creencia en Dios. Estas dimensiones son entendidas desde
la psicología y la neurociencia como correspondientes a los
sistemas de búsqueda, apego y la Teoría-de-Mente. Luego de
resumir la literatura relevante a cada constructo, se ofrece
un caso clínico para ilustrar su aplicación en psicoterapia.
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Revista Entorno, Universidad Tecnológica de El Salvador, www.utec.edu.sv, diciembre 2013 número 54: 32-41, ISSN: 2218-3345
Entre el techo y las fronteras
de cristal en Latinoamérica:
retos y vicisitudes vigentes en
el proceso de empoderamiento
de las mujeres
Tania Esmeralda Rocha-Sánchez
Recibido: 31/10/2013 - Aceptado: 27/12/2013
Resumen
En el presente trabajo se ofrece una revisión y una reflexión
en torno a cuáles son las áreas críticas del desarrollo
autónomo de las mujeres en Latinoamérica debido a la
presencia de múltiples barreras socioestructurales
y
subjetivas que imposibilitan el empoderamiento de
este sector poblacional. Se toman como criterio tres
ejes señalados por el Observatorio de igualdad de
género en América Latina y el Caribe (OIG), los cuales
se identifican hoy como metas imperantes dentro
de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). A
partir de este análisis, se hace una reflexión sobre la
manera en la que estas barreras socioestructurales y
subjetivas se invisibilizan, se refuerzan y sostienen en
el marco de una cultura predominantemente sexista y
las implicaciones que esto puede tener en el bienestar
social, emocional y físico de las mujeres en diferentes
contextos. Finalmente, se hace una reflexión hacia los
aspectos que se vuelven fundamentales en la posibilidad
de generar una autonomía plena en las mujeres.
Palabras clave
Autonomía, techo de cristal, fronteras de cristal,
equidad de género, mujeres.
Abstract
This paper provides a review and reflection on what areas
are critical for the autonomous development of women in
Latin America due to the presence of multiple sociocultural
and subjective barriers that preclude the empowerment
of this population sector. Three axes identified by the
Observatory of gender equality in Latin America and the
Caribbean (OIG), which are today identified as prevailing
goals within the Millennium Development Goals (MDGs)
are taken as a criterion. I analyzed the way in which these
barriers are hide, reinforce and hold within the framework
of a culture predominantly sexist and the implications
that this may have on the social, emotional and physical
well-being of women in different contexts. Eventually
becomes a reflection towards the aspects that become
fundamental in the possibility to promote a full autonomy
in women.
Keywords
Autonomy, glass ceiling, glass borders, gender equality,
women.
Tania Esmeralda Rocha-Sánchez. Doctora en Psicología Social y Ambiental. Profesora Titular “B” T.C. Facultad de Psicología Universidad Nacional Autónoma de México,
división de Postgrados. tania_rocha@unam.mx
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Entre el techo y las fronteras de cristal en Latinoamérica: retos y vicisitudes vigentes en el proceso de empoderamiento de las mujeres
Introducción
De acuerdo con el último informe anual del Observatorio
de igualdad de género de América Latina y el Caribe, OIG
(Cepal, 2011), en Latinoamérica se han obtenido logros
importantes en materia de equidad de género durante los
últimos quince años. No obstante, es evidente que hay áreas
críticas en donde la desigualdad de género prevalece como
una barrera dañina y costosa para mujeres y niñas. Bajo los
ODM (Informe Anual del Observatorio de Igualdad de género
de América Latina y el Caribe, Cepal, 2011) hay metas que
siguen sin lograrse y que constituyen una seria preocupación
para la mayoría de los países latinoamericanos, a saber: a) la
mortalidad materna, situación que encierra al gran número
de mujeres que por diferentes circunstancias mueren a
causa del proceso ligado con la reproducción, destacando
la muerte de mujeres jóvenes en situaciones de embarazos
forzados, abortos clandestinos y en condiciones de riesgo,
o bien como resultado del ejercicio de una violencia
institucional que reproduce mecanismos de discriminación
hacia las mujeres; b) la violencia contra las mujeres y
las niñas, que, pese a todas las iniciativas tomadas por
diferentes organismos, instituciones y personas, se sigue
haciendo evidente su extensión, gravedad y “naturalización”
en diferentes escenarios y contextos. Tanto la violencia
sexual como la violencia por motivos de género se coloca,
infelizmente, como un indicador “universal”, presentando
incluso un aumento importante en su ocurrencia; c) la
falta de empoderamiento económico en las mujeres, en su
participación política y en el área de toma de decisiones,
aspectos dentro de los cuales se encierra la prevalencia de
un acceso desigual de las mujeres a recursos materiales y
económicos, así como a la prevalencia de una división entre
las responsabilidades del hogar y la crianza en contraste con
las labores ligadas con el ámbito público.
Como señalan Abramo y Valenzuela (2005), para muchas
mujeres su inserción en el mercado laboral ha representado
la posibilidad de conquistar derechos, lograr una integración
social, adquirir un sentido de valía personal e incluso de
fortalecer su dignidad
. Sin embargo, esta incorporación masiva
al trabajo remunerado no ha rendido los frutos esperados,
sobre todo en lo que compete a un empoderamiento social y
económico. Es por ello por lo que la búsqueda de autonomía
de las mujeres se coloca como uno de los primordiales
ODM. Este término es entendido como “la capacidad de las
personas para poder tomar decisiones libres e informadas
sobre sus vidas, de manera de poder ser y hacer en función
de sus propias aspiraciones y deseos…” (p.7), y constituye un
aspecto básico sobre el que se estructura la información del
Observatorio de Igualdad de Género en América Latina y el
Caribe para dar del progreso y obstáculos que imposibilitan
la igualdad entre mujeres y hombres (Cepal, 2011).
Como se señala en dicho documento, “el progreso es
directamente relacionado con el avance de las mujeres
en su vida pública y privada, como requisito indispensable
para garantizar el ejercicio pleno de sus derechos” (p.7). Sin
embargo, aunque los avances económicos, tecnológicos y
sociales han permitido una mayor autonomía a las mujeres.
Lamentablemente, “las condiciones materiales existentes
en la región no ofrecen una explicación razonable para la
desigualdad, la muerte materna, el embarazo adolescente,
el empleo precario o la insólita concentración del trabajo
doméstico no remunerado en manos de las mujeres… Y
mucho menos para la violencia de género” (p.7).
Dado este panorama, se vuelve indispensable reconocer
que en el proceso de transición social, cultural, económica
y política, si bien las mujeres, en tanto colectivo, han
mostrado un avance y reconocimiento en materia de
derechos y desarrollo autónomo, existen barreras u
obstáculos de diversa índole que dificultan el tránsito
hacia un proceso de empoderamiento pleno. Las mujeres,
bajo diferentes formas y matices, siguen enfrentando una
serie de barreras estructurales que les impiden acceder y
permanecer en el escenario laboral, así como participar
en la toma de decisiones (Abramo y Valenzuela, 2005;
Burín, 2008; Rocha-Sánchez y Cruz del Castillo, 2013).
De acuerdo con Reyes (2005), estas barreras pueden ir
desde las contradicciones “personales” que se gestan
entre la vida “social-pública” y la vida “privada-familiar
hasta la presencia de acciones y prácticas sociales e
institucionales que dificultan dicho tránsito.
De acuerdo con el Observatorio de Género (Cepal, 2011),
en los países latinoamericanos existe un desfase entre la
autonomía física, económica y en la toma de decisiones,
áreas que constituyen los grandes retos para poder
realmente hablar de una autonomía plena de las mujeres.
Asimismo, se enfatiza que el proceso de empoderamiento
y avance en las mujeres depende tanto de los logros en
la vida pública como en la privada; ambas áreas son un
requisito indispensable para poder garantizar un pleno
ejercicio de sus derechos. En el escenario de cada uno de
estos ejes críticos —y objetivos pendientes— se pueden
identificar un sinnúmero de obstáculos y retos pendientes
que se deben atender.
a) Autonomía económica de la mujer en Latinoamérica
La autonomía económica hace referencia al acceso
real que las mujeres tienen para poder tener sus
propios ingresos, y alude también a la distribución total
del trabajo, vinculado tanto con el número de horas
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Entre el techo y las fronteras de cristal en Latinoamérica: retos y vicisitudes vigentes en el proceso de empoderamiento de las mujeres
destinadas al trabajo remunerado y al trabajo doméstico no
remunerado, así como a las condiciones con las cuales se
ejecutan dichas actividades. De acuerdo con el informe de
OIG (Cepal, 2011), la desigualdad de género en este eje se
hace evidente cuando se analiza que en todos los tramos
de edad, que abarcan desde los 15 hasta los 60 años de
edad —al menos en quince países de Latinoamérica—, el
porcentaje de mujeres sin ingreso es siempre mayor al de
los hombres. En el informe generado por la Cepal en 2010,
se señalaba que las mujeres que menos ingreso propio
tenían coincidían con los períodos de edad que van de los
25 a los 34 y de los 35 a los 44 años de edad, siendo ambos
momentos asociados al ciclo y a las tareas reproductivas.
No obstante, en el mismo documento se señala que desde
1994 la proporción de mujeres sin ingresos se había reducido
11 puntos porcentuales, reflejando que la dedicación
exclusiva a tareas del hogar y la dependencia económica no
constituían una condición recurrente en muchas mujeres.
