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Criterios convergentes en torno a una posmodernidad con pretensión homogeneizante. Jesús Miguel Delgado Del Aguila,
pp. 21-28, Revista entorno, diciembre 2021, número 72, ISSN: 2218-3345
articulación de la modernidad, a diferencia de como
sí suscitó en Europa. Ese es el mismo criterio que
también patrocina Nelson Osorio, quien justica que
esa designación es inaplicable y foránea, ya que otras
son las circunstancias que se desarrollan en territorios
hegemónicos con respecto a los locales. Encima,
agrega que es imposible aludir a lo posmoderno,
porque nunca hubo modernidad en Bolivia, Panamá,
Colombia, México y otros países en los que se
apreciaron las repercusiones del narcotráco en la
política y la reorganización de la cultura. Obviamente,
eso no ha ocurrido en Estados Unidos o Europa. Se
considera que para que el concepto de posmodernidad
sea explícito debería haberse constatado la dinámica
dialógica de “respuestas/propuestas estético-
ideológicas”. Esa premisa consiste en que tendría
que corroborarse una consecuencia inmediata de los
postulados actualizados que van incorporándose en
distintos sectores de la sociedad.
Con este acápite, puede cuestionarse si es tan
relevante la similitud de hechos históricos para referirse
a un mismo acontecimiento. Para George Yúdice, esa
conformación no será indispensable. Para sustentar esa
postura, se ha basado en las formulaciones de Néstor
García Canclini, quien cree que la posmodernidad
latinoamericana se debe asumir tan solo como una
secuela de la modernidad, pese a que esta última no
se manifestó adecuadamente. Más bien, se trató de
una preposmodernidad. Y esa fallida canalización se
debería a una ausencia del aspecto no revolucionario
del proceso de heterogeneización; en rigor, tendría que
haber un conicto de por medio para que cada cultura
latinoamericana adopte nuevos patrones para sí. Ante
eso, la institución de la posmodernidad resulta cada vez
más compleja; sin embargo, existe una propuesta que
claudica de todo lo mencionado. Jürgen Habermas y
Max Weber consideran que, para que la posmodernidad
se patentice, no es imprescindible que haya surgido
algo precedente; en este caso, la modernidad no sería
ineludible para cotejar la epifanía de la posmodernidad.
A ese criterio, Jean-François Lyotard añade que si hay
rasgos evidentes de la modernidad en la posmodernidad
no afectará en nada en su constitución, así como no
interesa si esos enclaves están subrepticios.
Con todo ello, se percibe que la modernidad en sí no
es necesaria para que se produzca lo posmoderno. Su
naturaleza es tan proteiforme que es dicultoso hallar
de dónde provienen todos sus componentes. Es más,
es relevante cómo está congurada la posmodernidad.
Para Raymond Williams, esa peculiaridad de estar
forjado por múltiples talantes será perentoria para su
complexión. No obstante, habría un eje al que estarían
arraigados todos estos elementos. Ese soporte será
el capitalismo. Este patrón sociológico se desbridará
de todo estilo, estructura, taxonomía y epistemología
discursivos. En ese sentido, se apreciará el nexo
con lo histórico, lo social y lo cultural de las diversas
modernizaciones capitalistas. Por lo tanto, importará
cómo está expuesta la sociedad en un periodo
especíco de la historia. Esa será la condicional
que someterá a los países latinoamericanos a la
designación europea, de la cual se ha polemizado
tanto. Esa respuesta provisoria fue argüida por
Habermas, quien asumió que, mientras que no se
encuentre una razón más sostenible y convincente
a la génesis de la posmodernidad, sería preferible
otorgarle una justicación político-cultural.
Frente a los postulados en torno a la lología del
concepto, es de interés conocer cuál es la acepción
de este término. La Real Academia Española dene la
posmodernidad de la siguiente manera: “Movimiento
artístico y cultural de nes del siglo XX, caracterizado
por su oposición al racionalismo y por su culto
predominante de las formas, el individualismo y la
falta de compromiso social” (Real Academia Española
[RAE], 2021). Esa catalogación destaca el acoplamiento
de categorías a una percepción distinta del mundo. Su
peculiaridad radica en lo que indicó Andrés Avellaneda,
quien consideraba que su aporte se apreciaba en
la escritura de simulacros, que se estribaban en
géneros en vez de relatos. Por ello, se percata lo que
Lyotard calica como el declive de los metarrelatos,
que consiste en claudicar de explicaciones globales
o totalizantes y hacer una sustitución con códigos
totémicos para lograr la interpretación de la historia.
Un ejemplo de ello es plantear argumentos que
contrasten con la solidez discursiva del cristianismo.
Esa pretensión deconstructiva e innovadora ha sido