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Transmasculinización y hegemonía: opresión y género en las formas de ejercicio del poder político.
Astrid Yohanna Del Aguila de León, pp. 51-57, Revista entorno, enero – junio 2020,
número 69, impreso ISSN 2071-8748 • electrónico ISSN 2218-3345
Tickner visualiza que el ejercicio del poder a cargo de mujeres
podría dar un giro positivo a las relaciones internacionales,
ya que éstas en su condición de género perciben el poder
de una manera distinta a como generalmente lo perciben
los hombres, esto a razón de como ellas y ellos se han
desarrollado a lo largo de la historia (Guillaume, 2011).
Se debe mencionar que Tickner considera que, a través de
la historia, el punto de vista y el papel de la mujer en los
diversos escenarios han sido silenciados sistemáticamente
(Lozano Vásquéz, 2012, p. 146). El enfoque con perspectiva
de género tiene la capacidad de brindar un complemento y
una visión menos parcial que la que actualmente se maneja,
principalmente en la teoría realista de las relaciones
internacionales.
El feminismo considera el poder vinculado con la idea de
“persuasión” porque las mujeres han tenido, en general,
menos acceso a instrumentos coercitivos que los hombres,
y por ello “el feminismo de punto de vista sostiene que
existe un punto de vista específicamente femenino del
mundo, distinto del que tienen los hombres, susceptible de
cambiar las relaciones internacionales para hacerlas más
cooperativas y pacíficas” (Guillaume, 2011, p. 15).
Lo anterior implica el comprender la percepción de poder
y cómo las mujeres, a través de sus acciones como grupo,
pueden generar cambios en los escenarios del sistema. En
este aspecto, recogemos la idea expresada por Guillaume
basándose en lo planteado por Tickner, en el sentido de que
las mujeres que han alcanzado el poder lo han hecho de
manera individual y haciendo prevalecer preferentemente
habilidades duras, con el fin de ser reconocidas entre sus
pares y no ser criticadas por ser blandas en el ejercicio
del poder, cayendo de este modo en el proceso de
transmasculinización.
En la medida en que no haya un número considerable de
una visión femenina o mujeres líderes que presionen hacia
un cambio cultural mayor en las relaciones internacionales
y en las maneras de ejercer el poder, las mujeres seguirán
expuestas a someterse a un proceso de transmasculinización
y a las críticas constantes en un medio predominantemente
masculinizado y machista que terminará buscando cualquier
forma para desacreditar su gestión.
Vemos que, cuando las mujeres han intentado o han
alcanzado cargos de poder en el ejecutivo en América
Latina, cada una de ellas ha ocupado una posición donde
ha sido criticada, si bien ellas trazaron un quiebre en el
imaginario social de forma positiva para otras mujeres y la
sociedad en general, demostrando que las mujeres pueden
optar por y ejercer cargos de poder. Es necesario que las
mujeres desarrollen una conciencia de su condición de
género para poder plantear cambios en la estructura del
Estado. Examinemos el caso de la expresidenta de Chile,
Michelle Bachelet, quien fue la primera presidenta electa en
dos períodos no consecutivos y que tuvo ese enfoque de
género durante su gestión, implementando así un cambio
en la estructura del Estado al instaurar el Ministerio de la
Mujer y Equidad de Género.
Se puede decir que la visión de género no se posee solo
por ser mujer, se adquiere al realizar una reflexión de las
desigualdades y las condiciones diferenciadas de desarrollo
en la sociedad entre hombres y mujeres.
Las mujeres en altos cargos que no presentan esta visión,
de forma consciente, de su condición de género, reciben
críticas sociales, las cuales hacen visible la importancia de
que ellas asuman responsabilidades y compromisos con
sus pares mujeres en la estructura social a través de una
gestión más inclusiva.
Además, todas las estructuras del Estado están configuradas
de acuerdo con una cultura machista predominante donde
el hombre tiene todo el marco jurídico y estructural para
ejercer el poder. La mujer, por el contrario, en la medida que
escala posiciones de poder, se encuentra con una serie de
obstáculos, muchas veces insalvables, para poder continuar
su ascenso; es lo que algunos han definido como el techo de
vidrio que deben sortear.
Un ejemplo de lo anterior es la creación de instituciones
específicas para las primeras damas o esposas de los
presidentes, que en la mayoría de los casos cumplen
funciones secundarias, solo de acompañamiento al
mandatario o de acción social, sin ninguna incidencia en
los asuntos del Estado, y que por su estructura solo están
destinadas a ser usadas por mujeres como “las esposas
de…”.
Las mujeres que han optado por la participación política, por
una carrera en la esfera pública y por cargos no tradicionales
acordes con su papel societal, por su condición de género,
han sido fuertemente criticadas y observadas por distintos
sectores de la población que aún no asimilan a una mujer
en cargos de poder por el enraizamiento, muchas veces de
manera inconsciente, de una estructura patriarcal como una
conducta o pensamiento machista.