Hacia el 2011, uno de los indicadores más crudos de la
desigualdad de género en esta área tiene que ver con la
pobreza extrema que acompaña a las mujeres, y que es
consecuencia de su exclusión social en ámbitos como el
poder, el trabajo formal, la protección social, así como por
la repartición injusta de las tareas en los ámbitos privado
y público (Cepal, 2011). Desde este panorama, la relación
entre el género y la pobreza se ha convertido en una de las
preocupaciones más serias en las últimas décadas.
En algunos países de Latinoamérica, los hogares con
jefatura femenina se caracterizan por su creciente pobreza
(Ochoa-Ávalos, 2007, Cepal, 2010; 2011); y aunque este
panorama no se presenta de igual manera en todos los
países del continente (Damián, 2003), llama la atención
que en los escenarios en donde se da este vínculo se
evidencian varios de los aspectos que complejizan dicha
relación. Muchas mujeres que asumen la condición de
jefas de familia lidian con condiciones de vida precarias,
con acceso restringido a los servicios de salud, sin vivienda
propia y bajo pésimas condiciones laborales (por ejemplo,
discriminación salarial u ocupacional). Aunado a lo anterior,
esta situación se recrudece porque generalmente estas
mujeres son las únicas que asumen la responsabilidad de
la manutención económica, crianza y cuidado de sus hijos
e hijas, haciendo aún más difícil el acceso a un trabajo
remunerado en mejores condiciones (Cepal, 2011). Es por
lo anterior que ha surgido el concepto de feminización de
la pobreza en tanto se reconoce que, ante su condición
de género, la situación de pobreza se complejiza para las
mujeres, pues “el carácter subordinado de su participación
en la sociedad limita sus posibilidades para acceder a la
propiedad y al control de los recursos económicos, sociales
y políticos” (Arriagada, 2005; en Ochoa-Ávalos, 2007). Lo
anterior se cristaliza en las tasas de mayor desempleo, su
mayor presencia en formas de trabajo no remuneradas, las
condiciones precarias de su inserción laboral, la segregación
ocupacional horizontal y vertical, la discriminación salarial y
todo ejercicio de exclusión en dicho escenario (Arriagada,
2005).
A la par de lo anterior, un obstáculo que dificulta el avance
en esta autonomía económica tiene que ver con el hecho
de que, tanto en las familias como en las empresas, se sigue
asumiendo que la principal labor — “deber” — e “interés”
de las mujeres es su desempeño en las tareas del hogar y la
crianza, por lo cual no existen los servicios de cuidado ni las
medidas institucionales y sociales que permitan equilibrar y
acomodar de manera justa la vida familiar y la laboral. En el
caso de México, por ejemplo, la Encuesta Nacional de Uso
del Tiempo del 2009 (Inegi, 2012) revela que siguen siendo
las mujeres las principales responsables de las tareas
ligadas con el quehacer doméstico, a la preparación de
alimentos, al cuidado de otros, etc. En estas condiciones,
la posibilidad de que las mujeres adquieran, generen y
controlen sus propios recursos económicos parece una
tarea compleja y obstaculizada por múltiples factores
socioestructurales. Lo anterior tiene que ver con una de
las barreras socioestructurales más significativa: la división
sexual del trabajo. No existe una valoración equiparable
entre las labores “productivas” y las “reproductivas”, siendo
que las segundas constituyen la base sobre las cuales es
posible edificar las primeras. Así, pese a que las mujeres
se incorporen al ámbito público, esto no representa un
cambio en los arreglos de género que existen con respecto
a las labores del hogar y las labores de crianza y cuidado,
implicando jornadas laborales extenuantes e injustas para
este grupo.
De manera cotidiana, se apela a lo anterior como un
asunto de dobles o triples jornadas para las mujeres.
No obstante, si se toma en consideración la situación
económica de muchos de los países en Latinoamérica y
del resto del mundo, es factible identificar que no solo las
mujeres, sino también los hombres terminan ejecutando
dos o tres jornadas laborales. El asunto es que las dobles
o triples jornadas tienen implicaciones y repercusiones
diametralmente diferentes para hombres y mujeres,
pues en el caso de los hombres son jornadas que se
siguen situando en el escenario del trabajo remunerado,
con horarios concretos y con reconocimiento; en tanto,
para las mujeres no solo es el que ejecuten una o varias
actividades remuneradas, sino que además asumen toda
la responsabilidad del trabajo reproductivo y doméstico
(Torns, 2001; 2005). Tal como lo sugiere Laura Balbo (1978 en
Carrasquer, 2009), el asunto no se coloca en una cuestión
35
Entre el techo y las fronteras de cristal en Latinoamérica: retos y vicisitudes vigentes en el proceso de empoderamiento de las mujeres
de doble o triple jornada, sino que estamos hablando de
una “doble presencia”, es decir, a las mujeres se les exige
directa e indirectamente cubrir los papeles de madre,
esposa, cuidadora y encargada de las tareas domésticas
a la par de cualquier otra actividad remunerada. Y es en
ese sentido que se pone en evidencia cómo los aparentes
cambios que hay en torno a oportunidades laborales,
profesionales y de avance de las mujeres se ve acotada
por una realidad invisibilizada, que es justamente suponer
que las mujeres deben aprender a “conciliar” ambos
escenarios; que se está equiparando la participación de
hombres y de mujeres, o incluso el suponer que las mujeres
eligen” libre y cabalmente entre familia o “trabajo” (ver
Carrasquer, 2009; Torns, 2001; 2005).
En el marco de una investigación que actualmente coordino
en México, hicimos una serie de entrevistas a mujeres en
diferentes etapas o circunstancias del ciclo vital —mujeres
jóvenes estudiantes, mujeres casadas, mujeres con hijos
e hijas, mujeres separadas o divorciadas, etc. (Rocha-
Sánchez y Cruz del Castillo, 2013)—. Y algo que considero
sumamente importante y llamativo es el hecho de que
varias de las participantes de nuestro estudio anticipan lo
problemático que resultará este binomio familia-trabajo.
Por ejemplo, dice Jessica, una joven de 24 años, estudiante
de licenciatura y sin pareja: “Y también quiero ser exitosa
laboralmente, y (en) la familia, pues, si la tengo, sí quiero
ser exitosa con mi familia… No me suena mal, no es nada
malo que la sociedad exija eso, solamente que se va en
cierto punto a los extremos… Se oye como que te exige
ser mejor, o sea, ser exitosa en tu familia, en tu físico, en tu
salud y en tu trabajo”. O bien, se hace evidente que tarde
o temprano se tendrá que elegir “voluntariamente”, como
el caso de Rocío, una mujer de 37 años, casada, dedicada
a las labores del hogar y al estudio: “Entonces, antes de
embarazarme, yo sabía que iba a tener que elegir (entre)
el trabajo o el bebé, pero nunca imaginé eso que sientes
cuando cargas una cosita chiquita”.
Este proceso de tener que “elegir” es una barrera más, no
solo en el sentido macroestructural, sino que se inserta
en las propias subjetividades; las mujeres tienen que lidiar
con deseos contradictorios, pero igual de significativos
emocionalmente, situación a la que Burín (2008) llama
“fronteras de cristal” y que constituye precisamente un
obstáculo que se impone a las mujeres cuando “deben”
decidir entre la familia o el trabajo. La misma autora recupera
el constructo de “techo de cristal” para aludir, por una parte,
a las barreras objetivas que se traducen en conjunto en una
realidad discriminatoria hacia las mujeres —centrándolo
particularmente en el escenario organizacional—, pero,
por otra, reconociendo lo subjetivo, que —como lo dice la
autora— “impone detención y retroceso en los proyectos
laborales de las mujeres” (p.76).
¿Cómo entender y desde dónde el que en mayor medida
las mujeres se encuentren en las actividades peor
remuneradas, con menor reconocimiento social y con
mayores dificultades para vivirse como mujeres autónomas?
Indudablemente, la manera en la que se articulan las
relaciones en el ámbito familiar-conyugal ha sido uno de
los límites sociales que mayor impacto ha tenido en la
vida de muchas mujeres (Reyes, 2005); entre otras cosas
porque constituye una limitación de tiempo y recursos para
invertir en la formación y desarrollo personal, así como en
el trabajo remunerado, catalogando la inserción laboral de
este sector de la población como un aspecto secundario en
su proyecto de vida (Tunal, 2007).
Ante este escenario “la doble presencia” tiene dos
implicaciones fundamentales (Carrasquer, 2009; Torns,
2001; 2005). En primer lugar, parte de una desigualdad
de género y, por tanto, constituye una barrera estructural
fundamental, pues —como se dijo antes— la relación o el
binomio familia-trabajo resulta un asunto “problemático”
—y problematizado— exclusivamente para las mujeres
(Carrasquer, 2009; Granados-Cosme y Ortiz-Hernández,
2003; Reyes, 2005; Rocha-Sánchez, 2013; Torns, 2001;
2005; Tunal, 2007). Son ellas en mayor medida quienes
se enfrentan a la situación de no contar con el suficiente
tiempo para llevar a cabo todas las tareas —y además,
de manera “exitosa”—, careciendo de la flexibilidad en
horarios y de prácticas institucionales que otorguen apoyo
en este sentido. Por tanto, devienen la tensión y sobrecarga
que experimentan, con frecuencia acallada por la idea de
sacrificio, virtud y amor maternal, aspectos que parecen ser
altamente deseables en las mujeres, dándoles un sentido
de valía personal y social (Rocha-Sánchez, 2013); y si esto
no fuese suficiente, también se enfrentan al conjunto
de expectativas y acciones que resultan ciertamente
incompatibles y que contribuyen en mucho a generar y
exacerbar un malestar emocional.
