Edición Nº. 46
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cir, los programas indican “sobre qué”
han de aprender los alumnos. El criterio
de logro se centra en los contenidos
temáticos de las materias. En este mis-
mo modelo, el aprendizaje de los con-
tenidos de las materias generalmente
se reduce a la reproducción literal de
la información. La interacción que los
alumnos establecen con los contenidos
programáticos generalmente es con las
características morfológicas del len-
guaje, oral o escrito, mediante el cual
se les “transmite” la información.
En la otra mano, la competencia es un
saber hacer con conciencia. Es un sa-
ber en acción, un saber cuyo sentido
inmediato no es “describir” la realidad,
sino “modificarla”, no definir problemas
sino solucionarlos; un saber el qué,
pero también un saber cómo (Larrain,
2005). Las competencias son, por tanto,
propiedades de las personas en perma-
nente modificación que deben resolver
problemas concretos en situaciones de
trabajo con importantes márgenes de
incertidumbre y complejidad técnica.
Las competencias son estructuralmen-
te capaces de transferir su valor a di-
ferentes campos, así como generar
conocimiento y nuevas competencias
dinámicamente. Estas tienen múltiples
facetas, como la epistemológica, so-
ciológica, política y práctica (Escudero
Muñoz, 2007); y por ello reclaman una
perspectiva multidimensional e inte-
gral de los aprendizajes. Comprender y
movilizar diversos recursos cognitivos,
personales, sociales y éticos constitu-
ye la estructura de una competencia,
así como la capacidad de aprender a
aprender, que es esencial para captar
su carácter cambiante y evolutivo.
En educación, el concepto de compe-
tencia se presenta como una red con-
ceptual amplia, que hace referencia a
una formación integral del ciudadano
por medio de nuevos enfoques, como
el aprendizaje significativo, en diversas
áreas (Larrain, 2005): cognoscitiva, (sa-
ber), psicomotora (saber hacer, aptitu-
des), afectiva (saber ser, actitudes y va-
lores). En este sentido, la competencia
no se puede reducir al simple desem-
peño laboral, tampoco a la sola apro-
piación de conocimientos para saber
hacer, sino que abarca todo un conjun-
to de capacidades, que se desarrollan a
través de procesos que conducen a la
persona responsable a ser competen-
te para realizar múltiples acciones (so-
ciales, cognitivas, culturales afectivas,
laborales, productivas), por las cuales
proyecta y evidencia su capacidad de
resolver un problema dado, dentro de
un concepto específico y cambiante.
Así, la formación integral se va desa-
rrollando poco a poco, por niveles de
complejidad, en los diferentes tipos de
competencias básicas: básicas o funda-
mentales, genéricas o comunes, espe-
cíficas o especializadas y laborales. La
competencia, al igual que la inteligen-
cia, no es una capacidad innata, sino
que, por el contrario, es susceptible de
ser desarrollada y construida a partir de
las motivaciones internas de cada cual,
motivaciones que deberán ser comuni-
cadas al grupo de trabajo.
Las competencias se tienen que apren-
der en la acción. Según Evequoz (2003),
citado en el estudio del grupo Bitácola
en 2006, se adquieren en la diversidad
de momentos que van más allá del
marco de la profesión y se extienden
en la vida asociativa, la esfera familiar,
la práctica del deporte o de una acti-
vidad cultural. Por lo tanto la universi-
dad puede promover situaciones de
aprendizaje y proporcionar guías que
clarifiquen dónde y cómo el estudiante
puede incrementar o mejorar sus com-
petencias genéricas.
Una metodología basada
en competencias
Para poder hablar de una metodología
basada en competencias es necesario,
primero, contar con docentes que dis-
pongan de dichas competencias para
ser capaces de evocar las mismas en
los alumnos. De tal forma, la metodolo-
gía misma debe ser considerada como
competencia (UPM 2005), tomando en
cuenta componentes de orden sistémi-
co e instrumental como los menciona-
dos anteriormente.