A este panorama hay que agregar el impacto que tienen
los procesos de socialización diferenciados para hombres
y mujeres, y en particular el tipo de papeles, tareas y
actividades que se asignan a las mujeres (Rocha-Sánchez y
Díaz-Loving, 2011). Por una parte, se ha señalado el carácter
depresógeno de los papeles culturalmente declarados
como “femeninos”, pues en gran medida son actividades
rutinarias, cíclicas, sin un horario fijo y que en mucho
contribuyen al aislamiento social de las mujeres (Burín,
1998; Rocha-Sánchez, 2013). Seguidamente, se ha indicado
que entre mayor apego se tiene a los estereotipos de
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Entre el techo y las fronteras de cristal en Latinoamérica: retos y vicisitudes vigentes en el proceso de empoderamiento de las mujeres
género, las mujeres presentan mayor malestar emocional
(Andreani, 1998; Díaz-Loving, Rocha y Rivera, 2007). Al
mismo tiempo, este carácter depresógeno se sitúa en la
menor condición social y el poco poder que tienen dichas
actividades (Matud, Guerrero y Matías, 2006). Finalmente,
entre los papeles asignados socialmente a las mujeres —la
segregación laboral y la exclusividad del trabajo doméstico
se genera la plataforma para una mayor dificultad en la
realización de proyectos personales y profesionales, y,
por ende, obstaculizan la autorrealización y autonomía de
las mujeres (Granados-Cosme y Ortiz-Hernández, 2003;
Reyes, 2005). Es así que esta relación “problemática” y
problematizada” tiene como resultado inmediato un freno
en el desarrollo no solo profesional, sino personal de las
mujeres, pues con frecuencia sus “elecciones” laborales
y decisiones de vida están limitadas o dependen de los
arreglos” que puedan hacer al interior de las familias y las
relaciones de pareja, recurriendo a actividades laborales
informales, con horarios o turnos parciales, mal pagados,
que carecen de seguridad social o derechos laborales.
En segundo lugar, la doble presencia impacta en las
construcciones identitarias y subjetivas de las mujeres,
pues, aunque no necesariamente se encuentren en
medio del binomio familia-trabajo de manera directa —
como se señaló previamente—, lo anticipan como un
problema y valoran que en algún momento tendrán que
tomar decisiones complejas y sacrificar algunos deseos
y planes para poder conseguir esto que socialmente
se ha indicado tiene más valor en sus construcciones
identitarias. Torns (2005) señala que algunas mujeres
aspiran, muchas veces sin ser conscientes de la dualidad, a
vivir esta doble presencia. Al respecto, Burín (2008) señala,
por ejemplo, cómo en Argentina las mujeres jóvenes
muestran una construcción identitaria que busca una
mayor preparación educativa y profesional; buscan tener
una experiencia satisfactoria en su trabajo y, por supuesto,
mayor autonomía, por lo tanto, están menos dispuestas a
sacrificar su crecimiento profesional. No obstante, se viven,
con una mayor contradicción, en el tema de la maternidad
y los vínculos afectivos, ya que ambos aspectos resultan
afectivamente significativos y constituyen parte del
deseo” socializado de las mujeres. Este panorama es muy
parecido a lo que nosotras hemos encontrado en México
(Rocha-Sánchez y Cruz del Castillo, 2013). Y aunque no
es mi pretensión generalizar estos hallazgos, me parece
muy importante dar cuenta de los múltiples aspectos que
se cruzan en la posibilidad de que las mujeres seamos
realmente autónomas.
Si bien es cierto que existe este deseo de mayor
preparación educativa y profesional en las mujeres jóvenes,
las estadísticas a escala latinoamericana evidencian que
las mujeres, en promedio, nos encontramos 12 puntos
porcentuales por debajo de los hombres en materia de
educación formal, siendo, en promedio, 13 los años de
estudio que alcanzamos (Cepal, 2010). A lo anterior, por
supuesto, hay que agregar los grandes contrastes que
se dan en el marco de las poblaciones rurales y las no
rurales, pues muchas de estas inequidades se exacerban
en el escenario rural. Por otra parte, la mayor desigualdad
en el marco de la educación y las oportunidades de las
mujeres se hace evidente al poner en relieve que los grupos
extremos, es decir, mujeres mayores de 45 que están en
edad productiva, son analfabetas funcionales o iletradas,
en tanto, en el otro extremo, las mujeres que tienen una
mayor formación encuentran barreras y obstáculos para
acceder a áreas que socialmente e implícitamente se siguen
valorando como masculinas, por ejemplo, las tecnologías,
las ingenierías u otras actividades asociadas con el trabajo
rudo (Cepal, 2010).
En el panorama internacional, la ONU (2010) ha señalado
que, con todo y el incremento de las mujeres en el sector
productivo, en los últimos 25 años las mujeres se han
concentrado en el sector de servicio, predominando
las condiciones laborales de segregación ocupacional y
diferencias salariales evidentes entre hombres y mujeres
en los mismos puestos y actividades. A su vez, tomando
en consideración las 500 empresas más importantes del
mundo, solo trece han sido lideradas por mujeres; y en
el escenario político, el porcentaje de mujeres es mínimo
(Informe de la Organización de las Naciones Unidas, 2010).
Además, vale la pena señalar que hay una persistencia en la
concentración de las mujeres en carreras tradicionalmente
consideradas femeninas o más apropiadas para mujeres;
y, ante la predilección de las mujeres por ciertas carreras,
se aminora el impacto de la creciente participación de
este grupo en el sistema educativo. Todos estos aspectos
constituyen barreras socioestructurales y, a su vez,
subjetivas, pues inciden en la autoestima de las mujeres,
en su baja confianza para desarrollar tareas ligadas con
lo “masculino”, actitudes negativas o de rechazo hacia
áreas, temáticas o actividades que no coinciden con el
estereotipo de género vinculado con las mujeres, e incluso
influyen en sus habilidades y sentido de autoeficacia (ver
Rocha-Sánchez y Ramírez de Garay, 2011).
La permanencia de esta división del trabajo hace evidente
la prevalencia de una visión estereotipada y sexista sobre
las personas, lo que constituye una barrera crucial en el
marco de cualquier posibilidad de cambio. Por ejemplo, en
un estudio que realicé en la Ciudad de México (ver Rocha
2013), les preguntamos a 80 hombres y 100 mujeres (rango
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Entre el techo y las fronteras de cristal en Latinoamérica: retos y vicisitudes vigentes en el proceso de empoderamiento de las mujeres
de edad 20-40 años, 80 % con licenciatura terminada) qué
cambios reconocían en cuanto a los papeles de género
que desempeñan hombres y mujeres, así como cuáles
eran las consecuencias positivas y negativas que percibían
ante dichos cambios. Ambos grupos señalaron que los
cambios más significativos para los hombres son su mayor
participación en las labores del hogar, que son menos
machistas, que colaboran en la crianza de los hijos e hijas,
que muestran sus sentimientos y que aceptan la igualdad y
el crecimiento de las mujeres (indicadores puestos en orden
de mención), en tanto, en las mujeres lo que se hace evidente
es que ahora son más independientes, trabajadoras,
realizan actividades que “les corresponden a los hombres”,
son proveedoras, jefas de familia y profesionistas, y tienen
una mayor participación en la toma de decisiones. Sin
embargo, llama la atención la manera en la que evalúan
esos cambios, pues coincidente con otras investigaciones
(por ejemplo, Olavarría, 2003; Salinas-Meruane y Arancibia-
Carvajal, 2006), en concreto, los varones apelan a vivir estas
transformaciones con frustración, pues de alguna manera
perciben su masculinidad disminuida, sintiendo que están
perdiendo el control; que están adoptando rasgos asociados
con la “feminidad”; que se sienten amenazados por las
mujeres en el ámbito laboral, pues tienen que competir con
ellas; y que no pueden sentir la misma libertad que antes.
Al mismo tiempo, hombres y mujeres consideran que las
mujeres no cumplen adecuadamente sus papeles, les falta
tiempo para atender dichas tareas y ya no quieren “ni ser
mamás”. Esto sugiere que se sigue reproduciendo una
mirada sexista en torno a las capacidades y posibilidades
de hombres y mujeres, pero además da cuenta de que esta
visión polarizada y dicotómica está atravesada por un eje
de poder que se refleja en la mirada androcéntrica, desde
la cual se da mayor valor a todo aquello que se asocia
con el estereotipo y el papel de lo masculino, exaltando
todo lo que compete al escenario público y a las labores
catalogadas como “productivas”, no así las reproductivas
ni las comunitarias.
En aleación con esta división, tanto en la educación formal
como la informal, se hace presente un currículo oculto
que desde los contenidos de estudio, los programas de
enseñanza, los materiales, los métodos de enseñanza y,
por supuesto, las prácticas docentes y de socialización
(Arcos et al., 2007) perpetúan esta cosmovisión polarizada
y dicotómica de las personas y de sus funciones y espacios,
y, por ende, la desigualdad de poder en las relaciones inter
e intragéneros.
Ante este panorama —como lo señala la Cepal (2010) — no
es suficiente asegurar el acceso de las mujeres al escenario
educativo y profesional, sino que es indispensable
reorientar su participación en beneficio de las mujeres y de
la sociedad. Este señalamiento es sumamente importante,
pues la desigualdad de género no solo se sostiene por
una estructura social que regula y mantiene la separación
de espacios y actividades, sino que también esto se va
interiorizando en las personas, promoviendo gustos,
aspiraciones y preferencias por ciertas tareas, actividades
o proyectos que de una u otra forma se viven congruente a
las construcciones identitarias matizadas por el contexto.
En el caso concreto de muchas mujeres, la elección entre
familia y trabajo está impregnada de una suerte de “sacrificio
lleno de amor, expectativa y mandato sociocultural aleado
con las condiciones reales que facilitan o no el tránsito de
las mujeres hacia un desarrollo en escenarios externos al
ámbito doméstico y a las actividades catalogadas como
femeninas. De esta manera, aunque cada vez ha disminuido
notoriamente la brecha de género en materia de acceso
y educación formal, y aunque esta educación constituye
una plataforma indispensable para el empoderamiento y
desarrollo autónomo de las mujeres, ciertamente es un
área que aún representa grandes retos, pues los avances
no son tan sólidos y se evidencia la desigualdad de poder
que prevalece, si no en el acceso sí en la permanencia y en
los alcances de dicha educación.
b) La autonomía de las mujeres en la toma de
decisiones
En el marco de esta relación desigual de poder que
prevalece en nuestra sociedad, una siguiente área crítica
se manifiesta en el escaso y lento acceso que las mujeres
han tenido a los puestos de poder, así como en la toma de
decisiones, a lo largo de la historia. Lo anterior constituye
un indicador básico para identificar la inequidad de género
y la falta de empoderamiento de las mujeres.
De acuerdo con el OIG (Cepal, 2011), los indicadores de la
autonomía en la toma de decisiones se hacen manifiestos
en la distribución que las mujeres tienen en el poder
ejecutivo, legislativo y judicial, así como en el poder local
y el nivel jerárquico al que tienen acceso. Actualmente
de acuerdo con los datos reportados por esta comisión,
en América Latina un 42 % de la población se encuentra
gobernado por una mujer, lo cual es un hecho inusitado,
y al menos catorce países cuentan con legislación que
promueve y busca la paridad, y recurre a las cuotas de
género como acción afirmativa. Estas acciones han visto su
incidencia en la participación protagónica de más mujeres
en el marco de las instituciones políticas. Además, en la
historia de la región se ha contado con doce presidentas
o jefas de Estado. Sin embargo, algo que llama la atención
es el hecho de que aún existe una suerte de resistencia en
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Entre el techo y las fronteras de cristal en Latinoamérica: retos y vicisitudes vigentes en el proceso de empoderamiento de las mujeres
torno a este protagonismo y participación de las mujeres
en este ámbito, pues en la última “Consulta a líderes de
opinión de América Latina sobre la participación política de
las mujeres y la paridad” (ver Cepal, 2011), se hizo evidente
que un 64 % de los líderes apoyan las acciones afirmativa y
proparidad, empero, dicha aceptación se hace más clara en
el grupo de las mujeres en contraste con el de los hombres.
Este aspecto de la participación política de las mujeres
es fundamental, pues ciertamente el ejercicio de una
ciudadanía plena involucra no solo el que las mujeres
cuenten con autonomía “personal”, sino que realmente
exista un derecho pleno y evidente en la participación
política, esfera en donde se toman las decisiones más
relevantes para la vida de ellas. Al respecto es importante
señalar que, aunque existe esta mayor participación de
las mujeres en el escenario político, hay aspectos que
aún invitan a reflexionar sobre la prevalencia de barreras
“invisibles”, pero fundamentales. En concreto, de acuerdo
con los datos recopilados por el OIG (Cepal, 2011), en el
contexto de Latinoamérica, las mujeres designadas a
cargos ministeriales se localizan fundamentalmente en las
áreas social y cultural, y no precisamente en los gabinetes
políticos y económicos.
De nueva cuenta, la reflexión en torno a la autonomía y
la participación política de las mujeres requiere poner en
contexto esta realidad en el marco de una estructura más
compleja, es decir, en el sistema de género que establece
estas relaciones desiguales de poder entre mujeres y
hombres (Reyes, 2005; Rocha-Sánchez, 2013; Torns, 2005).
Como sugiere Fernández de Labastida (s/f), cualquier
estrategia que esté dirigida a la consecución de una mayor
autonomía y participación política de las mujeres no puede
obviar esta barrera estructural. En tal sentido —señala la
autora—, el empoderamiento de las mujeres es fundamental,
justo como esta posibilidad de liberarse del poder
estructural ejercido sobre ellas, para ir logrando una mayor
posibilidad y derecho para decidir tanto en asuntos propios
como colectivos y comunes. Además —plantea la autora—,
se requiere de una conexión entre el empoderamiento
individual con los empoderamientos colectivo y social, por
lo que la redistribución de poder no solo debe generarse en
el marco de las relaciones interpersonales, sino también en
las propias instituciones políticas. De ahí que sea crucial la
promoción de la participación social y política de las mujeres
en el ámbito público.
c) La autonomía física de las mujeres
Siguiendo con la identificación de las barreras que dificultan
el empoderamiento de las mujeres, uno de los criterios más
importantes en materia de equidad de género tiene que ver
con el ejercicio de la autonomía física que, de acuerdo con
el OIG (Cepal, 2011), alude a “la libertad para decidir acerca
de la sexualidad, la reproducción y el derecho a vivir una
vida libre de violencia” (p.11). Y lamentablemente, este es
uno de los rubros que en Latinoamérica tiene un mayor
rezago, pues en varias áreas que constituyen indicadores
de este eje las cifras son alarmantes: a) el porcentaje de
mujeres que mueren a mano de su pareja o expareja; b)
la tasa de feminicidios;, c) la mortalidad materna, y d) la
maternidad en mujeres adolescentes. Si bien es cierto que
en varios países, incluidos Colombia, Costa Rica, México
y Venezuela, se han incorporado legislaciones concretas
en materia de violencia doméstica, violencia sexual y
feminicidio, desgraciadamente no hay un acceso efectivo a
la igualdad de derechos vinculados con el ejercicio de una
plena autonomía en las mujeres que permita erradicar el
problema (Cepal, 2010). Como se señala en el informe del
OIG (Cepal, 2011), la muerte de mujeres ocasionada por su
pareja o expareja es “una de las maneras más nítidas de la
discriminación y la violencia” (p.13). En varios de los países
correspondientes a la región no existen los mecanismos
adecuados para hacer un seguimiento del fenómeno de
la violencia, y mucho menos, entonces, para implantar
una legislación que castigue y prevenga tal situación. De
acuerdo con dicho informe, una de las problemáticas más
evidentes tiene que ver con que se ha dado un mayor
reconocimiento de la violencia que ocurre en el escenario
doméstico/privado, pero no así a la que ocurre en el ámbito
público, como por ejemplo, los delitos sexuales y la trata de
mujeres y niñas.
En este mismo rubro de autonomía física, se hace evidente
que no hay un acceso real a la apropiación del cuerpo por
parte de las mujeres, pues, en lo que tiene que ver con
la salud reproductiva y el ejercicio pleno de sus derechos
sexuales, parece verse entorpecido al manifestarse que
dentro de las causas de muerte uno de los aspectos
fundamentales es la mortalidad materna (Cepal, 2011)
como consecuencia no solo de aspectos ligados con
procesos “biológicos” del embarazo, sino también a las
carencias en el sistema de salud y atención médica, a la
clandestinidad en la que se realizan los abortos, ante la
inexistencia de leyes que lo permitan en un gran número de
países de Latinoamérica, así como por las complejidades
que surgen en el cruce con otras variables, como son la
pobreza y la falta de información. Quizá uno de los datos
más alarmantes es que entre 25 y 108 de cada 1.000 jóvenes
de entre 15 y 19 años se convierten en madres, situación
que se involucra con un abandono en los estudios, mayor
dificultad para tener un futuro laboral y un incremento en la
probabilidad de caer en pobreza (Cepal, 2011).
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Entre el techo y las fronteras de cristal en Latinoamérica: retos y vicisitudes vigentes en el proceso de empoderamiento de las mujeres
Este panorama representa una barrera estructural más que
se agrava con la inexistencia de información en torno a la
“paternidad”, es decir: “los hombres están ausentes de las
estadísticas de fecundidad… Esta situación se enmarca
en la invisibilidad de la fecundidad de los varones y de su
participación en los proceso de salud sexual y reproductiva”
(Cepal, 2011, p.18). Lo anterior fortalece y sostiene la idea
de que la maternidad y el proceso de crianza es un “asunto
de mujeres”, lo que podrían incidir en estas tendencias de
embarazos adolescentes, en la pasividad con la que social
y culturalmente se atiende y evalúa el problema, en las
acciones concretas que se toman –o no- ante los embarazos
en mujeres adolescentes, los embarazos no deseados o los
generados por violaciones sexuales. Parecería que existe
en el fondo una expectativa arraigada de que es parte del
destino” de las mujeres vivir en estas situaciones, ante lo
cual poco se hace por fomentar acciones y prácticas que
en principio prevengan esta situación, y que seguidamente,
ante los hechos, faciliten la reintegración de estas jóvenes
al sistema educativo, al sistema económico, laboral y
profesional.
En paralelo, si se asume que el tema reproductivo es asunto
de mujeres —la “invisibilización” de los hombres en la
paternidad—, tampoco promueve que exista socialmente
un compromiso e involucramiento en la tarea, y, peor aún,
bajo el estereotipo de una masculinidad que exige que los
varones muestren su virilidad teniendo relaciones sexuales
sin reparar en ello; con prácticas de riesgo y sin ningún
reconocimiento de su responsabilidad en el proceso, se
crean las condiciones para estas tendencias. A lo anterior,
habría que agregar los múltiples actos de violación sexual y
abuso a menores (Cepal, 2011), hechos que son acallados
bajo el rubro de “usos y costumbres”, o prácticas “familiares”
transmitidas de generación en generación. Además, vale
la pena mencionar las explicaciones que surgen entre las
jóvenes adolescentes que son madres al señalar que, aun
teniendo información, su embarazo pudo en algún punto
representar la posibilidad de ganar cierta “independencia”
o “libertad” (al menos en el sentido de salirse de casa, dejar
de cuidar a los hermanos o incluso detener alguna situación
de conflicto), ya que en muchos casos sus condiciones
familiares no solo son de extrema pobreza, sino además
se encuentran bajo el matiz de la violencia y el abuso (ver
Pantelides, 2004).
En el informe del OIG (Cepal, 2011) también se señala que
otro indicador crucial de inequidad de género tiene que ver
con el acceso real que las mujeres tienen en materia de
planificación familiar, pues lamentablemente, aun cuando
un gran número de mujeres casadas o en unión libre de 15 a
49 años no desean tener más hijos e hijas, no están usando
métodos de planificación familiar; en algunos casos por
desconocimiento, pero en muchos otros porque no tienen
acceso a estos (insuficiencia en los servicios de salud) o
por recursos económicos limitados o inexistentes (y los
costos asociados al acceso a estos métodos), así como
ante la imposibilidad de negociarlo con la pareja (o la falta
de apoyo de esta). Es por lo anterior que, en el marco de
los objetivos del Milenio, parece que la autonomía física
constituye el desafío más grande en Latinoamérica.
Sin embargo, analizando todo lo expuesto en este artículo,
parece que el reto se coloca en la necesidad de vincular las
acciones en todos los niveles, así como entre las diferentes
áreas de autonomía que las mujeres podemos desarrollar,
pues, al poner en contexto las barreras que subyacen a un
desarrollo autónomo, indudablemente existen mecanismos
estructurales que atraviesan y limitan las posibilidades que
las mujeres tienen, aún y con el desarrollo y consecución
de los logros hasta el momento.
En gran medida, mucho se ha dicho con respecto al
“techo de cristal” o esta suerte de barreras estructurales
y subjetivas que imposibilitan el progreso de las mujeres
en los escenarios laborales y organizacionales, empero,
a través del trabajo de investigación que yo realizo en
México, y del análisis de los datos aquí presentados, así
como de los intercambios entre colegas de diferentes
países en Latinoamérica, me parece que la idea del “techo
de cristal” trasciende el contexto laboral o profesional, y
se ubica como un conjunto de barreras que imposibilitan el
desarrollo autónomo de las mujeres no solo en el escenario
empresarial, sino en cualquier escenario. Aspectos como la
división sexual del trabajo, los estereotipos de género que
prevalecen, la doble presencia, las prácticas institucionales
que relegan a las mujeres a un plano secundario, la violencia
de género y toda condición de discriminación y exclusión
permea la vivencia de las mujeres en los diferentes
contextos y bajo muy diversas formas. Aún más, estas
barreras se interiorizan como parte de las construcciones
identitarias de las mujeres, generando deseos y
experiencias emocionales contradictorias; sentimientos
de miedo, culpa, tristeza y frustración se traducen en un
sentido de “insuficiencia”, de “incapacidad” e “ineficacia”;
se cristalizan en “decisiones” que cotidianamente las
mujeres hacen al tener que elegir siempre entre los demás
y sí mismas. Así, tal vez en muchos sentidos las mujeres
hemos logrado mayor independencia en diferentes áreas,
pero lo que no parece evidente es si realmente existe
una autonomía plena. Tal vez a estas alturas debamos
preguntarnos si realmente hoy las mujeres podemos
decidir sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas; qué clase
de “libertades” tenemos, en el marco de qué fronteras se
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Entre el techo y las fronteras de cristal en Latinoamérica: retos y vicisitudes vigentes en el proceso de empoderamiento de las mujeres
dan nuestras elecciones y decisiones; cuál es el alcance de
nuestro empoderamiento; si en medio de nuestros logros
personales, artísticos, profesionales, científicos, etc., se
sigue apelando a factores tales como el aspecto físico o la
cualidad maternal por encima de cualquier otra habilidad
o tarea; si en el marco de las posibilidades creativas y
laborales se sigue asumiendo que las mujeres son menos
aptas que los hombres y que el trabajo reproductivo y
doméstico no es trabajo, y, por lo tanto, no cuenta en el
conjunto de arreglos sociales, económicos y políticos;
o si en el escenario de las relaciones humanas se sigue
justificando la violencia hacia las mujeres como una forma
de control ante su “desobediencia”, “provocación” o
“incumplimiento de tareas”.
Retomando la propuesta de Marcela Lagarde (1998),
la autonomía no es un asunto meramente subjetivo
(nombrarse autónomas); es una construcción social, un
“pacto social” que implica que existan los mecanismos
operativos para funcionar, para ejercer esta experiencia,
es decir, la autonomía de las mujeres reclama “un piso
de condiciones sociales imprescindible para que pueda
desenvolverse, desarrollarse y ser parte de las relaciones
sociales” (p.7). En el marco de las vicisitudes y retos
que prevalecen en materia de equidad de género, me
parece que el asunto no se sitúa únicamente en buscar
una paridad entre mujeres y hombres en diferentes
áreas, sino que se pretende precisamente el que las
mujeres sean reconocidas y se vivan como “sujetos de
derecho”. El desarrollo autónomo de las mujeres requiere
de condiciones económicas; involucra una autonomía
sexual; involucra una autonomía subjetiva y cultural, y,
por supuesto, se relaciona también con factores políticos.
Dice Lagarde (1998): “El planteamiento de la autonomía
para las mujeres es un planteamiento transformador de
la cultura y, por lo tanto, de constitución de autonomía en
procesos vitales económicos, psicológicos, ideológicas. La
autonomía es un elemento transformador de la cultura,
pues no puede haber autonomía económica sin autonomía
cultural. No puede haber autonomía sexual si esta no se
simboliza, si no se subjetiviza en la cultura” (p.10). A su vez,
señala la autora: “Cada avance de autonomía es un avance
político y requiere una recomposición de las relaciones de
poder, una reconfiguración de la política; y requiere de un
lenguaje político, pues la autonomía debe ser enunciada
políticamente” (p.13).
El logro de la autonomía de las mujeres requiere de un
análisis complejo que reconozca no solo la condición de
género, sino el cruce que esto tiene con otros múltiples
factores como son la edad, la clase social y cualquier otro
condicionante social; requiere de un trabajo comprometido
y sensibilizado con la perspectiva de género; requiere de
una modificación completa de las estructuras sociales
y de las relaciones económicas, políticas, ideológicas e
interpersonales; requiere de un pacto entre hombres y
mujeres para erradicar las múltiples barreras e inequidades
que imposibilitan el empoderamiento de las mujeres (y, en
cierta forma, el de los hombres también). Finalmente —tal
como se señala en el informe del OIG (Cepal, 2011)—, es
necesario reconocer que hay “paredes de cristal” entre las
tres esferas de la autonomía que se han analizado a lo largo
de este documento, ya que infelizmente no se ha generado
un abordaje integral o transversal en dichas áreas, lo que
en gran medida contribuye a invisibilizar las barreras y
obstáculos que imposibilitan su desarrollo, y al mismo
tiempo dificulta la tarea de construir nuevas posibilidades,
herramientas y propuestas para avanzar significativamente
en la materia. La tarea no está hecha.
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Revista Entorno, Universidad Tecnológica de El Salvador, www.utec.edu.sv, diciembre 2013, número 54: 42-49, ISSN: 2218-3345
Características de un grupo
de hombres presos por violencia
de género y variables asociadas con
la violencia contra las mujeres
Resumen
La violencia de género es un grave problema social
que afecta en la actualidad a un importante número
de mujeres de diferentes culturas. Este trabajo se
presenta como una nueva perspectiva en el abordaje
de la violencia de género, pues se centra en ofrecer
las características que presentan un grupo de
hombres presos por violencia contra las mujeres. Se
analizaron diferentes variables sociodemográficas,
así como otras relacionadas con la violencia de
género o protectoras frente a esta. Los resultados
del trabajo indican que los maltratadores componen
un grupo heterogéneo y que no todos se pueden
englobar en las tipologías existentes, con lo que el
trabajo encaminado a su reinserción y rehabilitación
debe estar adaptado a estas características.
Palabras clave
V
iolencia de género, maltratadores, características,
prisión.
Abstract
Gender violence is a serious social problem that
currently affects a significant number of women
from different cultures. This paper presents a new
perspective in addressing gender-based violence,
as it focuses on delivering the features that have a
group of men imprisoned for violence against women.
We analyzed different sociodemographic and other
related domestic violence or protection against it. The
results of the study indicate that batterers compose
a heterogeneous group, and not all can be included
in existing typologies, so that work towards their
reintegration and rehabilitation should be tailored to
these characteristics.
Keywords
Gender violence, batterers, characteristics, prison.
Noelia Rodríguez-Espartal. Doctora de Psicología por la Universidad de Jaén, España, experta en agresión y violencia. r.
nrodrigu@ujaen.es
Noelia Rodríguez-Espartal
Recibido: 30/10/2013 - Aceptado: 04/12/2013
Desarrollo
La violencia de género es el resultado de una relación
desigual con dos protagonistas. En los casos más habituales,
la mujer es la víctima y el hombre es el victimario, y, aunque
no debemos pasar por alto relaciones en las que esto ocurre
a la inversa o en las que ambos miembros de la pareja son del
mismo sexo, su abordaje no supone el objetivo del presente
trabajo, sino que nos centraremos en la parte responsable
de la acción violenta en el binomio hombre-mujer.
Hombre golpeador (Dutton, 1997), hombre abusador
(Mullender, 2000), hombre maltratador, hombre agresor,
hombre que incurre en malos tratos en su relación de
pareja, hombre violento con su pareja, etc., son algunas de
las denominaciones que se han dado a esta figura violenta.
43
Características de un grupo de hombres presos por violencia de género y variables asociadas con la violencia contra las mujeres
Consideramos necesario incluir al hombre en el análisis
de la violencia de género, pues, además de ser parte
importante en esta, el hecho de no incorporar el punto de
vista masculino da como resultado una mirada parcial y
una perspectiva incompleta respecto al problema (Duarte,
Gómez y Carrillo, 2010). En el estudio de la violencia de
género, tradicionalmente se ha prestado mayor atención
al estudio de la mujer víctima, a sus características, su
recuperación, las variables implicadas y explicativas de su
situación, etc., pero muy pocas veces se lanzan cuestiones
sobre el actor principal, sobre los hombres que ejercen esta
violencia, sobre sus objetivos y sus motivaciones. Según
Lorente (2007), “el hombre vuelve a ser el gran ausente
en unas conductas protagonizadas por él, para así evitar
su responsabilidad social, tanto en la construcción de las
conductas como en la autoría de los casos” (pp. 26).
En este sentido, y hasta el momento, la mayoría de
investigaciones se han centrado en establecer tipologías
de hombres violentos contra su pareja heterosexual; y los
resultados indican que no se trata de un grupo homogéneo
(Cavanaugh y Gelles, 2005; Delsol, Margolin y John, 2003;
Holtzworth-Munroe, 2000; Johnson y cols. 2006), al igual
que ocurre con las mujeres maltratadas.
En el caso de los hombres, existen diferentes clasificaciones
tipológicas de los maltratadores. Así, principalmente nos
encontramos con las que se centran en las características
psicopatológicas que presentan estos hombres y aquellas
que se basan en variables de maltrato, psicológicas y
fisiológicas (Amor y cols., 2009). No obstante, y aunque en
estas tipologías se dan diferencias, existe un gran consenso
respecto a que no todos los maltratadores son iguales
(Amor, Echeburúa y Loinaz, 2009; Echeburúa, Fernández-
Montalvo y Amor, 2003; 2006; Fernández-Montalvo,
Echeburúa y Amor, 2005). Por lo que, teniendo esto en
cuenta, los programas de intervención no serán igualmente
eficaces en todos los maltratadores; e incluso Babcock,
Green y Robie (2004) han señalado su baja influencia
para conseguir una reducción de la reincidencia en los
comportamientos violentos.
En el amplio debate existente sobre tipologías de
maltratadores, destacan dos grupos de investigadores; en
concreto, el de Gottman y cols. (1995) y el de Holtzworth-
Munroe y Stuart (1994). Pasaremos a describir brevemente
cada una de estas clasificaciones (para una revisión más
amplia consultar las obras de los autores).
- Clasificación de Gottman y cols. (1995). Realizada en
contexto de laboratorio, encontraron dos tipos de maltra-
tadores en función de su respuesta cardíaca diferencial
ante una discusión de pareja. Así, los autores hablan de
maltratadores tipo 1 (cobra), con un tipo de violencia ins-
trumental; y maltratadores tipo 2 (pitbull), en los que se
observa una violencia impulsiva.
- Clasificación de Holtzworth-Munroe y Stuart (1994).
Estos autores se centran, para realizar su clasificación de
los maltratadores, en su funcionamiento psicológico, la
extensión de la violencia y la gravedad de las conductas
violentas. Así, establecen la existencia de tres tipos de
maltratadores: limitados al ámbito familiar, borderline/
disfóricos y violentos en general/antisociales.
Ambas tipologías han sido replicadas empíricamente en
estudios más recientes, habiéndose realizado además
nuevas clasificaciones basadas en otras dimensiones
de interés. De este modo, los estudios realizados
proponen la existencia de dos, tres e incluso cuatro
tipos de agresores (para una descripción más exhaustiva
consultar Amor y cols., 2009).
La mayoría de los estudios sobre tipos de maltratadores
identifican tres categorías: a) limitados al ámbito familiar,
con riesgo de violencia bajo; b) borderline/disfóricos, con
riesgo moderado de violencia; y c) violentos en general/
antisociales, con riesgo de violencia alto. Además, cada
uno de los tipos de maltratadores se corresponde con
diferentes niveles de extensión, frecuencia y gravedad de
la violencia ejercida, así como de un determinado nivel de
psicopatología.
En general, las tipologías resultan bastante estables
con el paso del tiempo, sin darse evoluciones de uno a
otro tipo (Holtzworth-Munroe y cols., 2003). Aunque,
dependiendo del tipo de variables que se introduzcan en
el estudio, irán surgiendo otras clasificaciones igualmente
válidas e interesantes.
La utilidad de establecer una clasificación de
maltratadores o de indicar sus principales rasgos es
interesante desde muchos aspectos, pero, sobre todo,
desde una perspectiva terapéutica y preventiva; de
este modo se podrán seleccionar los tratamientos más
adecuados a cada caso. Las tipologías no solo describen
los tipos de maltratadores, sino que intentan abordar las
causas y motivaciones que llevan a estos hombres a ser
violentos con sus parejas (Babcock, Miller y Siard, 2003).
Es necesario seguir investigando para desarrollar un
sistema clasificatorio de hombres violentos contra la
pareja (Amor y cols., 2009); analizar la estructura de
parejas violentas para llevar a cabo un tratamiento de
44
Características de un grupo de hombres presos por violencia de género y variables asociadas con la violencia contra las mujeres
ambos miembros (Cáceres y Cáceres, 2006; Dixon y
Browne, 2003), así como considerar todos los factores
implicados en la violencia de pareja (factores de riesgo
de cada miembro, contextos e interacciones de la pareja,
consecuencias en el entorno, etc.) (Amor y cols., 2009;
Capaldi y Kim, 2007). Por ejemplo, en el caso de las
víctimas que no desean separarse de sus maltratadores;
en las parejas en las que ambos miembros son violentos
entre sí, o cuando existe un desplazamiento de la
violencia hacia los hijos (Amor y cols., 2009).
A pesar de toda la investigación al respecto —como ya
hemos mencionado con anterioridad—, no se puede hablar
de que exista un perfil único y específico de los agresores
y sí algunas características que comparten algunos de
ellos. Lo que no podemos olvidar es que los maltratadores
constituyen un grupo heterogéneo, lo que debe ser tenido
en cuenta a la hora de abordar su tratamiento. Existen
muchas variables que se han asociado tradicionalmente a
la violencia de género y que, en ocasiones, han servido para
minimizarla o justificarla. A continuación vamos a pasar a
considerar las más frecuentes.
Entre las características que presentan los hombres
violentos con su pareja, cabe destacar (OMS, 2003;
Organización Panamericana de la Salud, 2002): escaso
control del comportamiento con la creencia de tener
el derecho y el deber de hacer uso de la violencia como
mecanismo para evitar la pérdida de poder y control, baja
autoestima, trastornos de la personalidad y la conducta,
falta de lazos emocionales y de apoyo, contacto temprano
con la violencia en el hogar como víctimas directas o como
testigos, historias familiares o personales marcadas por
divorcios o separaciones. Este es otro tema controvertido
cuando se habla de la violencia de género. Respecto a si
los hombres violentos con su pareja han aprendido estas
conductas en sus familias, existen casos en los que un
porcentaje muy bajo de los maltratadores adultos ha
sufrido en su niñez los efectos de la violencia de género
en las relaciones de pareja (Cabrera, 2010). Sin embargo,
si se incluye la perspectiva de género, que considera
una definición más amplia de este tipo de violencia, nos
encontramos con hombres que han tenido una infancia
dura, donde el maltrato (entendido de forma más amplia
que la mera violencia física) ha sido la norma y no la
excepción. Son personas en las que se han depositado
fuertes expectativas de ascenso en el futuro, con exigencias
que han podido superar sus propias posibilidades y que
han vivido en familias en donde el aspecto material se ha
impuesto al emocional (Cabrera, 2010).
Son hombres socializados en la cultura patriarcal en lo
que a las relaciones de pareja se refiere, por lo que se
consideran dominantes respecto al sexo femenino, tanto
en lo físico como en lo cognitivo. La socialización en estos
contextos patriarcales lleva a considerar al hombre que
posee la autoridad moral para utilizar la agresión hacia su
pareja como modo de control y a que la mujer, también
socializada en estos ideales, encuentre natural el control,
la humillación e incluso en ocasiones el castigo físico
(Cabrera, 2010).
Además, suele ser habitual la presencia de distorsiones
cognitivas (relacionadas, sobre todo, con creencias
equivocadas sobre los papeles sexuales y la inferioridad
de la mujer y con la legitimidad de la violencia como
forma adecuada de resolver conflictos); dificultades para
controlar la ira (expresada en ocasiones con amenazas
o agresiones físicas hacia la mujer o hacia algún objeto o
persona querido por ella [Straus, 1993]); bajos grados de
empatía, déficit en habilidades de comunicación y solución
de problemas; alejamiento del hogar durante un tiempo
indefinido, intentando restablecer posteriormente la
comunicación con las relaciones sexuales (Dobash 1979;
Dutton y Golant, 1997; Echeburúa y Corral, 1998; Echeburúa
y Amor, 2010; Lorente y Lorente, 1998; Lorente 2011;
Norlander y Eckhardt, 2005).
Suelen emplear diferentes estrategias de afrontamiento
para eludir la responsabilidad de sus conductas violentas
(entre ellas, justificar, minimizar o negar la violencia
ejercida) (Echeburúa y Corral, 1998).
Los maltratadores son además poco realistas, con
expectativas muy elevadas sin considerar sus capacidades
y destrezas. Piensan que son jefes con el derecho de actuar
violentamente. Cosifican a la mujer, negándole su derecho
a ser persona. Buscan las creencias religiosas que colocan
a la mujer en una posición inferior y tienden a presumir de
la inferioridad de las mujeres (Walker, 1979).
Algunas conductas comunes a estos tipos de hombres son:
actuar impulsivamente, cambiar de trabajo, amigos, casa;
vivir aislado de los demás; ser excesivamente posesivos
y dependientes de la pareja; expresar la mayoría de las
emociones como explosiones de ira debido a la gran
dificultad que les supone la expresión emocional (Echeburúa
y Amor, 2010; Norlander y Eckhardt, 2005); controlar y
dominar a otros (Straus y cols., 1980; Walker, 1979); tomar
decisiones de manera unilateral (Walker, 1984); abusar de
drogas y alcohol (Gelles, 1974; Straus, Gelles y Steinmetz,,
1981); incurrir en conductas de maltrato a los niños (Straus
y cols., 1981); ser hostil, dominante.
Presentan síntomas psicopatológicos variados, como celos,
ansiedad y estrés, abuso del alcohol, irritabilidad, etc., que
45
Características de un grupo de hombres presos por violencia de género y variables asociadas con la violencia contra las mujeres
pueden precipitar los episodios violentos (Echeburúa y
Corral, 1998).
Los déficits psicológicos son totalmente compatibles con
la imputabilidad del agresor. El maltratador puede ser
penalmente responsable de su conducta, lo que no quiere
decir que se le niegue el tratamiento, bien en régimen
comunitario, bien en prisión. El objetivo principal y último
de tratar a los hombres violentos en las relaciones de
pareja es evitar las reincidencias para proteger a las futuras
víctimas (Echeburúa y Amor, 2010).
Como hemos señalado anteriormente, el hombre está
ocupando una posición de poder, y, generalmente, aquellos
que esn en situación de poder no quieren renunciar a
él, por lo que no les interesa resolver los problemas de
forma consensuada y recurren a la imposición para obtener
beneficios particulares, algo que, si además está legitimado
por el componente cultural, no solo parece natural sino que
además resulta invisible (Connell, 1995; Hilberman, 1980).
Antes de concluir este apartado, nos gustaría reflexionar
sobre las creencias que existen en la sociedad respecto
al hombre maltratador; comprobar si existe coincidencia
entre las características que presentan estos hombres y
cómo se los ve en la calle. En este sentido, Duarte y cols.
(2010) encuentran en un estudio que hombres y mujeres
perciben al hombre maltratador como una persona que
ejerce violencia porque tienen un pobre control de impulsos
y un abaja autoestima, esto es, ejerce violencia porque
no puede controlarse, no porque no quiera hacerlo. Estos
resultados son alarmantes, pues corroboran la creencia
de que la violencia que ejerce un hombre maltratador es
vista como un componente interno y natural. Desde este
punto de vista, el tratamiento con los maltratadores no
sería posible, pues algo innato no es susceptible de ser
modificado. No obstante, hay diferencias entre hombres y
mujeres al respecto. Así, las mujeres creen que los hombres
son violentos sin necesidad de aparentar socialmente y que
dicha violencia no se debe a elementos externos como el
alcohol, las drogas o la experiencia previa con la violencia.
Ellas relacionan más la violencia con aspectos intrínsecos,
des-responsabilizando al hombre de cualquier efecto que
el ejercicio de la violencia pueda tener. Por su parte, los
hombres ven a los maltratadores con dificultades para
controlar sus emociones que estas se ven aumentadas por
el consumo de alguna droga. En este sentido, el hombre
maltratador no lo es por naturaleza, sino porque existen
factores extrínsecos que lo hacen ser violento. Además,
tanto hombres como mujeres consideran que hay un
cierto tipo de violencia legítima, e incluso deseable, que
implica una connotación disciplinaria y que son acciones
que son percibidas como justas por la sociedad donde se
ejerce (Duarte y cols., 2010). En otras ocasiones, algunas
manifestaciones de violencia se producen como formas de
ser, apelando a la esencia natural de la persona, viéndose
incluso como una forma de expresión afectiva por parte
del hombre hacia la mujer, idea que es compartida por
hombres y mujeres (Ramírez y Vargas, 1998).
Además, tanto mujeres como hombres parecen estar de
acuerdo en que lo emocional no es terreno de lo masculino
(Duarte y cols., 2010). Las mujeres manifiestan que
socialmente se tolera la violencia del hombre, mientras que
los hombres relacionan más la masculinidad con el ejercicio
de la violencia; sus creencias tienden a vincular el ser
violentos con factores extrínsecos. El peligro que entraña
esta posturacomo hemos comentado anteriormente—
es que ni hombres ni mujeres responsabilizan al hombre que
es violento con su pareja de sus actos, sino que lo justifican
como parte del papel social que le toca representar en la
sociedad. En este sentido, se podría decir que el género
estructura los discursos de tal manera que se mantiene el
statu quo de la desigualdad.
De este modo, podemos concluir que resulta necesario e
imprescindible conocer cómo son los hombres que ejercen
la violencia contra las mujeres para, de este modo, adaptar
las intervenciones a sus necesidades, con el objetivo último
de proteger a las víctimas de esta violencia. En este sentido,
nos planteamos el objetivo de identificar las características
de un grupo de hombres maltratadores con la importante
innovación de estudiar a aquellos que se encuentran en
prisión por este delito.
Método
Participantes y procedimiento
En el presente estudio participaron un total de 97 hombres
presos por delitos relacionados con la violencia de género
y que cumplen su pena en la Institución Penitenciaria
Provincial de Jaén, Jaén II.
Los participantes completaron los cuestionarios dentro de
la institución penitenciaria. Además, se recogió una serie
de datos sociodemográficos con el objetivo de ofrecer la
mayor cantidad de información sobre ellos.
En cuanto a las variables sociodemográficas, tenemos
un grupo de hombres que se encuentran entre los 22 y los
69 años (M = 39.75, sd = 11.10), y con una condena que va
desde los 3 años y medio hasta los 20 años (M = 4, sd = 3.01).
En cuanto al nivel de estudios, la situación laboral, el nivel
46
Características de un grupo de hombres presos por violencia de género y variables asociadas con la violencia contra las mujeres
socioeconómico y el estado civil, pueden verse los datos en
las figuras 1 a 4. (Insertar gráficas correspondientes.)
Instrumentos
Para la evaluación de los participantes, se elaboró un
cuestionario que contenía, entre otras, las siguientes
pruebas:
- Variables sociodemográficas: edad, nacionalidad, nivel de
estudios, trabaja, estado civil, duración de la condena.
- Inventario de Personalidad NEO-FFI (Costa y McCrae,
1999; versión española de Cordero y cols., 1999).
- Inventario de Pensamientos Distorsionados sobre la
mujer y sobre el uso de la violencia (IPDVM) (Echeburúa y
Fernández-Montalvo, 1998).
- Cuestionario de Agresividad CDA (Buss y Perry, 1999;
versión española de Andreu y cols., 2002).
- Cuestionario de Ansiedad STAXI-2 (SPielberger, 1988;
versión española de Miguel-Tobal y cols., 2001).
- Cuestionario de Inteligencia Emocional TMMS-24
(Fernández-Berrocal y cols., 2004).
- Cuestionario de Inteligencia Emocional SSRI (Schutte y
cols., 1998; versión española de Chico, 1999).
- Cuestionario de Alexitimia TAS-20 (Bagby y cols., 1994;
versión española de Martínez-Sánchez, 1996).
- Escala de Autoestima de Rosenberg (1965; versión
española de Fernández-Montalvo y Echeburúa, 1997).
- Cuestionario de Impulsividad Bis-11 (Barrat y cols., 1995;
adaptación española de Oquendo y cols., 2001).
- Escala de Rol de género (adaptación de Cejka y Eagly,
1999).
- Escala de Cultura del Honor (López-Zafra, 2007).
- Cuestionario de Tácticas de control y celos (Instituciones
Penitenciarias, 2000).
- Escala de Apoyo social (AS-25 (Vaux y cols., 1986).
- Escala de Deseabilidad Social de Marlownw y Crowne
(1960) (adaptación española de Ferrando y Chico, 2000).
Resultados
A continuación pasamos a describir los resultados obtenidos
tras realizar las correspondientes Anovas, de modo que
podamos ofrecer las características que presenta un grupo
de hombres presos por delitos de violencia de género.
Para facilitar la comprensión de los resultados, estos se
ofrecerán por variables.
En las dimensiones de personalidad, tenemos hombres con
puntuaciones medio-altas en neuroticismo (M = 69.86, sd
= 28.34); bajas en extraversión (M = 35.44, sd = 24.64) y
apertura (M = 36.72, sd = 24.75); y medias en amabilidad
(M = 54.64, sd = 29.48) y responsabilidad (M = 56.64, sd =
32.44).
Son hombres con altas puntuaciones, tanto en pensamientos
distorsionados sobre la mujer (M = 8.00, sd = 1.88) como
sobre el uso de la violencia (M = 8.79, sd = 1.67); y con altas
expectativas de cambio (M = , sd).
En cuanto a agresividad, sus puntuaciones en las diferentes
dimensiones son: agresividad física (M = 10.58, sd = 3.41)
,
agresividad verbal (M = 18.67, sd = 4.31), ira con
resentimiento (M = 22.53, sd = 7.39) y hostilidad o sospecha
(M = 9.06, sd = 3.33), presentando bajos niveles en todas
ellas.
Son hombres que presentan puntuaciones bajas en las
dimensiones de la ira: ira rasgo total (M = 36.44, sd = 26.28),
temperamento (M=27.33, sd=22.91), reacción (M = 56.31,
sd = 29.99), expresión de la ira total (M = 38.86, sd = 28.91),
ira externa (M = 33.00, sd = 25.24), ira interna (M = 35.72, sd
= 27.61), control de la ira (M = 20.11, sd = 5.87) e ira estado
total (M = 52.36, sd = 17.17).
Presentan una baja inteligencia emocional en todos los
componentes, salvo en percepción emocional: percepción
emocional (M = 29.67, sd = 6.92), comprensión emocional (M
= 28.97, sd = 7.21), regulación emocional (M = 21.50, sd =
4.22), inteligencia emocional total (M = 3.66, sd = .72) y una
alta autoestima (M = , sd). Datos que se ven apoyados por las
altas puntuaciones que presentan en alexitimia: total (M =
55.89, sd = 12.31), dificultad para la discriminación de señales
emocionales (M = 19.08, sd = 7.54), dificultad en la expresión
verbal de emociones (M = 15.11, sd = 4.44) y pensamiento
orientado hacia detalles externos (M = 21.78, sd = 4.41).
Por su parte, en cuanto a la impulsividad, presentan
puntuaciones bajas en todas las dimensiones: impulsividad
total (M = 42.86, sd = 12.03), impulsividad cognitiva (M =
13.22, sd = 3.81), impulsividad motora (M = 12.72, sd = 6.44)
e improvisación y ausencia de planificación (M = 15.53, sd
= 6.25).
En cuanto al papel de género, son hombres que se identifican
más con el papel de género femenino (M = 14.31, sd = 6.00)
que con el masculino (M = 10.31, sd = 3.88).
47
Características de un grupo de hombres presos por violencia de género y variables asociadas con la violencia contra las mujeres
Sus puntuaciones en cultura del honor indican que
estamos ante un grupo de hombres que concede alta
importancia a este aspecto en sus relaciones, presentando
valores medio-altos en todas las dimensiones de la
escala: cultura del honor total (M = 3.51, sd = .25), honor
individual (M = 3.7, sd = .47), sociedad y leyes en torno
al honor (M = 3.8, sd = .47) y legitimidad en el uso de la
violencia ante una ofensa (M = 3.3, sd = .36).
Respecto a los celos, piensan que son ejercidos en mayor
medida por la mujer (M = 23.47, sd = 1.34) que por el hombre
(M = 16.89, sd = 7.23).
Por último, presentan altas puntuaciones en apoyo
social
(M = 76.86, sd = 9.32) y bajas en deseabilidad
social
(M = 19.00, sd = 4.26).
Conclusiones
El presente trabajo supone un acercamiento al estudio de las
características que presentan los hombres maltratadores
que se encuentran en prisión cumpliendo condena por
delitos relacionados con la violencia de género.
A partir de los resultados obtenidos en el presente trabajo,
podemos concluir que el hombre que ejerce violencia contra
las mujeres presenta un amplio abanico de características
y que el maltratador puede ser cualquiera.
Las características obtenidas en este grupo de hombres
no coinciden con las de las tipologías previas propuestas
por diferentes autores (Gottman y cols., 1995; Holtzworth-
Munroe y Stuart, 1994), lo que refuerza aún más la idea de
que el maltratador presenta una amplia heterogeneidad de
características.
En este sentido, la utilidad de realizar este tipo de
investigaciones, más que establecer tipologías de hombres
maltratadores, persigue un objetivo terapéutico y preventivo,
con el fin de seleccionar los tratamientos de intervención
más adecuados y que permitan su mejor aprovechamiento y
desarrollo en la reducción de las conductas, pensamientos y
emociones relacionados con la violencia contra las mujeres.
Además, el establecer tipologías persigue abordar las causas
y motivaciones que llevan a estos hombres a ser violentos
con sus parejas (Babcock, Miller y Siard, 2003). Además
de considerar todos los factores implicados en la violencia
de pareja (factores de riesgo de cada miembro, contextos
e interacciones de la pareja, consecuencias en el entorno,
etc.) (Amor, Echeburúa y Loinaz, 2009; Capaldi y Kim, 2007).
Es necesario implicar al hombre, actor de esta violencia, en
su solución, pues, de lo contrario, la estamos convirtiendo
en algo natural e incuestionable en las sociedades actuales.
Resulta indispensable que los hombres se involucren en el
desarrollo de las nuevas masculinidades, teniendo como
herramienta de análisis la perspectiva de género, que resulta
clave para la comprensión de las relaciones entre hombres y
mujeres al visibilizar teórica y empíricamente la violencia del
hombre contra la mujer (Comisión Europea, 2000; Ferreira,
1992; Osborne, 2001; Walker, 1984), y cuestionar el poder
que les ha concedido la sociedad patriarcal.
Es necesario que el trabajo que se realice en este sentido no
exalte las diferencias entre los géneros, sino que muestre
que hombres y mujeres no son entes aislados, sino en mutua
interrelación. Es necesario generar discursos alternativos
de masculinidad-feminidad, para que la hegemonía no se
convierta en una cárcel que impida a hombres y mujeres
vivir en libertad, plenitud y con un verdadero acceso a una
vida libre de violencia (Duarte y cols., 2010).
En conclusión, no hay que exaltar las diferencias entre los
géneros, sino mostrar que hombres y mujeres no son entes
aislados, sino en mutua interrelación. Sólo de esta forma
caminaremos hacia una sociedad igualitaria, en la que no
se exalten las diferencias de género y en la que la violencia
contra las mujeres no tenga cabida.
Limitaciones y líneas de futuro
A pesar de que el presente trabajo supone un importante avance
en el estudio del hombre maltratador, al abordar a aquellos que
se encuentran en prisión no deja de tener ciertas limitaciones.
En primer lugar, es necesario conocer la interrelación existente
entre las diferentes variables para ver qué componentes tienen
un mayor peso en el problema social de la violencia de género.
Esto nos acercaría a conocer cada caso de violencia de género
como un problema social específico y comprender qué rasgos
son más relevantes y cómo se estructuran.
Además, es imprescindible agrupar a los hombres por las
características que presentan para seleccionar el tratamiento
más adecuado, que consiga los mejores resultados y que logre
una generalización de las conductas al entorno del hombre. La
prisión tiene una función de rehabilitación y reinserción social
que debe cumplirse con este tipo de intervenciones.
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www.utec.edu.sv ISSN: 2071-8748
NÚMERO 54 DICIEMBRE 2013
Universidad Tecnológica de El Salvador
Calle Arce No. 1020, San Salvador www.utec.edu.sv
- El suicidio: etiología, factores de riesgo
y de protección
- Resultados obtenidos a largo plazo
de un programa de prevención de violencia
de género en El Salvador
- Cultura, neurociencia y espiritualidad: abordaje
neuro-psico-espiritual en psicoterapia
- Entre el techo y las fronteras de cristal
en Latinoamérica: retos y vicisitudes vigentes
en el proceso de empoderamiento de las mujeres
- Características de un grupo de hombres presos
por violencia de género y variables asociadas
con la violencia contra las mujeres